Pensamientos absurdos

Tengo días mejores y peores, pero por lo general siempre rozo peligrosamente la locura. Intento disimular y pasar desapercibida, pero a veces no puedo evitarlo y es fácil sorprenderme diciendo o pensando cosas que no debería. Claro que a veces me digo a mí misma: "Ya veremos quiénes son los locos aquí". Es mi único consuelo.

 

Sobre pasiones y heridas del alma.

Llevo unos días pensando mucho sobre las emociones. Estoy leyéndome un libro de un psicoterapeuta estadounidense llamado Roger Woolger (por desgracia recientemente fallecido), en el que hace mucho hincapié sobre la necesidad de pasar por una catarsis emocional con el fin de revivir cualquier trauma pasado y liberarnos de ese modo de cualquier lastre que esa vivencia nos haya dejado en nuestro inconsciente.

Por otra parte, no hago más que leer aquí y allá “consejos” espirituales sobre cómo sanar el alma, sobre cómo debes perdonarte a ti mismo por las malas acciones que hayas cometido o perdonar a alguien que un día decidió clavarte un puñal por la espalda, y cómo por arte de magia estas buenas intenciones y pensamientos te hacen ser de lo más feliz del mundo y todo se soluciona de la noche a la mañana. Y si no, es porque quieres seguir sufriendo. Porque no eres capaz de dejar de culpabilizar a los demás de tu propia desgracia.

Como escritora (no sé si por ser mujer también), doy mucha importancia a las emociones. No podría escribir una historia sin meterme de lleno en cada uno de los personajes, en su psicología, en sus turbios pensamientos y en la fuerza de sus sentimientos que en mi imaginación siempre van ligados al agua y son como un torrente que nace en las montañas y desciende arrasando todo a su paso. Incluso de mí misma siempre digo que estoy siempre ardiendo en mi interior, a pesar de que personas que me conocen bien dicen que soy como un témpano de hielo. La cuestión es que lo expreses o no, las emociones siempre están ahí, porque somos humanos, porque hemos venido aquí para vivir como humanos y saber lo que se siente… y me desconcierto cuando leo que para crecer espiritualmente tienes que perdonar y olvidar, dejar atrás las emociones negativas, “sanar” el alma (como si tener esas emociones significara estar enfermo), y ser feliz. Como si fuera tan fácil.

 Pues bien, amigos, no lo es. No es nada fácil luchar contra ciertas emociones e integrarlas en tu ser. No es suficiente con unas palmaditas en la espalda y unas palabras vacías para animarte, especialmente cuando has sufrido un trauma de verdad y la herida que te ha producido en el alma no deja de sangrar. Esas heridas a veces no cierran en toda una vida… y permanecen en el alma durante mucho más tiempo de lo que podemos medir en la Tierra. Reconozco que tal vez lo mío va un poco más allá, tal vez rayo la locura, desde siempre he sentido la necesidad de vivir la vida intensamente, y cuando no había nada revolucionándose en mi interior, era como si estuviera dormida y como si estuviera perdiendo el tiempo. Y creo firmemente que la mejor forma de que esas heridas sanen es sintiéndolas: sentir cómo palpitan, sentir cómo sangran, lentamente; sentir cómo se van alimentando de tu carne y horadando tu interior… Hasta que ya no queda nada que puedan utilizar para seguir creciendo. Al final queda una bonita cicatriz… pero todos estamos orgullosos de nuestras cicatrices. Representan ese sufrimiento que tuvimos que superar. Representan lo que fuimos alguna vez, lo que nos transformó y nos hizo como somos ahora.

No creo que sea bueno perdonar y olvidar. No si eso implica reprimir nuestras emociones. Debemos saber manejarlas, dejar que vivan con nosotros un tiempo, sacarles provecho y aprender de ellas. Cuando estemos listos simplemente desaparecerán, se transformarán con nosotros. 

Acabaremos perdonando. Pero creo que nadie debería olvidar. El olvido solo conduce a cometer los mismos errores una y otra vez. Si todos fuéramos capaz de recordar lo que nos hicieron y lo que hicimos nosotros, el mundo sería un lugar muy distinto.
 

Sobre lechugas que sufren.

A pesar del título de esta entrada, esto no es un alegato a favor del vegetarianismo, veganismo o cualquier otra forma de alimentación que evite el consumo de productos de origen animal. Yo ya hice mi elección hace bastantes años, después de habérmelo pensado durante otros tantos años, a medida que mi conocimiento sobre el tema iba creciendo debido a mi profesión. Respeto lo que las otras personas hagan con su vida… aunque sí me gustaría que si eligen un camino, fuera porque lo han elegido sabiendo de verdad la realidad de las cosas, todo aquello que no nos cuentan en los telediarios porque va en detrimento de una industria o de un grupo de aficionados.

