lunes, 25 de marzo de 2013

Sobre lechugas que sufren.

A pesar del título de esta entrada, esto no es un alegato a favor del vegetarianismo, veganismo o cualquier otra forma de alimentación que evite el consumo de productos de origen animal. Yo ya hice mi elección hace bastantes años, después de habérmelo pensado durante otros tantos años, a medida que mi conocimiento sobre el tema iba creciendo debido a mi profesión. Respeto lo que las otras personas hagan con su vida… aunque sí me gustaría que si eligen un camino, fuera porque lo han elegido sabiendo de verdad la realidad de las cosas, todo aquello que no nos cuentan en los telediarios porque va en detrimento de una industria o de un grupo de aficionados.

Es más una reflexión sobre la necesidad de que nos hagamos responsables de una vez por todas del mundo en que vivimos, de los males que debemos soportar día tras día que en muchos casos no son culpa del de al lado, sino de nosotros mismos. Somos nosotros quienes con nuestro comportamiento construimos la sociedad en la que estamos, somos nosotros quienes no pensamos en las consecuencias de nuestras acciones, por pequeñas que sean… Y además seguimos pensando que este mundo nos pertenece y que podemos hacer de él lo que nos antoje, sin que nos importe en qué se encontrarán los hijos de nuestros hijos cuando nosotros nos hayamos marchado.

No sé, a lo mejor es una ilusión mía, pero a veces tengo la sensación de que vivo rodeada de niños en una guardería en lugar de personas maduras y responsables. No suelo hacerlo, pero hace unos días expuse públicamente mi opinión sobre las bondades de ser vegetariano. Son muchas las filosofías orientales, e incluso algunas religiones, que aconsejan este tipo de dieta para la evolución espiritual, para meditar mejor y para llegar incluso a contactar con otras realidades que por lo general no solemos ver. Muchos médicos también empiezan a aconsejarla con más frecuencia, alejándose cada vez más de aquellos que dicen que puede producir carencias nutricionales. Pero más allá de la nutrición, muchos de los que elegimos este camino lo hacemos por una cuestión ética, porque nos parece inhumana e innecesaria la muerte de cualquier animal, y no entendemos por qué algunas personas sienten tanto la muerte de una mascota, y sin embargo ni siquiera piensan en ello cuando se comen una hamburguesa, como si un perro o un gatito fueran diferentes de un cordero lechal, el cual no deja de ser una cría de muy pocos días de edad.
La respuesta que obtuve fue: “Las plantas también sufren. Y pasé hambre cuando era pequeña, igual que mis padres en la posguerra. Y además mi niño no me comía. ¿Cómo voy a pensar en no comer carne? Pero esto no son excusas. Si no fuera porque comemos carne, ni siquiera existirían los animales, porque mira, se están extinguiendo todos”.

No voy a comentar punto por punto porque no es el objetivo de esta reflexión. Y además me indigno bastante. Pero para mí es evidente que sí que son excusas. 

Me gustaría saber cuántas personas que comen carne han visitado algún matadero. Me gustaría saber cuántas personas se han interesado por saber cómo se les trata a los animales que se crían para que podamos disfrutar de un chuletón, si se han informado convenientemente acerca de todos los antibióticos y otros medicamentos que se les administra para que crezcan y engorden en el menor tiempo posible, de cómo las gallinas ponedoras son hacinadas en cubículos y sometidas a ciclos de luz y oscuridad y de cómo les cortan el pico para que no se ataquen unas a otras por el estrés, y de cómo la legislación que hay al respecto es escasa y muy poco restrictiva, eso si es que se cumple alguna vez… Podemos mirar hacia otro lado e inventarnos miles de excusas para justificarnos a nosotros mismos que es nuestro derecho comer carne y que lo seguiremos haciendo, porque si no, las vacas desaparecerían. Claro, mejor que existan y que sean maltratadas, a que no existan…

Esto me recuerda a las peleas entre niños o, mucho peor, a los conflictos armados entre países: “Sí, le he dado un bofetón, pero es que él me puso la zancadilla”. “Sí, les hemos tirado una bomba y han muerto unos pocos inocentes, pero es que ellos han hecho prisioneros a dos de los nuestros”.

