Tot le pasó
el martillo de brujas para que lo guardara en la caja de herramientas y Leuche
lo observó un momento maravillado de lo que era capaz de hacer.
―Se parece
al martillo de Thor ―dijo con una voz llena de admiración―. Me enseñarás a utilizarlo, ¿verdad?
―De verdad,
eres como un niño, Leuche. ¡No lo manosees más, eso no es un juguete! Y no
somos superhéroes que vamos por ahí salvando vidas de... de... bueno, salvando
vidas.
―¿Eso crees?
Por un
milisegundo Leuche pensó que su compañero iba a sonreír... pero no lo hizo. Aún
así, juraría que el brillo en sus ojos había sido de orgullo.
―Bueno, vale...
pero ¿me enseñarás?
―Ya veremos.
Tot ya se
alejaba hacia la portezuela del acompañante, mientras Leuche se aseguraba de
que la caja de herramientas quedaba bien sujeta y el cuerpo etérico del suicida
no se había movido de donde lo habían dejado. Luego se metió en el coche,
arrancó y metió la primera marcha. Tot programó el GPS para que no le fuera
difícil encontrar el camino a casa a través de los siete planos del astral y
los innumerables subplanos.
Al principio
no hablaron mucho. Las voces de las almas atormentadas, la atmósfera lóbrega de
las alcantarillas y sobre todo el estado de ánimo que aún envolvía al muerto y
que invadía todo el interior del automóvil, pesaban sobre sus corazones. Los
suicidios nunca eran fáciles... y eso que este no había sido de los peores. Tenían
ganas de salir de allí y olvidar el mal trago. Al cabo de un rato Leuche
decidió decir algo para alejar las malas sensaciones.
―Oye, Tot,
si fueras a reencarnar, ¿qué te gustaría ser esta vez? ―al decir esto encendió la
radio y movió el dial hasta encontrar una canción de rock... necesitaba
relajarse. Y entonces comenzó a agitar la cabeza rítmicamente. "The trooper" de los Iron Maiden era como una inyección de adrenalina en las venas...
Tot le miró
con el ceño fruncido y volvió a mover el dial a la posición donde estaba antes.
Una preciosa composición a piano de Chopin comenzó a sonar. En ningún momento
desvió la atención de los posibles bucles espacio-temporales en los que podían
quedar atrapados en el astral. No se acababa de fiar de la forma de conducción
de Leuche.
―Pues... no
sé. He sido ya tantas cosas... ―su voz sonó algo cansada.
―Bueno, pero
seguro que podrías encontrar algo...
―No sé... me
da un poco de pereza empezar otra vez desde el principio: elegir la vida que
voy a llevar, seleccionar a mis padres, volver a nacer, estar allá abajo sin
saber de qué va la historia...
―Pero es
divertido, ¿no?
―¡Cuidado!
Leuche tuvo
que dar un volantazo para evitar una masa gigante de elemental del pensamiento
con la que estuvieron a punto de chocar. En cuanto se recuperó del susto,
Leuche aprovechó que Tot aún no había recuperado el color y cambió una vez más
la emisora. Sonrió al reconocer la melodía de “Highway to Hell” de ACDC. Era
una de sus canciones favoritas... aunque no tanto como “Burning down” de Arena.
Ésta todavía le producía escalofríos... a pesar de que lo lógico hubiese sido
lo contrario. Un momento. ¿Qué era lo contrario a un escalofrío? ¿Un
escalocaliente? ¿Tal vez llamas de fuego lamiendo tu piel? Se sacudió el
pensamiento y recordó la pregunta que le había hecho a su compañero.
―¿No es
divertido?
Tot se
encogió de hombros.
―Psé...
Supongo que sí, a veces...
―Bueno, ¿y
qué serías? Así, sin pensar mucho.
―Me
dedicaría a buscar una ciudad perdida en la selva.
―¿De veras? ―Leuche sonrió. Nunca se habría imaginado a Tot a lo Indiana Jones intentando ahuyentar a un grupo de serpientes con un látigo―. ¿La selva del
Amazonas? Creo recordar que no quedaba mucho de ella en una de mis últimas
vidas...
―El siglo
XXI fue una ruina para todos.
Un gruñido
les llegó desde los asientos traseros... o quizá del maletero. Tal vez el
muerto se estaba despertando por fin.
―Mira a ver
qué le ocurre a ese. Espera que te sujeto el volante ―le ordenó Tot. Y cuando
Leuche se estiró hacia atrás para ver qué pasaba, Tot aprovechó para cambiar
con la otra mano a Chopin.
―No, está
bien ―contestó Leuche―. Debió ser el bache de energía negativa condensada.
Recuperó su
posición y notó que algo había cambiado, pero no cayó en la cuenta de qué era.
―Así que
explorador... ―dijo―. Yo una vez viví en la selva, pero me arrancaron el
corazón y me arrojaron a un pozo negro que parecía no tener fondo, aunque
estaba hasta arriba de huesos...
De pronto
reparó en el piano que sonaba y adelantó la mano para...
―¡¡Ay!!
A pesar de
tener una mano inmaterial el golpe sonó como un auténtico cachetazo en la
mejilla.
―A ver, que
te quede bien clara una cosa ―anunció Tot, todo serio―.
Mientras yo sea el veterano aquí, yo elijo la música que escuchamos.
―De eso
nada, el que conduce es el que elige la música.
―¿Cómo que
de eso nada? ¡Elige el jefe!
―Como
aparezca el verdadero jefe, le contaré lo de tus soldaditos en horas de
trabajo.
―¿Qué le
contarás qué?
En los minutos que siguieron pareció que en lugar de en un Volkswagen iban en la
vaina de Anakin Skywalker, asediados por rivales a ambos costados que les
hacían perder estabilidad y girar en todas direcciones. Los gruñidos (ahora más
bien quejidos) que procedían del maletero aumentaron en intensidad pero ninguno
de los dos pudo oírlos, estaban demasiado ocupados tratando de zafarse el uno del otro... Menos mal que estaban en el astral y no era posible morir en un
accidente de tráfico.
(continuará...)
:) se agradece jeje
ResponderEliminarsigue, sigue....