[En capítulos anteriores: El Ángel de la Muerte (26)].
Al día
siguiente Leuche decidió dar una pequeña sorpresa a Tot. Tenía que demostrarle
que tenía alma de Ángel de la Muerte. ¿La tenía? Sí, claro. Por algo llevaba
tantas muertes violentas (propias y ajenas) en su curriculum vitae. No es que la muerte fuera su único interés, pero
era de las cosas que más le atraían, eso era innegable. Así que decidió darlo
todo para que no les expulsaran definitivamente del Departamento de los Ángeles
de la Muerte, y la huelga a la japonesa era una buena forma de ejercer presión
sobre Gehirn y sus superiores. Hizo sus tareas de pastor más rápido de lo
normal, involucró a unos lugareños apareciéndose como un lindo angelito para
que les vigilaran las cabras, “por orden del Altísimo, so pena de una plaga
extendiéndose por sus aldeas”, y el resto del tiempo lo dedicó a organizar un
puesto fronterizo obligatorio para las almas errantes entre el mundo astral y
el espiritual. Suprimió todos los puntos del protocolo que le parecían inútiles
y/o una pérdida de tiempo, y sembró el camino de señales para que todas
llegaran al control. La escasez de personal en los últimos tiempos había hecho
que la eficacia del Departamento disminuyera hasta límites inaceptables. El
astral cada vez estaba más abarrotado de gente que ni siquiera sabía que estaba
muerta, y aunque el espacio no fuera un problema en el astral, donde dejaba de
existir, eso significaba menor mano de obra en el mundo espiritual y un
estancamiento en la evolución de las almas. Un desastre, en pocas palabras.
Él sabía
cómo arreglarlo. Con un poco de organización iba a demostrar que los Ángeles de
la Muerte eran los mejores trabajadores de toda la plantilla. A los pocos
minutos, la fila de almas errantes que esperaba su turno llegaba casi al bajo
astral. Era como un encuentro de Santas Compañas procedentes de varios puntos del globo terráqueo. Pero como no se andaba con tantos miramientos, no pasaba más de medio
minuto y ya todas tenían claro adónde tenían que dirigirse.
Tot llegó
casi al anochecer, vistiendo su uniforme de Ángel de la Muerte impecable y pensando que iba a tener que patearle el trasero a su
compañero para que se moviera en lugar de vaguear tanto. Se abrió paso entre la
multitud que se agolpaba frente al puesto de control, farfullando por lo bajo,
sin comprender a qué se debía tal acumulación de almas. Cuando por fin se
detuvo y pudo mirar a Leuche cara a cara, su expresión no dejaba lugar a la
duda: estaba profundamente irritado. Leuche estaba sentado tras una mesa
estándar de despacho, rodeado de formularios: un montón grande a su derecha, y
un montón aún más grande a su izquierda. El alma caritativa que estaba a su
izquierda dejó que Tot se interpusiera entre los dos.
—¿Cuál de
ellos? ¿El de “Autopista hacia el cielo”?
—No.
—¿El de
“Camino hacia la luz”?
—No.
—¿El de “Las
puertas de San Pedro”?
—No.
—¿El de “Si
has sido bueno, sigue por aquí”?
—No.
—¿El de "Si has sido malo, este es tu sitio"?
—No.
—¿El de "Si has sido malo, este es tu sitio"?
—No.
—¡Aaah! Ya.
¿El de Darth Vader con una guitarra eléctrica invitándoles al lado oscuro?
—Sí, ese.
—Porque
estamos escasos de personal y quizá alguien quiera hacerse voluntario antes de
que llegue al mundo espiritual y le envíen a otro departamento. Tenemos que
despertar vocación, ya sabes...
—¡Pero a mí
no me gusta el heavy metal! Y además... eso va en contra de los normas —respondió
Tot, con voz muy seria.
—¡Ah, bien!
¿Y organizar una huelga a la japonesa no?