Si sabemos que algo está mal, ¿por qué lo seguimos haciendo? ¿Que otros hagan el mal, justifica que nosotros también lo hagamos?  

Es verdad, las lechugas sufren. Como persona sensible que soy, me he interesado por este tema y he encontrado estudios científicos muy interesantes que podrían demostrar que algo sí que hay. Pero como profunda conocedora del sistema nervioso animal, puedo afirmar que en un matadero el nivel de sufrimiento es mucho mayor que en el de un huerto en época de recolección o en la olla cuando voy a hervir una coliflor. Y nadie puede tener el descaro de decirme que deje de comer lechugas también cuando él ni siquiera está dispuesto a plantearse que entre todos podemos hacer que haya menos sufrimiento animal. Espero llegar algún día a poder vivir sin comer, pero por desgracia ese día aún está muy lejos, y si he de elegir, prefiero comer una lechuga. Al menos nadie va a ser criado, cebado y sacrificado por ello.


Si alguien está interesado, os recomiendo que busquéis el libro La vida secreta de las plantas, de Peter Tompkins y Christopher Bird, o Primary perception, de Cleve Backster.

O mejor, visitad un matadero antes.

martes, 19 de marzo de 2013

El guerrero y la muerte.

"¿Qué has hecho?"

El guerrero se hallaba arrodillado sobre la arena, falto de fuerza y la cabeza inclinada, como esperando el último golpe. Su rival respiraba entrecortadamente, doblado por el cansancio, sintiendo la tibia sangre deslizándose por su antebrazo, pero sin perder un detalle de la mano de su compañero, aún crispada alrededor de la empuñadura de su espada, aparentemente inerte… Pero lo conocía bien y sabía que no se podía fiar. Habían luchado juntos en incontables batallas, y le había visto levantarse cuando todo parecía perdido, como un fénix resurgiendo de sus cenizas y llevándoles a la victoria.

Él era el más joven. Su corta experiencia había sido bien suplida por su arrojo y valentía, y cuando esto había fallado el más maduro había acudido a su ayuda y le había dado incontables consejos que poco a poco le habían convertido en lo que era. Sin embargo, le había pasado inadvertido que mientras él crecía, el corazón de su mentor se había ido tornando oscuro. Nunca había imaginado que llegarían a tal extremo. El cambio había sido gradual, hasta los últimos días, cuando ya todos podían ver que algo había cambiado y era irrecuperable. Como la carcoma que va pudriendo la madera desde el interior, hasta que un día el roble se desploma incapaz de sostenerse. La espada le pesaba una tonelada en la mano y las risas de sus compañeros se habían tornado en apesadumbrado silencio mientras rodeaba al guerrero, con una fea herida en el hombro que sin embargo no era mortal. Él se había cuidado de que no lo fuera, porque a pesar de todo, aún le apreciaba. Casi como a un padre.


Ya estaba bien. Ya habían tenido suficiente después de tanta sangre, tantas malas palabras y una estúpida rivalidad que nunca antes había existido entre ellos. Se lo habría esperado de cualquiera… menos de él. Y ahora estaba dispuesto a tenderle una mano… Pero sintió un frío terror creciendo en su interior, porque sabía que su compañero no aceptaba bien la compasión, era demasiado orgulloso. Para él eso significaba aceptar que había sido derrotado, que el puesto que tan bien había defendido a lo largo de los años ya no era suyo. Significaba ser humillado delante de todos. Le conocía muy bien… y aún así esperaba que su gesto tendría buena acogida. Estaba tan cansado como él. No quería seguir luchando. Lo único que quería era volver a estrechar su mano tal y como habían hecho muchas veces en el pasado, después de celebrar la victoria en una cochambrosa taberna.

Se detuvo ante él y buscó sus ojos, perdidos en algún lugar, como si ya no hubiera nada tras ellos. 

"Mátame", casi le oyó decir. Pero solo había sido el sonido del viento en sus oídos.  

