martes, 24 de noviembre de 2015

El Ángel de la Muerte (30).

[En capítulos anteriores: El Ángel de la Muerte (29)].

—Pues no lo voy a hacer —dijo Tot.
La puerta del despacho se había incrustado contra la pared del fuerte mamporro que le había propinado Tot al entrar, sobresaltando a Leuche. Por una vez este había llegado temprano a trabajar y se puso recto en la silla frente al segundo ordenador, el que compartía con los demás Ángeles de la Muerte de la oficina nº 3176-80, algo anticuado en relación al de Tot.
­—Que no vas a hacer... ¿el qué? —preguntó Leuche soltando el ratón disimuladamente y mirándole con una sonrisa y fingido interés.
—No voy a buscar criaturas de ningún tipo al astral. Estoy harto de tener que ocuparme de misiones que no nos corresponden. ¿Dónde están los Ángeles del Infierno? ¿Dónde están los Ángeles de la Guarda Nocturna?
­—Hmm... creo recordar que los Ángeles del Infierno fueron enviados a reencarnar y lo último que se sabía de ellos es que estaban siendo perseguidos por la justicia humana. Y los Ángeles de la Guarda Nocturna... ¿de veras crees que están cualificados para tratar con criaturas del astral? ¿No se ocupaban de bebés humanos?
Tot se quedó distraído y no dijo nada por un instante, como si no le hubiera oído. Leuche aprovechó para mover lentamente su mano hacia el ratón, pero de pronto Tot se volvió hacia él. Parecía seguir a su bola.
—Me da igual lo que diga Gehirn. Ya nos castigó suficientemente obligándonos a colaborar con ese Departamento de cuyo nombre no me quiero acordar. Ya le demostramos de qué madera estamos hechos, y estoy harto de que aquí los Ángeles de la Muerte seamos los únicos que valemos igual para un roto que para un descosido. Claro, como se supone que somos los que más sabemos de la muerte, somos también los que mejor nos movemos por el astral, pero si necesitan a gente que sepa moverse en el astral, que organicen los cursos de formación necesarios, ¡nosotros ya tenemos nuestro trabajo! ¡Y si andamos escasos de personal no podemos estar haciendo el trabajo de otros! ¿Tú qué dices?
Leuche tenía la mirada fija en la pantalla y tardó en contestar. Lo hizo en cuanto reparó que Tot estaba esperando por algo.
—¿Cómo? ¿Que qué digo? ¿Sobre qué?
—Sobre rebelarnos y plantar cara a Gehirn.
—Ya sabes que si se trata de armar una revolución, puedes contar conmigo.
Sin embargo, el tono que había usado Leuche hizo que su respuesta se pareciera más a: “¿Por qué no dejas de parlotear que estoy ocupado con este jueguecito?” Tot puso toda su concentración y energía en desmaterializarse y materializarse justo al lado de Leuche, pero Leuche captó sus intenciones y en menos de una milésima de segundo hizo que la pantalla se desintegrara solo con su esfuerzo mental. Cuando llegó Tot solo pudo ver una especie de nube de humo en lugar de la pantalla. Tot no podía creer lo que había hecho su compañero. ¿Estaba tratando de engañarle?
—Un momento, ¿qué acabas de esconder?
—Eh... ¿esconder? ¿Cómo que esconder? Yo jamás te oculto nada... Espera, ¿qué estás haciendo? Eso no puedes hacerlo. Quita...
Leuche trató de taparse la cara con las manos, de esquivar la penetrante mirada de Tot. Pero él se había sentado justo enfrente de él, al otro lado de su escritorio. Había puesto sus codos sobre la mesa y sus grandes ojos negros se habían abierto de par en par, de modo que parecían dos espirales negras y blancas dando vueltas sin fin. Eso sí que era una mirada hipnotizadora. Y Leuche no se pudo resistir.
—Está bien... Aquí tienes.
Dejó que el ordenador se materializara otra vez, desmontó la pantalla y se la pasó. En ella había un cuestionario que estaba rellenando justo antes de que Tot le sorprendiese. El día anterior su guía espiritual le había llamado para una reunión urgente, y aunque aún no había decidido nada, estaba dándole vueltas en su mente a un asunto que no le había dejado dormir... al menos durante media hora.
Tot leyó en silencio y frunció el ceño. Quiso disimular su decepción, pero le fue difícil hacerlo.




