miércoles, 31 de agosto de 2016

El Ángel de la Muerte (34).

[En capítulos anteriores: El Ángel de la Muerte (33)].

Aquella noche le fue difícil a Leuche conciliar el sueño. Todo su entusiasmo por la nueva encarnación se había desvanecido. La Tierra parecía estar a punto de implosionar... o aún peor, de ser convertida en un vertedero cósmico sin más vida que la bacteriana, gracias a la estupidez ilimitada de sus habitantes, que una vez más se iban a cubrir de gloria organizando la de San Quintín. Ya había tenido suficiente con sus propias batallas, sus propios accidentes, sus ejecuciones... No tenía razón para quejarse de algunas vidas, pero otras habían sido un auténtico infierno, y aunque en esta parecía que iba a haber de todo un poco, el final no tenía pinta de que fuera a ser muy agradable. ¿Qué se le había perdido a él ahí de nuevo? Y por si eso fuera poco, Tot tampoco parecía muy convencido de querer acompañarle. Y no le podía culpar.
No era lo mismo desde el mundo espiritual, pero Leuche trató de cerrar los ojos e imaginar cómo sería volver. No, no se trataba de cerrar unos ojos físicos, sino más bien de darle a un interruptor en su propia mente espiritual (que no era la misma que la humana) para que dejara de captar información del plano en el que se encontraba y trasladarse a través del espacio hasta llegar a las dimensiones más densas. Tratar de hacerse más y más pequeño, y centrarse en ese nuevo nivel de consciencia. Eso es lo que hacían para viajar al astral, cuando no tenían el Volkswagen, que ya se encargaba solo de encontrar la vibración adecuada. Pero ahora no quería ir al astral, ni al mundo físico. No era exactamente el mismo proceso. Este era más bien como flotar en el agua y dejar salir solo a una antena, e imitar lo que había vivido en carne propia en todas sus vidas anteriores.
Casi... solo casi, podía volver a sentir la brisa rozando su piel, el sol calentándole el cuerpo, el tacto de la arena en los pies, el sonido de la risa de los niños que jugaban en la orilla. ¿Por qué una playa? Porque era su lugar favorito de relajación, solo por eso. Una vez allí se imaginaba tumbado bajo una sombrilla, con un sombrero de paja en la cabeza, y entonces sí que podía sentirse más cercano al plano físico y pasar a ver lo que realmente quería ver. Sus recuerdos. Conectarse con ellos era algo más fácil desde el mundo espiritual que desde el físico, pero aún así llevaba su trabajo. Cuando tenías poca experiencia te recomendaban hacerlo siempre en compañía de tu guía espiritual, pero luego te acostumbrabas a las fuertes emociones y podías prescindir de él. Eso sí, para evitar caer en la adicción no debías hacerlo con mucha frecuencia, porque todos tenían un trabajo espiritual que hacer entre vida y vida, y si te saltabas el protocolo y te volvías a la Tierra sin avisar, te podías llevar alguna que otra sorpresa desagradable. Lo normal es que recién llegado de tu última encarnación solo quisieras un jacuzzi y un mojito para librarte de las impurezas energéticas y reponer fuerzas, pero las penalidades pronto se olvidaban y en cuestión de días ya le estabas pidiendo a tu guía que te organizara un nuevo viaje. Lo que no se te podía olvidar nunca era lo que sentías al estar vivo: pasear por una montaña, visitar una cueva llena de murciélagos, ver a tu hijo nacer, hacer una tarta de chocolate y comértela después, sentir tu corazón latir, abrazar a tu amante, reír con tus amigos, aprender a caminar, a silbar, a cantar una canción, llorar al decir adiós a un abuelo... Para los jóvenes la vida era siempre excitante, no importaba que su destino fuera morir decapitado en un combate. Con la madurez las cosas se volvían más serias.  

