lunes, 9 de diciembre de 2013

El Ángel de la Muerte (10).

Leuche hacía ruidos sorbiendo el batido con su pajita, mientras Tot aún contemplaba ensimismado su guinda verde. Seguía sin convencerle…
Entonces fue cuando apareció Skel, con el cabello revuelto, la camisa por fuera, sosteniendo malamente un vaso de cristal con un líquido difícil de identificar y tres cubitos de hielo que no dejaban de tintinear, más que nada porque Skel parecía tener problemas manteniendo el equilibrio.
―¡Hey, tíos! ―exclamó―. No creo que pueda esperar más… Dijiste que lo intentaríamos pasadas las vacaciones, Tot, las vacaciones ya pasaron y aún no me habéis dicho nada… ¿Qué pasa? ¿Acaso no os importo?
―¿Qué le pasa a éste? ―preguntó Leuche en un murmullo.
―Que su nivel de vibración está por los suelos… siempre le pasa cuando venimos a la cantina.
Tot se resignó a no disfrutar de su guinda y se levantó de mala gana, pasó una mano por los hombros de Skel y le susurró algo al oído, llevándoselo a la fuerza fuera del alcance telepático de Leuche… que por otra parte, era bastante reducido. Cuando volvías de una encarnación siempre llevaba un tiempo readaptarte y volver a utilizar tus sentidos con la misma eficacia. Aún así, Leuche no tardó en alcanzarles… y Skel no paraba de hablar. Al final se iba a descubrir el pastel… Y todavía no sabía si podía confiar en el achicharrado. Los guías espirituales le caían demasiado bien…
―¡Va a ser su cumpleaños! ¡Le prometí que le daría una señal! Han pasado… ¿cuánto? ¿Doce años terrestres? Y aún no he vuelto a darle esa señal… ―el tono de voz de Skel iba subiendo y se estaba convirtiendo en un lloriqueo insoportable. Casi parecía un asistente a un funeral… ¡y pensar que era un Ángel de la Muerte con dilatada experiencia! ¿Qué mosca le había picado?
―Tranquilízate, Skel… ¿No recuerdas aquella conversación que tuvimos sobre dejar que los de abajo cumplan su plan? ―le obligó a sentarse y le quitó suavemente la copa de la mano, se la pasó a Leuche para que él la hiciera desaparecer… y así de paso distraerle un poco de lo que su amigo estaba diciendo.
―Sí, lo sé… pero sé que Rudy lo está pasando muy mal… no termina de superarlo, y si yo apareciera quizá, quizá…
―Un momento. ¿Estás pensando descender a la Tierra? ―preguntó Leuche―. ¿No está prohibido?
Ya se tuvo que meter el entrometido…
―No ―negó rotundamente Tot―. No está pensando nada de eso, ¿verdad, Skel? Sabe que no debe hacerlo y no lo va a hacer, porque ya es mayorcito y sabe que no podemos intervenir en las vidas humanas salvo excepciones.
―Pero Tot, tú dijiste… ¡aauuu!
La descarga eléctrica que atravesó su pierna etérea hizo que los efectos de la bebida espiritual desaparecieran de repente, y entonces fue cuando recordó que no debía hablar de ello… no con recién llegados como Leuche. Leuche sospechó que algo estaban tramando, pero cuando miró a sus compañeros los dos le ofrecieron la mejor de sus sonrisas. Sonrisas más falsas que Judas… Pero decidió seguirles el juego.



―Yo lo intenté una vez… ―dijo.
―¿Que hiciste el qué? ―preguntó Skel, con los ojos muy abiertos. Tot suspiró y trató de darle un codazo, pero Skel adivinó sus intenciones y se apartó a tiempo.
―Ella se llamaba Rachel. Yo me llamaba George. Los soldados vinieron a casa a buscar a todos los jóvenes que pudiesen blandir un arma. No pude negarme, o deshonraría a mi familia por cobarde… Me dieron una espada mal forjada, un peto de cuero y un casco agujereado que me venía grande. Al tercer día estaba muerto. Y furioso. No quise irme. No quise dejarla atrás sin decirle que todo estaría mal… pero no me dejaron quedarme. La vi crecer y hacerse mujer… jamás me olvidó. Lo sé. Un día me escabullí y conseguí introducirme en sus sueños. En él aparecí con una armadura resistente y brillante, digna de un héroe… luchaba hasta que los enemigos me rodearon y no hubo escapatoria. Pero antes de morir besé el colgante que llevaba al cuello con su imagen, y le dije que siempre me acordaría de ella, que la muerte no podría separarnos… y que siempre la esperaría.
―Jo, tío…
Tot carraspeó. Miró para otro lado para que Leuche no viera las lágrimas a punto de desbordar en sus ojos…
―¿Sabes… sabes si funcionó? ―acertó a preguntar.
―No. Nunca lo supe. Vinieron a buscarme y me echaron la bronca del siglo… Sé que se levantó llorando y que estuvo pensando en mí unos días… pero seguramente creyó que solo fue un sueño. Acabó casándose con el mamarracho de los Cullighan… o Golligan, como diablos se llamaran… y a mí me tocó cuartucho de reflexión durante un mes.
―¿Cuartucho de reflexión? ¿Solo por un sueño?
Leuche asintió en silencio, profundamente afectado… en apariencia.
―Me dijeron que eso podía haber provocado que no se casara… y eso estaba en sus planes. ¡Pero yo no quería que se casara con ese engendro humano! ¡Tenía que haberse casado conmigo!
―Pero si tú ya estabas muerto… ―Tot hurgó en la llaga.
―¡Me da igual! ¡Estábamos enamorados! Si no hubiera sido por la maldita guerra…
Skel le alcanzó una nueva copa igualita a la que se estaba tomando él momentos antes, pero Leuche la rechazó.
―No, yo no bebo alcohol… al menos en estado espiritual.
Guardaron silencio unos instantes.
―Y tú… ¿por qué quieres bajar? ―dijo Leuche.
―Pues yo…
Pero Tot estuvo más rápido.
―Skel no quiere bajar, ¿verdad, Skel? Ya lo hablé hace tiempo con él… y quedamos en que se olvidaría del tema. Es peligroso y además se arriesga a que le encierren en el cuartucho…
―Me gustaría que fuera Skel el que respondiera, gracias ―dijo Leuche.
Skel dudó… y al mismo tiempo Leuche creyó percibir por el cuadrante correspondiente a los 120 grados de su visión panorámica a Tot negando repetidamente con la cabeza y haciendo aspavientos con las manos para que Skel no dijera la verdad. Después vio a Skel bajar los ojos y quedarse mirando fijamente el suelo. Parecía tan abatido como cuando llegó.
―No, no quiero bajar. Lo he pensado mejor.
Leuche también vio el pulgar hacia arriba que le había mostrado Tot, pero ya lo había escondido cuando se volvió a mirarle.
―Es lo mejor para todos ―afirmó Tot.
―Sí. Lo mejor… ―concedió Leuche.
Creían que podían engañarle. Inocentes…

(continuará...)

domingo, 8 de diciembre de 2013

El Ángel de la Muerte (9).

