Por fin... ¡el esperado nuevo capítulo de... el Ángel de la Muerte!
[En capítulos anteriores: El Ángel de la Muerte (30)].
Tot avanzaba silbando por el corredor que
llevaba a su despacho. Cabizbajo y sin ninguna prisa por llegar a su destino, arrastraba
los pies como correspondía en un lunes a las 8 de la mañana. Bueno,
exactamente, a las 7:57. Su reloj cuántico apenas fallaba, solo cuando había
tormentas electromagnéticas o se juntaban los espíritus sanadores esos y se
ponían a enviar ondas de energía a tutiplén. Su vida era un poco gris
últimamente. La vuelta al Departamento de los Ángeles de la Muerte había
sido estimulante. Ahora apreciaba aún más su Volkswagen y rellenar formularios
no le parecía tan aburrido. Había asistido con un entusiasmo casi desmedido al
“Curso sobre manejo de almas errantes: cómo convencerles de que el retorno les
conviene”. Pero ahora todo había vuelto a la rutina de nuevo. Incluso Leuche
iba progresando más rápido de lo que esperaba. Seguía llegando al trabajo con
el uniforme sin planchar y sin recogerse el pelo —a veces hasta se olvidaba su sombrero de copa puesto— pero su
labor era casi impoluta, eso no podía negarlo. ¿Tal vez podía recomendarle para
un ascenso y así se libraría de él? Pero no... seguramente le mandarían a otro
novato, y no le apetecía tener que enseñarle todo otra vez. Además se lo pasaba
bien con Leuche. Bueno, a veces. No cuando se ponía sentimental. ¿Que habían
compartido alguna que otra vida pasada? Bueno, ¿y qué? Lo raro era no haberla
compartido, al menos en este plano del mundo espiritual, donde todos vibraban
con frecuencias similares como resultado de sus experiencias.
Se detuvo en
seco cuando levantó la vista y vio que había una luz encendida en el despacho.
Parpadeó varias veces. No era posible. ¿Habría descubierto Leuche el secreto
del tiempo y habría conseguido ser puntual por una vez? Giró la manilla de la
puerta y la empujó levemente. Los goznes chirriaron como en una película de
miedo. Pero la escena que vio a continuación sí que era terrorífica.
La oficina nº 3176-80 estaba ocupada por tres
impresentables: Leuche con un ser algo más etéreo que ellos, vestido de
marinero mercante del siglo XIX, con su piel tiznada algo de azul, y al otro
lado de la mesa, en su propia silla, su guía espiritual, con apariencia de
joven estudioso con gafitas redondas y un birrete negro. El listillo que
siempre estaba dándole consejos inútiles sobre cómo vivir sus vidas.
Quiso salir corriendo, pero antes de que
pudiera moverse Harry ya le había paralizado de cintura para abajo con uno de
sus estúpidos conjuros. Y eso ya le puso de una mala h...
—Dime que no será necesario utilizar la
fuerza bruta —dijo Harry.
—Esto ya es utilizar la fuerza bruta
—respondió Tot—. Y luego bien que venís con esas historias del libre albedrío.
—Si te suelto, ¿prometes sentarte aquí a mi
lado y al menos escucharnos?
Tot miró de un lado a otro de mal humor,
refunfuñó algo y asintió con la cabeza. Casi instantáneamente se vio a sí mismo
sentado junto a su guía, con los brazos cruzados y actitud desdeñosa. Justo
enfrente estaba Leuche. Le envió un pensamiento: “Tú eres el culpable de todo
esto, ¿verdad?” Leuche puso cara de inocente, pero a él nadie podía engañarle.
—Creo que ya conoces a Han —dijo Harry,
señalando al que suponía era el guía espiritual de Leuche. En ocasiones Leuche
le había hablado de él. Le tenía bastante aprecio, algo que él no podía llegar
a comprender. Todos los guías eran iguales. No paraban de tocar los c...
Han hizo un leve movimiento de cabeza.
Seguro que le había oído, pero daba igual. Los guías siempre se las arreglaban
para ignorarte aunque les llamaras de todo por no ayudarte como les habías
pedido. Eran muy suyos los guías.
—Vayamos al grano. ¿Qué significa todo esto?
—dijo Tot, y traspasó a Leuche con su mirada—: Déjame que lo adivine. Ya es
definitivo, ¿no? ¿Vas a reencarnar?
Leuche bajó su mirada, sin saber qué decir.
—Pues... no
era mi intención, pero es que Han se me presentó el otro día y me dijo que va a
haber una nueva guerra mundial... y no sé, ya he vivido unas cuantas, pero es
que en esta va a haber láseres y naves intergalácticas, y nuevas máquinas de
tortura, y teletransportadores, y cazas imperiales, y...
Las pupilas
se le habían dilatado e iluminado mientras hablaba, pero volvieron a la
normalidad al ver la expresión taciturna de Tot. Parecía decepcionado. Tot miró
a los guías con los ojos entrecerrados.
—¿Qué
proporción exacta de eso es cierta?
Han y Harry
intercambiaron miradas, también con expresión inocente. Harry carraspeó.
—Bueno, lo
de la guerra mundial es verdad. Y lo de los láseres.
