[En capítulos anteriores... El Ángel de la Muerte (14)].
Tot depositó
suavemente su Luger en la mesilla de noche y se tumbó en la cama con sus manos
entrelazadas en la nuca. Sus ojos se reflejaban como dos pequeños círculos de
luz en el techo que se encendían y se apagaban al tiempo que sus párpados se
abrían y se cerraban.... hasta que se cansó y los dejó abiertos. Era solo una
costumbre pero al no tener cuerpo físico los ojos ya no le escocían si no
parpadeaba. Tampoco necesitaba cerrarlos para concentrarse en su pensamiento.
Por culpa de ese cretino de Leuche a la mañana siguiente tendrían que dedicarse
a algo que no le gustaba lo más mínimo... y además tendrían que obedecer las
órdenes de otros. Y aún no podía entender por qué, pero en el Departamento de
Avatares y Apariciones Virginales todos se creían unos iluminados en posesión
de la verdad, las normas eran aún más estrictas que para los Ángeles de la
Muerte, y era imposible ser un tipo original con ideas propias. Allí no valía
haber sido un filósofo o un poeta, allí contaba más la experiencia terrenal como
sacerdotisa del Antiguo Egipcio, brujo en una tribu de la Amazonia, haber sido
considerado un dios como Viracocha o haber sido algún cura de alguna clase, o
incluso papa... ni siquiera monje servía. Debía de ser porque prácticamente todos
los espíritus en algún momento habían sido monjes, y por ello eso no daba
puntos extra en el curriculum vitae. La vida en el Tíbet no había
estado mal, pero claro, eso no te enseñaba apenas nada sobre cómo manipular a
la gente y hacerles creer en pamplinas para que hicieran lo que se suponía que
tenían que hacer. No podía creer que todavía existiera ese departamento. Habían
estado a punto de eliminarlo a causa de los últimos recortes presupuestarios,
pero los del Consejo dijeron que era necesario en algunos planetas primitivos,
y al final acabaron recortando solo en esferas lumínicas, construcción de
puertas interdimensionales y en... ah, sí, en Ángeles Anunciadores. Muchos
habían tenido que ser recolocados. ¿Necesario? Bueh... ¿qué esnifarían los
Ancianos del Consejo cuando se reunían en ese cónclave secreto?
La luz se
hizo más fuerte en la habitación cuando involuntariamente abrió aún más los
ojos... De pronto había recordado que por lo general los que trabajaban en el
Departamento de Avatares y Apariciones Virginales salían en misiones que podían
durar años terrestres, fueras a encarnar o no. Para encarnarte como avatar
tenías que ser un alma muy, muy, muy experimentada, así que eso le salvaba de
ese trabajo, pero aún así, todos los auxiliares tenían que hacer guardias y tenían
que estar preparados para la intervención en cualquier momento... ¿y si les
enviaban a la Tierra y tenían que quedarse allí durante cien o doscientos años? Maldición... eso le
dejaba sin tiempo. Había prometido a Skel una incursión al astral, tenía que
ser antes del cumpleaños del que había sido su novio en esa vida, y el tiempo
se pasaría si no lo hacían ya. Al segundo siguiente se había incorporado, había
adquirido la apariencia de un soldado vestido de camuflaje incluyendo la cara
tiznada de negro, y se dispuso a abrir la puerta de su habitación sin acordarse
de que podía atravesarla sin más. Le solía pasar cuando estaba excitado.
Leuche
depositó suavemente la cerveza Lager en la mesilla de noche y se tumbó en la
cama con sus manos entrelazadas en la nuca. Mmm... cómo echaba de menos
saborear una buena rubia en una Taverne de antaño. Sus ojos se
reflejaban como dos pequeños círculos de luz en el techo que se encendían y se apagaban al tiempo que sus párpados se abrían y se cerraban... abrió el
izquierdo y cerró el derecho, cerró el izquierdo y abrió el derecho, así un
buen rato hasta que se cansó y los dejó cerrados... para qué malgastar energía.
Entonces reparó en que sus pensamientos le estaban asaltando. El Departamento
de Avatares y Apariciones Virginales... Sonaba aburrido de cojones. ¿Cuál sería
el uniforme en ese departamento? ¿Una túnica naranja como las de los Hare
Krisna? ¿Un hábito de monja? ¿Un traje negro con alzacuellos? Tal vez habría
sido más divertido que ser un Ángel de la Muerte, solo que sus vidas religiosas
le habían marcado profundamente y ahora no quería saber nada de avatares ni de
ponerse alas en la espalda para engañar a los pobres humanos... Aún recordaba
el fuego de las hogueras y a las damas de hierro, y las Cruzadas, y las
persecuciones de hombres buenos. Solo en el Tíbet había conocido la paz...
hasta que llegaron los chinos, claro.