―No sé… hay algo que no me convence.
Tot removía con una cucharilla su cóctel de color verde, servido en copa de Martini y bautizado como “Ángel caído”, pensando en qué hacer con la guinda también verde: no estaba tan rica como la guinda roja, pero también merecía esperar hasta el final. Se había sentado frente a la barra de la cantina, porque de repente le había invadido un estado de ánimo un tanto extraño y no le apetecía mucho charlar sobre temas superficiales… y cuando Leuche se aproximó por su izquierda para pedir su batido de piña y coco, pronunció esas palabras de manera casual. Leuche le miró de soslayo… pensando que hablaba a otra persona.
―¿Decías…?
―El discurso de ese vejestorio. No solo ha despreciado nuestro trabajo, sino que además pretende hacernos creer que el sentido de la vida es vivir ―Tot sacudió la cabeza―. No me convence…
El batido de Leuche llegó y Tot observó cómo de repente cambiaba de color y se volvía marrón con unos chorreones de salsa de chocolate pegados al cristal.
―Es que he cambiado de idea ―dijo Leuche, sonriendo. Era un indeciso.
―Además… ¿qué puede saber él? ¿Cómo ha llegado a esa conclusión?
―Bueno… por el color de su aura y el cabello blanco, yo diría que ha vivido más que nosotros… y estuvo un tiempo acompañando a uno de los Maestros Ascendidos, según he oído por ahí. Algo debe de saber…  
―Pamplinas.
―¿Pamplinas?
―Sí, pamplinas.
―Ajá… y ¿cuál es el sentido de la vida para ti?
―Aún no lo sé. Y lo de los Maestros Ascendidos es una estupidez. ¿Ascendidos a dónde? ¿A qué? ¿No se supone que somos todos iguales?
―Vaya humor que gastamos hoy…
―No, es que es verdad… no importa adónde vayas, en todos los sitios te vienen con lecciones espirituales, que si no hagas esto, que si no hagas lo otro, que si no seas tan orgulloso, que si otra vez a reencarnarte porque tienes que aprender… ¿aprender el qué? ¿Es que no aprendo ya lo suficiente con mi trabajo, mis cursos de reciclaje y los viajes organizados a otros mundos?
―Todo eso me parece muy bien, pero ¿no te has ido un poco por las ramas? Estábamos con lo del sentido de la vida… ―Tot miró a Leuche con cara de pocos amigos. Parecía más avispado de lo que había pensado en un principio…

―Está bien. Tú también has vivido bastante, ¿no es así? Y has muerto muchas veces, por lo que pude comprobar en tu currículum… ¿Cuál es el sentido de la vida para ti?
Leuche contempló pensativo las burbujas que jugueteaban en la superficie de su batido. Era difícil decirlo. No sabía cómo lo hacían, pero los guías siempre encontraban la forma de convencerte de que debías reencarnar y pasar otra vez por todo el largo proceso que eso suponía, incluyendo el nacimiento y la muerte, para al final… al final… volver a casa y encontrar que… ¿encontrar qué? ¿Qué había aprendido él?
―La vida es como un sueño. Pero es un sueño que tienes que construir tú, hasta que ese sueño sea tan hermoso que nunca quieras despertar… que nunca quieras volver a casa.
Tot se sorprendió por esas palabras. Eran de lo más profundo que había escuchado últimamente, incluyendo la reciente conferencia. Pero aún así… dudó.
―Es como construir un edificio… un nuevo hogar, ése en el que te gustaría vivir para siempre. Al principio aprendes a hacer el cemento. Luego los ladrillos. Luego las vigas… con todo lo que eso supone. No solo es el material, también es cómo usar ese material. No solo eres el obrero, también el arquitecto ―absorto en su dulce batido, Leuche parecía inspirado―. No puedes pasar al siguiente material hasta que no dominas el primero. Y eso te puede llevar varias vidas… Según ese sueño crece, las cosas se tornan más complicadas, el trabajo es cada vez más delicado. Tienes los cristales, la grifería, la electricidad… es un edificio con muchos vecinos y todos se van apoyando unos a otros. Pero cuando dominas lo más básico, entonces la relación con las personas es también más difícil. Muchas veces el edificio (el sueño) se viene abajo, y hay que empezar desde cero otra vez. Unos abandonan la vecindad. Otros vienen. A veces aparecen goteras, otras veces una plaga en los sótanos… Pero tú siempre tienes en mente ese edificio perfecto en el que te gustaría vivir.
―¡Para, para! A ver… sigue sin tener sentido. ¿Para qué montar todo ese tinglado? ¿No lo podemos hacer aquí igual?
―¿Aquí? Aquí creas lo que deseas con solo pensarlo, ¿ves? ―en una décima de segundo su batido era ahora una ración doble de tortitas con nata, y al segundo siguiente un pastel de manzana, y al segundo siguiente un crepe relleno de dulce de leche. Finalmente volvió a ser un batido con chorreones de chocolate.
―Ya. ¿Y?
―Pues que así no apreciamos lo que tenemos. Aquí todo es plano, continuo, sin sobresaltos, hagamos lo que hagamos nos va a ir bien, puedes quedarte una eternidad pensando en las musarañas que nadie se va a alarmar ni tú te vas a preocupar de nada… pero si permaneces inmóvil, no vas a llegar nunca a ninguna parte.
―¿Y reencarnando sí?
―Si consigues construir tu sueño, habrás llegado tan alto como tú quieras. Puedes conformarte con dos o tres pisos, pero eso es fácil. O puedes descubrir que superarte a ti mismo es lo mejor que te puede pasar, por tanto, si en una ocasión conseguiste un rascacielos de 150 plantas pero resulta que se te empezó a torcer cuando ibas por la 123, tal vez la próxima quieras llegar hasta el piso 175, pero recto y con un acristalado perfecto. ¿Por qué? Porque disfrutas haciéndolo. Porque cada vez eres mejor arquitecto. Hasta que llega un momento en que quieres cambiar a un material distinto… y la Tierra ya no te sirve para construir tu sueño. Necesitas nuevos retos…


―No sé, sigo sin verlo…
―¿Has hecho alguna vez castillos de cartas?
―Sí.
―Pues es lo mismo. Si tienes buenas cartas, puedes hacer un buen castillo, siempre que te apliques y tengas paciencia y un buen pulso. Si tienes malas cartas, necesitarás algo más que buen pulso para mantener el castillo. Cuando el castillo se cae, empiezas de nuevo. Incluso puede que el castillo no se caiga, sino que lo derriben… pero no importa, porque cada vez que lo volvemos a levantar, lo hacemos mejor.
―Y así, ¿hasta cuándo?
―Hasta que te canses de hacer castillos.
―Sigo sin verle el sentido. ¿Para qué construir un castillo? ¿Para qué construir nada, sabiendo que al final siempre se va a caer? ¿Sabiendo que nunca lo vas a ver acabado?
La guinda verde ya era lo único que quedaba del cóctel, daba pena verla en el fondo de la copa tan solitaria.
―No quieres verlo acabado. Da igual si se cae o no. Lo que quieres hacer es construirlo, eso es lo único que importa. No quieres vivir en un sueño, ni tampoco en un rascacielos de 200 pisos, aunque tenga una piscina y un helipuerto en la azotea. Solo quieres vivir. Sentir que estás vivo. No me negarás que estar aquí en casa es muy aburrido... pura rutina.
Tot frunció el ceño. Había subestimado al nuevo… Ahora no podía dejar de pensar. 
Incluso se le quitaron las ganas de comerse la guinda.

(continuará...)

miércoles, 4 de diciembre de 2013

El mundo no va a cambiar (One fine day).

Es curioso cómo con los años descubres significados en las canciones que antes te habían pasado desapercibidos. Piensas que es por el idioma… algún giro lingüístico o expresión que no llegas a captar del todo, hasta que un día se te enciende la luz y dices: “Aaahh, así que se trataba de esto…”

Me acaba de pasar con esta canción de Marillion: “One fine day”. Dice más o menos que no esperes a que un buen día las cosas cambien. No lo van a hacer. Va sobre la esperanza, esa esperanza que todos tenemos y que no queremos perder, la que hace que te levantes día tras día pensando que por fin va a ser diferente… y cómo llega un momento en que ya no te quedan fuerzas para luchar, en que te conformas con dejarte llevar por la corriente, con ser uno más en la multitud enloquecida, contento de vivir y morir, sin más… Te das cuenta de que por mucho que lo intentes, nada cambia. O, como mucho, cambia para peor.