—Y lo de
las torturas...—añadió Han—. Para la teletransportación habrá que esperar. El
resto es producto de la imaginación de Leuche. O sea, más o menos lo de siempre
en una guerra. Ya tenéis experiencia, ¿de qué os sorprendéis?
—No, si no
me sorprendo —soltó Tot—. Pero ¿podéis decirme para qué diablos necesito esta
vez más guerras y torturas? Y no me vengáis con el mismo rollo de siempre de
que es por mi evolución espiritual. Que ya no soy un alma pura e inocente y ya
no me trago esas bobadas... Además, ahora tengo un puesto estable y bien
remunerado en el que incluso tengo alguna que otra satisfacción.
Espero que tengáis mejores razones para convencerme.
—Podrás
hacer cosas que nunca hiciste antes en una guerra, ¿no te parece razón
suficiente?
—Si te
refieres a desintegrar enemigos en lugar de volarles la cabeza con un rifle, no
sé... lo veo demasiado aburrido sin sangre ni higadillos. Los viejos tiempos
siempre fueron mejores.
—En
realidad me refería a utilizar el láser para cerrar heridas, pero tú mismo.
—¡Oh! ¿De
veras? No había pensado en eso... En mi época no teníamos ni gases anestésicos
y las suturas eran de tripa de gato, si es que había alguno cerca.
Por un leve
instante Tot miró sonriendo a Leuche, para comprobar si había entendido la
broma, pero enseguida se tornó serio otra vez. ¿Regresar otra vez? Dios, qué
pereza le daba...
—Además
hemos pensado que os iría bien reencarnar juntos —dijo Han—. Hace mucho de la
última vez, habéis vuelto a ser unos desconocidos y eso no está bien.
Tot miró de
reojo a Leuche mientras Leuche miraba de reojo a Tot.
—¿Y qué
necesidad tengo yo de conocer más a este espécimen? —le espetó Tot a su
compañero. Leuche no pudo quedarse callado.
—Que sepas
que te arrepentirás de tus palabras cuando estemos allá abajo.
Tot se rió.
—¿Ah, sí?
¿Qué vas a hacer, traicionarme como la última vez?
—O algo
peor.
—¡Miedo me
das!
—Y además no
fue la última, que no tienes memoria.
Los dos guías
espirituales se miraron entre sí y suspiraron.
—YA. BASTA.
—Aunque
penséis lo contrario, no estamos aquí para presionaros —dijo Han—. Bueno, tal
vez Harry sí, sabe lo tozudo que es Tot, y cómo en su última encarnación tuvo
que cerrarle las puertas del cielo y darle un puntapié porque si no, una vez
dentro, no habría vuelto jamás a salir... Pero en fin, esperamos que eso fuera
solo una circunstancia aislada. Ahora habéis tenido tiempo de descansar, y sabéis
que la decisión es vuestra.
—¿Descansar?
—dijo Leuche con un relámpago en sus ojos—. Que yo sepa no recibí ningún
tratamiento reparador, ni físico ni espiritual, después de haber sido quemado
hasta las cejas. ¡Enseguida a trabajar, y encima en un departamento que era
nuevo para mí!
Tot observó
a su compañero sacudiendo la cabeza. “Mira que es perezoso y debilucho... Como
si morir achicharrado no fuera algo habitual...” De algún modo Leuche captó su
pensamiento y alargó una mano para agarrarle del pescuezo.
—¡Y tú te
reíste!
Los guías
corrieron a separarlos y volvieron a gritar:
—¡¡YA BASTA!!
Tot y Leuche
callaron. Tot tenía una sonrisa irónica en sus labios mientras se hacía el
despistado. Leuche comenzó a mover su pie nerviosamente. En realidad la
discusión era para esconder la inquietud que les provocaba la inminente
partida. Viajar al astral siempre era una aventura arriesgada, pero era
divertido. Encarnar en el plano terrenal eran palabras mayores. No molaba lo más mínimo:
las sensaciones eran mucho más intensas, el dolor era de verdad, la sangre
también. Pero negarse a hacerlo era de cobardes. Te quedabas atrás como un niño
enfadado en el aula mientras los demás jugaban en el patio del colegio... y al
final te acababas arrepintiendo.
En el fondo
ambos sabían la razón por la que debían reencarnar. En el mundo espiritual no
existen los secretos. No eran tan distintos como pensaban. Y aunque trataban de
ocultar sus verdaderos sentimientos mediante las bromas y los aparentes ataques
personales, sabían muy bien que lo que proponían sus guías era algo tremendamente
serio. Las guerras no eran para cualquiera. Muchos Ángeles de la Muerte se
congregarían una vez más en la Tierra, cada uno en su papel, cada uno con su
nueva misión casi imposible de cumplir. En tiempos de guerra el trabajo se
multiplicaba también para los Ángeles de la Muerte no encarnados, pero sin duda
no era lo mismo para unos y para otros. Y sin duda el Departamento no se iría a
la ruina sin ellos.
—Sé que
necesitáis tiempo para pensarlo —dijo Harry—. Y ya sabéis que tenéis el Futuroscope
para considerarlo. Esperaremos una semana, y entonces nos daréis una respuesta.
Los guías se
desmaterializaron en el aire dejando a Tot y a Leuche pensativos y preocupados.
(continuará...)
(continuará...)
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