―No sé… hay
algo que no me convence.
Tot removía
con una cucharilla su cóctel de color verde, servido en copa de Martini y
bautizado como “Ángel caído”, pensando en qué hacer con la guinda también
verde: no estaba tan rica como la guinda roja, pero también merecía esperar
hasta el final. Se había sentado frente a la barra de la cantina, porque de
repente le había invadido un estado de ánimo un tanto extraño y no le apetecía
mucho charlar sobre temas superficiales… y cuando Leuche se aproximó por su
izquierda para pedir su batido de piña y coco, pronunció esas palabras de
manera casual. Leuche le miró de soslayo… pensando que hablaba a otra persona.
―¿Decías…?
―El discurso
de ese vejestorio. No solo ha despreciado nuestro trabajo, sino que además
pretende hacernos creer que el sentido de la vida es vivir ―Tot sacudió la
cabeza―. No me convence…
El batido de
Leuche llegó y Tot observó cómo de repente cambiaba de color y se volvía marrón
con unos chorreones de salsa de chocolate pegados al cristal.
―Es que he
cambiado de idea ―dijo Leuche, sonriendo. Era un indeciso.
―Además…
¿qué puede saber él? ¿Cómo ha llegado a esa conclusión?
―Bueno… por
el color de su aura y el cabello blanco, yo diría que ha vivido más que
nosotros… y estuvo un tiempo acompañando a uno de los Maestros Ascendidos,
según he oído por ahí. Algo debe de saber…
―Pamplinas.
―¿Pamplinas?
―Sí,
pamplinas.
―Ajá… y
¿cuál es el sentido de la vida para ti?
―Aún no lo
sé. Y lo de los Maestros Ascendidos es una estupidez. ¿Ascendidos a dónde? ¿A
qué? ¿No se supone que somos todos iguales?
―Vaya humor
que gastamos hoy…
―No, es que
es verdad… no importa adónde vayas, en todos los sitios te vienen con lecciones
espirituales, que si no hagas esto, que si no hagas lo otro, que si no seas tan
orgulloso, que si otra vez a reencarnarte porque tienes que aprender… ¿aprender
el qué? ¿Es que no aprendo ya lo suficiente con mi trabajo, mis cursos de
reciclaje y los viajes organizados a otros mundos?
―Todo eso me
parece muy bien, pero ¿no te has ido un poco por las ramas? Estábamos con lo
del sentido de la vida… ―Tot miró a Leuche con cara de pocos amigos. Parecía
más avispado de lo que había pensado en un principio…
Leuche contempló pensativo las burbujas que jugueteaban en la superficie de su batido. Era difícil decirlo. No sabía cómo lo hacían, pero los guías siempre encontraban la forma de convencerte de que debías reencarnar y pasar otra vez por todo el largo proceso que eso suponía, incluyendo el nacimiento y la muerte, para al final… al final… volver a casa y encontrar que… ¿encontrar qué? ¿Qué había aprendido él?
―La vida es como un sueño. Pero es un sueño que tienes que construir tú, hasta que ese sueño sea tan hermoso que nunca quieras despertar… que nunca quieras volver a casa.
Tot se
sorprendió por esas palabras. Eran de lo más profundo que había escuchado
últimamente, incluyendo la reciente conferencia. Pero aún así… dudó.
―Es como
construir un edificio… un nuevo hogar, ése en el que te gustaría vivir para
siempre. Al principio aprendes a hacer el cemento. Luego los ladrillos. Luego
las vigas… con todo lo que eso supone. No solo es el material, también es cómo
usar ese material. No solo eres el obrero, también el arquitecto ―absorto en su
dulce batido, Leuche parecía inspirado―. No puedes pasar al siguiente material
hasta que no dominas el primero. Y eso te puede llevar varias vidas… Según ese
sueño crece, las cosas se tornan más complicadas, el trabajo es cada vez más
delicado. Tienes los cristales, la grifería, la electricidad… es un edificio
con muchos vecinos y todos se van apoyando unos a otros. Pero cuando dominas lo
más básico, entonces la relación con las personas es también más difícil.
Muchas veces el edificio (el sueño) se viene abajo, y hay que empezar desde
cero otra vez. Unos abandonan la vecindad. Otros vienen. A veces aparecen
goteras, otras veces una plaga en los sótanos… Pero tú siempre tienes en mente
ese edificio perfecto en el que te gustaría vivir.
―¡Para,
para! A ver… sigue sin tener sentido. ¿Para qué montar todo ese tinglado? ¿No
lo podemos hacer aquí igual?
―¿Aquí? Aquí
creas lo que deseas con solo pensarlo, ¿ves? ―en una décima de segundo su
batido era ahora una ración doble de tortitas con nata, y al segundo siguiente
un pastel de manzana, y al segundo siguiente un crepe relleno de dulce de
leche. Finalmente volvió a ser un batido con chorreones de chocolate.
―Ya. ¿Y?
―Pues que
así no apreciamos lo que tenemos. Aquí todo es plano, continuo, sin
sobresaltos, hagamos lo que hagamos nos va a ir bien, puedes quedarte una
eternidad pensando en las musarañas que nadie se va a alarmar ni tú te vas a
preocupar de nada… pero si permaneces inmóvil, no vas a llegar nunca a ninguna
parte.
―¿Y
reencarnando sí?
―No sé, sigo
sin verlo…
―¿Has hecho
alguna vez castillos de cartas?
―Sí.
―Pues es lo
mismo. Si tienes buenas cartas, puedes hacer un buen castillo, siempre que te
apliques y tengas paciencia y un buen pulso. Si tienes malas cartas,
necesitarás algo más que buen pulso para mantener el castillo. Cuando el
castillo se cae, empiezas de nuevo. Incluso puede que el castillo no se caiga,
sino que lo derriben… pero no importa, porque cada vez que lo volvemos a
levantar, lo hacemos mejor.
―Y así,
¿hasta cuándo?
―Hasta que
te canses de hacer castillos.
―Sigo sin
verle el sentido. ¿Para qué construir un castillo? ¿Para qué construir nada,
sabiendo que al final siempre se va a caer? ¿Sabiendo que nunca lo vas a ver
acabado?
La guinda
verde ya era lo único que quedaba del cóctel, daba pena verla en el fondo de la
copa tan solitaria.
―No quieres
verlo acabado. Da igual si se cae o no. Lo que quieres hacer es construirlo,
eso es lo único que importa. No quieres vivir en un sueño, ni tampoco en un
rascacielos de 200 pisos, aunque tenga una piscina y un helipuerto en la
azotea. Solo quieres vivir. Sentir que estás vivo. No me negarás que estar aquí
en casa es muy aburrido... pura rutina.
Tot frunció
el ceño. Había subestimado al nuevo… Ahora no podía dejar de pensar.
Incluso se le quitaron las ganas de comerse la guinda.
(continuará...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario