[En capítulos anteriores... El Ángel de la Muerte (17).]
―¿Tú estás
seguro que vamos a llegar a tiempo para la sesión introductoria en el
Departamento de Avatares y Apariciones Virginales?
Leuche
estaba sentado junto a sus compañeros en el borde de una carretera, justo en el
centro de los dos. A su izquierda estaba Tot, con un aspecto bastante
desmejorado y cara de mal humor. A su derecha, Skel permanecía inmóvil con su
brazo levantado y su pulgar levantado. Le habían obligado a adoptar esa
posición, no les quedaba otra que hacer autostop si querían llegar a su
destino. Después de atravesar más de quinientos túneles interdimensionales (no
en vano decían que las dimensiones eran infinitas) y perderse al menos cinco
veces, se hallaban terriblemente cansados y el ánimo no era el mismo que el que
tenían cuando habían partido del mundo espiritual.
Tot no
parecía tener muchas ganas de hablar. Se encogió de hombros sin apartar la
mirada del asfalto. No parecía importarle mucho ahora la aventura.
―Mmm... Deberíamos
haber robado el Volkswagen del garaje ―dijo Leuche, con las manos apoyadas en su barbilla y el sombrero de copa calado sobre los ojos―. En mi vida hice un viaje
tan emocionante como el del otro día... en ninguna de mis vidas, quise decir.
Una pequeña
lucecita brilló en los ojos de Tot.
―Es que es
un coche alemán. Esos son los mejores. Lástima que solo podamos utilizarlo en
los viajes oficiales.
La lucecita
se volvió a apagar.
―¿Tienen
coches alemanes en el Departamento de Avatares y Apariciones Virginales, Tot?
―No ―respondió
Tot con un profundo suspiro que casi pareció un sollozo.
―¿Qué tienen
entonces?
―De todo.
Por algo su presupuesto es cuatro veces mayor que el nuestro.
―¿Podrías
especificar?
―Bolas de
fuego, ruedas de fuego, cruces de fuego, estrellas móviles, todo tipo de
vehículos voladores de varios colores, xendras, huevos materializadores,
intercomunicadores celestiales...
―¿Xendras?
―Esferas de
luz.
―Parece
divertido, ¿no? ―dijo Leuche con cierto matiz de ilusión en su voz.
―Lo parece.
Pero no lo es.
La ilusión desapareció. Leuche tuvo
miedo de seguir preguntando. Intuía que a Tot estaba a punto de acabársele la
paciencia. El cambio de actividad que les había asignado Gehirn había afectado
enormemente a Tot, y no sabía por qué. De acuerdo en que a él tampoco le
gustaba demasiado todo lo que tuviera que ver con la religión, pero aún así
sentía curiosidad por ver cómo se lo montaban en el Departamento de Avatares y
Apariciones Virginales.
―Tot. ¿Por
qué te gusta ser tanto un Ángel de la Muerte?
Los tres
alzaron sus cabezas al oír que un vehículo se aproximaba, pero las
volvieron a bajar cuando vieron que pasaba de largo. Además el conductor se
había abierto el cráneo contra el parabrisas y ni siquiera se había dado cuenta
todavía, a pesar de que había masa encefálica pegada en el cristal. Era raro que un Ángel de la Muerte no se hubiera personado ya en el lugar. Debían estar muy cerca de los planos terrenales.
―Tot...
―Ya te oí...
Estaba pensando. No es fácil de explicar a un... a un... ―iba a decir
principiante, pero el achicharrado llevaba 1674 muertes violentas, 1432
asesinatos, 546 muertes por enfermedad y 230 suicidios. De esas 1674 muertes
violentas, 346 habían sido por reyertas, 452 en el campo de batalla, 156
ahorcamientos, 302 víctima indefensa, 138 en accidentes, y alguna que otra en
la hoguera... Y además en las escasas salidas que habían hecho había demostrado
tener madera de Ángel de la Muerte. Llamarle principiante no le parecía justo.
―¿Principiante?
―acabó la frase Leuche.
