domingo, 19 de junio de 2016

El Ángel de la Muerte (32).

[En capítulos anteriores: El Ángel de la Muerte (31)].

—Perdone, señor, ¿es usted el último en la cola?
—Así es, joven.
Leuche dirigió la mirada al horizonte y comprendió que la espera les iba a llevar unas horas. La cola daba vuelta y media a la manzana donde se encontraba el Futuroscope. Y ya podía empezar a rezar para que no se quedaran sin número. Tot llegó poco después con un bollo relleno de nata en la mano. Aquella mañana aún no había desayunado. Las malas noticias no le produjeron más frustración de la que ya sentía. Se limitó a tomar aire, asentir con la cabeza mientras saboreaba la nata, y ofrecer un bocado a Leuche. Pasados unos minutos, se encogió de hombros.
—Hmm… solo en momentos como este siento que el tiempo es eterno aquí arriba —murmuró.
—¿Decías…? —preguntó Leuche, ansioso por unirse a una protesta a dúo. Tot se hizo el despistado.
—Oh… nada. No sé, tal vez deberíamos volver otro día.
—Ni lo sueñes. Ya oíste a nuestros guías. No podemos esperar mucho.
—¿Tú crees? Dicen que existen vórtices espacio-temporales en el astral. Tal vez podamos encontrar uno en el que retrocedamos en el tiempo y así cuando regresemos aquí será como si el tiempo no hubiera transcurrido… incluso si llegamos un poco antes, tal vez nos ahorraremos esta cola infinita.
—No creo que eso funcione. Ya averigüé que del tiempo se encarga el Departamento de los Agujeros de Gusano y a nosotros no nos cuentan nada nunca. Eso sí, hace un buen rato que sospecho que tú tampoco sabes cómo funciona, y no es verdad que el tiempo no exista aquí arriba. ¿Por qué si no iba a llegar siempre tarde… bueno, casi siempre?  
Mientras hablaban la cola ya había avanzado un poco, así que al menos eso les animaba un poco.
—Bueno, vale, me quedaré —aseguró Tot—. Pero no te hagas ilusiones. Aún no estoy muy seguro sobre eso de reencarnar…
—Tú te lo pierdes.
Leuche miró hacia otro lado y fingió indiferencia, aunque en el fondo de su corazón supiera que el viaje iba a ser mucho menos divertido sin Tot.


