―¿Es este el
número? ―preguntó Tot.
Skel lo
volvió a comprobar.
―El 245 de Willow Lane, sí, es este.
―¿Estás
seguro? A ver si le vamos a dar el susto al vecino y no a tu antiguo novio...
―Que no,
Tot, viví aquí durante catorce años, ¿sabes? Puede que sea algo simplón pero no
soy tonto.
―Yo no dije
eso, Skel, no te enfades conmigo...
―Perdón, es
que estoy nervioso, digo nerviosa... o nervioso, no sé, hace tanto que no le
veo...
―Por cierto,
¿por qué te has puesto así de mamarracho?
―¡Es el
vestido que me puse en la boda de mi hermana! Mira qué color púrpura tiene... y
las lentejuelas, cómo brillan a la luz de la luna. Mira, mira qué vuelo más
delicado ―y Skel giró sobre sí mismo para demostrárselo―. El escote enseña solo
lo justo y los finos tirantes resaltan el atractivo de mis hombros. A Rudy le
encantó tanto que no pudo esperar a la noche para...
―¡No hace
falta que nos cuentes los detalles! ―intervino Leuche al ver lo pálido que se
estaba poniendo Tot.
Los tres
estaban de pie de espaldas a la carretera, un camino con curvas que iba
bordeando unas bonitas zonas ajardinadas con las típicas casas americanas de
dos pisos y garaje, con un buzón en la puerta y un vecino que te daba la
bienvenida con una cesta de flores y dulces. Así, a lo Poltergeist. En la parte de atrás había sitio para construir una
piscina en la que acabarían saliendo esqueletos por haber sido construida la
urbanización sobre un cementerio.
―Por cierto,
bonita casa ―añadió Leuche―. Aunque coincido en lo del vestido. ¿No tenías uno
con menos floripondios?
―Que os
zurzan a los dos ―replicó Skel―. No me vais a amargar mi momento... Bueno,
¿entramos o no?
Tot consultó
su reloj. Si habían hecho bien los cálculos y los vórtices temporales no les habían desviado mucho de su trayecto, el marido de Skel estaba a punto de
aparecer en su Pontiac rojo de cambio automático. Sonrió. Le encantaba la
puntualidad.
―Entremos...
no sin antes repasar el plan. Recordad: ante todo, mucha lógica y precisión. Tú
al dormitorio sin vacilar. Yo al salón a...
―¡Ejem! ¿Pero
no ibas tú a la cocina? ―preguntó Leuche.
―¿Yo? ¿A la
cocina yo? No... esto... bueno, vale, al final he encontrado algo que podrías
hacer tú: un bizcocho de chocolate, o sea, imitar el olor que tiene justo
cuando lo sacas del horno...
Leuche
frunció el ceño. Si eso era todo, menudo aburrimiento.
―Ya. Y tú...
¿de qué te ibas a encargar exactamente?
―Todo lo
demás. ¿Te parece poco? La música, los efectos electromagnéticos... los juegos
de luces... No quiero recordarte que si no fuera por ti aún conservaríamos un
puesto en el Departamento de Ángeles de la Muerte y no necesitaríamos estar
aquí arriesgando nuestros pellejos para que Skel pueda visitar a su querido
marido.
―¿Ah, sí? ¿Y
he de recordarte yo que gracias a mí no serviste de aperitivo a una jauría de
perros mutantes?
―Seguro que
me habría desecho igual de ellos sin ti...
―Pues no era
eso lo que parecías pensar cuando el tierno animalito se estaba relamiendo su
hocico.
Skel les
hizo callar a los dos clavándoles los tacones de sus zapatos en cada uno de sus
ojos. A Tot en el derecho, y a Leuche en el izquierdo, siguiendo la ley del
mínimo esfuerzo, ya que él estaba en medio de los dos, echándose el perfume
Coco Chanel número 5 en los lóbulos de las orejas y perfilándose los labios.
Luego tiró de ellos para sacarlos, hicieron un sonido parecido a “blop” y se los puso de
nuevo en los pies, apoyándose levemente en Tot.
―Desde
luego, no contéis conmigo para volver a bajar al astral de manera subrepticia,
para esto mejor contrataré a los de la mafia fronteriza la próxima vez ―dijo
Skel con aire desdeñoso mientras se acababa de retocar mirándose en un espejo de mano. Después lo
cerró con un clic y atravesó la puerta de entrada sin más.
Tot y Leuche
se miraron. Leuche sacudió la cabeza. No sabía por qué pero por alguna razón
disfrutaba haciendo de rabiar a Tot... y sospechaba que Tot también disfrutaba
haciendo lo mismo con él. No tenían arreglo.
―Anda, tira ―dijo
Leuche.
―No, tú
primero.
Leuche
vaciló un instante, temiendo alguna otra jugarreta de Tot.
―Vale, pero
porque soy un caballero...
―Como tú
digas.