Es más una reflexión sobre la necesidad de que nos hagamos responsables de una vez por todas del mundo en que vivimos, de los males que debemos soportar día tras día que en muchos casos no son culpa del de al lado, sino de nosotros mismos. Somos nosotros quienes con nuestro comportamiento construimos la sociedad en la que estamos, somos nosotros quienes no pensamos en las consecuencias de nuestras acciones, por pequeñas que sean… Y además seguimos pensando que este mundo nos pertenece y que podemos hacer de él lo que nos antoje, sin que nos importe en qué se encontrarán los hijos de nuestros hijos cuando nosotros nos hayamos marchado.

No sé, a lo mejor es una ilusión mía, pero a veces tengo la sensación de que vivo rodeada de niños en una guardería en lugar de personas maduras y responsables. No suelo hacerlo, pero hace unos días expuse públicamente mi opinión sobre las bondades de ser vegetariano. Son muchas las filosofías orientales, e incluso algunas religiones, que aconsejan este tipo de dieta para la evolución espiritual, para meditar mejor y para llegar incluso a contactar con otras realidades que por lo general no solemos ver. Muchos médicos también empiezan a aconsejarla con más frecuencia, alejándose cada vez más de aquellos que dicen que puede producir carencias nutricionales. Pero más allá de la nutrición, muchos de los que elegimos este camino lo hacemos por una cuestión ética, porque nos parece inhumana e innecesaria la muerte de cualquier animal, y no entendemos por qué algunas personas sienten tanto la muerte de una mascota, y sin embargo ni siquiera piensan en ello cuando se comen una hamburguesa, como si un perro o un gatito fueran diferentes de un cordero lechal, el cual no deja de ser una cría de muy pocos días de edad.
La respuesta que obtuve fue: “Las plantas también sufren. Y pasé hambre cuando era pequeña, igual que mis padres en la posguerra. Y además mi niño no me comía. ¿Cómo voy a pensar en no comer carne? Pero esto no son excusas. Si no fuera porque comemos carne, ni siquiera existirían los animales, porque mira, se están extinguiendo todos”.
No voy a comentar punto por punto porque no es el objetivo de esta reflexión. Y además me indigno bastante. Pero para mí es evidente que sí que son excusas.

Me gustaría saber cuántas personas que comen carne han visitado algún matadero. Me gustaría saber cuántas personas se han interesado por saber cómo se les trata a los animales que se crían para que podamos disfrutar de un chuletón, si se han informado convenientemente acerca de todos los antibióticos y otros medicamentos que se les administra para que crezcan y engorden en el menor tiempo posible, de cómo las gallinas ponedoras son hacinadas en cubículos y sometidas a ciclos de luz y oscuridad y de cómo les cortan el pico para que no se ataquen unas a otras por el estrés, y de cómo la legislación que hay al respecto es escasa y muy poco restrictiva, eso si es que se cumple alguna vez… Podemos mirar hacia otro lado e inventarnos miles de excusas para justificarnos a nosotros mismos que es nuestro derecho comer carne y que lo seguiremos haciendo, porque si no, las vacas desaparecerían. Claro, mejor que existan y que sean maltratadas, a que no existan…

Esto me recuerda a las peleas entre niños o, mucho peor, a los conflictos armados entre países: “Sí, le he dado un bofetón, pero es que él me puso la zancadilla”. “Sí, les hemos tirado una bomba y han muerto unos pocos inocentes, pero es que ellos han hecho prisioneros a dos de los nuestros”.

Si sabemos que algo está mal, ¿por qué lo seguimos haciendo? ¿Qué otros hagan el mal, justifica que nosotros también lo hagamos?  

Es verdad, las lechugas sufren. Como persona sensible que soy, me he interesado por este tema y he encontrado estudios científicos muy interesantes que podrían demostrar que algo sí que hay. Pero como profunda conocedora del sistema nervioso animal, puedo afirmar que en un matadero el nivel de sufrimiento es mucho mayor que en el de un huerto en época de recolección o en la olla cuando voy a hervir una coliflor. Y nadie puede tener el descaro de decirme que deje de comer lechugas también cuando él ni siquiera está dispuesto a plantearse que entre todos podemos hacer que haya menos sufrimiento animal. Espero llegar algún día a poder vivir sin comer, pero por desgracia ese día aún está muy lejos, y si he de elegir, prefiero comer una lechuga. Al menos nadie va a ser criado, cebado y sacrificado por ello.


Si alguien está interesado, os recomiendo que busquéis el libro La vida secreta de las plantas, de Peter Tompkins y Christopher Bird, o Primary perception, de Cleve Backster.

O mejor, visitad un matadero antes.


Más pensamientos absurdos.


  

2 comentarios:

  1. Genial colección de pensamientos para nada absurdos. El porcentaje de coincidencia con mis propias divagaciones, ensoñaciones, exabruptos y demás locuras es realmente asombroso. Como dijo ese famoso cyborg: "volveré".

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    1. Te he encontrado brillante en este tipo de escritura intimista.

      Un libro que reúna todos estos pensamientos, bajo ese mismo título “Pensamientos absurdos”, tendrá en el futuro en mí un lector asegurado.

      Un saludo


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