Quisiera creer que tengo un mal día y que estoy pesimista. Toda mi vida he sido pesimista. Algunos dicen: “Yo no soy pesimista, soy realista”. A mí nunca me ha gustado esa frase. Siempre he preferido creer que tengo al menos dos opciones para elegir, que puedo tener un día negro, pero al día siguiente un día brillante, que igual que puedo ser pesimista, también puedo ser optimista y ver el mundo de otra manera. Al fin y al cabo, dicen que los pensamientos positivos son buenos y que con ellos haremos un mundo mejor… aunque por muchos pensamientos positivos que tenga, yo sigo sin ver ningún cambio. Tengo comprobado que cuando intento ser optimista acabo estrellándome contra el suelo y solo gano algunas fracturas. Los tornillos no se me aflojan porque ya venían un poco flojos de fábrica. Aún así, siempre acabo mal siendo optimista. Cuando soy pesimista, tampoco gano nada… puede que como mucho alguna decepción, porque siempre me queda un reducto optimista en mi mente que espera que alguien le dé alguna sorpresa en algún momento… pero esa sorpresa raramente llega. Así que, no gano nada, pero al menos tampoco acabo descalabrada en el suelo. Al volar bajo, la hostia que te acabas dando es más suave. O menos fuerte, según se mire.

Reflexionando estos días atrás y comentando con otras personas si la vida es un juego y el mundo nuestro escenario, alguien citó unas palabras de Joseph Campbell:

“Participa alegremente en las penas del mundo.
No podemos curar al mundo de sus penas,
pero podemos elegir vivir con alegría.
Cuando hablamos sobre solucionar los problemas del mundo,
estamos llamando a la puerta equivocada.
El mundo es perfecto. Es un desastre. Siempre ha sido un desastre.
No vamos a cambiarlo.
Nuestro trabajo es enderezar nuestras propias vidas.”

“Por lo que realmente estamos viviendo es por la experiencia de la vida,
tanto el dolor como el placer.”

“El negativismo hacia el dolor y la ferocidad de la vida es el negativismo hacia la vida. No estamos allí hasta que podemos decir sí a todo ello.”

"Estar vivo es el significado."
"El privilegio de una vida es ser quien eres."


"Participate joyfully in the sorrows of the world.
We cannot cure the world of sorrows,
but we can choose to live in joy.
When we talk about settling the world's problems,
we're barking up the wrong tree.
The world is perfect. It's a mess. It has always been a mess.
We are not going to change it.
Our job is to straighten out our own lives."

"What we are really living for is the experience of life,
both the pain and the pleasure."

"Negativism to the pain and the ferocity of life is negativism to life. We are not there until we can say 'Yea' to it all."

"Being alive is the meaning."
"The privilege of a lifetime is being who you are."

Creo que estoy empezando a comprenderlo. El mundo no va a cambiar, por mucho que queramos cambiarlo y por muy optimistas que nos levantemos cada mañana. Somos nosotros los que cambiamos. Quizá hemos venido para eso, para que el mundo nos cambie, y no al contrario. Es como eso que dicen: tú vienes con unos planes, pero la vida tiene otros planes para ti. Estoy empezando a aceptar que el mundo es solo nuestro escenario, y la vida un inmenso teatro. En él representamos nuestro papel, sea cual sea. A veces nos toca hacer de buenos, y otras veces hacer de malos. A veces somos protagonistas, y otras veces secundarios. A veces ni siquiera somos secundarios, solo somos extras que venimos para figurar o hacer bulto. ¿Por qué? Pues porque somos actores y queremos salir en la película, da igual lo que nos toque. El caso es participar, el caso es estar vivos. Siempre es divertido disfrazarte. Al final, nos aplauden o nos tiran tomates. Y luego volvemos a casa y pensamos qué traje escogeremos para la próxima función.

Hay muchos que piensan que si no podemos cambiar las cosas y todo viene ya en el guión, no queda nada que hacer. Y no puedo negarlo… Tal vez aceptar que el mundo no tiene arreglo y que no va a cambiar sea una actitud derrotista. Tal vez me he resignado y he decidido dejar de luchar, pueden decir algunos… Otros piensan que si la vida es un juego y todo está ya decidido, no tiene sentido vivir. Pero yo no lo veo así. Que la vida sea un juego no te quita la responsabilidad de jugarlo según las reglas, o según tus propias reglas, hasta el final, hasta que ya no te queden más balas… No es divertido dejar la partida a medias, sobre todo cuando tu contrincante quiere seguir jugando. Ni siquiera es de caballeros, sería como hacer trampa. Otros gustan de quitarle valor a la palabra “juego” y piensan que venimos al mundo a jugar a la Oca. Pero no es la Oca. Es más parecido a Jumanji. Tan real que a veces da miedo y llegas a pensar que no es un juego.

En todo caso, no importa. Porque sea un juego o no, seamos conscientes o no, el mundo va a seguir donde está por unos miles de años, y muchos de nosotros vamos a seguir viniendo para comprobar si cambia, si no cambia, o si cambia tan lento que lo que ocurre es que necesitamos varias vidas para notar esos cambios. Yo sospecho que es esto último. Pero hablo desde mi reducto optimista. Es el mismo que en tiempos como éste, me recuerda que si ya no creo en nada, al menos debo creer en Aragorn:


"There is always hope"
(Siempre hay esperanza)


ONE FINE DAY

When we were young you used to say
things would be different
one fine day

The walls would crumble
Nations sing as one
We live in hope, 'cause so far
it hasn't come

Listening to the pouring rain
waiting for the world to change
beginning to wonder if we'll wait in vain
for one fine day

Oh, how years change the things for which we strive
A better world... or just a quiet life
What seemed so simple
is still so far away
Don't hold your breath waiting
for one fine day

Listening to the pouring rain
waiting for the world to change
beginning to wonder if we'll wait in vain
for one fine day

Life is strange
it can seem you're high and dry
Turn around
there's nothing in this world you recognise
Did we fall asleep, babe?
    Dreaming that dream, babe?   

martes, 3 de diciembre de 2013

El Ángel de la Muerte (8).

 CONFERENCIA: LA MUERTE. ¿UNA REALIDAD?

- POR EL ÁNGEL DE LA MUERTE EMÉRITO: SHÉDEL -

―Pero, entonces, ¿la muerte existe o no existe?
―Nosotros sabemos que no ―contestó el Ángel de la Muerte Shédel―. Pero no importa lo que nosotros sepamos. Resulta que tenemos una malísima costumbre, y es que cuando nos encarnamos como seres humanos olvidamos el mundo espiritual, y cuando regresamos al mundo espiritual olvidamos lo que es ser humano… Y tan imposible es comprender desde aquí el miedo atávico que el ser humano tiene a la muerte, a lo desconocido, al final de su existencia… como difícil es para un ser humano comprender que su realidad no es real, que la muerte no es real, que el dolor es solo transitorio, que sus seres queridos nunca desaparecen. Lo fácil es verlo todo desde la barrera, como lo vemos nosotros desde aquí… ahora que hemos vivido incontables vidas y experimentado incontables muertes, nos parece que vivir es un juego de niños… y lo es, pero no cuando estás dentro de esa realidad y no eres consciente de que tus sentidos te engañan constantemente.
―¿Les engañan… o quieren vivir engañados? Tienen pistas por todas partes…
―Los seres humanos buscan seguridad. Creerán lo que sea si a cambio se les ofrece esa seguridad. Y se aferrarán a esas creencias cueste lo que cueste, antes de abrir los ojos a esa otra realidad que tienen al alcance de la mano pero que implica también cierto grado de duda, porque no confían en todos sus sentidos… no les enseñan a hacerlo. Pero ésas son las reglas del juego. Porque si supieran la verdad y no tuvieran miedo, tomar decisiones sería mucho más fácil. Para poder elegir tienen que existir los opuestos. Si todo fuera tan fácil como aquí, donde todo es claro como el agua y no existe la duda, ni la incomprensión, ni el temor, ¿dónde estaría el problema? La vida dejaría de ser un desafío, dejaría de tener sentido… Los seres humanos se empeñan en buscarle un sentido a la vida, cuando el único sentido que tiene es vivirla. Y vivirla según a cada uno le dicte el corazón. Nosotros, como Ángeles de la Muerte, debemos ser conscientes en todo momento de que para muchos humanos el fin de la vida es el fin de todo… piensan que se les ha acabado el tiempo cuando en realidad no es más que un periodo de diez minutos en la eternidad que aún tienen por delante. Y aunque hayan vivido muchas vidas, siempre van a pensar que ésa es la única que han tenido y la única que van a vivir… va a costar sacarles de esa ilusión y debemos ser comprensivos y pacientes, especialmente cuando la vida les es arrebatada de manera súbita o traumática. Es entonces cuando más confusos y aturdidos estarán, pensarán que aún siguen vivos, desearán regresar a la vida mortal… y debemos empezar a considerar que un alma retenida en el astral es un fracaso de los Ángeles de la Muerte.

