De vez en cuando me gusta traer alguna muestra representativa de mis
inicios como escritora. “El último amanecer” es un buen ejemplo, pues fui el
primer relato corto que escribí. No sé exactamente cuándo lo hice, solo sé que
tuvo que ser antes de 1994, y en el cuaderno donde los escribía, tengo apuntado
que debió ser con 13 o 14 años. Algo que no deja de sorprenderme y estremecerme a partes iguales.
Hoy, más de treinta años después, me he dado cuenta de la
trascendencia de este relato. He estado dudando dónde postearlo, porque es un
(pequeño) trabajo literario, pero al mismo tiempo es mucho, mucho más. Casi
nadie podría llegar a entender por qué significa tanto para mí, aunque se lo
explicara y aunque supiera de verdad de lo que hablo. Pero como me ocurre con
frecuencia cuando no sé dónde postear algo, al final acabo haciéndolo en todos
los sitios, con diversos grados de intensidad y profundidad, porque es algo que
me quema, porque es algo que me gustaría gritar a todos los vientos pero que
por circunstancias diversas he de callarme, porque es como una de esas escenas
de una película de terror que desearías no haber visto pero al mismo tiempo no
puedes dejar de darle al rewind y
luego al play, una y otra vez, una y
otra vez..., porque es una de esas pequeñas pistas que tienes delante de tus
ojos durante interminables años pero pasa el tiempo y la ceguera sigue ahí,
haciéndote tantear las paredes de una habitación a oscuras hasta que comprendes
que la única razón por la que no ves es que llevas puesta una venda sobre tus
párpados.
Está en la misma línea que “Más allá del horror”, aunque a
diferencia de este último relato, es mucho más conciso, menos elaborado, más
contundente, cambian los pequeños detalles, mi yo joven e inocente se resistía
a abandonar las palabras “alegría” o “esperanza” que en realidad ya no
existían, pero la escena está compuesta solo por unos pocos fotogramas que
quedaron grabados en algún lugar del universo y que —parece ser— siempre
estuvieron conmigo, como un microchip implantado en el cerebro o unos números
tatuados en el antebrazo. También se lo dedico a Katrina. Para ella no fue
exactamente su último amanecer, pero sí es verdad que desde aquel día ya estuvo
muerta... por un tiempo.
Katrina siempre va asociada a una canción instrumental de
Camel que me transmite todo lo que sentía ella: impotencia, rabia, tristeza,
soledad... y unas terribles ganas de gritar que desgraciadamente acabaron convirtiéndose en un silencio
casi eterno.
ICE
EL ÚLTIMO AMANECER.
Aquel
amanecer no fue como cualquier otro. El Sol apenas se veía allá en el horizonte
como una bola anaranjada parcialmente cubierta por las nubes, unas nubes
esponjosas de un gris algodón que no permitían ver el azul del cielo. El viento
soplaba como nunca lo había hecho en el transcurrir de los tiempos, y empujaba
a las nubes hasta que desaparecían a lo lejos siendo reemplazadas por otras tan
grises como ellas. Las olas del mar, embravecidas como no lo habían estado
desde hacía años, arremetían brutalmente contra las rocas.
No
había gaviotas surcando el aire en busca de comida. Tampoco nadaban peces en
las revueltas aguas del mar, ni había cangrejos enterrados en la arena. Ni un
solo ser viviente se veía por ninguna parte. La arena de la playa había aparecido
aquella mañana totalmente limpia y pura. Sin conchas, sin algas... tan sólo
arena.
El
grito de las olas al chocar contra las rocas era el único sonido en aquel
silencio, y el viento era ahora el amo de la Naturaleza, haciendo enojar al mar
y arrastrando a las nubes tras de sí. Solamente quedaba la Tierra.
Pero
entonces en la inmensidad de la playa surgió un punto que se movía
aproximándose a la orilla. ¿Quién o qué podía estar vivo aún? Pronto llegó al
agua, y siguió andando a lo largo de la orilla. Apenas se sostenía en pie. Su
cuerpo, casi desnudo, iba cubierto por los restos de lo que había sido un
sencillo pero bonito vestido. Su largo y oscuro cabello era maltratado por
aquel horrible viento que a cada minuto se huracanaba más y más. Llevaba los zapatos
colgados al hombro, atados entre sí para andar cómodamente por la arena. Sus
piernas le fallaban a cada paso, y caía casi desvanecida a la arena temiendo no
volver a levantarse jamás. Pero lo último que perdería sería la esperanza.
Sus
ojos verdes miraban al infinito, y de vez en cuando dejaban resbalar una
lágrima mitad coraje mitad tristeza. Hasta que su última gota de fuerza cayera
rota en mil pedazos no se detendría. Tenía que alcanzar aquel lugar... sólo le
quedaban unos metros. Había esperado aquel encuentro desde niña, y por fin
había llegado el día en que habrían de encontrarse.
Una
chispa brilló en sus ojos, y sus sonrosados labios dejaron escapar una triste
sonrisa. Entonces se detuvo, y miró hacia la línea donde cielo y mar se unían.
De
pronto las nubes se calmaron y desaparecieron abandonando en el cielo su color
gris. El mar se tranquilizó y las olas formaron una capa de agua lisa y
uniforme. El silencio se hizo por completo. Su corazón latió más despacio. El
Sol desapareció, y con él la luz. A lo lejos retumbó un trueno y desde el fondo
del mar comenzó a surgir un sordo murmullo, como el de una cascada al lanzarse
al vacío.
Ella se desmayó a causa del miedo, la alegría y el cansancio. El murmullo creció... creció aún más, y entonces las aguas del mar fueron horadadas por una enorme luna cegadora que alumbraba cien mil veces más que el Sol. Aquella luz lo llenó todo: la playa, el cielo, el mar... Primero desapareció ella. Luego la luz se llevó todo lo demás. Y después la nada se llevó a la luz. El silencio y la oscuridad reinaron para siempre.
Ella se desmayó a causa del miedo, la alegría y el cansancio. El murmullo creció... creció aún más, y entonces las aguas del mar fueron horadadas por una enorme luna cegadora que alumbraba cien mil veces más que el Sol. Aquella luz lo llenó todo: la playa, el cielo, el mar... Primero desapareció ella. Luego la luz se llevó todo lo demás. Y después la nada se llevó a la luz. El silencio y la oscuridad reinaron para siempre.
Simplemente I.M.P.R.E.S.I.O.N.A.N.T.E, la fuerza que transmite el relato y la capacidad de contar una historia increible en solo unas frases con esa edad es flipante, sigue escribiendo, a mí me ha recordado al último capítulo de la Máquina del tiempo de HG Wells, esa desolación, el fin de las eras, la soledad última y la nada, la luz y la total oscuridad, de verdad me ha tocado la fibra, un abrazo.
ResponderEliminarExcelente, Eowyn. Estoy totalmente de acuerdo con Juan Manuel; y sí, recuerda (y mucho) a ese capítulo final de la Máquina del tiempo e incluso al también capítulo final de la Guerra de los Mundos. Supongo que el lenguaje lo habrás "tuneado" un poco, si no me dejas flipado y preocupado a partes iguales.
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