 CUESTIONARIO SOBRE SUS PREFERENCIAS PARA LA PRÓXIMA ENCARNACIÓN.
Por favor, conteste a las preguntas de la forma más concreta posible y marque la casilla correspondiente.
1. ¿Qué sexo biológico le gustaría tener en su próxima vida?
o   Hombre.
o   Mujer.
o   Algo intermedio.
o   NS/NC.
2. ¿En qué lugar le gustaría nacer?
o   Cerca de donde morí la última vez.
o   Lejos de donde morí la última vez.
o   Me da igual con tal de que no haya mar a 500 Km a la redonda.
o   Me da igual con tal de que el clima sea templado.
3. ¿En qué hemisferio le gustaría nacer?
o   En el norte.
o   En el sur.
4. ¿Prefiere una vida fácil, regular, o complicada?
o   Fácil.
o   Regular, tampoco quiero aburrirme.
o   Complicada.
o   Que sea una pesadilla, quiero ganar puntos.
5. ¿Qué tipo de familia quiere tener?
o   Normal.
o   Anormal.
o   Prefiero ser adoptado.
6. ¿A qué edad quiere regresar?
o   De niño.
o   Joven.
o   Edad madura.
o   Anciano.
7. ¿Qué tipo de muerte le gustaría experimentar?
o   Apacible.
o   Accidente.
o   Asesinato.
o   Ejecución.
Gracias por sus respuestas. Recuerde que intentaremos complacer sus deseos, pero la disponibilidad de nuestros servicios está sujeta a imprevistos y puede que tenga que contentarse con lo que haya. En caso de no estar conforme con sus condiciones, siempre puede recurrir a la muerte voluntaria temprana, pero no nos hacemos responsables de las pérdidas que esto pueda ocasionar.

—Así que... ¿estás planeando reencarnar? —preguntó Tot a Leuche, en un tono neutral tirando a tristón.
—Yo... No, ¡esto NO es lo que parece!
Tot dio un profundo suspiro. Parecía dolido.
—Psé. Y yo que pensaba que por fin había encontrado un nuevo Ángel de la Muerte merecedor de ese nombre...
Sacudió la cabeza y se arrastró tristemente hasta su puesto. Solo sentía ganas de jugar con los soldaditos de plástico verdes y grises que tenía guardados en el cajón.

(continuará...)

viernes, 6 de noviembre de 2015

El Ángel de la Muerte (29).

[En capítulos anteriores: El Ángel de la Muerte (28)].