Un murmullo de desaprobación recorrió a la multitud de Ángeles reunidos en el claro habilitado para la celebración de la conferencia.
―¿Y qué hay del libre albedrío? ¿No es un derecho intocable de toda alma? ―se dejó oír una voz anónima.
―¿Acaso he dicho que debemos pisotear ese derecho? No… no podemos obligar a nadie, pero estamos obligados a tratar de convencerlos por todos los medios de que deben seguir adelante. Nos llegan preocupantes informes de que el astral es ahora mismo como el metro en hora punta, se está superpoblando y eso no es bueno… no hay evolución posible en el astral.
―¿No deberían ocuparse de eso los guías espirituales? ―preguntó Tot. Se hallaba sentado en la quinta fila, con varios de sus compañeros dispuestos alrededor y Leuche a su izquierda.
―Mmm… Sé de los roces que hay entre guías y Ángeles de la Muerte, pero debéis entenderlos a ellos también. Acompañar a varios humanos a lo largo de todas sus vidas es francamente extenuante, podéis creerme… Aunque lo parezca, tampoco el suyo es un trabajo fácil. Debéis aprender a cooperar con ellos. Los guías espirituales tienen muy buenas intenciones, pero no todos son expertos en manejar almas recién fallecidas ni han experimentado todo tipo de muertes. En muchos casos necesitan nuestro apoyo y consejo, pero siento que nos hemos vuelto demasiado cómodos y nos limitamos a transportar a esas almas sin ni siquiera preguntarles cómo se encuentran. Y no, no se trata de eso… creo que en algunos casos nuestra mala fama es merecida.
Otro murmullo de desaprobación recorrió a la multitud. Sin duda algunos se sintieron dolidos por tal afirmación.
Leuche tocó el brazo de Tot.
―Es cierto… No recuerdo que tú me preguntaras cómo estaba ―susurró.
―Sshhh… ―Tot puso un dedo en sus labios.
―De hecho, te burlaste de mí.
―Eso no es cierto ―Tot fingió indignación―. Simplemente me produjo un gran placer ver que te era fácil recordar… Además, intentaste agredirme, ¿o eso lo has olvidado?
―Lo intenté porque te reíste de mí. Me preguntaste si estaba calentito en la hoguera…
Tot puso cara de póker.
―¿Te molestó? Era simple curiosidad… Hace tiempo que no sé qué es sentir calor.
― Sileeencioooo ―les llamó la atención Skel desde detrás.
La respuesta no convenció a Leuche, pero calló. El Ángel de la Muerte emérito seguía hablando. Estaba resultando una conferencia muy interesante.
―Sí, no se molesten por mis comentarios, señores Ángeles… Nos hemos vuelto demasiado orgullosos con esto de que somos imprescindibles y por mucho tiempo nos tuvieron miedo. Pero eso se acabó. Somos un cuerpo de élite, y como tal debemos dar ejemplo. Debemos ofrecer un servicio de calidad, dar a la muerte la importancia que tiene y tratar a las almas recién fallecidas como merecen. Recuerden que para los humanos la muerte es real, tan real como la vida misma… a nosotros nos es difícil ponernos en su lugar, y por ello debemos recordar nuestras propias muertes… Un Ángel de la Muerte no debe olvidar nunca su naturaleza humana, aunque suene contradictorio. Por cierto, me han dicho que les diga que al finalizar la charla encontrarán a su disposición los nuevos manuales de intervención para que los estudien y empiecen a ponerlos en práctica en sus próximas salidas. Deberán presentar informes periódicamente y serán evaluados para detectar errores y subsanarlos en el futuro. 
Alguien levantó la mano.
―Respecto a esto de ofrecer mejor servicio… ¿no sería mejor que hubiese ampliación de plantilla para que no tuviésemos que ocuparnos de más de un alma? Sobre todo en situaciones de emergencia, que es cuando más se necesita...
―Creo que los superiores están trabajando en ello, pero hay que tener paciencia… Como sabéis dedicarse a la muerte no está bien visto, ni en la Tierra ni en el mundo espiritual. Es nuestra cruz… gajes del oficio, muchachos. Aquí la muerte no existe… y en la Tierra solo pretenden ignorarla. Por mucho que les expliques que no puede haber luz sin oscuridad, bien sin mal, blanco sin negro, vida sin muerte… no lo entienden ―Shédel sacudió la cabeza con tristeza―. No lo entienden…
Se hizo el silencio y los asistentes a la conferencia esperaron, sin saber si el Ángel de la Muerte emérito había acabado o no. De pronto les miró fijamente con fuego en sus ojos.
―¿A qué esperan? ¡Tienen trabajo ahí fuera! ¡Sigan haciendo que me sienta orgulloso de ustedes! ¡¡Hasta la muerte y más allá…!!


Los Ángeles de la Muerte se miraron entre ellos y rompieron en aplausos y ovaciones al conferenciante. Nada les gustaba más que escuchar su lema y sentir la pasión y el orgullo por lo que hacían en sus corazones (o lo que fuera que tuvieran en lugar de corazón). Una descarga de energía irrumpía en el centro de su ser y percibían cómo se hinchaban sus cuerpos espirituales y adquirían un color dorado. Era una sensación indescriptible… Y solo ellos sabían todo lo que habían tenido que pasar para llegar hasta allí.

(continuará...)

viernes, 29 de noviembre de 2013

El Ángel de la Muerte (7).

―¡Llego tarde! ¡Abran paso!
El pasillo parecía abarrotado de funcionarios y cuando tenías prisa siempre pasaba igual, todo el mundo se interponía entre tú y tu destino. Era su primer día de trabajo y no quería llegar tarde. El joven esquivó a una mujer que iba leyendo unos papeles, al de la máquina del café, al que repartía los utensilios de oficina, y a uno que llevaba su misma dirección pero a paso de caracol. Los adelantó a todos, torció a la izquierda, luego a la derecha, y por fin, allí estaba: la puerta donde ponía “Ángel de la Muerte nº 3176-80”. Pero al intentar abrirla se llevó una decepción: estaba cerrada. Cogió un poco de aire y luego miró su reloj: pasaban cinco minutos de la hora establecida. Suspiró aliviado. Por un lado eso significaba que no era el único que llevaba tarde. Por otro… ¿dónde se habría metido su futuro compañero?
Oyó unos pies arrastrando por el pasillo y un silbido que poco a poco se fue acercando, hasta que vio aparecer por el recodo al joven que acababa de adelantar. Se situó justo enfrente de la puerta y le vio hurgar en el bolsillo con una mano, y mientras abría la cerradura de la oficina le miró de reojo.
―Buenos días ―dijo.
―Buenos días ―respondió.
El joven entró dejando la puerta abierta tras de sí, dejando al otro joven sin saber qué hacer.
―¿Vas a entrar o no?
El joven musitó algo y finalmente se decidió, y permaneció de pie en el medio de la habitación mientras Tot se acomodaba en su silla detrás del escritorio.
―¿Cómo te llamas?
―Leuche.
―Bien, Leuche, antes de nada, deja que te diga un par de cosas: primero, el tiempo no existe en esta dimensión. Así que es imposible llegar tarde. ¿Ves? ―Tot señaló el reloj de pared que había a la izquierda de la puerta. La aguja larga señalaba en punto―. Y segundo: pensé que ya te habrías dado cuenta de que no hace falta que esquives a la gente, puedes atravesarlos sin más… Es una sensación un poco rara, pero te acostumbras…
Leuche sonrió levemente. Lo sabía. Pero es que hacía tan poco desde su última encarnación que aún andaba un poco desorientado. Y casi sin darle tiempo a pestañear le habían dicho que se presentara en el departamento de los Ángeles de la Muerte. Eso eran palabras mayores.
Tot no le dio tiempo a contestar.
―Ah, y una tercera cosa: ¿qué haces aquí?
―Me han enviado aquí… para probar y si me gusta unirme a los Ángeles de la Muerte. Pensé que habrían avisado…
―Qué va… esto es un caos… Pero no te quedes ahí, siéntate. Parece que ésta va a ser tu casa de momento…
Leuche se acomodó en el asiento y dejó en una esquina de la mesa los papeles que traía consigo, pues aún no había tenido tiempo de guardarlos en su vivienda. Echó un rápido vistazo al cuchitril en el que se encontraban… le pareció increíble que en ese pequeño despacho hasta cinco Ángeles de la Muerte tuvieran que trabajar juntos.
―¿Te gusta? ―le preguntó Tot.

