Hace un rato estaba en mi cama reflexionando (sí, los
escritores hacemos eso, entre otras muchas cosas), y he recordado algo que
escribí hace mucho, mucho tiempo, en mi diario (sí, soy tan rara que eso era lo
que hacía cuando era pequeña, escribir en mi diario en lugar de jugar a la
comba en el parque). En concreto decía algo así como que lo que más me dolía de
la vida era que hasta ese momento no había tenido la sensación de vivir como
quería vivir, de hacer lo que yo quería hacer, de ser lo que quería ser...
Después, mientras otra parte de mi cerebro se preguntaba si me echaba una
siesta o me levantaba para hacer algo más productivo, recordé un viejo borrador
de una entrada para el blog que nunca llegué a desarrollar (hasta hoy, de ahí
el título, que no me he molestado en cambiar, es que me ha pillado el día chungo), que decía así:
“Me miro en el espejo y veo un millón de caras. No soy
ninguna de ellas, pero tengo un poco de cada una. Algunas no me gustan mucho,
otras son falsas, muchas ya no tienen arreglo, pero no me puedo deshacer de
ninguna. Son parte de mí. Adoradas, odiadas, risueñas, tristes, van cambiando
con cada segundo que pasa, igual que en una vida no hay ningún momento exactamente
igual a otro”.
Entonces, como mi mente es así de caótica y le cuesta
centrarse, recordé la eterna pregunta que todo ser humano que se precie (sí,
vale, de esos hay pocos, pero digo yo que alguno habrá) se hace alguna vez en su vida, que viene a decir algo
como esto:
“¿Quién soy?”
Y que suele ir seguida por esta otra:
“¿De dónde vengo?”
Y ya para rematar, una tercera cierra el cuestionario:
“¿A dónde voy?”
Bien, aunque algunos lectores pensarán que soy muy
arrogante, y otros que estoy como una regadera —conclusión a la cual no es muy
complicado llegar dado que no hago más que repetirlo constantemente yo misma y
además lo que escribo es prueba de ello— a estas alturas de mi vida he
conseguido responder medianamente a las dos primeras preguntas. El porqué nunca
lo diré a no ser que sea bajo tortura a estilo inquisitorial, porque no quiero
que me vuelvan a encerrar allí de donde vengo, o sea, de Bedlam Fayre (he aquí
la respuesta a la segunda pregunta). Y entonces, reflexionando, ya medio
somnolienta, sobre la primera pregunta, me dije a mí misma cuán cierto es
aquello de que tenemos varias caras, y esto es válido tanto en sentido figurado
como en el sentido literal de la expresión, solo que el común de los mortales
solo reconoce tener una. Y es que nos solemos comportar de manera distinta
dependiendo de a quién tengamos delante. No sé, puede que solo sea nuestro
instinto de supervivencia, porque es evidente que no puedes hacer las mismas
sandeces delante de tus padres que delante de tus amigos, ya que en el primer
caso te arriesgas a recibir un cachetazo y en el segundo a perder tu
reputación... Si estás con tu pareja no vas a contestar del mismo modo que lo
harías a un amigo si la otra persona te dice “Hey, mira qué bonita esa chica” —esto lo sé por experiencia, aunque aún no he logrado que mi chico me reconozca
que con sus amigos reacciona de otra forma... puede que tal vez sea porque
tiene pocos amigos—. Y, por supuesto, la actitud de la gente en general es
totalmente distinta según la presencia/ausencia del jefe en la oficina... esto
lo saben todos menos el jefe, que solo se lo puede imaginar... y no muy bien
porque seguro que se equivoca en sus apreciaciones sobre quién es el más
trabajador o quién es el que más le hace la pelota.
Llegados a este punto me pregunté: “Y entonces... ¿cuándo
eres tú mismo? ¿Solo cuando estás solo?” Eso suena terriblemente triste. Aunque
quizá, como estamos tan acostumbrados a renunciar a tantas cosas, ni siquiera
nos damos cuenta de que estamos renunciando a ser nosotros mismos. Y es que ser
tú mismo es muy complicado. Yo diría que prácticamente imposible... y si lo
llegas a ser alguna vez es cuando ya has alcanzado la madurez y el mundo te
importa tres c... tres cominos, eso ero lo que iba a decir. Es que soy
escritora y tengo que mantener la compostura, que mi profesión es la misma que
la de Camilo José Cela, pero yo soy una señorita y tengo una educación... El
caso es que para ser tú mismo necesitas mucha valentía, y lo normal es que de
joven seas un auténtico cobarde, para qué nos vamos a engañar. A mí me pasaba.
