domingo, 1 de noviembre de 2015

El Ángel de la Muerte (28).

[En capítulos anteriores: El Ángel de la Muerte (27)].

Un día más el amanecer llegó al planeta en el que los dos ex-Ángeles de la Muerte estaban destinados. Un tímido rayo de sol se coló por el hueco que hacía de ventana en la cueva de Leuche, quien a esas tempranas horas dormitaba bajo el peso de tres mantas de lana y un gorro multicolor de croché. Había estado experimentando con los tintes y ese había sido el resultado. Algunos los estaba vendiendo a otros pastorcillos. Otro rayo de sol fue a posarse sobre la mejilla sonrosada de Tot. La noche anterior había acabado tan cansado que había decidido irse a la cama con el uniforme correspondiente para no tener que cambiarse. Los últimos días habían sido tan ajetreados que cada vez se le olvidaba con más frecuencia. Una vez había ido a comunicar a un pescador que debía dejarlo todo y seguir al nuevo mesías, y se había sorprendido cuando el hombre se puso firmes y le hizo un saludo militar mientras temblaba de miedo. Luego recordó que aquella noche había soñado con su vida pasada de oficial en el ejército y ni siquiera había reparado en su apariencia al levantarse. El pescador debió de creer que venía a alistarle forzosamente. En otra ocasión le habían confundido con el niño Jesús en el astral y las pasó canutas para convencer al difunto de que Jesús no estaba como para pasearse en pañales por ningún lado... Se empezaba a hacer todo muy confuso. Así que aquella mañana se concentró para parecer un bebé con corona dorada nada más levantarse. Lo consiguió... a medias. Las ojeras y la cara de mala hostia le hacían parecer más bien Chucky, el muñeco diabólico. Ya habían pasado por lo menos diez días (se preguntó a cuántos días terrestres equivaldría eso, para hacerse una idea) desde que habían empezado la huelga a la japonesa y no habían recibido ninguna notificación de sus superiores. ¿Es que no les llegaban las noticias allá arriba? Tal vez debían cambiar de estrategia.
Encontrarse con Leuche en el desayuno le hizo sentir aún peor.
—¿Quién me debe diez celesteuros más?
Su compañero extendía su palma de la mano con una sonrisa burlona y él le miró con odio. Habían apostado un día más... y había vuelto a perder. Ya estaba harto.
—Ya te dije que cuando volvamos te extiendo un cheque.
—Clingtilicling, cling, cling... —Leuche imitó el ruido de una caja registradora—. Al final este nuevo trabajo me va a salir más rentable que ser un Ángel de la Muerte.
—El dinero no es lo que más importa en un trabajo...
—Sí, lo sé, sobre todo cuando estás muerto... pero cuando necesites sobornar a un cancerbero ya vendrás a pedirme ayuda, ¿a que sí?
Tot gruñó algo por lo bajo y sorbió de su taza de café. Se sintió tentado de echarle la culpa a Leuche por la ausencia de resultados, pero la verdad es que había demostrado en estos diez días que si quería trabajar, trabajaba. Y bastante bien, además... No estaban como para permitirse el lujo de prescindir de empleados como él en el Departamento de los Ángeles de la Muerte, así que tenía que ser amable. Leuche también estaba cansado, lo sabía, y aún así no se quejaba... excepto cuando le despertaba por las mañanas antes de que se saliese el sol. Pero es que a veces la muerte no podía esperar.


—Y bien, ¿cuáles son los planes para hoy? —preguntó su compañero—. ¿Hay hoy templos que destruir, ciudades que incendiar, más ahogamientos en mares que se abren y luego se vuelven a cerrar? Cuanto más activo está el Departamento de Avatares y Apariciones Virginales, más tenemos que trabajar como Ángeles de la Muerte después... que por mí vale, ¿eh? Estoy acumulando mucha experiencia. Pero por otro lado... esto es un sinvivir. ¿No crees?
Tot le tuvo que reconocer que sí, algo así creía.
—Estás muy callado hoy. ¿Todo bien? —insistió Leuche.
Tot apoyó los codos sobre la mesa y suspiró.
—No sé... Tengo la sensación de que no vamos a ningún sitio con esto de la huelga. Y a ti te veo disfrutar y no sé si quizás te gustaría quedarte por aquí un tiempo más...
—¿Estás loco? No, no, no. No te puedo negar que lo del arco y las flechas no estuvo mal, pero prefiero el chute de adrenalina que me proporcionan los suicidios, por poner un ejemplo...
—Te recuerdo que siendo un ente espiritual la adrenalina no te produce ningún efecto físico.
—Bueno, pero habrá un equivalente para los canales energéticos de mi cuerpo astral, ¿no?
—Eso aún no está demostrado.
—Pero eso no significa que no exista.
—No voy a discutir contigo sobre esto. La cuestión es... ¡este departamento me toca las narices y quiero volveeeeeerrrrrr!
Leuche se asustó ante el desproporcionado volumen que había alcanzado la voz de Tot y miró inquieto a su alrededor. Por fortuna hacía tiempo que eran los raros que se sentaban solos en una esquina del comedor comunal y nadie parecía haberle escuchado.
—¡Tot, por todos los diablos! ¡Un poco de calma! Si quieres que pongamos unas bombas en el Departamento y volarlo por los aires, yo lo hago. Después de todo, siempre están amenazando con el apocalipsis  y luego que demuestren que hemos sido nosotros, pero tendrá que haber alguna otra solución, ¿no? ¿No se te ocurre un plan alternativo?
El aire deprimido y desesperado de Tot le hizo comprender que no. Y pensar que era él el que llevaba mejor las cuestiones religiosas...
—¡Hey! ¡No puedes ir a trabajar así hoy! Tómate esto y ya hablamos más tarde. Ya se me ocurrirá algo.
Leuche hizo aparecer una inmensa jarra de cerveza negra alemana en el centro de la mesa y se la acercó a Tot. Vio cómo se le iluminaban los ojillos y la atraía hacia sí, pero aún así no pareció animarle mucho. Se la bebió en un par de tragos y juntos abandonaron el comedor dispuestos a enfrentarse a una nueva jornada laboral: un bebé beodo con rizos rubios y un pastorcillo con gorro de croché, ambos deseosos de recuperar su trabajo vocacional. Una idea apareció en la mente de Leuche según dejaba a Tot en su nubecilla voladora, tan distinta al Volkswagen destartalado pero molón a más no poder con el que habían llegado casi a los confines del astral. ¿Aceptaría Gehirn un soborno?

(continuará...)


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