―Bueno… la verdad es que casi esperaba ver el techo lleno de lápices como la oficina de Fox Mulder, es casi tan oscura, por ahí se dice que sois tipos raros y que también deberíais estar en el sótano, como él, pero tampoco puedo decir que me haya decepcionado…
―¿Fox Mulder?
―¡Oh…! Tal vez no lo conozcas… era una serie de televisión de los años noventa… del siglo XX.
―Sí, sí lo conozco… ―murmuró Tot, entrecerrando los ojos. Este chico comentaba eso porque aún no conocía su ejército de soldaditos de plástico… tal vez algún día le dejaría jugar con ellos… si llegaba a merecérselo, claro―. ¿Es éste tu currículum? ―señaló con la cabeza los papeles que había dejado Leuche en la esquina de la mesa.
―Sí.
―Mmm…
―Pero no puedes verlo, es privado…
―Mmm… ―de pronto miró a la puerta, fingiendo sorpresa. Engañado, Leuche giró su cabeza hacia la puerta, esperando ver aparecer a alguien, momento que Tot aprovechó para echar un rápido vistazo sin que apenas se diera cuenta. Sí. Apenas…
―¡Hey! ¡Se supone que es privado!
Tot sonrió maliciosamente. Antes de que pudiera leer más, Leuche los envolvió mentalmente con un escudo de energía azul y los hizo desaparecer de la vista.
―Así que… 1674 muertes violentas, 1432 asesinatos, 546 muertes por enfermedad, 230 suicidios. No está mal… De esas 1674 muertes violentas, 346 han sido por reyertas, 452 en el campo de batalla, 156 ahorcamientos, 302 víctima indefensa, 138 en accidentes, y alguna que otra en la hoguera…
Al oír la palabra hoguera Leuche se estremeció. La última muerte aún estaba muy reciente y no podía pensar mucho en ello o volvía a notar el fuego en su piel… Un momento, ahora lo recordaba… ¡era él! Tot era el que había ido a recogerle después de muerto... Casi sin darse cuenta su cuerpo adoptó la forma que había tenido en su última vida… la camisa llena de jirones y de sudor se volvía a pegar a su pecho y sentía el agua chorrear por sus dedos en su último intento de borrar las manchas de sangre que le delataban… Cuando Tot le vio dio un salto en la silla y se llevó la mano al pecho.
―¡Por Lucifer! ¡No me des estos sustos!
En una décima de segundo Leuche adoptó su apariencia habitual, aquella con la que se sentía más cómodo, aunque algunos lo consideraban un poco anticuado: la apariencia de un ser humano alto, algo desgarbado, de unos treinta años, con el pelo rizado y castaño cayéndole sobre sus hombros. Le gustaban las botas altas y la levita, y a veces incluso llevaba sombrero.
―Eso está mejor… ―y de pronto la luz se hizo en su mente―. ¿Así que tú eras…? ¡Oh! ―hizo un gesto de consternación―. Lo siento, las historias se me olvidan de un día para otro, pero eso sí, tu final fue apoteósico. Y para mí un auténtico placer… creo que no he visto nunca nada igual…
Y mientras Tot quedaba pensativo, reviviendo en su mente cómo el cuerpo de la última vida de su futuro compañero era consumido por el fuego, Leuche pudo percibir en la profundidad del alma del Tot una extraña sensación de familiaridad.
―Creo que nos conocemos de antes… ―dijo, con voz algo lejana.
―Sí, bueno… eso es algo común por aquí ―respondió Tot, restándole importancia al asunto. Además, él no le recordaba de nada…―. Deberíamos hablar de tu uniforme. Está claro que así no puedes venir a trabajar. Por cierto, dijiste que estás de prueba, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo te han dado?
―¿No decías que aquí el tiempo no existe?
―Sí, bueno... es para tener una idea... Costumbres humanas, ya sabes, es difícil deshacerse de ellas...
―Un par de meses. ¿Y cuál es el uniforme? ¿El de la pared?
Leuche se refería al del póster que había detrás de la silla de Tot. El clásico de la capa, la capucha y la guadaña. Tot rió.
―No, ese no… por fortuna. Yo no llegué a verlo, pero me han contado que antes era bastante cómico cuando se presentaban todos los Ángeles a primera hora para que les asignaran sus tareas y hacían cola frente a la oficina del Gerente. Eso por no mencionar lo incómodo que era llevar las guadañas a todas partes. Porque no nos pueden hacer daño, sino más de uno llevaría un brazo postizo… No, ahora llevamos éste ―Tot hizo el cambio mentalmente y en un abrir y cerrar de ojos apareció con los pantalones grises y la camiseta negra con el bolsillo bordado―. Es aburrido. Pero más práctico. ¿Y podría preguntar por qué quieres ser Ángel de la Muerte?


Leuche frunció el ceño, mientras echaba otro vistazo a la austera oficina, tan vacía de colorido y fantasía. Utilitaria. Completamente utilitaria. No parecía muy convencido de querer quedarse.
―Pues la verdad es que me enviaron aquí… y no sé muy bien por qué. ¿A ti también te enviaron?
Tot sonrió.
―No exactamente…
“Yo me lo gané”, pensó para sí mismo. ¡Ups! ¡Se olvidó de la telepatía! Por suerte Leuche parecía demasiado ensimismado como para haberlo escuchado. Sin embargo él sí que oyó fuerte y claro a su entrometido guía diciendo “No seas tan orgulloso…”
“Sal de mi cabeza. Ahora”.

Ya no escuchó nada más. 

(continuará...)

lunes, 11 de noviembre de 2013

El Ángel de la Muerte (6): Burning down.

Una gota de sudor resbaló por su frente. Acuclillado en el suelo, en el rincón más apartado de la puerta, agudizó el oído. Por fin llegaba el amanecer. Una tímida claridad grisácea comenzaba a colarse por las ranuras que dejaba la madera con la que estaba construido el granero. Olía a heno, y el polvo flotaba en el ambiente. Nada había roto el silencio aún, más que los crujidos, el canto de un gallo, y algún que otro zumbido de insecto sin identificar. Si había logrado pegar ojo, no era capaz de recordarlo. La necesidad de permanecer alerta le había hecho olvidar hasta el rugido en su estómago: el hambre y la sed se habían hecho secundarios cuando lo que estaba en juego era su vida.