—Sí, es cierto. Me voy a perder tener que nacer de nuevo medio asfixiado después de haber estado atrapado en la oscuridad durante meses (terrenales), aprender otra vez a andar, a hablar un lenguaje burdo, grosero y malsonante (con lo cómodo que es hablar sin tener que pronunciar sonidos), crecer con vete tú a saber qué familia (que los últimos que me tocaron no había quién les entendiera), ir a la escuela, ganarme la vida, tener sueños para que luego todo se tuerza, trabajar, trabajar y trabajar… y encima parece que en este caso poner en peligro mi vida luchando en otra guerra más, sin saber si moriré joven o viejo ni de qué moriré. Llámame loco, pero tal vez… solo TAL VEZ, prefiera quedarme aquí. Al menos soy un Ángel de la Muerte medio veterano, respetado y con un futuro estable en el departamento. Si crees que me vas a echar de menos, mira… quizá le pida a mi guía que me deje hacer prácticas de guía espiritual para ti. Puedo visitarte mientras duermes y susurrarte algún consejo que otro, ¿no te gustaría eso?
Solo estas últimas palabras sorprendieron suficientemente a Leuche como para hacerle abandonar su fingida actitud indiferente y volverse hacia él con un brillo de esperanza en sus ojos.
—¿De veras harías eso?
La sonrisa que tenía Tot en sus labios le hizo saber que había caído en la trampa. Recuperó su seriedad y volvió a mirar al frente. Avanzó unos pasos que les acercaban a la entrada del Futuroscope.
—¿No te fiarías de mí? —preguntó Tot con ironía, continuando con la broma. Leuche le ignoró.
El silencio se prolongó durante unos largos instantes. Tot solo veía la espalda y las melenas rizadas de Leuche. Casi llegó a sentirse culpable, pensando que quizá había herido de verdad a Leuche. Después de todo, él también sabía lo duro que era reencarnar con almas extrañas con las que no se comparten vínculos de vidas anteriores. Era solo que a veces… no comprendía por qué Leuche le tenía tanto afecto. Finalmente, optó por darle unos golpecitos con el dedo en su hombro derecho.
—¿Hay alguien ahí?
Leuche trató de hacerse el duro, pero no pudo resistirse y se dio la vuelta.
—Sí, sí me fiaría de ti, Tot. Siempre. El problema es… que si fueras mi guía, no sería igual. Apenas podría verte, ni escucharte, no serías más que una voz extraña en mi pensamiento. Uno de mis grandes amigos ya hizo eso una vez, y me pasé media vida esperando que reencarnaría y echándole de menos. No quiero que vuelva a pasar… al menos no en este viaje. En una guerra siempre quieres tener a los mejores cerca.
Tot pestañeó repetidas veces como si se le hubiera metido una mota de polvo en el ojo. Hizo amago de sonreír pero solo consiguió una mueca absurda que no parecía transmitir ni alegría ni tristeza. Por suerte, Leuche intuyó que no iba a contestar y le volvió a dar la espalda. 
Tot quedó pensativo. El argumento no podía haber sido mejor. Sabía por experiencia que observar a otros vivir y morir en la Tierra no solo era aburrido y de cobardes. Al final acababas echando de menos a la gente estuvieras donde estuvieras… y cuando volvían solo podías escuchar sus aventuras sin sentirte parte de ella. Era como quedarte en el banquillo durante un partido de fútbol. ¿No podría aceptar al menos un papel breve pero importante? ¿Morir joven pero ser recordado por toda la eternidad… a ser posible por algo bueno esta vez? ¿Salvarle la vida a Leuche en una contienda…? Bueno, quien dice Leuche, dice cualquier otro, claro… ¿Y si fuera médico de nuevo? ¿Médico en una nave espacial? Eso no estaría mal del todo… ah, no, que habían dicho los guías que las naves espaciales aún no habían llegado. Bueno, a ver qué se iban a encontrar en los visores del futuro. El funcionario ya les estaba asignando un puesto doble. Unos minutos más y sabrían qué les esperaría allá abajo... al menos una pequeña parte.

(continuará…)     

viernes, 3 de junio de 2016

El Ángel de la Muerte (31).

Por fin... ¡el esperado nuevo capítulo de... el Ángel de la Muerte!

[En capítulos anteriores: El Ángel de la Muerte (30)].

