jueves, 20 de febrero de 2014

Dying.


Music fading, bombs exploding
Fire burning, souls are crying
The street lights are not enough
The sounds of night are not enough
I wish I could forget
But the corpses… they’re all there

Silent screams stalk me in my dreams
Make me weep and I can’t sleep
Emptiness has dragged me here
And now I can’t escape from fear
Don’t want to feel
Don’t want to live

Hollow voices… they say nothing
Ghostly faces… they see nothing
Disturbing eyes… they feel like ice
Darkness and numbness,
come along with my silence

In a world of madness,
you can only embrace sadness
When life is meaningless,
you’d better lose consciousness
When death is a precious gift
you can’t resist… and you go for it

The needle pricks...  and I get my wish
Peace is flowing through my veins
No more terror, no more blood
One more shot… and my heart stops

You can’t die...
when you are dead.


Fuentes de inspiración: 
Marillion's "Fugazi" and "The Opium Den"... and, of course, Fritz.

martes, 18 de febrero de 2014

El Ángel de la Muerte (13).

Tot le pasó el martillo de brujas para que lo guardara en la caja de herramientas y Leuche lo observó un momento maravillado de lo que era capaz de hacer.
―Se parece al martillo de Thor ―dijo con una voz llena de admiración―. Me enseñarás a utilizarlo, ¿verdad?
―De verdad, eres como un niño, Leuche. ¡No lo manosees más, eso no es un juguete! Y no somos superhéroes que vamos por ahí salvando vidas de... de... bueno, salvando vidas.
―¿Eso crees?
Por un milisegundo Leuche pensó que su compañero iba a sonreír... pero no lo hizo. Aún así, juraría que el brillo en sus ojos había sido de orgullo.
―Bueno, vale... pero ¿me enseñarás?
―Ya veremos.
Tot ya se alejaba hacia la portezuela del acompañante, mientras Leuche se aseguraba de que la caja de herramientas quedaba bien sujeta y el cuerpo etérico del suicida no se había movido de donde lo habían dejado. Luego se metió en el coche, arrancó y metió la primera marcha. Tot programó el GPS para que no le fuera difícil encontrar el camino a casa a través de los siete planos del astral y los innumerables subplanos.
Al principio no hablaron mucho. Las voces de las almas atormentadas, la atmósfera lóbrega de las alcantarillas y sobre todo el estado de ánimo que aún envolvía al muerto y que invadía todo el interior del automóvil, pesaban sobre sus corazones. Los suicidios nunca eran fáciles... y eso que este no había sido de los peores. Tenían ganas de salir de allí y olvidar el mal trago. Al cabo de un rato Leuche decidió decir algo para alejar las malas sensaciones.
―Oye, Tot, si fueras a reencarnar, ¿qué te gustaría ser esta vez? ―al decir esto encendió la radio y movió el dial hasta encontrar una canción de rock... necesitaba relajarse. Y entonces comenzó a agitar la cabeza rítmicamente. "The trooper" de los Iron Maiden era como una inyección de adrenalina en las venas...
Tot le miró con el ceño fruncido y volvió a mover el dial a la posición donde estaba antes. Una preciosa composición a piano de Chopin comenzó a sonar. En ningún momento desvió la atención de los posibles bucles espacio-temporales en los que podían quedar atrapados en el astral. No se acababa de fiar de la forma de conducción de Leuche.
―Pues... no sé. He sido ya tantas cosas... ―su voz sonó algo cansada.
―Bueno, pero seguro que podrías encontrar algo...
―No sé... me da un poco de pereza empezar otra vez desde el principio: elegir la vida que voy a llevar, seleccionar a mis padres, volver a nacer, estar allá abajo sin saber de qué va la historia...
―Pero es divertido, ¿no?
―¡Cuidado!