Su movimiento le cogió desprevenido. La afilada daga, empuñada con rabia, brilló en la grisácea luz del anochecer y amenazó con atravesarle el corazón. Su instinto de guerrero le traicionó. No quería hacerlo. No quería matar a un amigo. Su deseo siempre había sido morir junto a él. Pero actuó de manera refleja, fruto de años de entrenamiento… para defender su vida. Olvidó que aquel hombre jamás había sido un verdadero enemigo.

Y su cabeza rodó hasta los pies de los compañeros que observaban en silencio. 

Después, fue él el que cayó de rodillas. 

Al calor de la hoguera, muchos años después, aún recordaría aquella escena con todo detalle, como si hubiese quedado grabada en su retina. Nunca encontró una excusa lo suficientemente buena. Pero de algún modo supo que él no había asesinado a su amigo. Él le había pedido a gritos, pero sin pronunciar una palabra, que le matara. Era demasiado orgulloso para pedírselo a nadie, excepto a él… alguien que sabía nunca le fallaría. Y él no le falló.

miércoles, 6 de marzo de 2013

El agujero negro.

Aquella gigantesca estructura que flotaba en medio del vacío no era para nada como me la había imaginado. La luz brillante, de un blanco inmaculado, parecía brotar de sus mismas paredes y hacía daño a la vista. Para ser un lugar de muerte y olvido, tenía una extraña apariencia de paz y esperanza, como muchos de mis pacientes me habían relatado que ocurría al llegar al límite de la vida física.

Según avanzaba por el estrecho pasillo suspendido en el aire como por arte de magia, escoltado por los dos robots vigilantes, tuve la sensación de que me guiaban a la tumba. Pero sin duda era efecto de todas las historias que había oído sobre el lugar en los últimos días. Por fortuna no había estado solo… pero lo que me habían contado había hecho mella en mi ánimo poco a poco y la leve preocupación del principio se había ido tornando en un incipiente miedo que amenazaba con paralizarme. Pero no lo permitiría… no permitiría que esas oscuras historias, sin duda falsas, minaran mi fuerza. Debía tomármelo como lo único que era: una pequeña piedra en el camino, un pequeño inconveniente que pronto sería solucionado, en cuanto se demostrara mi inocencia.

Ni siquiera sabía de qué había sido acusado. Así que iba a tener suerte porque solo me internarían por unos días en el nivel 1, hasta que fuese celebrado el juicio. Confiaba en la justicia. Ya no era lo que había sido en siglos anteriores: lenta, inexacta, injusta… inútil. Ahora contábamos con el mejor sistema en toda la galaxia, los errores no eran posibles y los delincuentes que eran condenados a cadena perpetua ya no volvían a salir. La sociedad no los necesitaba para nada, así que nadie los volvía a ver… Los demás eran reinsertados, y decían que permanecer en Internamiento solo el tiempo que duraba una condena menor era suficiente para no querer delinquir de nuevo.


A pesar de la frialdad tras los ojos no humanos de mis vigilantes, sabía que no tenía nada que temer. El funcionario, también robotizado, de la garita de control, leyó el código encriptado de las pesadas esposas que inmovilizaban mis muñecas y activó los resortes necesarios para que mi celda quedara justo al otro lado del último pasillo que habría de atravesar. Vi cada una de aquellas minúsculas unidades, todas idénticas, moverse en perfecta armonía y sin ningún sonido, como si un gigantesco puzzle tridimensional se deshiciera ante mis ojos, hasta que el hexágono ocupó el espacio que debía ocupar y una puerta se deslizó dejando una abertura por la que podía vislumbrar la que iba a ser mi vivienda por un tiempo. Esta vez la anchura del pasillo solo era suficiente para el paso de única persona. 

Miré interrogante al funcionario. Al mismo tiempo noté el leve empujón de uno de los guardianes en dirección a la pasarela. La luz roja de las esposas solo se apagó después de que la puerta se cerrara detrás de mí. Se separaron automáticamente y quedaron adheridas a la puerta en forma de cerrojo, como medida extra de seguridad. 