Tot avanzaba silbando por el corredor que llevaba a su despacho. Cabizbajo y sin ninguna prisa por llegar a su destino, arrastraba los pies como correspondía en un lunes a las 8 de la mañana. Bueno, exactamente, a las 7:57. Su reloj cuántico apenas fallaba, solo cuando había tormentas electromagnéticas o se juntaban los espíritus sanadores esos y se ponían a enviar ondas de energía a tutiplén. Su vida era un poco gris últimamente. La vuelta al Departamento de los Ángeles de la Muerte había sido estimulante. Ahora apreciaba aún más su Volkswagen y rellenar formularios no le parecía tan aburrido. Había asistido con un entusiasmo casi desmedido al “Curso sobre manejo de almas errantes: cómo convencerles de que el retorno les conviene”. Pero ahora todo había vuelto a la rutina de nuevo. Incluso Leuche iba progresando más rápido de lo que esperaba. Seguía llegando al trabajo con el uniforme sin planchar y sin recogerse el pelo —a veces hasta se olvidaba su sombrero de copa puesto— pero su labor era casi impoluta, eso no podía negarlo. ¿Tal vez podía recomendarle para un ascenso y así se libraría de él? Pero no... seguramente le mandarían a otro novato, y no le apetecía tener que enseñarle todo otra vez. Además se lo pasaba bien con Leuche. Bueno, a veces. No cuando se ponía sentimental. ¿Que habían compartido alguna que otra vida pasada? Bueno, ¿y qué? Lo raro era no haberla compartido, al menos en este plano del mundo espiritual, donde todos vibraban con frecuencias similares como resultado de sus experiencias. 
Se detuvo en seco cuando levantó la vista y vio que había una luz encendida en el despacho. Parpadeó varias veces. No era posible. ¿Habría descubierto Leuche el secreto del tiempo y habría conseguido ser puntual por una vez? Giró la manilla de la puerta y la empujó levemente. Los goznes chirriaron como en una película de miedo. Pero la escena que vio a continuación sí que era terrorífica.
La oficina nº 3176-80 estaba ocupada por tres impresentables: Leuche con un ser algo más etéreo que ellos, vestido de marinero mercante del siglo XIX, con su piel tiznada algo de azul, y al otro lado de la mesa, en su propia silla, su guía espiritual, con apariencia de joven estudioso con gafitas redondas y un birrete negro. El listillo que siempre estaba dándole consejos inútiles sobre cómo vivir sus vidas.
Quiso salir corriendo, pero antes de que pudiera moverse Harry ya le había paralizado de cintura para abajo con uno de sus estúpidos conjuros. Y eso ya le puso de una mala h...
—Dime que no será necesario utilizar la fuerza bruta —dijo Harry.
­—Esto ya es utilizar la fuerza bruta —respondió Tot—. Y luego bien que venís con esas historias del libre albedrío.
—Si te suelto, ¿prometes sentarte aquí a mi lado y al menos escucharnos?
Tot miró de un lado a otro de mal humor, refunfuñó algo y asintió con la cabeza. Casi instantáneamente se vio a sí mismo sentado junto a su guía, con los brazos cruzados y actitud desdeñosa. Justo enfrente estaba Leuche. Le envió un pensamiento: “Tú eres el culpable de todo esto, ¿verdad?” Leuche puso cara de inocente, pero a él nadie podía engañarle.
—Creo que ya conoces a Han —dijo Harry, señalando al que suponía era el guía espiritual de Leuche. En ocasiones Leuche le había hablado de él. Le tenía bastante aprecio, algo que él no podía llegar a comprender. Todos los guías eran iguales. No paraban de tocar los c...
Han hizo un leve movimiento de cabeza. Seguro que le había oído, pero daba igual. Los guías siempre se las arreglaban para ignorarte aunque les llamaras de todo por no ayudarte como les habías pedido. Eran muy suyos los guías.
—Vayamos al grano. ¿Qué significa todo esto? —dijo Tot, y traspasó a Leuche con su mirada—: Déjame que lo adivine. Ya es definitivo, ¿no? ¿Vas a reencarnar?
Leuche bajó su mirada, sin saber qué decir.    
—Pues... no era mi intención, pero es que Han se me presentó el otro día y me dijo que va a haber una nueva guerra mundial... y no sé, ya he vivido unas cuantas, pero es que en esta va a haber láseres y naves intergalácticas, y nuevas máquinas de tortura, y teletransportadores, y cazas imperiales, y...
Las pupilas se le habían dilatado e iluminado mientras hablaba, pero volvieron a la normalidad al ver la expresión taciturna de Tot. Parecía decepcionado. Tot miró a los guías con los ojos entrecerrados.


