jueves, 27 de noviembre de 2014

El Ángel de la Muerte (18).

[En capítulos anteriores... El Ángel de la Muerte (17).]

―¿Tú estás seguro que vamos a llegar a tiempo para la sesión introductoria en el Departamento de Avatares y Apariciones Virginales?
Leuche estaba sentado junto a sus compañeros en el borde de una carretera, justo en el centro de los dos. A su izquierda estaba Tot, con un aspecto bastante desmejorado y cara de mal humor. A su derecha, Skel permanecía inmóvil con su brazo levantado y su pulgar levantado. Le habían obligado a adoptar esa posición, no les quedaba otra que hacer autostop si querían llegar a su destino. Después de atravesar más de quinientos túneles interdimensionales (no en vano decían que las dimensiones eran infinitas) y perderse al menos cinco veces, se hallaban terriblemente cansados y el ánimo no era el mismo que el que tenían cuando habían partido del mundo espiritual.
Tot no parecía tener muchas ganas de hablar. Se encogió de hombros sin apartar la mirada del asfalto. No parecía importarle mucho ahora la aventura.
―Mmm... Deberíamos haber robado el Volkswagen del garaje ―dijo Leuche, con las manos apoyadas en su barbilla y el sombrero de copa calado sobre los ojos―. En mi vida hice un viaje tan emocionante como el del otro día... en ninguna de mis vidas, quise decir.
Una pequeña lucecita brilló en los ojos de Tot.
―Es que es un coche alemán. Esos son los mejores. Lástima que solo podamos utilizarlo en los viajes oficiales.
La lucecita se volvió a apagar.
―¿Tienen coches alemanes en el Departamento de Avatares y Apariciones Virginales, Tot?
―No ―respondió Tot con un profundo suspiro que casi pareció un sollozo.
―¿Qué tienen entonces?
―De todo. Por algo su presupuesto es cuatro veces mayor que el nuestro.
―¿Podrías especificar?
―Bolas de fuego, ruedas de fuego, cruces de fuego, estrellas móviles, todo tipo de vehículos voladores de varios colores, xendras, huevos materializadores, intercomunicadores celestiales...
―¿Xendras?
―Esferas de luz.
―Parece divertido, ¿no? ―dijo Leuche con cierto matiz de ilusión en su voz.
―Lo parece. Pero no lo es.
La ilusión desapareció. Leuche tuvo miedo de seguir preguntando. Intuía que a Tot estaba a punto de acabársele la paciencia. El cambio de actividad que les había asignado Gehirn había afectado enormemente a Tot, y no sabía por qué. De acuerdo en que a él tampoco le gustaba demasiado todo lo que tuviera que ver con la religión, pero aún así sentía curiosidad por ver cómo se lo montaban en el Departamento de Avatares y Apariciones Virginales.
―Tot. ¿Por qué te gusta ser tanto un Ángel de la Muerte?
Los tres alzaron sus cabezas al oír que un vehículo se aproximaba, pero las volvieron a bajar cuando vieron que pasaba de largo. Además el conductor se había abierto el cráneo contra el parabrisas y ni siquiera se había dado cuenta todavía, a pesar de que había masa encefálica pegada en el cristal. Era raro que un Ángel de la Muerte no se hubiera personado ya en el lugar. Debían estar muy cerca de los planos terrenales.
―Tot...
―Ya te oí... Estaba pensando. No es fácil de explicar a un... a un... ―iba a decir principiante, pero el achicharrado llevaba 1674 muertes violentas, 1432 asesinatos, 546 muertes por enfermedad y 230 suicidios. De esas 1674 muertes violentas, 346 habían sido por reyertas, 452 en el campo de batalla, 156 ahorcamientos, 302 víctima indefensa, 138 en accidentes, y alguna que otra en la hoguera... Y además en las escasas salidas que habían hecho había demostrado tener madera de Ángel de la Muerte. Llamarle principiante no le parecía justo.
―¿Principiante? ―acabó la frase Leuche.
―Dejémoslo en inexperto. La muerte es la única verdad de la vida. Los seres humanos la temen. La temen tanto que son capaces de inventarse miles de historias para hacerse creer a sí mismos que no existe. No se atreven a mirarla a la cara, huyen de ella porque creen que la muerte es sinónimo de destrucción, de final, de separación. Viven toda la vida con esa ilusión, pensando que un esqueleto con una capucha y una guadaña les espera en esa encrucijada, para acabar con todo lo que han sido, lo que han hecho, para llevarse a las almas que tanto han amado en esa vida. ¿Crees que nuestro emblema nació por casualidad? En la Tierra todo gira alrededor de la muerte. Se piensa que la vida es una lucha constante contra la muerte, cuando la muerte no es más que una compañera, una aliada, es la que acaba con el sufrimiento por un breve instante, la que te permite respirar para poder volver a vivir. La muerte existe, pero solo es cambio. La gente tiene miedo del cambio, porque como ignoran  la muerte, piensan que la vida es lo único que tienen.
Solo el sonido de los grillos astrales rompió el instante trascendental al que las palabras de Tot les habían transportado. Cuando se ponía en plan filosófico no había quien le ganara...


