Según avanzaba por el estrecho pasillo suspendido en el aire
como por arte de magia, escoltado por los dos robots vigilantes, tuve la
sensación de que me guiaban a la tumba. Pero sin duda era efecto de todas las
historias que había oído sobre el lugar en los últimos días. Por fortuna no
había estado solo… pero lo que me habían contado había hecho mella en mi ánimo
poco a poco y la leve preocupación del principio se había ido tornando en un
incipiente miedo que amenazaba con paralizarme. Pero no lo permitiría… no
permitiría que esas oscuras historias, sin duda falsas, minaran mi fuerza.
Debía tomármelo como lo único que era: una pequeña piedra en el camino, un
pequeño inconveniente que pronto sería solucionado, en cuanto se demostrara mi
inocencia.
Ni siquiera sabía de qué había sido acusado. Así que iba a
tener suerte porque solo me internarían por unos días en el nivel 1, hasta que
fuese celebrado el juicio. Confiaba en la justicia. Ya no era lo que había sido
en siglos anteriores: lenta, inexacta, injusta… inútil. Ahora contábamos con el
mejor sistema en toda la galaxia, los errores no eran posibles y los
delincuentes que eran condenados a cadena perpetua ya no volvían a salir. La
sociedad no los necesitaba para nada, así que nadie los volvía a ver… Los demás
eran reinsertados, y decían que permanecer en Internamiento solo el tiempo que
duraba una condena menor era suficiente para no querer delinquir de nuevo.
A pesar de la frialdad tras los ojos no humanos de mis vigilantes, sabía que no tenía nada que temer. El funcionario, también robotizado, de la garita de control, leyó el código encriptado de las pesadas esposas que inmovilizaban mis muñecas y activó los resortes necesarios para que mi celda quedara justo al otro lado del último pasillo que habría de atravesar. Vi cada una de aquellas minúsculas unidades, todas idénticas, moverse en perfecta armonía y sin ningún sonido, como si un gigantesco puzzle tridimensional se deshiciera ante mis ojos, hasta que el hexágono ocupó el espacio que debía ocupar y una puerta se deslizó dejando una abertura por la que podía vislumbrar la que iba a ser mi vivienda por un tiempo. Esta vez la anchura del pasillo solo era suficiente para el paso de única persona.
Miré interrogante al funcionario. Al mismo tiempo noté el
leve empujón de uno de los guardianes en dirección a la pasarela. La luz roja
de las esposas solo se apagó después de que la puerta se cerrara detrás de mí. Se
separaron automáticamente y quedaron adheridas a la puerta en forma de cerrojo,
como medida extra de seguridad.
Ahora entendía por qué a las celdas las llamaban Unidades de
Aislamiento. No había nada allí. Solo un cilindro de paredes lisas y blancas,
con un tubo semitransparente en el centro y una abertura en el fondo donde
poder tumbarme. Nadie con quien relacionarme. Ningún contacto con el exterior.
Mi única compañía eran mis pensamientos.
Bien. Por fin estaría solo.
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