—¿A esto le
llamas una huelga a la japonesa?
Tot señaló
con su brazo la fila interminable de espíritus que desaparecía en el
infinito. Hacía siglos que no era testigo de tal atasco. Era como el metro de
una gran ciudad en hora punta. Leuche se sintió irritado a su vez. Los jefes
nunca aprecian el trabajo de los empleados... pero decidió mantener la calma.
—Sí, son
muchos... Parece que mis llamadas a la atención han sido eficaces. ¿Ves esta
montaña de papeles aquí a mi derecha? Son todos los que ya han cruzado al otro
lado. Teniendo en cuenta que nuestro ritmo de trabajo antes de ser suspendidos
era de tres o cuatro almas por noche, excepto en los casos de batallas o
desastres multitudinarios, ya me contarás...
El humor de
Tot cambió al instante. Entrecerró los ojos, observó con detenimiento el puesto
de trabajo de su compañero, silbó con disimulo mientras rodeaba la mesa, examinó el estado del uniforme de su compañero, echó
un rápido vistazo a los formularios, y finalmente dijo:
—Está bien.
Hazme una demostración.
Leuche
sonrió al alma caritativa que aún esperaba con paciencia y la invitó a avanzar
un paso. Cogió un formulario y le hizo una serie de rápidas preguntas.
—Nombre.
—Donald
Ferguson.
—Edad.
—Cincuenta y
seis.
—¿Sabe lo
que le ha pasado?
—No. Yo
estaba haciéndome un café en la cocina y de pronto sentí un dolor en el
pecho...
Leuche marcó
la casilla de “Muerte natural” dentro del apartado “Causa de muerte”.
—Vale. Yo se
lo digo: está muerto. ¿Sabe en qué año ocurrió?
—En 1856.
—¡Por favor!
¿Y dónde ha estado todo este tiempo?
—Pues en
casa... la luz era extraña y ya nadie parecía oírme, pero yo quería seguir
ocupándome del jardín.
—Vale, eso
se acabó.
—¿Qué quiere
decir?
—Que esa
vida quedó atrás. Tiene que continuar por este camino, ¿ve? Hacia ese punto
brillante del fondo, allí ya le dirán lo que tiene que hacer.
—¿No puedo
quedarme?
—Sí, claro
que puede. Aquí no obligamos a nadie a ir en contra de su voluntad. Pero si no
va, no vivirá más vidas, no aprenderá nada nuevo, se aburrirá mogollón... Usted
elige. Pero elija rápido que no damos abasto con tanto muerto despistado. Si se
lo va a pensar, puede sentarse en la sala de espera.
Leuche marcó
la casilla de “Alma confundida” dentro del apartado “Razón de permanencia en el
astral” y dejó el papel a un lado hasta que el hombre decidiera qué iba a
hacer. Normalmente la gente no se lo pensaba tanto.
—¡Siguiente!
Otra alma
avanzó un puesto en la cola.
—Nombre.
—John F.
Kennedy.
—Edad.
—Cuarenta y
seis.
—¿Sabe lo
que le ha pasado?
—Iba en el
coche presidencial, oí un disparo y sentí un fuerte golpe en la cabeza.
Enseguida vi el lío que se montaba, pero preferí volar un poco por la escena.
Estuve un tiempo por allí en la Casablanca hasta que me aburrí de la política.
Luego me dije: “Voy a ver a qué otra cosa me puedo dedicar..." y entonces me enteré de lo
del túnel y la luz.
Leuche marcó
la casilla de “Asesinato” dentro del apartado “Causa de muerte”.
—¿Sabe en
qué año ocurrió?
—¿1962? ¿63?
—A mí no me
pregunte que yo sí que me hago un lío con el tiempo.
—Sí, fue en
1963 —intervino Tot—. Por cierto, ¿sabe cuánto tiempo ha pasado desde
entonces?
—No sé...
¿diez años?