―Vale. Pero creo que no has respondido a mi pregunta ―dijo Leuche.
―Ser Ángel de la Muerte significa que has trabajado tanto con la muerte que incluso cuando estás vivo eres consciente de que la transición entre un mundo y otro es un momento casi sagrado.
―Pero todos los seres humanos mueren, Tot. ¿Qué habría de especial en eso? ­―preguntó Skel, que seguía la conversación con su brazo en alto y su pulgar levantado.
―Que todos lo hagan no significa que todos lo hagan bien, ni que lo hagan sabiendo lo que están haciendo, ni que lo hagan sin miedo. Morir es como respirar. Lo vas a hacer porque es natural. Pero si respiras de manera controlada y consciente, llega más oxígeno a tus células, y por tanto más energía. Cuando mueres de forma consciente ya no necesitas a ningún Ángel de la Muerte que venga a enseñarte el camino. Porque has aprendido que la muerte solo es cambio y no tienes miedo. Ya no esperas a ver qué pasa. Utilizas tu mente para hacerlo. 
Las palabras de Tot les hicieron pensar. Vaya si les hicieron pensar.
―¿Tú has conseguido eso... estando vivo? ―preguntó Leuche.
―No ­―reconoció Tot, algo incómodo―. Yo también soy... inexperto. No tanto como tú, pero lo soy, quiero decir que no soy un Ángel de la Muerte Emérito, o no sería un currito del montón en el Departamento... bueno, en nuestro antiguo Departamento. Pero no soy solo yo: casi nadie llega a ese momento. La ayuda que prestamos a los muertos en la transición es mucho más valiosa que cualquier ayuda que les podamos prestar en vida, y para poder hacerlo tenemos que comprender la muerte como nadie más, tenemos que experimentarla de todas las formas posibles, estudiarla desde todos los ángulos. Pero eso nadie nos lo reconoce. Ni siquiera en nuestro hogar. Porque ahí ya sabemos que la muerte no existe, así que se piensan que nuestro trabajo es fácil. Solo nosotros sabemos que no lo es. Este trabajo es duro, por eso somos pocos, porque por lo general nadie quiere saber nada de la muerte y todos acaban siendo Sanadores de Almas, o aburridos guías espirituales, o Ángeles Anunciadores, o cualquier estupidez que no te lleve trescientas mil vidas con muertes horribles y otras tantas de asesino, médico o embalsamador. Pero eso nos hace ser únicos, e imprescindibles. ¡No quiero dejar de ser Ángel de la Muerte!
―Si estás tan seguro, ¿no crees que deberíamos decírselo a Gehirn? Quizá podamos convencerla para...
―A Gehirn no hay nadie que pueda convencerla. Más vale que nuestros próximos informes lleven la aprobación de nuestros supervisores mientras estemos en el Departamento de Manipuladores Engañamasas y Abductores de Inocentes.
Los ojos de Leuche se habían abierto como platos.
―¿Tú estás seguro de que nunca has trabajado ahí?
―Sí. Hablo solo por lo que me han contado...
―¡Hey, tíos! ¡Por fin!
Un camión de basura astral paró justo delante de ellos dejando huellas de frenada en la calzada.
―Voy en busca de elementales negativos, sombras varias, carcasas astrales y monstruos del pensamiento. Si queréis os dejo a las puertas del plano terrenal ―les dijo el señor que iba sentado en el asiento del conductor.
Los tres se levantaron encantados del bordillo y se sacudieron el polvo del trasero. Por fin... ya solo les quedaba llegar y montar el espectáculo fantasmagórico. Bueno, y luego volver.

(continuará...)

domingo, 23 de noviembre de 2014

El Ángel de la Muerte (17).

[En capítulos anteriores... El Ángel de la Muerte (16).]