―Dejémoslo
en inexperto. La muerte es la única verdad de la vida. Los seres humanos la
temen. La temen tanto que son capaces de inventarse miles de historias para
hacerse creer a sí mismos que no existe. No se atreven a mirarla a la cara,
huyen de ella porque creen que la muerte es sinónimo de destrucción, de final,
de separación. Viven toda la vida con esa ilusión, pensando que un esqueleto
con una capucha y una guadaña les espera en esa encrucijada, para acabar con todo
lo que han sido, lo que han hecho, para llevarse a las almas que tanto han
amado en esa vida. ¿Crees que nuestro emblema nació por casualidad? En la
Tierra todo gira alrededor de la muerte. Se piensa que la vida es una lucha
constante contra la muerte, cuando la muerte no es más que una compañera, una
aliada, es la que acaba con el sufrimiento por un breve instante, la que te
permite respirar para poder volver a vivir. La muerte existe, pero solo es
cambio. La gente tiene miedo del cambio, porque como ignoran la muerte, piensan que la vida es lo único que
tienen.
Solo el
sonido de los grillos astrales rompió el instante trascendental al que las
palabras de Tot les habían transportado. Cuando se ponía en plan filosófico no
había quien le ganara...
―Vale. Pero
creo que no has respondido a mi pregunta ―dijo Leuche.
―Ser Ángel
de la Muerte significa que has trabajado tanto con la muerte que incluso cuando
estás vivo eres consciente de que la transición entre un mundo y otro es un
momento casi sagrado.
―Pero todos
los seres humanos mueren, Tot. ¿Qué habría de especial en eso? ―preguntó Skel,
que seguía la conversación con su brazo en alto y su pulgar levantado.
―Que todos
lo hagan no significa que todos lo hagan bien, ni que lo hagan sabiendo lo que
están haciendo, ni que lo hagan sin miedo. Morir es como respirar. Lo vas a
hacer porque es natural. Pero si respiras de manera controlada y consciente,
llega más oxígeno a tus células, y por tanto más energía. Cuando mueres de
forma consciente ya no necesitas a ningún Ángel de la Muerte que venga a
enseñarte el camino. Porque has aprendido que la muerte solo es cambio y no
tienes miedo. Ya no esperas a ver qué pasa. Utilizas tu mente para hacerlo.
Las
palabras de Tot les hicieron pensar. Vaya si les hicieron pensar.
―¿Tú has conseguido eso... estando vivo? ―preguntó Leuche.
―No ―reconoció
Tot, algo incómodo―. Yo también soy... inexperto. No tanto como tú, pero lo
soy, quiero decir que no soy un Ángel de la Muerte Emérito, o no sería un
currito del montón en el Departamento... bueno, en nuestro antiguo Departamento.
Pero no soy solo yo: casi nadie llega a ese momento. La ayuda que prestamos a
los muertos en la transición es mucho más valiosa que cualquier ayuda que les podamos
prestar en vida, y para poder hacerlo tenemos que comprender la muerte como nadie más, tenemos que experimentarla de todas las formas posibles, estudiarla desde todos los ángulos. Pero eso nadie nos lo reconoce. Ni siquiera en nuestro hogar.
Porque ahí ya sabemos que la muerte no existe, así que se piensan que nuestro
trabajo es fácil. Solo nosotros sabemos que no lo es. Este trabajo es duro, por
eso somos pocos, porque por lo general nadie quiere saber nada de la muerte y
todos acaban siendo Sanadores de Almas, o aburridos guías espirituales, o
Ángeles Anunciadores, o cualquier estupidez que no te lleve trescientas mil
vidas con muertes horribles y otras tantas de asesino, médico o embalsamador. Pero eso nos hace ser únicos, e imprescindibles. ¡No quiero dejar de ser Ángel de la Muerte!
―Si estás
tan seguro, ¿no crees que deberíamos decírselo a Gehirn? Quizá podamos
convencerla para...
―A Gehirn no
hay nadie que pueda convencerla. Más vale que nuestros próximos informes lleven
la aprobación de nuestros supervisores mientras estemos en el Departamento de
Manipuladores Engañamasas y Abductores de Inocentes.
Los ojos de
Leuche se habían abierto como platos.
―¿Tú estás
seguro de que nunca has trabajado ahí?
―Sí. Hablo
solo por lo que me han contado...
―¡Hey, tíos!
¡Por fin!
Un camión de
basura astral paró justo delante de ellos dejando huellas de frenada en la
calzada.
―Voy en
busca de elementales negativos, sombras varias, carcasas astrales y monstruos
del pensamiento. Si queréis os dejo a las puertas del plano terrenal ―les dijo
el señor que iba sentado en el asiento del conductor.
Los tres se
levantaron encantados del bordillo y se sacudieron el polvo del trasero. Por
fin... ya solo les quedaba llegar y montar el espectáculo fantasmagórico. Bueno, y luego volver.
(continuará...)
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