Se reencontraron a la hora del almuerzo. Venían los dos arrastrando los pies como si fueran plomo y sin intercambiar una sola palabra cogieron sus bandejas metálicas, pasaron por delante del cocinero para que les sirviera el rancho, y luego se sentaron en el banco uno a cada lado. Hasta la salchicha blanca de Tot tenía aspecto abatido.
—¿Algún muerto hoy? —preguntó Leuche.
El sonido que emitió Tot se parecía ligeramente a un “no” entremezclado con un sollozo.
—¿Alguna alma errante?
Tot negó con la cabeza y dio un mordisco a la salchicha.
—¿Un poco de sangre al menos? ¿Trozos de higadillo? ¿Algún sacrificio humano? Aquí y en esta época aún son corrientes, ¿no?
Tot le dirigió una mirada lánguida llena de melancolía.
Leuche suspiró. Tot perdía energía por momentos. Si continuaba así a lo mejor iba a tener que pedir la baja laboral... ¡y él se quedaría solo en el Departamento de Avatares y Apariciones Virginales! Y además tendría que hacer doble turno en sus asuntillos nocturnos de estrangis... Las cosas se estaban poniendo cada vez más feas.
Sus intentos de animarle durante la comida fueron infructuosos. Cada vez se parecían más a dos ángeles alicaídos. Después de una breve sobremesa se volvieron a levantar para continuar con su trabajo, y al salir del comedor se toparon de frente con una figura de brazos cruzados que daba golpecitos en el suelo con uno de sus pies. Los dos se detuvieron de sopetón.
—No os cojo de las orejas porque no son lo suficientemente sólidas, pero anda que contenta me tenéis.
Era Gehirn. Había venido en persona... a no ser que fuera una transmisión holográfica del pensamiento, pero ni Tot ni Leuche estaban por la labor de comprobarlo tocándola con un dedo. Eso significaba que el asunto debía ser grave.
—Yo diría algo para protestar, pero estoy agotado de tanto trabajo... —dijo Leuche.
—Silencio. Ya habrá tiempo de explicaciones en la oficina. De momento volvéis al Departamento de Ángeles de la Muerte. Hay un asunto urgente que requiere de... de vuestra presencia —Gehirn pronunció las últimas palabras casi refunfuñando. Le costaba admitir que los necesitaba. Había empleados con más experiencia que Tot, pero pocos alcanzaban su nivel de excelencia, errores incluidos.
—¿Y tiene que ser ahora? ¿No nos merecemos un fin de semana de relax después de haber descolapsado el astral?
Gehirn contempló largamente a Leuche como si le estuviera gastando una broma.


—Los procedimientos ilegales no constan en vuestros expedientes oficiales. Si te estás refiriendo a cierta huelga ILEGAL que se promovió y llevó a cabo ILEGALMENTE por dos Ángeles de la Muerte que ya habían sido sancionados por incumplir los protocolos de actuación, os tengo que informar que a consecuencia de vuestra iniciativa ahora lo que está colapsado es el Consejo de Ancianos, que no da abasto para atender tanta demanda de enjuiciamiento y vuelta a la sensatez. Se ha tenido que solicitar personal jubilado de varias residencias de almas para que se presenten voluntarios y el otro día uno de los ancianos se desmayó en plena sesión por falta de energía... ¡Menuda la habéis armado!
Tot no se sentía culpable ante la reprimenda de su superiora. Más bien al contrario. Se había puesto a silbar despreocupadamente mientras miraba hacia otro lado. Parecía orgulloso de lo que habían conseguido.
—Pero como digo no tenemos tiempo de ocuparnos de esto ahora. Tenéis que volver al astral. Se ha detectado actividad ilegal de ciertas criaturas que se hacen pasar por miembros de la Santa Compaña y tratan de engañar a los difuntos conduciéndolos a los planos inferiores en lugar de a la luz. Han llegado a usurpar vuestros antiguos uniformes de esqueleto con guadaña de uso exclusivo y campan a sus anchas en busca de incautos por todo el astral. Tenemos que detenerlos.
—Pero eso de la Santa Compaña, ¿no había desaparecido ya?
—Estábamos en ello. La modernización de vuestros uniformes y el cambio en la organización de los Ángeles de la Muerte era un primer paso en esa dirección. Pero parece que va a costar más de lo que creíamos. Está habiendo una evolución en la forma de conducirse de los jóvenes terrestres. Después de generalizarse Halloween ya casi nada les daba miedo. Habían olvidado a la Santa Compaña y algunas criaturas astrales preferían disfrazarse de Freddy Kruger, Ghostface o la niña del exorcista para asustar a las almas... que no sé lo que es peor. Pero algunas se dieron cuenta de que eso ya no funcionaba porque los difuntos se empeñaban en darles golosinas creyendo que así se irían. No les tomaban en serio, así que estas criaturas astrales han vuelto a adoptar la forma de encapuchados con farolillos. Parece que eso produce escalofríos a cualquiera... Y eso va en contra de la nueva filosofía que queremos implantar en el Departamento: tenemos que normalizar la muerte y eliminar el miedo a la transición.
Leuche iba a decir algo pero se había quedado con un dedo levantado, pensando en lo que acababa de escuchar. Se había perdido después de la palabra “organización”. Asintió igualmente cuando Gehirn preguntó si lo habían entendido.
—¿Estáis preparados para vuestra nueva misión?
Los dos dijeron que sí. Cualquier cosa era mejor que seguir surcando los cielos en nubecillas voladoras, con pelucas de rizos rubios.
Leuche trotó detrás de Tot, que apenas había dicho nada pero el cambio en su humor era evidente. Al mirarle no se le escapó la sonrisa que Tot llevaba en su cara. Hasta su cuerpo astral se había expandido tres cuartas por todo alrededor. Según caminaban su uniforme se fue transformando en un conjunto de pantalones grises y camiseta negra, con una insignia fardona bordada en el bolsillo izquierdo que mostraba un impresionante ángel de alas negras. Los colores cambiaban según cómo le daba la luz. Y cuando vio el Volkswagen recién salido del taller y el túnel de lavado, casi se le caían las lágrimas de alegría. Hasta tentado estuvo de ponerse de rodillas en el suelo y dar gracias a Dios. Pero por supuesto que eso no lo iba a hacer. Iba en contra de su dignidad como Ángel de la Muerte. 