—No, unos
pocos más. Pero no importa. Le pregunto solo por cuestiones estadísticas...
órdenes de arriba. Sigue, Leuche.
—Ya está,
hemos acabado. Sigue hacia la luz, ¿verdad?
—Sí, claro.
Cuando el espíritu de Kennedy desapareció por el lado de la derecha, un nuevo espíritu ocupó su lugar
frente al puesto de control. Este parecía una muerte reciente. La señora aún
tenía sangre manchándole el camisón y no podía dejar de llorar.
—Nombre.
—Teresa
Ramírez.
—Edad.
—Cincuenta y
tres.
—¿Suicidio?
La señora
reprimió un sollozo y echó un rápido vistazo a su camisón, preguntándose si es
que las heridas podían hacer pensar en otra cosa.
—¡No! ¡Mi
marido! Que se volvió loco y cogió la escopeta...
—¿Su
marido es ese de ahí? —Leuche apuntó a un hombre que iba cinco puestos por
detrás, con un ojo colgándole y un boquete en la sien derecha que dejaba ver
parte de sus sesos.
—¡Manuel!
Pero ¿cómo se te ocurre hacerme esto?
—Pues... es
que estaba desesperado, no encontraba trabajo, nos iban a desahuciar, ¡tu hijo
nos maltrataba!
—A ver, a
ver... no me obstruyan el flujo de almas —protestó Leuche—. Si tienen problemas
que resolver, los resuelven cuando vuelvan a reencarnar, aquí todo carece de
importancia. ¡Sigan a la luz, sigan!
Se fueron
los dos juntos, aún discutiendo, y un nuevo espíritu avanzó en la fila, que
seguía siendo interminable.
—¡Vaya! —exclamó
Leuche. Por alguna razón reconoció al siguiente, pero no se saltó el protocolo—.
¿Nombre?
—Ted Bundy.
—¿Edad?
—Cuarenta y
tres.
—¿Sabe lo
que le ha pasado?
—¡Como para
no saberlo!
Leuche se
rió.
—Sí, eso de
ser electrocutado es casi como morir en un incendio, ¿verdad?
—¿Así que
también me he hecho famoso aquí?
—No, es que
aquí tenemos muy buenos archivos de todo lo que pasa en el plano físico. ¿Y
cómo es que es ahora cuando has decidido seguir hacia la luz?
—No sé, es
que perseguir mujeres ya no es lo mismo desde el astral. La mayoría ni siquiera
se dan cuenta de que voy tras ellas, y cuando intento matarlas, ya no puedo...
Me llevó un tiempo descubrirlo, pero cuando lo...
—Basta ya de
cháchara, no estamos interesados en datos superfluos —intervino Tot. Leuche se
sintió decepcionado. No todos los días podías hablar con un asesino en serie
que había acabado ejecutado en la silla eléctrica.
—Ya has oído
al jefe. Si eso ya hablamos cuando acabemos aquí. ¡A seguir bien!
—¡Gracias!
Cuando ya
había despachado a una docena o así, se volvió hacia Tot y le preguntó qué
pensaba. Aunque Tot trató de permanecer rígido y serio, no pudo ocultar una
leve sonrisa de satisfacción.
—Hmm... Creo
que podrías utilizar algo más de tu sensibilidad innata y yo podría
perfeccionar las preguntas del cuestionario, pero sin duda con este método
vamos a cumplir nuestros objetivos...
Leuche
sonrió.
—¿Apostamos
sobre cuántos días nos quedan en el Departamento de Avatares y Apariciones
Virginales?
(continuará...)
(continuará...)
Aún estoy riéndome jajjajaja Qué bueno!
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado :-)
EliminarMe ha gustado mucho, no suelo poner muchos comentarios, pero te leo de vez en cuando y me gusta tu forma de escribir y de relatar, este episodio está muy bien, cómico y a la vez profundo, muy guayyyy¡¡¡¡
Eliminar¡Gracias, Juan Manuel! :-)
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