[En capítulos anteriores: El Ángel de la Muerte (34)].
Leuche se apresuró por el pasillo que llevaba a la oficina y antes de entrar se asomó levemente por el cristal esmerilado. Como suponía, Tot estaba en medio de una batalla estratégica de sus soldados. Los grises estaban esparcidos por más de la mitad del territorio de la mesa y parte de una estantería. Había un paracaidista atrapado en el flexo y un tanque había conseguido avanzar por el suelo hasta las inmediaciones de la silla. Lo malo es que los verdes los estaban rodeando y eran mucho más numerosos. En cuanto puso la mano en el pomo de la puerta, ambos ejércitos desaparecieron en el aire y Tot trató de disimular.
Leuche hizo como que no había visto nada. La fecha de su reencarnación era inminente, y aún no sabía si Tot le iba a acompañar o no. Sin ni siquiera darle los buenos días a su jefe, dejó el sombrero colgado en la percha, se sentó en la silla de visitante que solía ocupar, y le echó una mirada interesante por encima de sus gafitas redondas.
—Dime que lo harás... No me obligues a decirle a todo el Departamento que por tus venas no corre una sola gota de sangre alemana.
Tot ignoró la amenaza.
—Creía que ya te habías dado cuenta de que por nuestras venas ya no corre nada líquido...
Leuche sonrió.
—Pues energía alemana... llámalo como quieras. Pero seguro que no tienes h...
—No, de eso tampoco tengo. Una pena... ¿crees que eso sería una buena razón para reencarnar, volver a tener...?
—Pues depende.
Tot decidió detener la broma y su voz se tornó seria.
—No sé qué hacer, Leuche. En serio, mira todo esto... —Tot paseó su mirada por toda la estancia, como si realmente hubiera algo destacable en ella—. Me ha costado mucho trabajo tener esta oficina, estos soldaditos en el cajón... y el Messerschmitt de plástico ya ni te cuento. Cuando llegué era más pardillo que tú (vale, tanto no, pero lo era), y ahora soy uno de los Ángeles de la Muerte más respetados en esta dimensión e incluso en alguna otra. No, más que eso: soy EL Ángel de la Muerte. No tengo apenas rival, excepto alguno de esos pirados que se dedican a eutanasiar viejecillas en las residencias, como si eso supusiera algún esfuerzo o una inteligencia por encima de la media. Además... si me voy, ¿cómo va a funcionar el departamento? Sin mí aquí, todo esto se va a venir abajo.
Tot volvió a gesticular con su brazo abarcando toda la oficina. Leuche se preguntó si le estaba tomando el pelo. Excusas. Solo le sonaba a excusas. Y Tot lo sabía. En vez de enfrentarse a él miró con aparente indiferencia hacia la puerta y dijo en tono causal:
—¿No te has enterado de que ha vuelto Tinkerbell de su última reencarnación? Y no viene muy contenta.
De repente Tot se había puesto pálido.
—Tink... Tinker... ¿la Jefaza?
—La misma.
—¿Pero no se fue hace seis meses?
—En realidad fueron más... y no, no me vas a pillar, porque según el conversor de tiempo interdimensional el periodo exacto que ha estado fuera equivale a unos 24 años en la Tierra, siempre que no te cambies de plano o te pierdas en el astral en alguna de esas iglesias del demonio.
Tot movió los pulgares de sus manos entrelazadas con nerviosismo. Dios, ya no podía ni jugar un poco con el nuevo, había aprendido demasiado rápido.
—Hasta Gehirn está que trina —continuó Leuche—. Ya se acabó el descanso, las tranquilas mañanas charlando en la máquina de café.
—¿Y qué tienen de malo las máquinas de café? Siempre que se trate de café alemán, por supuesto...
—No conocía a Tinkerbell, pero ahora empiezo a comprender por qué el rendimiento había disminuido tanto en el Departamento, tú no eras el único que se estaba relajando.
Tot tragó saliva... o algo que se le parecía en su cuerpo inmaterial de cuello semitransparente. Por un momento vio como en un flash todas las calamidades que habían tenido que pasar en el Departamento de Avatares y Apariciones Virginales. Había sido un castigo desproporcionado y algún día Gehirn pagaría por ello... pero las medidas que tomaría Tinkerbell no iban a ser tan “benevolentes”. Ella era capaz de enviarles a un planeta en desarrollo para que se hicieran cargo del crecimiento de gusanos y otros invertebrados en la tierra durante milenios. Tal vez era tiempo de poner pies en polvorosa... Ahora la idea de reencarnar no parecía tan dura.
Carraspeó. Quería tantear cómo pintaba el futuro que se avecinaba.
—¿Y dices que no viene muy contenta? ¿A qué se debe eso?
—Por lo visto le dieron un cuerpo defectuoso, aún peor de lo que se había imaginado cuando marcó la casilla de “Enfermedades congénitas posiblemente mortales”. No solo se pasó toda su corta vida en el hospital, sino que además apenas llegaba a pulsar los botones de los ascensores y si miraba a la gente a los ojos acababa con tortícolis. Se sentía un poco como Tyrion, aunque por suerte no le tocó la época medieval, porque ya entonces apaga y vámonos, al igual habría acabado en la hoguera... otra vez. En eso nos parecemos... —Leuche sonrió levemente. Haber pasado por los mismos tipos de muerte era algo que unía a las personas.
Tot le miró con desdén y el ceño fruncido.
—Pues nada de lo que has dicho me parece excesivamente grave. Peor es tener los dientes separados...
—Ya. El caso es que viene muy cabreada. Y después de que la pusieran al corriente de todo lo que había pasado en el departamento en los últimos tiempos su humor pareció empeorar. Traía la energía súper-condensada en un mini-cuerpo de luz y ahora parece un gigante... además porta un hacha de piedra.
—Pero bueno, ¿y de qué se queja tanto? Cuando llegué yo al departamento las estadísticas de eficiencia eran aún peores. Y recuerda el atasco que tuvimos en el astral... ¿crees que ella lo habría hecho mejor que nosotros?
—No lo sé... lo único cierto es que va a doblar los turnos y se van a acabar los permisos de fin de semana. Además está estudiando la incorporación de más agentes de Asuntos Internos para vigilar nuestro trabajo...
—¿Que está estudiando qué?
El color general de Tot estaba pasando de blanco a gris. Y ahora sentía ganas de llorar. Sin duda una guerra galáctica en el plano terrenal sería más divertida. Al menos cuando volviesen Tinkerbell ya se habría calmado. Un poco... Algo.
Acabó dirigiendo una sonrisilla tonta a Leuche.
—Ahora que lo pienso... creo que no soy imprescindible aquí. Sin duda tú y ese otro pamplinas, ¿cómo se llama?, ah, sí, Skel, me necesitaréis allá abajo cuando haya que amputaros un miembro... aunque sea con láser.
Leuche permaneció en silencio un instante. Cruzó las piernas y se recostó en la silla. Una sonrisa perversa no tardó aparecer en su cara.
—¿Estás seguro, Tot?
Los sollozos de Tot inundaron todo el mundo espiritual y parte del astral.
(continuará...)
(continuará...)