[En capítulos anteriores... El Ángel de la Muerte (20): A state of grace].
Leuche
disimuló un bostezo. La mañana había transcurrido exasperantemente lenta. La
sesión de introducción al trabajo en el Departamento de Avatares y Apariciones
Virginales habría aburrido hasta al mismo Jesucristo, cuya motivación no había
disminuido ni un ápice y seguía presentándose voluntario para salvar a más humanidades en otros
planetas. Para más inri ni siquiera habían tenido pausa para el café. Tot no
había logrado disipar la nube gris que flotaba encima de su cabeza, consecuencia
de su mal humor. Pero lo peor no había llegado aún. Conscientes de que estaban
allí cumpliendo una condena por insumisos, los funcionarios del departamento y
los jefes parecían empeñados en hacerles la vida (o la muerte) imposible.
Querían comenzar las prácticas... YA.
Tot abrió
unos ojos como platos cuando vio de qué guisa iba a lucir cuando se enfundara el uniforme de campaña.
―No... ¡No me
pienso poner eso! ―aseguró, con una voz tan seria que ni siquiera Leuche le
había oído nunca.
―Si no se lo
pone, tendremos que dar parte a las autoridades, y eso puede traer graves
represalias.
Tot chasqueó
la lengua... o al menos hizo un sonido como si la tuviera.
―Me
importan tres c...
―¡Tot! ―le
interrumpió Leuche―. ¿Qué problema hay con el traje? De acuerdo que no es tan
elegante como nuestro uniforme, pero tampoco es tan grave la cosa.
Tot
entrecerró los ojos, preguntándose si Leuche lo decía en serio o su única intención
era que no acabaran inmovilizados en la prisión celestial. Leuche percibió su
mirada furibunda y tragó saliva. Cuando Tot se cabreaba... no era bueno. No,
nada bueno. Se tranquilizó un poco cuando Tot respiró profundamente, tratando
de calmarse.
―Ese
uniforme es de novato. Yo soy un Ángel de la Muerte con dilatada experiencia,
tanto en el plano físico como en el etérico, y no estoy dispuesto a que me
traten como a...
―Señor
Tot...
―Herr Tot,
si es tan amable.
―Herr Tot.
Creo que aún no es consciente de su situación en estos momentos. Está aquí por
violar al menos cuatro artículos del Código Deontológico de su departamento...
―¿Y qué sabe
usted de mi departamento? Ocúpese de sus estrafalarios arbustos ardientes y
déjeme a mí con lo mío.
―Eso,
lamentablemente, no está en mi mano. Como usted, debo obedecer las órdenes de
Gehirn, y ella tenía instrucciones precisas para mí. Por cierto, me advirtió de
que posiblemente adoptaría esta actitud tan infantil.
Tot
refunfuñó algo inaudible.
―¿Cómo dice?
―No es
infantil... Es solo que aún me queda algo de dignidad.
―Pues
debería habérselo pensado antes de infringir las normas de su departamento.
Tot volvió a
refunfuñar. Leuche le observó consternado, deseando poder decir algo que le
consolara. La verdad es que jamás habría esperado que aquella misión le fuera a
resultar tan difícil a su compañero. No les pillaba por sorpresa. Aquello ya se
lo esperaban. Sabían que tarde o temprano habrían tenido que participar en una
misión rutinaria relacionada con la religión. Lo que no se esperaban es que
fuera a ser tan pronto. Ni que los miles de humanidades desperdigadas por el
universo tuvieran tanta necesidad de adoctrinamiento y/o salvación...
El silencio
de Tot y Leuche hizo comprender a su superior que aceptaban su destino. La
falta de colaboración podía llevarles por peores derroteros... y lo mejor era
cumplir con el castigo y salir de allí cuanto antes. Siempre que Leuche no se
dejara embaucar...
―Pero, ¿qué
diablos estás haciendo? ―Tot había vuelto su cabeza hacia él. Sin apenas darse
cuenta, Leuche comenzaba a parecerse a un monje. Un hábito grisáceo le cubría
todo el cuerpo hasta los pies, y una tonsura dejaba ahora al aire la piel de su
cráneo. Pero lo peor era que en sus manos tenía un libro antiguo manuscrito y
estaba a punto de entonar un salmo, dirigiendo una mirada piadosa hacia los
cielos. De pronto todo desapareció. Miró a Tot al tiempo que se sonrojaba.
―Perdón. Mi
antiguo fervor religioso se apoderó de mí.
El jefe
suspiró.
―No se
confundan. No van como humanos en este viaje. En mi departamento actuamos como
dioses.
―Y si
actuamos como dioses, ¿por qué tenemos que llevar ese horrible uniforme? ―protestó
de nuevo Tot.
―Porque
ustedes son novatos aquí. Deben ayudar a la Divinidad. ¿No les parece ese un
trabajo digno?
Tot no supo
qué contestar. Después hundió su cara en su mano derecha y se puso a llorar
desconsoladamente, para horror de Leuche, que no sabía qué decir para que se
sintiera mejor.
―Vamos, Tot.
Has representado a la Muerte en infinitas ocasiones. No puede haber nada peor
que eso...
Tot se dejó
conducir sumisamente. Los compañeros auxiliares le fueron pasando los
accesorios. La peluca de rizos rubios no estaba mal. El arco y las flechas,
eran pasables. La corona dorada, casi parecía la de un príncipe... no recordaba
haber sido jamás un príncipe, excepto aquel príncipe sanguinario a quien le
gustaba empalar a sus enemigos a la entrada del castillo. Las plumas en la
espalda... bueno, vaya sorpresa, y qué poco originales. ¿Es que todos los ángeles eran iguales en ese departamento? Ni siquiera podía ir de adulto, tenía que adoptar la apariencia de un niño. Pero cuando le dieron los calzones... casi se le detiene el corazón, y no pudo reprimir por más tiempo los sollozos. Y lloró aún más cuando vio que
Leuche iba a hacerse pasar por un inocente pastorcillo que se encargaría de convertir el agua
en vino cuando llegara la ocasión.
Por todos
los infiernos, ¡¡¡¿QUÉ HABÍA HECHO PARA MERECER TAL HUMILLACIÓN?!!!
Se juró a sí mismo que si averiguaba cómo hacerlo iba a untar veneno en las puntas de esas flechas...
(continuará...)
(continuará...)
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