Una sombra extraña apareció por detrás del lindo perrito con colmillos blancos como la nieve y ojillos que le miraban como queriéndoselo comer... no solo a él, sino también a Skel, que debía estar encogido en alguna parte a su espalda, castañeteando los dientes. La sombra creció y creció amenazadora, unas cadenas con eslabones gigantescos partían de lo que debían de ser sus manos hasta el collar con diamantes intercalados con pinchos que adornaba el cuello del animal. Decían que el Cancerbero no tenía muy buen humor. Su trabajo no era nada agradecido, se pasaba el día abriendo los portones a los que querían subir, tratando de convencerles que aquello no era el Infierno, que eso era solo una leyenda urbana y él era el tipo más majo del Departamento de Fronteras Interdimensionales... y por las noches levantaba actas contra todos los que habían intentado bajar sin permiso, que por alguna razón eran cientos. Los centros de detención de ilegales ya apenas daban abasto y las vallas electrificadas habían demostrado ser ineficientes, los espíritus siempre encontraban la forma de adaptar su estructura energética para atravesarlas... pero gracias a sus tres cabezas y seis ojos no se le pasaba ni uno, siempre que no le pillaran durmiendo, le engañaran dándole una salchicha con somnífero o le cegaran momentáneamente rociándole con spray de pimienta... A veces también adoptaba la forma de un perro, porque así ganaba mucho en olfato y oído, pero cuando le trajeron los mutantes ya le daba un poco de pereza eso de andar a cuatro patas y no quería que le confundieran con ellos, además enseguida se llenaba de garrapatas. Cada dos por tres estaba de baja por lesiones o por depresión debido a la presión psicológica de su puesto, por eso en el Departamento de Fronteras Interdimensionales siempre andaban buscando Cancerberos. Sí, era un trabajo duro... mucho menos digno que el de Ángel de la Muerte, aunque más o menos trabajaran en la misma línea.
Así que Tot se temió lo peor. No había nada que más de mala leche te pusiera que trabajar en algo que no te gustara. Además la saliva del mutante seguía goteando de sus fauces y juraría que se había relamido. Cuando vio que en lo alto de la sombra se dibujaba lo que parecía un sombrero de copa se preguntó cómo alguien con tanto gusto para vestir se podía haber presentado voluntario para ser el nuevo Cancerbero...


―Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? ­―la voz le resultó familiar―. Esta representación teatral es de lo más divertida, ¿puedo sentarme a presenciarla?
La figura negra hizo aparecer una silla de la nada y se sentó en ella, poniendo su pie derecho sobre la rodilla izquierda y apoyando su bastón en el respaldo.
―Grrrrr ―dijo con tono amenazante el perro mutante cruce de American Stafforshire, Dobermann, Rottweiler y algo más.
Tot seguía paralizado y su tez estaba adquiriendo un tono cada vez más pálido, a pesar de su pintura de guerra. Y además tenía una hernia abdominal. Mientras, Skel había empequeñecido... eso, o es que se había vuelto a hundir.
―Señor Cancerbero, ―lo último era perder la educación, por supuesto― sé que solo está cumpliendo (de una manera exquisita, por cierto) con la labor que le han encomendado, pero me gustaría pedirle con el mayor de mis respetos que llame a su tierna mascota para evitar que este pequeño encontronazo que hemos tenido en esta magnífica velada acabe en horrorosa tragedia. Y... no es por parecer impertinente, pero tal vez debería hacer una visita al oftalmólogo canino porque creo detectar que ambas escleróticas están inyectadas en sangre, lo que podría indicar, entre otras cosas, que su tan bien conformado perro mutante padece de alguna enfermedad alérgica o infecciosa.
―O tal vez sufre de un irresistible deseo de tirársele al cuello y destrozar su yugular, señor Tot ―respondió con voz grave y extraordinariamente calmada.
Un profundo silencio llenó el espacio etéreo en ese instante... si no hubiera sido por el castañeteo de los dientes de Skel. Sonaba algo así como huesos de muerto en Halloween.
Tot quiso reír para mostrar que no tenía ningún miedo a lo que acababa de decir el Cancerbero, pero solo lo consiguió a medias. La otra mitad fue más bien un sollozo desesperado.
­―Yo... ¡él me convenció! ―Tot se dio la vuelta para atrapar a Skel y obligarle a que diera la cara, pero había desaparecido y allí no había nadie. Desconcertado, miró a uno y a otro lado, arriba y abajo, de nuevo a su espalda, al sombrero de copa... ¡un momento! ¿Dónde estaban las tres cabezas?
―¡Hey, Sultán! Toma tu Greenie, te lo has ganado... No, dame primero tu patita. ¡Bien! Ahora la otra. ¡Bien! ¡Ahí va!
El Cancerbero lo tiró hacia arriba justo por encima de su hocico y el Sultán mutante cogió la golosina al vuelo. Después se desmayó y comenzó a roncar. Tot ya había dejado de sospechar que algo no era lo que parecía... ahora lo sabía.
―¡Jajajaja! Vaya cara que se te ha quedado, Tot. ¿Aún no sabes quién soy?
Tot se fijó un poco mejor en los ojos detrás de las gafitas redondas y en la melena rizada bajo el sombrero, frunció el ceño, se puso lo más serio que pudo y comenzó a caminar lentamente con los hombros agachados, pasando por encima del cuerpo inmóvil del perro. Una nube gris flotaba dos palmos por encima de su cabeza. Alargó la mano y sacó a Skel de una oreja de dondequiera que se había metido.
―¿No queréis que os acompañe, chicos? ―preguntó Leuche, con un ligero tono irónico―. Tal vez os vendría bien saber que si vais por esa dirección os vais a encontrar al verdadero Cancerbero, bastante cabreado, por cierto, es que tuve que usar sus propias cadenas para...
Tot y Skel siguieron caminando. Leuche suspiró y sacó una pipa de un bolsillo de su levita. Sacudió su cabeza: nunca apreciaban lo que hacía... Miró su reloj y contó con sus dedos.
―Chicos, para rescataros tuve que dormir también a los demás perros de la jauría... ¿sabéis cuánto dura el efecto de un anestésico en un Greenie? ¡¡Chicos...!!
Su pie se movió nerviosamente sobre la rodilla. ¿Era Tot tan tozudo que no le iba a escuchar?
Entonces fue cuando los ladridos, los gruñidos y algún que otro aullido (este parecía más bien un alarido de fantasma) le llegaron a sus oídos, y la silla se esfumó y se puso en pie, y en la oscuridad entre negra y verdosa del astral creyó divisar dos figuras que corrían espantadas hacia él.
―¡¡Dura menos de lo que voy a tardar yo en volarte la tapa de los seeeesoooosss!!
Las dos figuras se convirtieron en tres, y la masa informe de la jauría se iba haciendo cada vez más grande... menos mal que allá al fondo ya se divisaban los portones negros. Después venía el túnel número 1/578.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