Leuche tuvo que dar un volantazo para evitar una masa gigante de elemental del pensamiento con la que estuvieron a punto de chocar. En cuanto se recuperó del susto, Leuche aprovechó que Tot aún no había recuperado el color y cambió una vez más la emisora. Sonrió al reconocer la melodía de “Highway to Hell” de ACDC. Era una de sus canciones favoritas... aunque no tanto como “Burning down” de Arena. Ésta todavía le producía escalofríos... a pesar de que lo lógico hubiese sido lo contrario. Un momento. ¿Qué era lo contrario a un escalofrío? ¿Un escalocaliente? ¿Tal vez llamas de fuego lamiendo tu piel? Se sacudió el pensamiento y recordó la pregunta que le había hecho a su compañero.
―¿No es divertido?
Tot se encogió de hombros.
―Psé... Supongo que sí, a veces...
―Bueno, ¿y qué serías? Así, sin pensar mucho.
―Me dedicaría a buscar una ciudad perdida en la selva.
―¿De veras? ―Leuche sonrió. Nunca se habría imaginado a Tot a lo Indiana Jones intentando ahuyentar a un grupo de serpientes con un látigo―. ¿La selva del Amazonas? Creo recordar que no quedaba mucho de ella en una de mis últimas vidas...
―El siglo XXI fue una ruina para todos.
Un gruñido les llegó desde los asientos traseros... o quizá del maletero. Tal vez el muerto se estaba despertando por fin.
―Mira a ver qué le ocurre a ese. Espera que te sujeto el volante ―le ordenó Tot. Y cuando Leuche se estiró hacia atrás para ver qué pasaba, Tot aprovechó para cambiar con la otra mano a Chopin.
―No, está bien ―contestó Leuche―. Debió ser el bache de energía negativa condensada.
Recuperó su posición y notó que algo había cambiado, pero no cayó en la cuenta de qué era.
―Así que explorador... ―dijo―. Yo una vez viví en la selva, pero me arrancaron el corazón y me arrojaron a un pozo negro que parecía no tener fondo, aunque estaba hasta arriba de huesos...
De pronto reparó en el piano que sonaba y adelantó la mano para...
―¡¡Ay!!
A pesar de tener una mano inmaterial el golpe sonó como un auténtico cachetazo en la mejilla.
―A ver, que te quede bien clara una cosa ―anunció Tot, todo serio―. Mientras yo sea el veterano aquí, yo elijo la música que escuchamos.
―De eso nada, el que conduce es el que elige la música.
―¿Cómo que de eso nada? ¡Elige el jefe!
―Como aparezca el verdadero jefe, le contaré lo de tus soldaditos en horas de trabajo.
―¿Qué le contarás qué?
En los minutos que siguieron pareció que en lugar de en un Volkswagen iban en la vaina de Anakin Skywalker, asediados por rivales a ambos costados que les hacían perder estabilidad y girar en todas direcciones. Los gruñidos (ahora más bien quejidos) que procedían del maletero aumentaron en intensidad pero ninguno de los dos pudo oírlos, estaban demasiado ocupados tratando de zafarse el uno del otro... Menos mal que estaban en el astral y no era posible morir en un accidente de tráfico.  

(continuará...)

sábado, 15 de febrero de 2014

El Ángel de la Muerte (12).