El ruido de
un motor en la lejanía y las luces reflejándose en las ventanas de la casa de
al lado les obligó a apresurar el paso... o el deslizamiento mejor dicho. Se
situaron en los puntos estratégicos de la casa y esperaron a escuchar el ruido
de la llave en la cerradura. Rudy era un hombre en la cincuentena con aspecto
algo cansado que solo parecía desear una cena recalentada en el microondas y un
último vistazo a las noticias de la CNN antes de irse a la cama. Skel les había
contado que Rudy era muy, muy escéptico. Tenían que asegurarse de actuar antes
de que se bebiera su copita de coñac o se tomara su pastilla para dormir,
porque si ese era el caso, ya tenía una buena excusa para hacerse a creer a sí
mismo que todo habían sido alucinaciones... y no, eso no se lo podían permitir,
después de todo lo que les había costado atravesar los numerosos planos del
astral sin el Volkswagen. También era esa la razón por la que se habían
decidido por una aparición en toda regla en lugar de un sueño. El sueño era
diez veces más fácil y requería menos energía. El problema era que Rudy casi
nunca recordaba sus sueños, y para él los sueños solo eran sueños... “Además,
¿cuántas veces habrá soñado que te ve pasear por la casa en camisón?”, había
señalado Leuche, con toda la razón. No, necesitaban algo más contundente.
―¡¡¡Mmrrrraaamiaaauuuu!!!
Un gato
blanco y gris con el lomo erizado descendió las escaleras como alma que lleva
el diablo y desapareció por la gatera de la puerta de entrada, dejando a Rudy
anonadado.
―¡Tot,
joder, luego me dices que no juegue con los gatos cuando hacemos una salida! ―exclamó
Leuche desde la cocina. Mentalmente se trasladó al salón y, en efecto, pudo ver
a Tot aún agachado cerca del borde del sofá de tres plazas con cheslong,
mirando fijamente a los ojos de algo que ya se había esfumado dejando una
silueta felina en el éter. Tot dejó escapar una risita.
―Que yo lo
haga no significa que tú debas
hacerlo.
―¡Silencio,
cáspita! Que nos va a oír... ―susurró Skel.
―Bueh, permíteme que lo dude, a no ser que tu novio/marido fuera clarividente no se va a enterar de ná ―dijo Tot.
―¿Cuándo
comienza la función? ―preguntó Leuche.
―Quedamos en
que Skel daría la señal, ¿o es que ya se te ha olvidado, cenut...?
―Sshhh...
Rudy ya
había entrado, había visto a un ser extraño corriendo por todo el pasillo y
desaparecer por la gatera, había dejado las llaves y el periódico doblado en la
mesita del recibidor y estaba atravesando el salón. Cuando comenzó a subir las
escaleras hacia la segunda planta la vieja cadena musical se encendió sola y
una melodía comenzó a sonar.
Oh, oh, my
love
Oh my darling
I’ve
hungered for your touch
A long and
lonely time
Rudy se
detuvo a la mitad de las escaleras, descendió y apagó la cadena extrañado.
Después, comenzó a subir de nuevo. Y se volvió a detener. Bajó hasta el salón y
se acercó al termostato de la calefacción. Se había dado cuenta de que hacía un
frío gélido. En efecto, marcaba 56º F (unos 13º C). Encogiéndose de hombros, giró
un poco la ruedecilla hacia la derecha y volvió a subir las escaleras.
Mientras,
Tot y Skel trataban de poner la cadena en marcha de nuevo, pero no lo
conseguían.
―Skel, ya lo
hago yo, quita.
―Ya te he
dejado y no has podido.
―Porque me
he quedado sin energía... pero enseguida me recargo, ¿ves? ―le enseñó el dedo
corazón y era verdad, había un halo de luz azulada en la punta.
―A ver,
prueba.
Tot acercó
el dedo al botón de play pero aquello
no funcionaba.
―¿Cómo lo
hiciste antes?
―¡Sin nadie
que me distrajera! Oye, ¿no deberías estar en el baño haciendo lo del espejo?
―¡¡Pero es
que tiene que sonar la música!!
My friends
are gonna be there too, yeah
I’m on the
highway to Hell
Highway to
Hell...
Un estruendo
comenzó a sonar en toda la habitación, los bafles que había colgados en la
pared vibrando a cada nota como si fueran a reventar. Tot juró y perjuró que no había sido él... De
pronto, silencio.
Leuche se
materializó junto a la cadena musical, justo delante de Tot y Skel.
―Sois unos
aficionados en esto de los poltergeists, perdonad que os lo diga. Skel,
tranquilízate y sube a hacer lo tuyo ―al ver que abría la boca para protestar,
se apresuró a añadir―: ¡Obedece! Y no te tropieces con el vestido al pisar en
los escalones. Y tú, Tot, ¿qué haces con el dedito? ¡Es todo mental! ¡¡MENTAL!!
Cerró los
ojos para darle un poco de efecto, pero en realidad era suficiente con pensar
en la dichosa canción y proyectar sus deseos a través de ondas
electromagnéticas a los circuitos electrónicos de la cadena. Si hubiera estado
enchufada a la corriente habría sido más fácil, pero no iba a ser todo un
camino de rosas.
Oh, oh, my
love
Oh my
Darling
I’ve
hungered for your touch
A long and
lonely time
And time
goes by
so slowy
and time
can do so much
Are you
still mine?