¿Qué iba a hacer ahora? ¿A dónde dirigirse? Ya se había deshecho de la mayor parte de sus ropas ensangrentadas, solo le quedaba la camisa, pero no tenía nada con que sustituirla. El agua había eliminado los restos de su rostro y cabello, pero aún quedaban costras adheridas en la piel de su manos y por mucho que frotaba no desaparecía el tinte rojizo. El ladrido de los perros le había obligado a correr de nuevo y no había podido dar por finalizada la tarea en el riachuelo. Confiaba que a los vecinos les había pasado desapercibido el deambular de un extraño ya pasado el ocaso. Tenía comprobado que el comportamiento habitual en estos casos era bajar la cabeza y apretar el paso, no fuera que solo por mirarle a los ojos, el Diablo les robara el alma.

Estaba agotado… pero los latidos de su corazón no se habían hecho más lentos ni más débiles. Contaba los segundos que le acercaban a la huida, moverse siempre traía más esperanza que quedarse quieto. Calculaba que en un par de días podía estar cerca de la frontera… cerca de la libertad.

Entonces la oyó. Una voz, clara y contundente, como una orden. Golpes de madera contra madera en la entrada, hacia donde se dirigió de un salto preguntándose qué ocurría. De pronto, martillazos repetidos que le retumbaban en los tímpanos… y más voces, muchas voces de hombres y mujeres, algunas al otro lado de la pared, otras más lejanas, pero entre ellas se distinguían con claridad las palabras “asesino” y “monstruo”. La sangre se le heló en las venas.

Corrió a la parte trasera, cerca del montón de paja donde había pasado la noche. Ahí el ventanuco no estaba muy alto y podría alcanzarlo con una escalera... tenía que haber alguna en algún lugar. Ahora ésa era la única salida… no estaba seguro de que su corpulencia le permitiera pasar por ella, pero tenía que intentarlo. Antes de llegar escuchó el sonido del cristal rompiéndose en mil pedazos, y cuando consiguió llegar vio la tea encendida caer desde lo alto y prender en la misma paja que se iba a convertir en su lecho de muerte. Se detuvo en seco y sintió cómo el sudor frío bañaba todo su cuerpo. Una escalera, ¿dónde había una escalera? Pero las llamas ya eran altas y no podría atravesarlas sin quemarse... No había agua. Ni tan siquiera una manta con la que sofocar el fuego. Las herramientas esparcidas por el granero no le servían de nada, no podría echar la puerta abajo con ellas... y aun si eso fuera posible, caería en manos de la turba enloquecida que le matarían en el acto. No llegaba al ventanuco... tuvo que esquivar otra tea que casi le deja sin cara. Derrotado, las lágrimas acudieron a sus ojos y allí permanecieron, al mismo tiempo que toda su vida se volvía borrosa y la impotencia acababa con sus últimas esperanzas. Cayó de rodillas y decidió que no iba a luchar más.

Atrapado. Había quedado atrapado por su propia estupidez. El fuego no tardó en extenderse por todo el almacén, no faltaron las teas que lo alimentaron ni el combustible para arder. Imposible escapar… mucho menos cuando ya había perdido la voluntad de vivir. Los dedos del asfixiante humo pronto comenzaron a cerrarse alrededor de su garganta, al tiempo que las lenguas rojas empezaban a lamer y chamuscar su piel… No le importaba… no demasiado. Su tediosa e insignificante vida llegaba a su fin. Nadie a quien recordar en sus últimos momentos, nadie que le recordaría a él una vez muerto. Una historia que ni siquiera merecía ser contada.

Todo se volvió negro.


Las toses le sorprendieron. Las toses… y sobre todo, la ausencia de dolor. Aún quedaba un poco de fuego en el centro del granero, y la muchedumbre estaba impaciente por que destruyeran la estructura de una vez (o lo que quedaba de ella), pero el calor les impedía acercarse y de todos modos las autoridades locales ya habían llegado también, apartando a la gente y tratando de tranquilizarla. ¿Pero qué había ocurrido? Si él estaba fuera… ¿a quién seguían buscando ahí dentro?
Una sombra surgió del humo, haciendo un movimiento con la mano para apartarlo. Se acercó a él con ojos brillantes y una sonrisa de fascinación en sus labios.
―¡Impresionante...! Siempre he querido ver un fuego desde dentro… mira tú por dónde hoy se me ha cumplido un sueño.
El asesino… o más bien, supuesto asesino… bueno, para ser totalmente exactos, el ex-supuesto asesino, giró su cabeza hacia la izquierda intentando localizar a la persona con la que hablaba este extraño sujeto que no conocía de nada. Llevaba unos pantalones de color gris oscuro y una camiseta negra con un dibujo bordado en el bolsillo superior izquierdo con lo que parecía un ángel oscuro con alas negras. Los colores del dibujo eran brillantes y parecían cambiar según les diera la luz del sol, como un holograma. No… era mejor que un holograma. 
―¿Qué? ¿Se estaba calentito ahí dentro?
¿Le estaba mirando a él? ¿Y se estaba burlando?
El puño que le lanzó le atravesó y perdió el equilibrio. Estuvo a punto de caer. Un momento, ¿qué había sido eso?
―¡Ja ja ja ja! Ya lo que me faltaba, ahora voy a tener que cobrar un plus por peligrosidad… ―rió Tot―. Veamos, deja que te cuente… A partir de ahora ya no puedes usar la violencia. Ya puedes ir aprendiendo otras formas de hacer las cosas.
El hombre le miró confuso. Y de pronto la luz se hizo en su mente.
―Un momento… ¿estoy muerto?
―¡Ja ja ja ja! ―aquél día Tot se había despertado risueño―. No está mal… no ha hecho falta que te lo diga yo. ¿Quieres ver tu cadáver?
Pareció pensárselo un segundo. Miró al granero y a toda la gente queriendo comprobar que había muerto de verdad y le dio pereza. Y pareció recordar enseguida… extraño, teniendo en cuenta los últimos casos que había tenido que llevar.
―No. Ya lo he visto antes. En numerosas ocasiones. También quemado.
―¿Alguien de quien quieras despedirte? ¿Un último deseo antes de comenzar la ascensión?
Negó con la cabeza.
―Creo que estarán contentos de perderme de vista.
Tot asintió en silencio, con mirada grave y ahora más seria. Sabía lo que era eso.
―Bien. Entonces, en marcha.

(continuará...)


BURNING DOWN

So this house is now on fire 
Let me warm myself 
The flames no longer burn me 
There's no danger to my health 
I can see the falling cinders,
making ghosts upon the ground 

This place is the story of my life, 
and I see it, I see it burning down!

Not much time left now, 
before my final bow 
I'll let the fires rage, 
so I can clear the stage 
I need to purify if I am going to rise 
Into a different place - into a different state

This place is the story of my life, 
and I see it, I see it burning down!

Not much time left now 
before my final bow 
So I must clear my head on any doubt or dread 
I need to sanitise if I am going to rise 
Into a different place - into a different state

All signs are gone now of my previous existence 
All signs are gone now of my relevance significance of worth

When this fire is truly over, 
there is nothing to be found 
This place is the story of my life,
 and I see it, I see it burning down!

All signs are gone now of my previous existence 
All signs are gone now of my relevance significance of worth 
All signs are gone now of my tedious existence 
All signs are gone now of my innocence my childhood or my birth 
All signs are gone now of my previous existence 
All signs are gone now of my presence here or consequence on earth

domingo, 10 de noviembre de 2013

El Ángel de la Muerte (5).

Después del baño de sangre y la correspondiente limpieza energética, Tot necesitó de un largo descanso en la pradera. Hizo que la hierba brillara con un fulgor verde especial y añadió tres o cuatro familias más de flores de varios colores: amarillas, rojas, azules, y moradas, que era su color favorito. Y luego hizo aparecer un helado de cuatro bolas también todas diferentes, con dos galletas, un barquillo de chocolate, salsa de caramelo, cacahuetes de colores… y, por supuesto, una gran guinda. Las guindas le hacían sonreír. Recordaba una vida en la que de niño los helados siempre tenían guinda. Las dejaba para lo último porque era lo que más le gustaba… no entendía cómo algunos no se la comían. Luego, cuando se hizo mayor, la guinda desapareció misteriosamente de todos los helados. Y cuando encontraba alguna en otro tipo de pasteles, no sabían igual… Quizá las guindas eran lo mismo que la ilusión.