El silencio se podía cortar con un cuchillo. Si hubiese habido algún despertador cerca, habrían podido escuchar el incesante tic tac trepanándoles el cerebro (si lo hubiesen tenido), volviéndolos locos segundo a segundo... Pero la habitación estaba prácticamente vacía.
Tot hojeaba una revista sobre Panzers de la Segunda Guerra Mundial sentado en un sillón, en una esquina, cerca de la puerta acristalada que daba al balcón. Leuche estaba a los pies de la cama, sentado sobre una especie de mesita auxiliar de madera pegada a la pared, con las piernas cruzadas, algo rígido por la tensión del momento, observando al hombre que había sobre la cama de matrimonio. Ni siquiera se había descalzado. Tenía aspecto de haber tenido un mal día: los pantalones de su traje gris oscuro estaban arrugados, la corbata deshecha y colgando hacia un lado, el pelo ralo grasiento y desaliñado, y había una botella de coñac en la mesilla medio vacía, con un vaso al lado en el que aún sobrevivían unos cubitos de hielo medio derretidos. Algunas pastillas habían quedado desperdigadas sobre la mesilla y algunas se habían caído a la lujosa moqueta de color beige que cubría toda la estancia. Leuche aún no sabía muy bien si los somníferos eran para suicidarse o solo para no enterarse mucho cuando apretara el gatillo... porque también había visto que traía una pistola en el maletín negro que había dejado cerca de la entrada.
―Tot... ―susurró―. Oye, Tot... ¡Tot!
Tot levantó la vista de su revista y miró a Leuche sin apenas inmutarse.
―¿Tú estás seguro de que lo va a hacer?   
Tot suspiró y pasó una página de la revista.
―Cuando nos llaman, generalmente es porque no hay vuelta atrás. Aunque siempre cabe la posibilidad de que se arrepientan... creo que en las últimas estadísticas que se hicieron el porcentaje de arrepentimiento fue de un 0,00001%, o sea, que es prácticamente imposible que...
―¡Tot! ¿Crees que utilizará la pistola? En ese caso, la transición será más rápida, ¿no?, y puede que tengamos más problemas para convencerle de que está muerto...
―No, no depende de eso. Depende de las veces que haya muerto y de lo despierta que esté su consciencia... que, en este caso, no creo que esté muy despierta.
―¿Y cómo lo sabes?
―Me lo chivó un pajarito...
―¿Hablaste con su guía?
―Viene en su informe, ¿es que no lo leíste? ―preguntó Tot, con cierto tono de reproche. Leuche le miró con rencor.
―Todavía no sé conducir y leer a la vez.
―Si hubieras llegado antes, tal vez te habría dado tiempo...
­―El reloj ponía...
Un fuerte golpe les hizo volver su atención hacia la cama. El hombre había vuelto a vaciar el vaso y ahora quedaban menos pastillas. Lo bueno es que no parecía tener fuerzas para levantarse... y el arma quedaba lejos. Leuche tragó saliva (o lo que fuera). Bajó la voz... aunque sabía que era poco probable que pudiera oírle. Además se estaba quedando dormido. Bueno, algo más que dormido...
―Estate atento ―le advirtió Tot―. Queda muy poco.
Cerró su revista y se levantó. Se acercó a la ventana y se puso a silbar mientras contemplaba la calle ahí fuera... o ahí abajo, mejor. El rascacielos debía tener como doscientas plantas o así. Aunque había empezado a acostumbrarse, aún le costaba enfrentarse a este tipo de situaciones... aquellos tipos no sabían que al suicidarse solo estaban posponiendo las pruebas que tendrían que volver a superar tarde o temprano... y estaban echando por la borda toda una serie de magníficas oportunidades para sentirse orgullosos de la vida tan dura que les había tocado vivir. Pero por otra parte era del todo comprensible... lo había experimentado en carne propia.
De pronto aquel hombre abrió los ojos, a pesar de que su cuerpo continuaba inmóvil sobre la cama y un color grisáceo había aparecido en su piel. Leuche apenas distinguió el doble etérico que comenzaba a despegarse del cuerpo físico (y bastante rechoncho por cierto). Su vello se erizó cuando sintió que le estaba mirando... o, bueno, al menos la sensación fue la misma que cuando su vello se erizaba estando vivo.
―¿Qui-quiénes sois?
El hombre miró alternativamente a uno y a otro, con pánico en su rostro. Buscó el maletín en el suelo. Tot se volvió lentamente, atento a cualquier movimiento. Leuche se puso en pie, sin saber qué decir. Dejó que Tot se adelantara.
―Tranquilo... Todo ya acabó. Hemos venido para llevarte al otro lado...
No era muy distinto a lo que Tot decía siempre... pero por alguna razón aquella vez no funcionó.
―¿Có-cómo?
El hombre retrocedió instintivamente intentando protegerse con las sábanas, buscando una salida. Aunque Tot y Leuche le pidieron repetidas veces que se calmara y le aseguraron que no le iban a hacer daño, las dos imponentes figuras, oscuras y extrañas, amenazantes como pocas en medio de un cuarto en el que ahora la luz parecía tener un extraño tinte azulado y el mobiliario parecía irreal, le hicieron caer presa del pánico.
―¿Quiénes sois? ―repitió―. ¿Qué estáis haciendo aquí?
Tot previó el movimiento, pero no fue lo suficientemente rápido. Gritó a Leuche que lo agarrara, pero los reflejos de Leuche tampoco funcionaron. El hombre se levantó de un salto, atravesó el cristal del balcón y cayó en picado sin ser aún plenamente consciente de que su primer intento de suicidio ya había tenido éxito.