Ahora entendía por qué a las celdas las llamaban Unidades de Aislamiento. No había nada allí. Solo un cilindro de paredes lisas y blancas, con un tubo semitransparente en el centro y una abertura en el fondo donde poder tumbarme. Nadie con quien relacionarme. Ningún contacto con el exterior. Mi única compañía eran mis pensamientos.

Bien. Por fin estaría solo.

sábado, 2 de marzo de 2013

Crusader.

La música es una de mis pasiones. También es una de mis principales fuentes de inspiración, me ayuda a visualizar y a ir hilvanando poco a poco lo que con el tiempo puede convertirse en una gran historia.

No me gusta cualquier música, pero no voy a entrar en detalle sobre cuáles son mis estilos preferidos, prefiero no ponerle nombre ni categorizar algo que no debe ser analizado, sino sentido. En este blog voy a centrarme en aquellas canciones que han sido importantes para mi faceta de escritora, aquellas que despiertan fuertes emociones en mí y que me transportan a lugares lejanos en el espacio o en el tiempo. Me gustan las canciones que hablan por sí solas, y para ello no hay nada (en mi humilde opinión) como ciertas guitarras eléctricas pulsadas con maestría. Pero también es indispensable el acompañamiento por unas letras con profundo significado. Para mí el verdadero artista es el músico y compositor, no el cantante, aunque en el mundo en que vivimos parezca que los roles se han intercambiado y los verdaderos artistas siguen siendo ignorados en favor de una apariencia física y una voz, en muchos casos, muy sobrevalorada.

Y como últimamente, no sé por qué, me vienen a la mente extrañas imágenes de guerreros medievales, siempre vagando por un mundo inmerso en la destrucción y la guerra, siempre pisando por el borde del precipicio, más cerca de la muerte que de la vida, qué mejor que inaugurar esta sección del blog con una canción de Chris de Burgh llamada "Crusader".


CRUSADER

"What do I do next?" said the bishop to the priest,
"I have spent my whole life waiting, preparing for the feast,
And now you say Jerusalem has fallen and is lost,
The king of heathen Saracen has seized the holy cross;"

Then the priest said "Oh my bishop, we must put them to the sword,
For God in all His mercy will find a just reward,
For the noblemen and sinners, and knights of ready hand,
Who will be the Lord's Crusader, send word through all the land,

Jerusalem is lost,
Jerusalem is lost,
Jerusalem is lost;"

"Tell me what to do", said the king upon his throne,
"but speak to me in whispers for we are not alone,
They tell me that Jerusalem has fallen to the hand,
Of some bedevilled eastern Heathen who has seized the Holy Land;"

Then the chamberlain said "Lord, we must call upon our foes
In Spain and France and Germany to end our bitter wars,
All Christian men must be as one and gather for the fight,
You will be their leader, begin the battle cry,

Jerusalem is lost,
Jerusalem is lost,
Jerusalem is lost"...

Ooh, high on a hill, in the town of Jerusalem,
There stood Saladin, the king of the Saracens,
Whoring and drinking and snoring and sinking, around him his army lay,
Secure in the knowledge that he had won the day;

A messenger came, blood on his feet and a wound in his chest,
"The Christians are coming!" he said, "I have seen their cross in the west,"
In a rage Saladin struck him down with his knife,
And he said "I know that this man lies,
They quarrel too much, the Christians could never unite!

I am invincible, I am the king,
I am invincible, and I will win..."

Closer they came, the army of Richard the Lionheart,
Marching by day and night, with soldiers from every part,
And when the Crusaders came over the mountain and they saw Jerusalem,
They fell to their knees and prayed for her release;

They started the battle at dawn, taking the city by storm,
With horsemen and bowmen and engines of war,
They broke through the city walls,
The Heathens were flying and screaming and dying,
And the Christian swords were strong,
And Saladin ran when he heard their victory song;

"We are invincible, God is the king,
We are invincible, and we will win!"

"What do I do now?" said the wise man to the fool,
"I have spent my whole life searching, to find the Golden Rule,
Though centuries have disappeared, the memory still remains,
Of those enemies together, could it be that way again?"