También había pensado inclinarse por algo más convencional y prepararse un whiskey doble… pero eso le recordaba su vida en la que se había hecho alcohólico y había muerto de cirrosis hepática, y no pretendía deprimirse aún más de lo que ya estaba, sino todo lo contrario. Suspiró. Aunque había estado algo mejor de lo que esperaba, aún había imágenes que le costaba borrar de su mente. No entendía del todo por qué… aquellos desgraciados seguían vivos después de todo, así que ¿qué había que lamentar? Bueno, sí, a pesar de las conversaciones con su guía espiritual sobre la maldad, aún había algo que se le atragantaba: la crueldad humana no tenía límites. Ahora sabía que no podía cambiarla… pero eso le había llevado miles de años comprenderlo.

Eso sí, los Ángeles de la Muerte en formación minutos antes de la batalla, serenos y concentrando toda su fuerza, había sido digno de contemplar. Se había sentido orgulloso de estar allí, de formar parte de un gran ejército. Trabajar solo era algo aburrido. Pero aquello había sido distinto. Skel no se había parado a describir la increíble sensación de compañerismo que les unía en aquellos momentos. Sabían lo que tenían que hacer, sabían de la importancia de su trabajo cuando el caos, la destrucción y la locura iban a hacerse dueños de aquel pedazo de tierra castigada una vez más por la ceguera humana. Si no fuera por ellos, aquello sí que se convertiría en un auténtico infierno, tanto para los vivos como para los muertos.

Y sin embargo, su trabajo no gozaba de mucha popularidad. Ellos siempre eran los malos y los demás eran los buenos. ¿Qué pasaba cuando un Ángel de la Vida se presentaba en un campo de batalla? Que los humanos pensaban que había sido “una señal de los cielos” y que les habían ayudado a vencer. ¿Qué pasaba cuando aparecían ellos? Que habían venido los demonios para llevarse a los caídos al infierno… Claro, como los Ángeles de la Vida llevaban un halo de luz brillante, ya todos creían que eran los salvadores y que habían sido enviados por el mismo Dios. Ellos, como vestían ropas oscuras para pasar más desapercibidos, solo venían a hacer el mal… Ironías de la vida. No, ironía no, pura injusticia más bien. O ignorancia. Cómo le hastiaba tanta ignorancia… Nadie se daba cuenta de que eran ellos los que hacían el trabajo más difícil. Todo lo relacionado con la muerte era espantoso y desagradable. A excepción de los egipcios y alguna que otra cultura antigua, no recordaba a ningún grupo antropológico que supiera realmente lo que era la muerte y por qué se debía considerar algo sagrado. Él y todos los Ángeles de la Muerte lo habían visto con sus propios ojos, porque así estaba en el reglamento. Por eso habían vivido cientos de vidas en los que la muerte había sido la protagonista. Había muerto de todas las formas posibles… pero eso no era nada especial, todos los humanos sufrían todo tipo de muertes, era cuestión de estadística. Lo que les hacía diferentes era que además de dedicarse a tareas relacionadas directamente con la muerte, también habían sido víctimas, y, por supuesto, los ejecutores en infinitas ocasiones: habían sido médicos, sacerdotes, oficiantes de misas negras, brujos, chamanes, enfermeros y enfermeras, plañideras, empleados del servicio funerario, albéitares, matronas, taxidermistas… pero también matarifes, verdugos, pescaderos, soldados, miembros del pelotón de fusilamiento, cocineros (hervir vivos a ciertos animales era una experiencia prácticamente reservada solo a ellos), espectadores en el corredor de la muerte, romanos en espectáculos de gladiadores, toreros, asesinos múltiples, homicidas, suicidas, coleccionistas de insectos, cazadores… La muerte estaba sobrevalorada en el mundo físico, eso era cierto. Luego, cuando estabas en el otro lado, la muerte era lo más normal del mundo y te convertías en un mindundi. Era una buena lección de humildad. Era como: “¡¡Dios!! ¡¡La MUERTE!! Que a todos se nos lleva, el final para todos, la muerte llena de sufrimiento, la que iguala a todos los hombres… ¿Por qué, Dios, tiene que existir la muerte? ¿Por qué eres tan cruel? ¿Por qué permites que existan todos estos asesinos que se llevan a nuestros hijos?” Y luego, al morir, decías: “Bah… ¿y esto es la muerte? Pues vaya… tanto tiempo esperando para esto…” Y nadie quería dedicarse a ello porque se consideraba una tarea “indigna” comparada con las oportunidades que te ofrecía el mundo espiritual…


Pues no, no era así. A pesar de no existir, la muerte era lo más importante en la vida humana. Por desgracia, ningún ser humano está preparado para hacer la transición como se debería… aprender a hacerlo con serenidad requería algunos cientos de vidas, él había pasado por ello. Aprender a convivir con la muerte y los moribundos, requería otros cientos de vidas, igual que aprender a aceptar que te estás muriendo, aprender los mecanismos de la muerte, aprender la compasión cuando la vida de un enemigo está a tu merced, aprender a dispensar la muerte con justicia, aprender y aprender… Había comprobado que se aprendía mucho más deprisa cuando jugabas el papel de malo. Morir no es difícil. Que te maten es un poco más complicado. Pero matar y luego vivir con ello para toda la eternidad era para nota. Por algo siempre había necesitado descansos más prolongados después de sus vidas de asesino. Pero si elegías con frecuencia este tipo de vidas empezabas a crear una oscura reputación entre las almas más jóvenes que te veían como una especie de sádico, a pesar de que en la escuela no cesaran de repetirles que la maldad y la bondad solo eran producto de la ignorancia humana. Claro que por mucho que te lo dijeran en las clases espirituales, no era lo mismo vivirlo en primera persona. Y no era suficiente con vivirlo una vez... Y por eso muchos acababan siendo guías espirituales en lugar de Ángeles de la Muerte. Por supuesto, “qué buenos son los guías espirituales”, “los seres de luz que vienen a protegerte y a guiarte”… Les confundían con los verdaderos Ángeles que a veces incluso se habían manifestado para protestar por la suplantación de identidad… Ellos se llevaban toda la fama mientras que eran los Ángeles de la Muerte los que hacían el trabajo sucio, siempre en silencio y sin ninguna alabanza… porque la muerte no existe, claro. Ésa era la razón por la que cada alma tenía tres o más guías espirituales, mientras que en su departamento siempre andaban escasos de personal y a veces tenían que ocuparse de dos y hasta tres almas a la vez. Porque había que tener un par para ser Ángel de la Muerte.

Tot sonrío con ironía y algo de tristeza. Pero ¿qué podía hacer? En la Tierra, parecía mentira que la única diferencia entre el conocimiento y la ignorancia era el cerebro. En el Cielo, la ignorancia seguía siendo patente entre algunos sectores. Pero aún no había encontrado cuál era el órgano de la sabiduría... si es que tenían algún órgano en las entrañas.

“La experiencia”, susurró la voz de su guía en su cabeza.
“No recuerdo haberte llamado”, pensó Tot. “Sal de mi cabeza ahora mismo”.

Y se comió la guinda del helado. 

(continuará...)       

sábado, 9 de noviembre de 2013

El Ángel de la Muerte (4).

“Que no me preocupe, que no me preocupe…”

¿Cómo no iba a preocuparse? Aquello iba a ser una locura. Después de la reunión, se sentía aún más inquieto, y decidió ir a los Archivos… aunque no sabía muy bien para qué. Todos los puestos estaban ocupados, así que tuvo que esperar hasta la tarde para reservar sus dos horas… la espera se le hizo eterna y el nudo en su estómago (o lo que fuera que tenía ahora en lugar de estómago) fue creciendo según el tiempo pasaba.

