[En capítulos anteriores: El Ángel de la Muerte (31)].
—Perdone,
señor, ¿es usted el último en la cola?
—Así es,
joven.
Leuche
dirigió la mirada al horizonte y comprendió que la espera les iba a llevar unas
horas. La cola daba vuelta y media a la manzana donde se encontraba el
Futuroscope. Y ya podía empezar a rezar para que no se quedaran sin número. Tot
llegó poco después con un bollo relleno de nata en la mano. Aquella mañana aún
no había desayunado. Las malas noticias no le produjeron más frustración de la
que ya sentía. Se limitó a tomar aire, asentir con la cabeza mientras saboreaba
la nata, y ofrecer un bocado a Leuche. Pasados unos minutos, se encogió de
hombros.
—Hmm… solo
en momentos como este siento que el tiempo es eterno aquí arriba —murmuró.
—¿Decías…? —preguntó
Leuche, ansioso por unirse a una protesta a dúo. Tot se hizo el despistado.
—Oh… nada.
No sé, tal vez deberíamos volver otro día.
—Ni lo
sueñes. Ya oíste a nuestros guías. No podemos esperar mucho.
—¿Tú crees?
Dicen que existen vórtices espacio-temporales en el astral. Tal vez podamos
encontrar uno en el que retrocedamos en el tiempo y así cuando regresemos aquí
será como si el tiempo no hubiera transcurrido… incluso si llegamos un poco
antes, tal vez nos ahorraremos esta cola infinita.
—No creo que
eso funcione. Ya averigüé que del tiempo se encarga el Departamento de los
Agujeros de Gusano y a nosotros no nos cuentan nada nunca. Eso sí, hace un buen
rato que sospecho que tú tampoco sabes cómo funciona, y no es verdad que el
tiempo no exista aquí arriba. ¿Por qué si no iba a llegar siempre tarde… bueno,
casi siempre?
Mientras
hablaban la cola ya había avanzado un poco, así que al menos eso les animaba un
poco.
—Bueno, vale,
me quedaré —aseguró Tot—. Pero no te hagas ilusiones. Aún no estoy muy seguro
sobre eso de reencarnar…
—Tú te lo
pierdes.
Leuche miró
hacia otro lado y fingió indiferencia, aunque en el fondo de su corazón supiera
que el viaje iba a ser mucho menos divertido sin Tot.
—Sí, es
cierto. Me voy a perder tener que nacer de nuevo medio asfixiado después de
haber estado atrapado en la oscuridad durante meses (terrenales), aprender otra
vez a andar, a hablar un lenguaje burdo, grosero y malsonante (con lo cómodo
que es hablar sin tener que pronunciar sonidos), crecer con vete tú a saber qué
familia (que los últimos que me tocaron no había quién les entendiera), ir a la
escuela, ganarme la vida, tener sueños para que luego todo se tuerza, trabajar,
trabajar y trabajar… y encima parece que en este caso poner en peligro mi vida
luchando en otra guerra más, sin saber si moriré joven o viejo ni de qué
moriré. Llámame loco, pero tal vez… solo TAL VEZ, prefiera quedarme aquí. Al
menos soy un Ángel de la Muerte medio veterano, respetado y con un futuro estable
en el departamento. Si crees que me vas a echar de menos, mira… quizá le pida a
mi guía que me deje hacer prácticas de guía espiritual para ti. Puedo visitarte
mientras duermes y susurrarte algún consejo que otro, ¿no te gustaría eso?
Solo estas
últimas palabras sorprendieron suficientemente a Leuche como para hacerle
abandonar su fingida actitud indiferente y volverse hacia él con un brillo de
esperanza en sus ojos.
—¿De veras
harías eso?
La sonrisa
que tenía Tot en sus labios le hizo saber que había caído en la trampa.
Recuperó su seriedad y volvió a mirar al frente. Avanzó unos pasos que les
acercaban a la entrada del Futuroscope.
—¿No te
fiarías de mí? —preguntó Tot con ironía, continuando con la broma. Leuche le
ignoró.
El silencio
se prolongó durante unos largos instantes. Tot solo veía la espalda y las
melenas rizadas de Leuche. Casi llegó a sentirse culpable, pensando que quizá
había herido de verdad a Leuche. Después de todo, él también sabía lo duro que
era reencarnar con almas extrañas con las que no se comparten vínculos de vidas
anteriores. Era solo que a veces… no comprendía por qué Leuche le tenía tanto
afecto. Finalmente, optó por darle unos golpecitos con el dedo en su hombro
derecho.
—¿Hay
alguien ahí?
Leuche trató
de hacerse el duro, pero no pudo resistirse y se dio la vuelta.
—Sí, sí me
fiaría de ti, Tot. Siempre. El problema es… que si fueras mi guía, no sería
igual. Apenas podría verte, ni escucharte, no serías más que una voz extraña en
mi pensamiento. Uno de mis grandes amigos ya hizo eso una vez, y me pasé media
vida esperando que reencarnaría y echándole de menos. No quiero que vuelva a
pasar… al menos no en este viaje. En una guerra siempre quieres tener a los
mejores cerca.
Tot pestañeó
repetidas veces como si se le hubiera metido una mota de polvo en el ojo. Hizo
amago de sonreír pero solo consiguió una mueca absurda que no parecía
transmitir ni alegría ni tristeza. Por suerte, Leuche intuyó que no iba a
contestar y le volvió a dar la espalda.
Tot quedó pensativo. El argumento no
podía haber sido mejor. Sabía por experiencia que observar a otros vivir y
morir en la Tierra no solo era aburrido y de cobardes. Al final acababas
echando de menos a la gente estuvieras donde estuvieras… y cuando volvían solo
podías escuchar sus aventuras sin sentirte parte de ella. Era como quedarte en
el banquillo durante un partido de fútbol. ¿No podría aceptar al menos un papel
breve pero importante? ¿Morir joven pero ser recordado por toda la eternidad… a
ser posible por algo bueno esta vez? ¿Salvarle la vida a Leuche en una
contienda…? Bueno, quien dice Leuche, dice cualquier otro, claro… ¿Y si fuera
médico de nuevo? ¿Médico en una nave espacial? Eso no estaría mal del todo… ah,
no, que habían dicho los guías que las naves espaciales aún no habían llegado.
Bueno, a ver qué se iban a encontrar en los visores del futuro. El funcionario
ya les estaba asignando un puesto doble. Unos minutos más y sabrían qué les
esperaría allá abajo... al menos una pequeña parte.
(continuará…)
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