He tenido la chiripa de encontrarme hoy con un viejo
monólogo de Eva Hache y de pronto he atado cabos y lo he comprendido todo. Se
ve que tengo pocas luces, porque me ha llevado casi cuarenta años darme cuenta
de ello... y ya es mala suerte que elegí dos profesiones siendo chiquita, y las
dos son vocacionales.
Sí, ilusa de mí, cuando tenía diecisiete o dieciocho años
pensaba que acabaría mi carrera, me montaría mi clínica, a los veinticinco ya
tendría casa y novio, y una estupenda vida por delante, llena de desafíos. Tal
inocencia me ha llevado a depender económicamente de otra persona, trabajar “por vocación”
de ama de casa la mayor parte del tiempo y lamentarme, día sí día no, de no ganar
un duro por no hacer nada de lo que estudié (y sigo estudiando, porque ahora se
ve que hasta con sesenta años necesitas seguir “formándote”, por aquello de
reciclarte y seguir haciéndote la ilusión de que un día te contratarán). O, en
el mejor de los casos, haciéndolo mes y medio, porque más o menos ese es el
tiempo que tardas en echar cuentas y ver que estás haciendo el panoli de nuevo
porque un poco más y te toca pagar por trabajar.
Pero eso es lo que se lleva ahora, al menos en las
profesiones vocacionales, como veterinaria y escritor. Como este blog es de una
escritora desesperada, seguiré por ahí. Ayer me quedé estupefacta cuando me
puse a investigar sobre una nueva “editorial” que está teniendo mucho éxito,
dirigida a gente que como yo quiere autopublicar su libro. Vi que imprimir unos
cincuenta ejemplares de quinientas páginas (que es lo que yo me suelo extender
en mis obras) me saldría por mil euros... que es lo que yo considero que me
deberían pagar a mí (como mínimo) por escribirla ya de entrada, por supuesto
revisada y corregida, que por algo soy escritora profesional. Porque esa es
otra historia... Hay “autores indies” por ahí que suben sus manuscritos a
Amazon tal cual, llamándolos “novelas”, mientras acuden a clases de ortografía
de nivel de 2º de EGB. Como si la palabra “escritor” se pudiera aplicar a
cualquiera que coge un boli y te hace un garabato o un teclado y te escribe un
párrafo. Bueno, dejando esto aparte, resulta que por unos mil módicos euros me
enviaban los cincuenta libros a casa para que yo me dedique a venderlos de
librería en librería. Y lo pintaban como una grandísima oferta que no podía
rechazar. Porque todo el mundo sabe que llevándonos un 10% de cada libro que
vendas (si es que lo vendes... y eso siendo muy generosos, porque lo normal es que ese porcentaje sea del 1 o el 2%) nos hacemos ricos en un plazo muy breve. O, si no nos hacemos ricos, al menos te da para vivir, lo que en nuestro caso se traduciría como "para subsistir mientras acabas de escribir el nuevo libro". Por aclarar conceptos, eso pueden ser varios meses si trabajas de escritor a tiempo completo, o unos cuantos años si lo haces cuando puedes (escribir, claro).
No me sorprende que los de la editorial se estén haciendo de oro. Lo que sí me sorprende es que haya gente que se preste a tal sinsentido.
Arturo Pérez-Reverte (últimamente le menciono mucho, porque admiro a todo aquel que no tiene pelos en la lengua) lo explica mucho mejor en este artículo que ya hace un tiempo me dejó en estado semicomatoso. Yo hablo de vez en cuando de ello, porque es algo que me quema en las venas.
No sé si eso de tener que pagar después de pasarte media vida escribiendo un libro (encima) es mejor o peor que tener que alquilar un “espacio”
en un local para que tú puedas ejercer “vocacionalmente” la profesión que más
amas en el mundo, la de salvar vidas de animalitos. Así, además de tener que
pagar autónomos, adquirir tu propio material, “invertir en tu futuro” haciendo
cursos de formación, trabajar en condiciones pésimas sin un mínimo de seguridad
laboral, arriesgándote a que se te mueran los bichos a la mínima de cambio y meterte en un buen lío, y pagar religiosamente tus cuotas colegiales porque si no es como si
fueras un delincuente ejerciendo esa profesión que tanto amas, tienes que aceptar que un buen porcentaje de
tus ingresos van a ir a los bolsillos de un señor que no hace nada por ti. Bueno, sí, es un
alma caritativa que te da un lugar donde poder trabajar y así no acabar
desahuciado. Casi le tienes que estar agradecido para toda la eternidad.
Más o menos un editor hace lo mismo. Tú trabajas durante años en tu libro, que es como un hijo que has parido pero mucho más dilatado en el tiempo (quiero decir, le tienes mucho cariño y por él harías cualquier cosa, hasta morirte de hambre), él hace unos arreglitos que apuesto a que la mayor parte de las veces son en contra de tu voluntad (yo me negaría en rotundo, por eso prefiero seguir escribiendo burradas en el blog, aunque sea gratis), llega un tipo que te hace una gran portada (yo ya hago hasta mis propias portadas, por tanto ni siquiera sería necesario... lo gracioso es que este tipo se lleva su sueldo y yo no por escribir lo de dentro del libro, que ha llevado más tiempo y además ocupa más espacio), lo publicitan y lo distribuyen (si tienes suerte, porque he oído de todo), y por todo eso, ¡tú eres el que más pasta y esfuerzo pone! Pero, ¿en qué cabeza cabe?
En ambos casos la primera palabra que se me viene a la mente
es “esclavitud”. Vale, si he de ser sincera, lo primero que se me viene a la
mente es en realidad una frase algo más larga, que dice:
“Ya lo que nos
faltaba, además de puta, pones la cama”.
Pero esto suena un poco desagradable y
no se debe decir... o eso dicen. Lo que debemos decir es que es guay que
existan sitios como Amazon donde los escritores podemos ver nuestros sueños
cumplidos. Lo guay es publicar en tu perfil de Facebook, entre cien y mil veces,
que estás entre los diez primeros vendidos de Amazon, como si eso significara
algo distinto a que tienes un buen puñado de amigos que te están haciendo el
favor de gastarse un euro o dos por algo que debería valer —no en todos los
casos— diez veces más. No el libro en sí, sino el tiempo y esfuerzo que el
escritor ha invertido con cada página de ese libro, cada gota de sangre que ha
perdido y que se detectaría con la ayuda de luminol si lo aplicáramos en el papel, cada minuto de vida perdido por
intentar transmitir sus sentimientos, cada neurona que se muere con cada frase
que logra acabar coherentemente. Lo guay es decir que eres escritor porque no
puedes dejar de escribir, y por ello tienes que hacerlo gratis (o sea, por vocación) y dejar que los
demás se aprovechen de ti.
Pero qué le vamos a hacer. Son los tiempos que corren... Nos
creemos libres, pero día y noche vivimos atados a unas cadenas que nos pasan
desapercibidas. Y nosotros tan felices.
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