Then the fool said "Oh you wise men, you really make me laugh,
With your talk of vast persuasion and searching through the past,
There is only greed and evil in the men who fight today,
The song of the Crusader has long since gone away,

Jerusalem is lost,
Jerusalem is lost,
Jerusalem is lost...
Jerusalem."

 Ahora solo me queda esperar a que me venga la inspiración.

viernes, 1 de marzo de 2013

Sobre pasiones y heridas del alma.

Llevo unos días pensando mucho sobre las emociones. Estoy leyéndome un libro de un psicoterapeuta estadounidense llamado Roger Woolger (por desgracia recientemente fallecido), en el que hace mucho hincapié sobre la necesidad de pasar por una catarsis emocional con el fin de revivir cualquier trauma pasado y liberarnos de ese modo de cualquier lastre que esa vivencia nos haya dejado en nuestro inconsciente.

Por otra parte, no hago más que leer aquí y allá “consejos” espirituales sobre cómo sanar el alma, sobre cómo debes perdonarte a ti mismo por las malas acciones que hayas cometido o perdonar a alguien que un día decidió clavarte un puñal por la espalda, y cómo por arte de magia estas buenas intenciones y pensamientos te hacen ser de lo más feliz del mundo y todo se soluciona de la noche a la mañana. Y si no, es porque quieres seguir sufriendo. Porque no eres capaz de dejar de culpabilizar a los demás de tu propia desgracia.

Como escritora (no sé si por ser mujer también), doy mucha importancia a las emociones. No podría escribir una historia sin meterme de lleno en cada uno de los personajes, en su psicología, en sus turbios pensamientos y en la fuerza de sus sentimientos que en mi imaginación siempre van ligados al agua y son como un torrente que nace en las montañas y desciende arrasando todo a su paso. Incluso de mí misma siempre digo que estoy siempre ardiendo en mi interior, a pesar de que personas que me conocen bien dicen que soy como un témpano de hielo. La cuestión es que lo expreses o no, las emociones siempre están ahí, porque somos humanos, porque hemos venido aquí para vivir como humanos y saber lo que se siente… y me desconcierto cuando leo que para crecer espiritualmente tienes que perdonar y olvidar, dejar atrás las emociones negativas, “sanar” el alma (como si tener esas emociones significara estar enfermo), y ser feliz. Como si fuera tan fácil.

 Pues bien, amigos, no lo es. No es nada fácil luchar contra ciertas emociones e integrarlas en tu ser. No es suficiente con unas palmaditas en la espalda y unas palabras vacías para animarte, especialmente cuando has sufrido un trauma de verdad y la herida que te ha producido en el alma no deja de sangrar. Esas heridas a veces no cierran en toda una vida… y permanecen en el alma durante mucho más tiempo de lo que podemos medir en la Tierra. Reconozco que tal vez lo mío va un poco más allá, tal vez rayo la locura, desde siempre he sentido la necesidad de vivir la vida intensamente, y cuando no había nada revolucionándose en mi interior, era como si estuviera dormida y como si estuviera perdiendo el tiempo. Y creo firmemente que la mejor forma de que esas heridas sanen es sintiéndolas: sentir cómo palpitan, sentir cómo sangran, lentamente; sentir cómo se van alimentando de tu carne y horadando tu interior… Hasta que ya no queda nada que puedan utilizar para seguir creciendo. Al final queda una bonita cicatriz… pero todos estamos orgullosos de nuestras cicatrices. Representan ese sufrimiento que tuvimos que superar. Representan lo que fuimos alguna vez, lo que nos transformó y nos hizo como somos ahora.

No creo que sea bueno perdonar y olvidar. No si eso implica reprimir nuestras emociones. Debemos saber manejarlas, dejar que vivan con nosotros un tiempo, sacarles provecho y aprender de ellas. Cuando estemos listos simplemente desaparecerán, se transformarán con nosotros. 

Acabaremos perdonando. Pero creo que nadie debería olvidar. El olvido solo conduce a cometer los mismos errores una y otra vez. Si todos fuéramos capaz de recordar lo que nos hicieron y lo que hicimos nosotros, el mundo sería un lugar muy distinto.


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