No quería recordar… ya había pasado por eso más veces de las que jamás hubiese deseado, por algo había llegado hasta donde había llegado, y ahora podía dedicarse a otras cosas antes de decidir si volvía o no a encarnar. Había aspectos de la vida humana que echaba de menos, no lo podía negar: sentir la brisa en su rostro, contemplar la lluvia caer desde la ventana, escuchar la risa de sus hijos, degustar un buen pastel de chocolate, nadar en el agua del mar (a pesar de haber muerto ahogado en varias ocasiones), la música clásica, la versiones rockeras de música clásica… Sí, en su tiempo libre se reunía con sus amigos y evocaban continuamente los viejos tiempos, y las creaciones que conseguían desplegar frente a ellos se aproximaban mucho a la realidad terrestre, pero no era lo mismo. La densidad de la naturaleza humana era la ideal para experimentar la vida en la Tierra. Lógico. Para eso habían sido creados los mundos… o eso le habían dicho. Sin embargo, si fuera por él, dejaba solo los placeres de la carne y eliminaba los sufrimientos y las penurias que siempre iban aparejados a una estancia terrenal, por breve que fuera… Sí, la Tierra era una escuela y se iba para aprender y todos esos rollos, lo que tú quieras, pero ¿no podían cambiar las reglas, aunque solo fuera por una vez?

La imagen de su guía espiritual apareció en su mente, y fuera por su culpa o no, la sonrisa desapareció de su rostro y un súbito flash se dibujó en su memoria: el fogonazo de una carabina, las botas hundiéndose en el barro y en la sangre de sus enemigos, sus hombres rematando a los caídos en el suelo, el fuego, la muerte, la destrucción... por muy atrás que hubiesen quedado, nunca desaparecían del todo. No hacía falta ir a los Registros para poder oler de nuevo la pólvora en el ambiente. Por suerte, eso no pasaba en todas las vidas. Pero había dicho “Una y no más” y luego se encontró que las guerras seguían sucediéndose una tras otra. Había visto cómo las esperanzas de paz se desvanecían de centuria en centuria,  y cómo las revoluciones se repetían una y otra vez, y no importaba cuántos dejaran sus vidas en ellas, al final los nietos tenían que levantarse en armas de nuevo para no ser pisoteados. Hasta que un día comprendió que el mundo no iba a cambiar. Eran ellos los que cambiaban. Pero el mundo siempre seguiría siendo lo que era: el lugar donde las almas aprendían a ser humanos… y a ser más humanos.

Se sentía tremendamente cansado. Exhausto, más bien. El peso de tantas vidas vividas se hacía con frecuencia casi insoportable. Se sentía tan cansado que pidió a su guía que le acompañara en esta visita a los Registros. Lo había hecho solo en muchas ocasiones, pero esta vez las fuerzas parecían haberle abandonado. Algunos acontecimientos aún estaban demasiado recientes (decían que el tiempo no existía en el más allá… una leche, no existía. Existía, pero era todo en uno, sin orden ni concierto... las vidas no podían ir una detrás de otra, no, y si no aprendías a controlar el flujo de información, era como un bloque de cemento de trescientas toneladas cayéndote en la cabeza y hundiéndote hasta el cuello en el pavimento). Y en los Registros no solo ibas a ver escenas… esas escenas siempre iban acompañadas de terribles sensaciones tan reales como la vida misma. Sospechaba que por eso tenían correas en los asientos, para que no huyeras corriendo.


No, lo de las correas era invención suya. Pero era así como te sentías porque la primera vez que te conducían ahí después de muerto no te podías apenas mover de lo petrificado que te quedabas… por lo que veías y experimentabas otra vez, y por el miedo que te producía saber que después de eso tenías que visitar al Consejo. Para eso estaban los guías… para vigilarte. Bueno, lo mismo que él hacía ahora con los recién fallecidos, sonrió para sus adentros. Una vez libre de la confusión era todo más fácil... a veces.
Su guía ya estaba tardando. Pero al fin apareció y juntos se dirigieron a las salas de proyección.
―Así que crees que te vigilo, ¿no? ―dijo.
―Oye, ¿quién te manda leer mis pensamientos cuando yo no te doy permiso?
―Ya me diste permiso, ¿no te acuerdas?
―Bueno, pues ahora te lo deniego.
―¿No querías mi ayuda?
―No, ya no la quiero… ―enseguida se arrepintió de sus palabras. Y añadió, en un tono más sumiso y cada vez más y más bajo: ―Bueno, sí, la quiero… No me gusta…
―¿Pedir ayuda? ¿Y crees que no lo sé? ¿Después de tantos años trabajando contigo? ¿Crees que no sé lo testarudo, individualista, orgulloso y… perspicaz que eres?
―Perspicaz es bueno, ¿no?
―Depende.
―¿Depende?
―Vamos a ver, Tot, no querías que viniese para una de nuestras interminables discusiones sobre lo que es bueno y lo que es malo, ¿no?

Tot hizo un sonido intraducible de resignación y no dijo nada. Miró de soslayo a su guía según se desplazaban. No podía ocultar nada al maldito… bueno, en realidad no podía ocultar nada a nadie en el mundo espiritual, era una de las cosillas que tenía estar en el mundo espiritual… Sintió enrojecer cuando su guía le traspasó con la mirada y leyó en la profundidad de su alma… de manera literal. Lo hacía constantemente, y aún no se acababa de acostumbrar... No le gustaba hablar de sentimientos. No, señor. Aún no sabía cómo diablos expresar sus sentimientos, mucho menos cuando se trataba de algo que le producía miedo y le avergonzaba. A pesar de ello, agradecía la compañía de su guía. Sabía que él también lo había pasado mal siendo ignorado durante tanto tiempo. En silencio le condujo hasta su puesto de trabajo y le explicó la situación sin palabras. Solo sentimientos. Así le resultaba más fácil, y le daba la impresión de que su guía le comprendía mejor. Tantos años en la Tierra (milenios)… y sabía que un día tendría que volver porque había muchas cosas que aún le quedaban por aprender.

De ese modo, sin palabras, Tot le contó en qué iba a consistir su próxima misión, y le confesó que estaba muy preocupado… no solo preocupado, estaba aterrorizado, no solo por cómo iba a desempeñar su trabajo, sino cómo iba a enfrentarse a tantos recuerdos y a tantas sensaciones que presenciar una batalla como ésa le iba a producir en su alma. En la sesión preparatoria les habían aconsejado hacer una aproximación paulatina a esos estímulos, para minimizar el impacto psicológico que sobrevendría después, y por eso había decidido revivir uno de sus finales más tristes y sangrientos. Aunque hubiesen visto y vivido lo indecible, y aunque las emociones sin duda se manejaban de otra forma una vez liberados de sus cuerpos materiales, era como sumergirse de nuevo en un mar embravecido donde las emociones de los que sí estaban vivos iban a mezclarse con ellos. La energía que se creaba en un campo de batalla tenía tal fuerza que era imposible escapar a la marea. Los iba a arrastrar a todos igual que haría un tsunami en una isla. Cuando morías en un campo de batalla, eras consciente de tu miedo y tu dolor, luchabas por tu vida y junto a ti caían docenas de soldados que ni siquiera conocías. Cuando acudías a un campo de batalla como Ángel de la Muerte, no solo eras consciente del dolor de un ser humano, sino del dolor de todas esas almas perdidas que ahora se habían convertido en tus hermanos, fueran del lado que fueran. Eras mucho más consciente de la insignificancia de las vidas humanas, pero también comprendías mucho mejor el enorme apego que esas pobres almas sentían por sus cuerpos físicos y el sufrimiento que suponía dejar la Tierra en esas circunstancias… Los Ángeles lo sabían por experiencia, o no estarían donde estaban.

Ayudar a morir no era nada fácil a veces. Tot tenía buenas razones para estar preocupado. Pero era el trabajo que había elegido… el trabajo para el que se había preparado.

(continuará...)
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