Los dos Ángeles de la Muerte se abalanzaron tras él y le alcanzaron en la caída. Mientras caían el hombre los miró sin comprender... posiblemente pensó que estaba soñando. Cuando atravesaron el pavimento el hombre se quedó bastante sorprendido, pero no fue hasta unos metros más abajo, en un túnel del alcantarillado, cuando por fin se detuvo y se atrevió a mirarse a sí mismo, espatarrado sobre agua maloliente... y contempló a la rata que husmeaba algo justo al lado sin mostrar ningún signo de alarma. Tot se situó detrás de él. Intuía lo que iba a pasar. Leuche se puso enfrente del desconcertado espíritu y trató de hablar con él.
―¿No oíste a mi compañero? Todo acabó...
―¡No! ¡No es posible! ¡Aún estoy aquí! ¡Aún andan detrás de mí! ¿No lo entendéis? ¡Se llevaron a mi hija! ¡Por mi culpa! Y ahora... ahora...
―Ahora ya no pueden perseguirte más. Estás muerto... ¿no era eso lo que querías?
Tot sacudió la cabeza a sus espaldas. Ésa no era una buena elección de palabras...
―¡No! Digo... ¡sí! ¡Quería la muerte! ¡¡No esto!!
Y trató de escabullirse de nuevo y comenzó a caer más y más, en un pozo oscuro y más oscuro en el que se empezaban a escuchar las voces de almas atormentadas. Tot y Leuche tuvieron que volar detrás de él...
―¡Cógelo, Leuche! ¡Cógelo!
―¡Eso intento!
Pero cuando te habías acostumbrado ya a un nivel de vibración determinado era difícil adaptarse a los niveles más bajos... y el hombre caía a una velocidad pasmosa.
Por fin Tot pudo alcanzarlo y le golpeó en la cabeza con el martillo de brujas, una herramienta reglamentaria pero que había quedado relegada exclusivamente a determinados casos muy bien descritos en el manual. Sonó un “clonc” cuyas ondas sonoras reverberaron en todas las alcantarillas de la ciudad y el espíritu confuso del hombre que se había suicidado quedó inerte en medio de la oscuridad y las inmundicias de las tuberías.
―¡¡Uff!! ­―exclamó Leuche―. Por poco se nos lo lleva el Diablo... ―bromeó.
―Sí... Satanás en persona ―murmuró Tot con una sonrisa irónica.
Luego sacudió la cabeza. Era por esto por lo que odiaba los suicidios. Ahora su uniforme parecía lavado con alquitrán y ni siquiera el holograma de la insignia era reconocible. Y encima no podía tener un compañero normal, no, tenía que ser un novato...
―Vamos, anda. Tira pa’ el coche.

(continuará...)

martes, 11 de febrero de 2014

Se busca: vivo o muerto.

―Hace frío. Ahí fuera nos están buscando y reza a Dios para que no nos encuentren. Si conocen este lugar vendrán directos aquí y nos cogerán por muy bien que nos escondamos.
―¿Por qué no te callas? Si nos descubren será por el escándalo que armas con tu palabrería. No te duermas. El alba llegará en un par de horas, y entonces partiremos.
Pero se durmió. Su compañero no le despertó. Si tenía que morir prefería hacerlo a causa de sus propias equivocaciones y no por tener que cargar con un sucio y medio borracho criminal que no valía ni un tercio de lo que pedían por él. En cuanto amaneció salió de la cabaña y corrió a las montañas. Sabía que allí le esperaba un viejo amigo que le debía un favor. Al día siguiente se encontraba sano y salvo y dispuesto a volver a intentarlo.
Al otro lo encontraron los perros, morado por el frío y el alcohol. Casi le habían hecho un favor metiéndole un tiro en la frente.

[Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Escrito en Diciembre de 1993. No tenía título... hasta hoy].
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