El silencio
se podía cortar con un cuchillo. Si hubiese habido algún despertador cerca,
habrían podido escuchar el incesante tic tac trepanándoles el cerebro (si lo hubiesen
tenido), volviéndolos locos segundo a segundo... Pero la habitación estaba
prácticamente vacía.
Tot hojeaba
una revista sobre Panzers de la Segunda Guerra Mundial sentado en un sillón, en
una esquina, cerca de la puerta acristalada que daba al balcón. Leuche estaba a
los pies de la cama, sentado sobre una especie de mesita auxiliar de madera
pegada a la pared, con las piernas cruzadas, algo rígido por la tensión del
momento, observando al hombre que había sobre la cama de matrimonio. Ni
siquiera se había descalzado. Tenía aspecto de haber tenido un mal día: los
pantalones de su traje gris oscuro estaban arrugados, la corbata deshecha y
colgando hacia un lado, el pelo ralo grasiento y desaliñado, y había una
botella de coñac en la mesilla medio vacía, con un vaso al lado en el que aún
sobrevivían unos cubitos de hielo medio derretidos. Algunas pastillas habían
quedado desperdigadas sobre la mesilla y algunas se habían caído a la lujosa moqueta de color beige que cubría toda la estancia. Leuche aún no sabía muy bien si los somníferos eran para suicidarse
o solo para no enterarse mucho cuando apretara el gatillo... porque también
había visto que traía una pistola en el maletín negro que había dejado cerca de
la entrada.
―Tot... ―susurró―. Oye, Tot... ¡Tot!
Tot levantó
la vista de su revista y miró a Leuche sin apenas inmutarse.
―¿Tú estás
seguro de que lo va a hacer?
Tot suspiró y pasó una página de la revista.
―Cuando nos
llaman, generalmente es porque no hay vuelta atrás. Aunque siempre cabe la
posibilidad de que se arrepientan... creo que en las últimas estadísticas que
se hicieron el porcentaje de arrepentimiento fue de un 0,00001%, o sea, que es
prácticamente imposible que...
―¡Tot!
¿Crees que utilizará la pistola? En ese caso, la transición será más rápida,
¿no?, y puede que tengamos más problemas para convencerle de que está muerto...
―No, no
depende de eso. Depende de las veces que haya muerto y de lo despierta que esté
su consciencia... que, en este caso, no creo que esté muy despierta.
―¿Y cómo lo
sabes?
―Me lo chivó
un pajarito...
―¿Hablaste
con su guía?
―Viene en su
informe, ¿es que no lo leíste? ―preguntó Tot, con cierto tono de reproche.
Leuche le miró con rencor.
―Todavía no
sé conducir y leer a la vez.
―Si hubieras
llegado antes, tal vez te habría dado tiempo...
―El reloj
ponía...
Un fuerte
golpe les hizo volver su atención hacia la cama. El hombre había vuelto a
vaciar el vaso y ahora quedaban menos pastillas. Lo bueno es que no parecía
tener fuerzas para levantarse... y el arma quedaba lejos. Leuche tragó saliva
(o lo que fuera). Bajó la voz... aunque sabía que era poco probable que pudiera
oírle. Además se estaba quedando dormido. Bueno, algo más que dormido...
―Estate
atento ―le advirtió Tot―. Queda muy poco.
Cerró su
revista y se levantó. Se acercó a la ventana y se puso a silbar mientras
contemplaba la calle ahí fuera... o ahí abajo, mejor. El rascacielos debía
tener como doscientas plantas o así. Aunque había empezado a acostumbrarse, aún
le costaba enfrentarse a este tipo de situaciones... aquellos tipos no sabían
que al suicidarse solo estaban posponiendo las pruebas que tendrían que volver
a superar tarde o temprano... y estaban echando por la borda toda una serie de
magníficas oportunidades para sentirse orgullosos de la vida tan dura que les había
tocado vivir. Pero por otra parte era del todo comprensible... lo había
experimentado en carne propia.
De pronto
aquel hombre abrió los ojos, a pesar de que su cuerpo continuaba inmóvil sobre
la cama y un color grisáceo había aparecido en su piel. Leuche apenas
distinguió el doble etérico que comenzaba a despegarse del cuerpo físico (y bastante
rechoncho por cierto). Su vello se erizó cuando sintió que le estaba mirando...
o, bueno, al menos la sensación fue la misma que cuando su vello se erizaba
estando vivo.
