Ojalá pudiese escuchar más el silencio. Ojalá tuviese la
oportunidad de orbitar alrededor de la Tierra como comentaba hace unos días y
pudiese escuchar ese silencio antinatural al que se refieren los astronautas. A
veces siento como si lo echase de menos, como si recordara con nostalgia un
futuro que aún no he vivido, igual que recuerdo un pasado que parece olvidado
sin estarlo.
¿Por qué hay gente que se duerme escuchando la radio? ¿Por
qué hay gente que se echa la siesta con el televisor encendido? ¿Por qué lo
primero que hace mi pareja cuando entra en casa es poner las noticias para
amargarnos la comida con catástrofes, homicidios, pobreza, y, lo más
importante, el tiempo meteorológico?
Luego escucho cada día más que muchas personas padecen de
ansiedad, y encima se sorprenden… No nos damos cuenta de que vivimos saturados
de información y de aparentes problemas que ni siquiera nos conciernen. Nos
alteramos si la conexión a internet va más lenta de lo que debería o nos
pasamos los minutos pendientes del último wassap, no sea que nos perdamos algo
que en realidad no tiene la más mínima importancia.
Y mientras, la vida se nos va, empeñados en vivir al minuto,
pero sin detenernos ni un segundo a saborear los alimentos que tenemos delante
(porque estamos leyendo los titulares del último tiroteo acaecido en Estados
Unidos), o sin acariciar las páginas del libro que estamos leyendo (porque
ahora los guardamos en un trasto electrónico con botones), o sin sentir la
tinta del bolígrafo fluir por el papel (porque creemos que las teclas son más
rápidas), tampoco nos detenemos a contemplar la puesta de sol… y ni siquiera
nos damos cuenta de que nuestro hijo nos necesita… porque parece feliz jugando
a Assassin’s Creed.
¿Será que la gente tiene miedo del silencio, igual que antes
teníamos miedo a la oscuridad, antes de que inventáramos la luz eléctrica?
¿Será que si todas las voces parloteantes, la música sin ritmo ni armonía
algunos, los ruidos de los bombardeos en ciudades distantes y extrañas, callan
de pronto, descubriremos que no tenemos nada que decir? ¿O que lo que tenemos
que decirnos a nosotros mismos no nos va a gustar y preferimos ignorarlo?
¿Tiene la gente miedo de escuchar a su corazón?
Yo no puedo vivir sin el silencio. Siento que la vida me lo
ha robado. Quise estar callada y pensaron que me pasaba algo malo. Y ahora que
hablo, siento que no me escuchan. Solía hablar mucho conmigo misma, pero he
perdido el hábito y ahora me cuesta comprenderme. Los de fuera quieren
respuestas, y las quieren ya, y por alguna extraña razón esperan que yo se las
daré, cuando lo único que tienen que hacer es cerrar todas las puertas y buscar
la soledad. La soledad, la oscuridad y el silencio. Sentarte con tu alma y conversar
de tú a tú con ella, preguntarle qué es lo que te ha ocultado todos estos años,
por qué te engañó y por qué te ha conducido hasta aquí.
Tenemos miedo porque creemos tenerlo todo bajo control,
cuando ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos. Nos cuesta enfrentarnos a
la verdad porque queremos creer que somos perfectos y hemos alcanzado el éxito,
cuando en el fondo sabemos que seguimos siendo unos niños asustados de la
oscuridad y del monstruo que habita en el armario.
Las voces, los sonidos, las imágenes, las frases hechas, los
estímulos sensoriales continuos, desvían nuestra atención, y nosotros nos
dejamos distraer. Pero poco a poco la tensión va en aumento, porque nos
olvidamos de que no vinimos aquí para dejar el tiempo pasar, sino para extraer
todo el jugo a la vida, y nuestra alma, amordazada y vilipendiada, quiere ser
escuchada. Vivir plenamente significa ser conscientes de quiénes somos, de por
qué hemos vuelto, de lo afortunados que somos por poder sentir otra vez los
rayos del sol calentando nuestra piel, por poder saciar nuestra sed con el zumo
de una naranja, o por poder abrir los ojos una mañana más.
Y también por poder escuchar el silencio… ser capaces de
observar cómo transcurren los minutos y sentir cómo late nuestro corazón
(herido o no), de recordar esa sonrisa que tu amigo ha hecho aparecer en tus
labios sin ni siquiera saberlo y ser conscientes de que eso es lo único que vale
en la vida.
¿Existe el silencio? Incluso en medio de la noche siempre
puedes oír una ráfaga de viento o el tic tac de un reloj. En la profundidad de
una cueva, en compañía de otras personas, nadie aguanta callado más de cinco
minutos, no sea que oigamos algo que no queremos escuchar. Sin embargo, yo
muero por volver a escucharlo. Muero por detectar en el silencio las voces de
aquellos que fui y que aún necesitan gritar, y de todos aquellos que me
acompañaron y aún necesitan reprocharme lo que hice o dejé de hacer. Muero por
contactar con los ecos que quedaron en el aire de otros tiempos, otros lugares…
y por escuchar aquellas voces que la violencia detuvo en sus gargantas para
siempre.
Tal vez la eternidad me esté llamando a mí también, y no me
entero de su llamada porque este griterío incesante me impide acudir a ella.
En cualquier caso, estoy perdida.
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