—¿Qué proporción exacta de eso es cierta?
Han y Harry intercambiaron miradas, también con expresión inocente. Harry carraspeó.
­—Bueno, lo de la guerra mundial es verdad. Y lo de los láseres.
­—Y lo de las torturas...—añadió Han­—. Para la teletransportación habrá que esperar. El resto es producto de la imaginación de Leuche. O sea, más o menos lo de siempre en una guerra. Ya tenéis experiencia, ¿de qué os sorprendéis?
—No, si no me sorprendo —soltó Tot—. Pero ¿podéis decirme para qué diablos necesito esta vez más guerras y torturas? Y no me vengáis con el mismo rollo de siempre de que es por mi evolución espiritual. Que ya no soy un alma pura e inocente y ya no me trago esas bobadas... Además, ahora tengo un puesto estable y bien remunerado en el que incluso tengo alguna que otra satisfacción. Espero que tengáis mejores razones para convencerme.
—Podrás hacer cosas que nunca hiciste antes en una guerra, ¿no te parece razón suficiente?
—Si te refieres a desintegrar enemigos en lugar de volarles la cabeza con un rifle, no sé... lo veo demasiado aburrido sin sangre ni higadillos. Los viejos tiempos siempre fueron mejores.
­—En realidad me refería a utilizar el láser para cerrar heridas, pero tú mismo.
—¡Oh! ¿De veras? No había pensado en eso... En mi época no teníamos ni gases anestésicos y las suturas eran de tripa de gato, si es que había alguno cerca.
Por un leve instante Tot miró sonriendo a Leuche, para comprobar si había entendido la broma, pero enseguida se tornó serio otra vez. ¿Regresar otra vez? Dios, qué pereza le daba...
—Además hemos pensado que os iría bien reencarnar juntos —dijo Han­—. Hace mucho de la última vez, habéis vuelto a ser unos desconocidos y eso no está bien.
Tot miró de reojo a Leuche mientras Leuche miraba de reojo a Tot.
—¿Y qué necesidad tengo yo de conocer más a este espécimen? —le espetó Tot a su compañero. Leuche no pudo quedarse callado.
—Que sepas que te arrepentirás de tus palabras cuando estemos allá abajo.
Tot se rió.
—¿Ah, sí? ¿Qué vas a hacer, traicionarme como la última vez?
—O algo peor.
—¡Miedo me das!
—Y además no fue la última, que no tienes memoria.
Los dos guías espirituales se miraron entre sí y suspiraron.
—YA. BASTA.
—Aunque penséis lo contrario, no estamos aquí para presionaros —dijo Han—. Bueno, tal vez Harry sí, sabe lo tozudo que es Tot, y cómo en su última encarnación tuvo que cerrarle las puertas del cielo y darle un puntapié porque si no, una vez dentro, no habría vuelto jamás a salir... Pero en fin, esperamos que eso fuera solo una circunstancia aislada. Ahora habéis tenido tiempo de descansar, y sabéis que la decisión es vuestra.
—¿Descansar? —dijo Leuche con un relámpago en sus ojos—. Que yo sepa no recibí ningún tratamiento reparador, ni físico ni espiritual, después de haber sido quemado hasta las cejas. ¡Enseguida a trabajar, y encima en un departamento que era nuevo para mí!
Tot observó a su compañero sacudiendo la cabeza. “Mira que es perezoso y debilucho... Como si morir achicharrado no fuera algo habitual...” De algún modo Leuche captó su pensamiento y alargó una mano para agarrarle del pescuezo.
—¡Y tú te reíste!
Los guías corrieron a separarlos y volvieron a gritar:
—¡¡YA BASTA!!
Tot y Leuche callaron. Tot tenía una sonrisa irónica en sus labios mientras se hacía el despistado. Leuche comenzó a mover su pie nerviosamente. En realidad la discusión era para esconder la inquietud que les provocaba la inminente partida. Viajar al astral siempre era una aventura arriesgada, pero era divertido. Encarnar en el plano terrenal eran palabras mayores. No molaba lo más mínimo: las sensaciones eran mucho más intensas, el dolor era de verdad, la sangre también. Pero negarse a hacerlo era de cobardes. Te quedabas atrás como un niño enfadado en el aula mientras los demás jugaban en el patio del colegio... y al final te acababas arrepintiendo.
En el fondo ambos sabían la razón por la que debían reencarnar. En el mundo espiritual no existen los secretos. No eran tan distintos como pensaban. Y aunque trataban de ocultar sus verdaderos sentimientos mediante las bromas y los aparentes ataques personales, sabían muy bien que lo que proponían sus guías era algo tremendamente serio. Las guerras no eran para cualquiera. Muchos Ángeles de la Muerte se congregarían una vez más en la Tierra, cada uno en su papel, cada uno con su nueva misión casi imposible de cumplir. En tiempos de guerra el trabajo se multiplicaba también para los Ángeles de la Muerte no encarnados, pero sin duda no era lo mismo para unos y para otros. Y sin duda el Departamento no se iría a la ruina sin ellos.
—Sé que necesitáis tiempo para pensarlo —dijo Harry—. Y ya sabéis que tenéis el Futuroscope para considerarlo. Esperaremos una semana, y entonces nos daréis una respuesta.
Los guías se desmaterializaron en el aire dejando a Tot y a Leuche pensativos y preocupados.  

(continuará...)             

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