(continuará...) 

domingo, 1 de noviembre de 2015

El Ángel de la Muerte (28).

[En capítulos anteriores: El Ángel de la Muerte (27)].

Un día más el amanecer llegó al planeta en el que los dos ex-Ángeles de la Muerte estaban destinados. Un tímido rayo de sol se coló por el hueco que hacía de ventana en la cueva de Leuche, quien a esas tempranas horas dormitaba bajo el peso de tres mantas de lana y un gorro multicolor de croché. Había estado experimentando con los tintes y ese había sido el resultado. Algunos los estaba vendiendo a otros pastorcillos. Otro rayo de sol fue a posarse sobre la mejilla sonrosada de Tot. La noche anterior había acabado tan cansado que había decidido irse a la cama con el uniforme correspondiente para no tener que cambiarse. Los últimos días habían sido tan ajetreados que cada vez se le olvidaba con más frecuencia. Una vez había ido a comunicar a un pescador que debía dejarlo todo y seguir al nuevo mesías, y se había sorprendido cuando el hombre se puso firmes y le hizo un saludo militar mientras temblaba de miedo. Luego recordó que aquella noche había soñado con su vida pasada de oficial en el ejército y ni siquiera había reparado en su apariencia al levantarse. El pescador debió de creer que venía a alistarle forzosamente. En otra ocasión le habían confundido con el niño Jesús en el astral y las pasó canutas para convencer al difunto de que Jesús no estaba como para pasearse en pañales por ningún lado... Se empezaba a hacer todo muy confuso. Así que aquella mañana se concentró para parecer un bebé con corona dorada nada más levantarse. Lo consiguió... a medias. Las ojeras y la cara de mala hostia le hacían parecer más bien Chucky, el muñeco diabólico. Ya habían pasado por lo menos diez días (se preguntó a cuántos días terrestres equivaldría eso, para hacerse una idea) desde que habían empezado la huelga a la japonesa y no habían recibido ninguna notificación de sus superiores. ¿Es que no les llegaban las noticias allá arriba? Tal vez debían cambiar de estrategia.
Encontrarse con Leuche en el desayuno le hizo sentir aún peor.
—¿Quién me debe diez celesteuros más?
Su compañero extendía su palma de la mano con una sonrisa burlona y él le miró con odio. Habían apostado un día más... y había vuelto a perder. Ya estaba harto.
—Ya te dije que cuando volvamos te extiendo un cheque.
—Clingtilicling, cling, cling... —Leuche imitó el ruido de una caja registradora—. Al final este nuevo trabajo me va a salir más rentable que ser un Ángel de la Muerte.
—El dinero no es lo que más importa en un trabajo...
—Sí, lo sé, sobre todo cuando estás muerto... pero cuando necesites sobornar a un cancerbero ya vendrás a pedirme ayuda, ¿a que sí?
Tot gruñó algo por lo bajo y sorbió de su taza de café. Se sintió tentado de echarle la culpa a Leuche por la ausencia de resultados, pero la verdad es que había demostrado en estos diez días que si quería trabajar, trabajaba. Y bastante bien, además... No estaban como para permitirse el lujo de prescindir de empleados como él en el Departamento de los Ángeles de la Muerte, así que tenía que ser amable. Leuche también estaba cansado, lo sabía, y aún así no se quejaba... excepto cuando le despertaba por las mañanas antes de que se saliese el sol. Pero es que a veces la muerte no podía esperar.