Mmm... el
Tíbet. A veces cuando había mirado los pies de Tot (¿qué estaría haciendo
mirando los pies de Tot?... Ni idea, pero lo hacía a veces... bueno, con
frecuencia) había creído ver por un segundo unas pobres sandalias, el borde de
una túnica roja y un cuenco colgando de su cintura... pero no lograba ver nada
más. Estaba seguro de que le había conocido en alguna parte, pero ¿dónde? Sabía
que podía acudir a los archivos, pero las colas que se formaban allí siempre
podían con su paciencia... Alguien le había dicho que últimamente hasta tenías
que coger un numerito: D245. Y era mejor que te llevaras un libro electrónico
para pasar el tiempo... que ahí sí que se hacía eterno, a pesar de no
existir.
La luz se
hizo más fuerte en la habitación cuando involuntariamente abrió aún más los
ojos... De pronto había recordado en qué vida había coincidido con Tot. Estaba
seguro... bueno, casi, pero tenía que decírselo de todas formas, seguro que él
también se acordaría... Al segundo siguiente se había incorporado, había
adquirido su apariencia habitual de caballero victoriano con levita y bastón y
se dispuso a traspasar la puerta de su habitación, pero justo en ese momento se
dio cuenta de que se le olvidaba el sombrero de copa, así que se detuvo, lo
hizo aparecer en su cabeza, aplastó con él sus rizos castaños y desordenados y
se teletransportó hasta el dormitorio de Tot.
Apenas
sintieron cómo se atravesaban mutuamente... salvo por cierto picor generalizado
y un viento desagradable en sus oídos inmateriales que les trajo una
sensación parecida a cuando eres niño y tu hermano quiere darte un beso.
“Quita, carapedo”. “Anda, orejas de soplillo, pues tú te lo pierdes”. “Piérdete
tú, caraplátano”. “A ver si eres más original inventándote palabrotas”. “Que te
pires”.
Lo malo es
que eso no lo podían pensar en el mundo espiritual, porque ahí no puedes
ocultar tus pensamientos. Eso sí, se dieron la vuelta y ambos parecieron
alegrarse del encuentro. Bueno, a decir verdad, Tot no.
―¡Oh! Así
que sales a estas horas de la madrugada ―preguntó Leuche, intrigado―. ¿Vas a
ver a tu guía espiritual?
Tot frunció
el ceño. Juraría que Leuche sabía que su guía espiritual había dormido en la
estacada más de una vez.
―Y este
aparataje soldadesco... ¿a qué se debe?
Tot le miró
con trazas de ira en su rostro. No le había dado tiempo a cambiar de
indumentaria. Ni siquiera la pintura negra de la cara... vamos, que le habían
pillado in fraganti. Nada que no pudiera arreglarse.
―He quedado
para una representación. No creo que te interese...
―¿Una
representación teatral? ¡No sabía que teníamos grupo de teatro!
―No lo
tenemos... es otra clase de representación. Es en la calle.
―Oh. ¿Y no
puedo ir?
―No. Te tienen
que invitar... y tú no estás invitado.
Leuche
pareció decepcionado.
―Ya.
Bueno... otro día será.
―Sí... otro
día será.
Pero Leuche
no se movía... y Tot no quería ser grosero.
―Oye, Tot...
¿puedo preguntarte una cosa? No tienes prisa, ¿no?
―Ya me has
preguntado una, auf Wiedersehen!
Y con un
“plop” desapareció en el aire como si hubiera activado una bomba de humo.
Leuche
entrecerró los ojos y cuando dejó de toser dio un profundo suspiro. Una lástima
que Tot quisiera dejarle atrás. Sabía cuáles eran sus planes, la conexión
mental entre ellos era mayor de lo que Tot podría llegar nunca a sospechar...
Tot era muy listo, pero las últimas noticias no habían llegado aún a sus oídos:
una nueva dotación de perros mutantes le había sido entregada al Cancerbero, y
solo él en todo el mundo espiritual y parte del astral sabía qué había que
hacer para evitar que se te tiraran a la yugular... en caso de que los
habituales sobornos no funcionaran, claro está.
(continuará...)
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