Por otra parte, no hago más que leer aquí y allá “consejos”
espirituales sobre cómo sanar el alma, sobre cómo debes perdonarte a ti mismo
por las malas acciones que hayas cometido o perdonar a alguien que un día decidió clavarte un puñal
por la espalda, y cómo por arte de magia estas buenas intenciones y
pensamientos te hacen ser de lo más feliz del mundo y todo se soluciona de la
noche a la mañana. Y si no, es porque quieres seguir sufriendo. Porque no eres
capaz de dejar de culpabilizar a los demás de tu propia desgracia.
Como escritora (no sé si por ser mujer también), doy mucha
importancia a las emociones. No podría escribir una historia sin meterme de
lleno en cada uno de los personajes, en su psicología, en sus turbios
pensamientos y en la fuerza de sus sentimientos que en mi imaginación siempre
van ligados al agua y son como un torrente que nace en las montañas y desciende
arrasando todo a su paso. Incluso de mí misma siempre digo que estoy siempre
ardiendo en mi interior, a pesar de que personas que me conocen bien dicen que
soy como un témpano de hielo. La cuestión es que lo expreses o no, las
emociones siempre están ahí, porque somos humanos, porque hemos venido aquí
para vivir como humanos y saber lo que se siente… y me desconcierto cuando leo
que para crecer espiritualmente tienes que perdonar y olvidar, dejar atrás las
emociones negativas, “sanar” el alma (como si tener esas emociones significara
estar enfermo), y ser feliz. Como si fuera tan fácil.
Pues bien, amigos, no lo es. No es nada fácil luchar contra
ciertas emociones e integrarlas en tu ser. No es suficiente con unas palmaditas
en la espalda y unas palabras vacías para animarte, especialmente cuando has
sufrido un trauma de verdad y la herida que te ha producido en el alma no deja
de sangrar. Esas heridas a veces no cierran en toda una vida… y permanecen en
el alma durante mucho más tiempo de lo que podemos medir en la Tierra.
Reconozco que tal vez lo mío va un poco más allá, tal vez rayo la locura, desde
siempre he sentido la necesidad de vivir la vida intensamente, y cuando no había
nada revolucionándose en mi interior, era como si estuviera dormida y como si
estuviera perdiendo el tiempo. Y creo firmemente que la mejor forma de que esas
heridas sanen es sintiéndolas: sentir cómo palpitan, sentir cómo sangran,
lentamente; sentir cómo se van alimentando de tu carne y horadando tu interior…
Hasta que ya no queda nada que puedan utilizar para seguir creciendo. Al final
queda una bonita cicatriz… pero todos estamos orgullosos de nuestras
cicatrices. Representan ese sufrimiento que tuvimos que superar. Representan lo
que fuimos alguna vez, lo que nos transformó y nos hizo como somos ahora.
No creo que sea bueno perdonar y olvidar. No si eso implica
reprimir nuestras emociones. Debemos saber manejarlas, dejar que vivan con nosotros
un tiempo, sacarles provecho y aprender de ellas. Cuando estemos listos
simplemente desaparecerán, se transformarán con nosotros.
Acabaremos
perdonando. Pero creo que nadie debería olvidar. El olvido solo conduce a
cometer los mismos errores una y otra vez. Si todos fuéramos capaz de recordar lo que nos hicieron y lo que hicimos nosotros, el mundo sería un lugar muy distinto.
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