Oh, ho
Después
corrió a la cocina y se imaginó un delicioso bizcocho de chocolate en el horno,
subiendo, subiendo... impregnando toda la casa con ese aroma que tanto añoraba
de sus vidas en el mundo físico. Tot reaccionó y decidió ir a ayudar a Skel, y
cuando iba flotando a media altura por el tramo de escaleras, Rudy apareció y
se lo tragó entero... es decir, lo atravesó de parte a parte. ¡Buajjj! Se
sacudió las impurezas físicas y la desagradable sensación que siempre le
producía atravesar material biológico que no fuera el suyo propio y siguió su
camino sin preocuparse en demasía. Rudy también había notado algo extraño, una especie de escalofrío... pero no le dio importancia. Ya se había dado cuenta de que algo
extraño pasaba, solo que no sabía aún si llamar a la policía o buscar una cámara
oculta. ¿Quién se había colado en su cocina?
―¡Ahora,
Skel, aprovecha, haz lo del espejo!
―Pero si
todavía no se ha duchado...
―No importa.
Leuche dice que es suficiente con imaginártelo.
―Eso ya lo
sabía...
―¿De veras?
―Vale, no
funciona ―admitió después de mirar fijamente el espejo durante unos cuarenta
segundos.
―¿Me necesitabais,
chicos? ―se materializó Leuche una vez más. La sonrisa de satisfacción que
había en su rostro comenzaba a irritar a Tot.
―No, no te
necesitábamos.
Tot se puso
a mirar el espejo fijamente y allí nada sucedió.
―Con
convicción, Tot.
―¡Con
convicción, Tot...! ―repitió Tot con voz de burla. Pero aún así le hizo caso y
lo volvió a intentar. Skel también parecía concentrado y finalmente vieron
aparecer una neblina en la superficie del espejo. Dejaron a Skel el honor de
dibujar un corazón enorme.
―Corre,
nosotros nos encargamos de que no se borre.
De un salto
Skel se tiró en la cama de matrimonio, adoptó una postura lo más sexy que pudo (le costó bastante porque hacía tiempo que no tenía cuerpo material) y reservó la energía para cuando su marido apareciera por la puerta. Lo primero
que hizo Rudy fue quitarse la chaqueta y descalzarse. Después se acercó el baño
y cuando vio el corazón dibujado en el espejo del lavabo se le paró la respiración.
Tuvo que sentarse en la tapa del váter con una mano en el pecho, temeroso de
que fuera a sufrir un infarto. No sabía qué pensar... pero ahora ya había
recordado que en dos días cumpliría cincuenta y cuatro años. Sabía cuál era su canción favorita, la que Margaret siempre se empeñaba en poner mientras hacían el amor.
Sabía cómo le gustaba preparar ricas tartas caseras para las celebraciones
familiares... y siempre había sonreído cuando al salir de la ducha aún podía
distinguir la huella de un corazón dibujado en el cristal con un dedo, a veces
atravesado por una flecha. Pero Margaret había fallecido doce años atrás en un accidente de tráfico. Sus ojos se llenaron de lágrimas. ¿Era posible
que...?
Se puso en
pie con las piernas temblando y pasó al dormitorio. ¿Era su imaginación o
parecía que en el edredón se podía distinguir la silueta de una persona? Unos
zapatos de tacón... unas piernas esbeltas de mujer... No, allí no había nada.
Entonces vio los pechos. Se frotó los ojos, pero ahí seguían. Eran inconfundibles...
y ahora veía el vestido morado de lentejuelas que aún guardaba en una funda en
el desván. No podía ser... Pero finalmente apareció su rostro, su cabello
rizado de color miel, sus ojos con aquella mirada tan dulce.
―Margaret...
―Solo quería
decirte que tengas un cumpleaños muy feliz, cariño. No te preocupes por mí.
Échame de menos, pero no dejes de vivir. Estoy muy bien aquí. Nos volveremos a
ver.
Tot y Leuche
observaban preocupados a Skel. Había parte de su ser que se había hecho algo
borrosa y difuminada... Primero habían sido las piernas. Luego de la cintura
para arriba.
―¿Crees que
lo está consiguiendo? ―preguntó Tot.
―Sin duda.
No tienes más que ver la cara que tiene este hombre. Creo que no lo ha flipado
más en su vida.
Tot hizo un movimiento como si se sintiera inquieto.
―No me
siento cómodo sin el uniforme ―comentó Tot―. Es como si no debiéramos estar
haciendo esto...
―Es que no
debemos.
―Pero ¿por
qué? Les estamos haciendo un bien a los dos.
―Pues no
sé... imagina que le da un pasmo y nos lo tenemos que llevar de vuelta con
nosotros... antes de tiempo. ¿Crees
que nos lo perdonarían?
Tot tragó
saliva y pensó unos instantes.
―Perdonarnos
sí. Ahora, tal vez nos obligarían a reencarnar en cucarachas.
―¿Tú crees?
Si eso es un mito, ¿no?
Tot sonrió,
pero no dijo nada.
―¿No?
(continuará...)
(continuará...)
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