O, al menos, eso había creído al principio. No pasó mucho
tiempo antes de que comenzara a sentirme vigilado. Me di la vuelta, pero allí
no había nadie. Busqué algún aparato electrónico que indicara la presencia de
alguna cámara, pero hacía años que los hacían tan pequeños que ya eran
imposibles de detectar a simple vista. Sabía que me vigilaban de todas formas.
Las Unidades de Internamiento estaban diseñadas para ello, para que nadie
hiciera lo que no debía. Y como ya no había humanos vigilantes, las normas se
cumplían siempre. Estrictamente.
La sensación era tan intensa que grité “¿Hola?”. El silencio
era total. Bueno, casi. Si prestabas mucha atención podías percibir un lejano
zumbido, posiblemente debido a la electricidad que hacía posible el perfecto funcionamiento
de la estructura tridimensional que asemejaba un panel de abejas y la
iluminación blanquecina que parecía venir de todos los lugares al mismo tiempo:
del techo, de las paredes, del aire que respiraba… aire totalmente neutro, sin
ningún olor.
Cuando llevaba exactamente seis horas y cincuenta minutos en
aquel pequeño cubículo, escuché un ruido de engranajes, como de paneles
deslizándose, y en la columna central se abrió una abertura rectangular de unos
veinte centímetros de ancho. Unas letras rojizas aparecieron en la parte
superior de la columna, justo encima de la abertura. El mensaje estaba escrito
en el idioma común, y su significado era:
“Su comida”
“Gracias”
Al aproximarme y asomarme a la abertura, vi que había un
recipiente blanco de plástico parecido a una barquilla con dos comprimidos
gelatinosos en su interior, uno de color rosado y otro de color verde oscuro.
Alargué mi mano para cogerlos, pero el panel se cerró súbitamente y tuve que
retirarla antes de que aprisionara mis dedos. Lancé una exclamación y vi
aparecer un nuevo mensaje en la columna. Según las leía las palabras se
desvanecían y aparecían las siguientes.
“Por ser su primer
día de internamiento le permitiremos tomar su ración, pero esta advertencia no
volverá a aparecer.
La puntualidad es imprescindible en esta unidad.
Tiene
exactamente dos minutos para coger e ingerir su alimento.
Si no lo hace así, no
habrá más ración hasta el próximo turno.
Si se niega a alimentarse, se le
administrará a la fuerza, ya que el suicidio no está permitido en esta unidad.
Buen día”.
Con el ceño fruncido, vi cómo se volvió a abrir el panel y
me apresuré a coger los comprimidos e introducirlos en mi boca. Se disolvieron
al instante. Y casi al instante me sentí con más fuerza y mejor ánimo. Pregunté
en voz alta si podían darme más instrucciones, si podían adelantarme cuáles
iban a ser mis actividades allí (pues era seguro que tenían que asignarme
alguna tarea). Pero el único cambio que se produjo en las siguientes horas fue
la disminución gradual de la luz, que pasó de un blanco inmaculado a un gris niebla,
el cual se fue haciendo cada vez más y más oscuro hasta que me encontré rodeado de
una oscuridad impenetrable.
Si no hubiese llevado ya tiempo acostado en la cama-tubería, me habría
tendido que arrastrar por el suelo para encontrarla.
Agradecí estar lo
suficientemente cansado como para no darme cuenta de que era lo mismo tener los
ojos abiertos que cerrados.
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