Siempre había estado interesado en la muerte. En sus vidas en el antiguo Egipto había aprendido a embalsamar cadáveres. Se había ofrecido como víctima ritual en más de una ocasión. Había sido verdugo en una vida medieval. Y médico árabe. Había robado cuerpos en la Inglaterra victoriana. Ahora, por fin, era un Ángel de la Muerte... Todavía no lo sabía todo, era cierto. Le quedaban muchas cosas que preguntarle a Tot, aunque tenía la sensación de que él tampoco conocía las respuestas. ¿Los humanos decidían cuándo morir? ¿Se podía cambiar el momento de la muerte de una persona? ¿A ellos los enviaban cuando ya no había más remedio, o había algún caso en el que los Ángeles de la Muerte tuvieron que irse con las manos vacías? ¿Qué pasaba con el intrusismo profesional, todos esos que estaban en el astral y se dedicaban a dar consejos a los humanos que luego resultaban ser un engaño? ¿No se ocupaban de ellos los de Asuntos Internos?
Si volvía a la Tierra, todas esas respuestas habrían de esperar, y su carrera como Ángel de la Muerte se vería paralizada. Vale, eso no importaba mucho cuando sabías que tenías toda la eternidad para hacer lo que quisieras, pero el caso es que lo estaba disfrutando. Mucho. Tenía la sensación de que en la Tierra ya no aprendería nada nuevo. Había visto la muerte de cerca en demasiadas ocasiones.
“Te equivocas”, pareció susurrar una voz. Sabía que era su guía espiritual. Estaban muy insistentes con que no debían perder esta nueva oportunidad. ¿Por qué no bajaban ellos? Siempre lo veían muy fácil los muy jodidos...
“Yo ya estuve allí, igual que tú. Ahora es tu turno. Y creo que deberías recordar algo: todo depende de tu perspectiva. Sabes de sobra que desde aquí se ven las cosas de otra manera.”
Estas palabras le cabrearon tanto que Leuche salió de su estado de trance.
“¿Puedo decir algo?”, pensó en su cabeza, dirigiéndose a la voz que le hablaba.
“Claro. No tienes que pedirme permiso para eso, ya lo sabes.”  
“Sí, sé que desde aquí las cosas se ven de otra manera. Pero no hace tanto tiempo de mi última encarnación como para haber olvidado que con mucha frecuencia la vida terrenal es una mierda como una casa de grande.”
“¿Y a mí me lo cuentas?”
Leuche ignoró ese comentario y cruzó los brazos sobre el pecho, enfurruñado.
“Vamos, Leuche. Sabes que al final siempre merece la pena, pase lo que pase.”
Leuche negó con la cabeza. Su último suicidio aún estaba demasiado fresco en su memoria. Y eso de que le quemaran vivo tampoco había sido un plato de buen gusto. 
Como era consciente de que si un guía decía que había que reencarnar, iba a reencarnar el 99’99 % de las veces, porque “siempre lo hacían por tu bien”, pasó a la negociación.
“He estado demasiado solo otras veces. No iré en las mismas condiciones.”
“Eso no depende de mí, pero estamos trabajando para que Tot acceda a acompañarte.”
“No estaba pensando en Tot en particular... cualquier miembro de mi grupo me vale. Aunque Tot no estaría mal... no cocina muy bien pero me gusta su sentido del humor.”
“Se lo diré.”
“No, no le digas nada, no quiero que se sienta obligado a reencarnar por mí.”
“Ni tú debes tomar tu decisión en función de lo que él decida, sino por ti mismo. ¿Estás seguro que no aprenderías nada nuevo?”
“No, claro que no estoy seguro... pero es que siempre estamos igual. Las cosas no son menos confusas aquí arriba que cuando estamos allá abajo. Se supone que estáis para ayudarnos pero raramente sois útiles.”
“Sin duda has pasado demasiado tiempo con Tot. Piénsalo bien, Leuche. Los tiempos que se avecinan son históricos para la Tierra, no pasará nada parecido en cientos de miles de años. Quizá pueda ofrecerte algo: una cierta habilidad psíquica de ver el futuro. ¿Te gustaría escribir ciencia ficción?”
Eso le sorprendió a Leuche. Había tenido alguna otra vida pasada de escritor, pero siempre había acabado muriéndose de hambre bajo un puente.
“No parece mala idea.”
“Puede que algunas de tus fantasías se conviertan en realidad.”
“Espero que no sean mis peores fantasías...”
De repente sintió que Han ya se había ido y volvía estar solo en la oscuridad... la oscuridad llena de luz de sus párpados que no podía cerrar.
A pesar de que la conversación con su guía le había reconfortado algo, no se sentía mejor. Dejar la seguridad del hogar siempre daba un poco de miedo. Y aún sentía una honda tristeza por lo que millones de humanos tendrían que experimentar en el futuro cercano. Esos acontecimientos que habían visto en el Futuroscope eran inevitables, después de cómo se habían estado comportando los humanos durante décadas. La cuestión era si él estaría allí o no.
¿Sería esta vez lo suficientemente fuerte? ¿Lo sería Tot?

(continuará...)

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