—Y bien, ¿cuáles son los planes para hoy? —preguntó su compañero—. ¿Hay hoy templos que destruir, ciudades que incendiar, más ahogamientos en mares que se abren y luego se vuelven a cerrar? Cuanto más activo está el Departamento de Avatares y Apariciones Virginales, más tenemos que trabajar como Ángeles de la Muerte después... que por mí vale, ¿eh? Estoy acumulando mucha experiencia. Pero por otro lado... esto es un sinvivir. ¿No crees?
Tot le tuvo que reconocer que sí, algo así creía.
—Estás muy callado hoy. ¿Todo bien? —insistió Leuche.
Tot apoyó los codos sobre la mesa y suspiró.
—No sé... Tengo la sensación de que no vamos a ningún sitio con esto de la huelga. Y a ti te veo disfrutar y no sé si quizás te gustaría quedarte por aquí un tiempo más...
—¿Estás loco? No, no, no. No te puedo negar que lo del arco y las flechas no estuvo mal, pero prefiero el chute de adrenalina que me proporcionan los suicidios, por poner un ejemplo...
—Te recuerdo que siendo un ente espiritual la adrenalina no te produce ningún efecto físico.
—Bueno, pero habrá un equivalente para los canales energéticos de mi cuerpo astral, ¿no?
—Eso aún no está demostrado.
—Pero eso no significa que no exista.
—No voy a discutir contigo sobre esto. La cuestión es... ¡este departamento me toca las narices y quiero volveeeeeerrrrrr!
Leuche se asustó ante el desproporcionado volumen que había alcanzado la voz de Tot y miró inquieto a su alrededor. Por fortuna hacía tiempo que eran los raros que se sentaban solos en una esquina del comedor comunal y nadie parecía haberle escuchado.
—¡Tot, por todos los diablos! ¡Un poco de calma! Si quieres que pongamos unas bombas en el Departamento y volarlo por los aires, yo lo hago. Después de todo, siempre están amenazando con el apocalipsis  y luego que demuestren que hemos sido nosotros, pero tendrá que haber alguna otra solución, ¿no? ¿No se te ocurre un plan alternativo?
El aire deprimido y desesperado de Tot le hizo comprender que no. Y pensar que era él el que llevaba mejor las cuestiones religiosas...
—¡Hey! ¡No puedes ir a trabajar así hoy! Tómate esto y ya hablamos más tarde. Ya se me ocurrirá algo.
Leuche hizo aparecer una inmensa jarra de cerveza negra alemana en el centro de la mesa y se la acercó a Tot. Vio cómo se le iluminaban los ojillos y la atraía hacia sí, pero aún así no pareció animarle mucho. Se la bebió en un par de tragos y juntos abandonaron el comedor dispuestos a enfrentarse a una nueva jornada laboral: un bebé beodo con rizos rubios y un pastorcillo con gorro de croché, ambos deseosos de recuperar su trabajo vocacional. Una idea apareció en la mente de Leuche según dejaba a Tot en su nubecilla voladora, tan distinta al Volkswagen destartalado pero molón a más no poder con el que habían llegado casi a los confines del astral. ¿Aceptaría Gehirn un soborno?

(continuará...)


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