―¿Qui-quiénes
sois?
El hombre
miró alternativamente a uno y a otro, con pánico en su rostro. Buscó el maletín
en el suelo. Tot se volvió lentamente, atento a cualquier movimiento. Leuche se
puso en pie, sin saber qué decir. Dejó que Tot se adelantara.
―Tranquilo...
Todo ya acabó. Hemos venido para llevarte al otro lado...
No era muy distinto
a lo que Tot decía siempre... pero por alguna razón aquella vez no funcionó.
―¿Có-cómo?
El hombre
retrocedió instintivamente intentando protegerse con las sábanas, buscando una
salida. Aunque Tot y Leuche le pidieron repetidas veces que se calmara y le
aseguraron que no le iban a hacer daño, las dos imponentes figuras, oscuras y
extrañas, amenazantes como pocas en medio de un cuarto en el que ahora la luz
parecía tener un extraño tinte azulado y el mobiliario parecía irreal, le
hicieron caer presa del pánico.
―¿Quiénes
sois? ―repitió―. ¿Qué estáis haciendo aquí?
Tot previó
el movimiento, pero no fue lo suficientemente rápido. Gritó a Leuche que lo
agarrara, pero los reflejos de Leuche tampoco funcionaron. El hombre se levantó
de un salto, atravesó el cristal del balcón y cayó en picado sin ser aún
plenamente consciente de que su primer intento de suicidio ya había tenido
éxito.
Los dos
Ángeles de la Muerte se abalanzaron tras él y le alcanzaron en la caída.
Mientras caían el hombre los miró sin comprender... posiblemente pensó que
estaba soñando. Cuando atravesaron el pavimento el hombre se quedó bastante
sorprendido, pero no fue hasta unos metros más abajo, en un túnel del
alcantarillado, cuando por fin se detuvo y se atrevió a mirarse a sí mismo, espatarrado sobre agua maloliente... y contempló a la rata que husmeaba algo justo al lado sin mostrar ningún signo de alarma. Tot
se situó detrás de él. Intuía lo que iba a pasar. Leuche se puso enfrente del
desconcertado espíritu y trató de hablar con él.
―¿No oíste a
mi compañero? Todo acabó...
―¡No! ¡No es
posible! ¡Aún estoy aquí! ¡Aún andan detrás de mí! ¿No lo entendéis? ¡Se
llevaron a mi hija! ¡Por mi culpa! Y ahora... ahora...
―Ahora ya no
pueden perseguirte más. Estás muerto... ¿no era eso lo que querías?
Tot sacudió
la cabeza a sus espaldas. Ésa no era una buena elección de palabras...
―¡No!
Digo... ¡sí! ¡Quería la muerte! ¡¡No esto!!
Y trató de
escabullirse de nuevo y comenzó a caer más y más, en un pozo oscuro y más
oscuro en el que se empezaban a escuchar las voces de almas atormentadas. Tot y
Leuche tuvieron que volar detrás de él...
―¡Cógelo,
Leuche! ¡Cógelo!
―¡Eso intento!
Pero cuando
te habías acostumbrado ya a un nivel de vibración determinado era difícil
adaptarse a los niveles más bajos... y el hombre caía a una velocidad pasmosa.
Por fin Tot
pudo alcanzarlo y le golpeó en la cabeza con el martillo de brujas, una herramienta
reglamentaria pero que había quedado relegada exclusivamente a determinados
casos muy bien descritos en el manual. Sonó un “clonc” cuyas ondas sonoras
reverberaron en todas las alcantarillas de la ciudad y el espíritu confuso del
hombre que se había suicidado quedó inerte en medio de la oscuridad y las
inmundicias de las tuberías.
―¡¡Uff!! ―exclamó
Leuche―. Por poco se nos lo lleva el Diablo... ―bromeó.
―Sí...
Satanás en persona ―murmuró Tot con una sonrisa irónica.
Luego sacudió
la cabeza. Era por esto por lo que odiaba los suicidios. Ahora su uniforme
parecía lavado con alquitrán y ni siquiera el holograma de la insignia era
reconocible. Y encima no podía tener un compañero normal, no, tenía que ser un
novato...
―Vamos,
anda. Tira pa’ el coche.
(continuará...)
(continuará...)
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