Mucho. Aún lo soy, solo que me refugio en las letras y según algunos me escondo
detrás de un nombre falso. Ésa es una acusación de la que aún no me he
repuesto, pero la culpa es mía por haber escogido un nombre tan impronunciable
como Eowyn en vez de Rosa García, nadie habría pensado que este nombre es falso
también... Como decía, cuando eres joven es mucho más difícil ser tú mismo, al
fin y al cabo tienes toda la vida por delante y tienes que hacer carrera, y no
puedes ir haciendo el loco continuamente. Tal vez por eso los viejos, como
están más cerca de la eternidad y además ya han echado por la borda su carrera
y saben que ya no tienen tiempo de reconducirla, pueden ser más como son
realmente y mandar al infierno a todo aquel que deseen... siempre que por ese
entonces aún les queden fuerzas y no hayan sucumbido a la autoridad de los
hijos, nietos y bisnietos, que hoy por hoy siguen pensando que a partir de los
60 eres un carroza que ya no sirve para nada.
Posiblemente ser tú mismo implica un gran grado de rebeldía.
No la rebeldía de los jovenzuelos como James Dean que creen que ser rebelde es
llevar la contraria a tus viejos (dejo claro que jamás he visto una película de James Dean, por tanto que nadie se sienta ofendido si James Dean era otro tipo de rebelde). No, yo me refiero a la rebeldía de verdad que implica que un
día te veas en el calabozo por haber impregnado toda tu piel con sangre falsa y
haber pasado un par de horas junto a otros cuerpos desnudos en plena Puerta del
Sol para protestar contra la crueldad humana contra los animales; o la rebeldía
que llevó a algunos de nuestros mayores
a correr frente a los grises por gritar en contra de un dictador; o la rebeldía
que te lleva a arriesgar tu vida por algo en lo que crees. Yo me las doy
de rebelde, pero en el fondo no lo soy... o mejor dicho, no lo he sido en los
últimos cuarenta años... Bueno, va, lo
he sido pero solo un poco y no se me ha notado mucho. Aunque tiendo a ser
confundida por una niña, en realidad me siento como Matusalén con una larga barba
de tres kilómetros, sentada en la cima de una montaña, preguntándome “¿Acabará
esto algún día?” Aunque en el fondo sé que no va a acabar... o al menos no
tiene pinta.
Lo que quería decir es que a nadie le gusta poner su vida en
peligro, aunque solo sea un poco. Y la razón fundamental es que tenemos mucho
miedo. Pero mucho, mucho. Y una de las razones por las que lo tenemos, aunque
no es de las más importantes (hoy no me apetece hablar de ésas, que en cuanto
termine el párrafo me voy a volver al catre), es porque nos da miedo lo que
piensen de nosotros, incluso cuando ese algo que no dejamos ver a los demás
podría ser algo de lo que podríamos sentirnos orgullosos. En este sentido,
siempre me acuerdo de la canción de Marillion “Beatiful”, que dice al final:
You strong
enough to be
why don’t
you stand up and say
give
yourself a break
they’ll
laugh at you anyway
so why
don’t you stand up and be
beautiful
Black white
red gold and brown
we’re stuck
in this world
nowhere to
go
turn it
around
What are
you so afraid of
show us
what you’re made of
be yourself
and be beautiful
Why don’t
you stand up and say
“I’m
beautiful!”
Para que nos entendamos, o tienes lo que hay que tener, o no
te levantas ni de coña, aunque te guste ser distinto, aunque te reconozcas como
un rebelde, o aunque sepas que llevas la razón, porque en el fondo... a día de
hoy y a la hora en la que estamos, no merece la pena. Yo puedo ser todo lo
beautiful que quiera pero los feos me comen como ose levantar la voz en
público, te lo puedo asegurar. Así que lo práctico... o quizá sea la inercia,
quién sabe, hace que todos nosotros, me atrevería a decir que sin excepción —incluido
Mario Vaquerizo que por muy natural que parezca que es, nadie se creería que él
es así de verdad, aunque me puedo equivocar— vayamos por la vida cambiando
constantemente de cara, fingiendo ser lo que no somos, sonriendo cuando lo
único que nos apetece es soltar unas cuantas barbaridades por la boca, siendo
políticamente correctos para que no te tachen de antisemita en países como
Estados Unidos, o poniendo cara de no haber roto un plato en casa de tus suegros
cuando en tu grupo de amigas tienes fama de liarla parda si te pilla el día
torcido.
Es muy complicado saber quién eres... como creo que he dicho antes. Pero dudo que haya mucha
gente interesada en saberlo. En general vamos a lo fácil, aceptamos el nombre
que nos pusieron al nacer y si dudas enseñas el carnet de identidad, como si el
nombre que viene ahí significara algo. Siempre he deseado que me hubieran
puesto un nombre indio, por supuesto nada de ponérmelo al nacer, cuando todos
somos una masa más o menos informe de carne blandita y huesos frágiles sin
cerrar que lo único que hace es berrear y tragar lo que le den, sino cuando ya
empiezas a ser tú mismo —pero tú mismo de verdad... o sea, que tendría que ser
antes de los cuatro años, que es cuando te mandan a la escuela— y tu brillante
personalidad empieza a despuntar. A mí me habrían puesto “Silent Cat”. O quizá “Niña
que siempre tiene la cabeza en las nubes y se pasa el día fantaseando” (que en
indio sería mucho más corto). O también “Inquietantes ojos que todo lo observan
y traspasan el alma”. Por desgracia me pusieron un nombre normal y corriente de
niña occidental. Lo bueno es que me gusta bastante y no es muy frecuente, y
además tuve la fortuna de que no iba acompañado de María ni nada parecido. Pero
aún así, y a pesar de que según su etimología significa “solitaria”, que da
bastante en el clavo... no tiene la profundidad que debería tener. Pero supongo
que no podría ser de otra forma, porque como la mayoría de la gente nunca llega
a saber quién es, tampoco se le podría encontrar un nombre apropiado de verdad,
y algunos morirían y en su tumba pondría “Sin nombre pero con número 1.243.742”.
Y eso es tal vez más triste...
Yo seguiré levantándome por las mañanas y eligiendo la careta que me quiero poner ese día, según mi estado de ánimo y mis ganas de mandar a todos a freír espárragos. Tal vez vuelva a explicar por enésima vez que el atún es un bicho muerto y por eso no lo como o tal vez pasaré de todo y haré como que no he oído nada... También es probable que resista mis impulsos de tirar la televisión por la ventana, aunque si no lo hago es porque hay que llevarla a reciclar, no porque merezca la pena conservarla. Me resistiré a llamar a todos ciegos borregos porque no quiero volver a acabar en la horca, aunque esta vez sea una horca en sentido figurado. Y seguiré siendo lo que me convenga en cada momento aunque en el fondo me gustaría ser yo misma. Con el tiempo lo voy haciendo mejor y me da menos miedo, pero hay días que cuesta, cuesta mucho... después de todo si no te arriesgas, no ganas nada, pero tampoco te cortan la cabeza, que de momento la necesito para escribir.
O sea, que es algo inquietante cuando alguien te dice que te
conoce muy bien y que se ha decepcionado, o algo así, porque la verdad es que
ni siquiera tú te conoces a ti mismo, y lo más seguro es que la forma en que te
ven tus amigos difiere mucho de la forma en que te ve tu pareja o la forma en
que te ven tus padres... Y desde luego, la forma en que el lector se imaginará
a la escritora desesperada que creó este blog, no tendrá nada en común con la
realidad. Yo lo advierto...
Por cierto, en cuanto a la tercera pregunta, ni idea. Porque
aún no sé cómo adivinar el futuro y porque aún no sé ni lo que voy a cenar esta
noche, como para saber dónde estaré mañana o adónde iré cuando me haya
muerto... ¿a quién le importa?
Todos tenemos distintas caras con las que nos enfrentamos a la vida diaria, como tú dices, lo difícil es saber cual es tu verdadero yo, y eso creo que no lo sabemos nadie, o casi nadie, cuando estamos solos creemos saber quienes somos, pero yo por lo menos no sé quien soy en realidad porque mi mente es un caos de ideas de mí mismo y de la vida, a veces optimista, otra pesimista, pero la esencia de mi yo aún no la he comprendido, y me jode, porque me gustaría afianzarme como persona y saber lo que quiero, pero no lo sé, y cuanto más pasan los años creo saberlo menos porque descubro cosas de mí que a veces me sorprenden o me molestan y no puedo evitarlas o me cuesta mucho dejarlas atrás, manías, fobias, miedos, ya sabes. Creo que eres una persona excepcional por lo que escribes, tu alma es profunda y oscura como dice Serrat, pero tu esencia destila en tus escritos, eres un alma solitaria, como la mía, como la de muchos que escribimos sobre temas trascendentes, pero por lo menos es lo que pienso, creo que buscamos a almas afines para compartir, para crecer y encontrar respuestas, que a lo mejor sabemos, pero aun no sabemos que las sabemos, somos un caos, y en vivimos en el caos, intentando buscar un orden, que nunca llega, pero que tenemos la ilusión de poder lograrlo. Sigue escribiendo, así exorcizamos nuestros demonios interiores, por lo menos a mí me sirve, aunque escribo menos de lo que quisiera...un abrazo Eowyn.
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