El Ángel de la Muerte (16).

[En capítulos anteriores... El Ángel de la Muerte (15). El Ángel de la Muerte (10)].

―¡Ssshhhiii... sh-chist... tsé-tsé!
Hacer el sonido del chasquido sin dientes físicos era condenadamente difícil. Antes de conseguirlo, alguien le dio un empujón por detrás.
―¿Qué te pasa, Skel, vas a estornudar?
Skel miró con sorpresa a Tot.
―Pero, ¿no estabas a punto de...?
―Sí, a punto de que me descubrieran esos malditos sabuesos... tengo que pasarme por el Departamento de Alteración Genética a ver cómo diablos se puede crear un monstruo así, me vendría bien en mi próxima vida para veng... ­―Tot comenzó a toser como si tuviera faringitis crónica y dio las gracias al Infierno por tener un compañero que no era ni la mitad de listo que él. Seguro que aún se estaba preguntando qué era “Genética”―.  ¿Dónde estábamos? Ah, sí, los perros...
―Te iba a avisar, pero parece que ya te diste cuenta de que habían olfateado tu presencia y fuiste muy rápido teletransportándote...
­―¿Que fui rápido...? ¿Rápido te-teletranspor...? Sí, mira lo rápido que fui...
Skel se fijó entonces en el mal aspecto que traía Tot: el casco partido por la mitad, un ojo colgando de la órbita, un hombro dislocado, la pintura de guerra llena de chorretones como si hubiera llorado y... le faltaba una bota. Y tenía un agujero en el calcetín. ¿Y eso que le salía por la zona del ombligo eran las tripas?
­―Y antes de que lo preguntes, ¡¡NO FUERON LOS PERROS!!
Skel abrió unos ojos como platos y agachó levemente la cabeza. Pareció hundirse un par de metros en la tierra que pisaban, casi como si estuvieran caminando sobre arenas movedizas... Tot vaciló un instante, tal vez no era mala idea dejarle que se hundiera, pero finalmente recapituló y decidió ayudarlo, después de todo era un amigo suyo... y además un Ángel de la Muerte.
―¡¡ARENAS MOVEDIZAS!! No te muevas, Skel, si te mueves te succionarán hacia el interior, te tragarán, se nutrirán de ti energía vital y acabarán destruyéndote.
­―Tot, no me muevo y me hundo igual...
Tot hizo caso omiso de las quejas de Skel y se arrodilló junto a él y comenzó a apartar las arenas movedizas con sus brazos, pero cuando volvió a mirar a Skel ya solo se le veía de la cintura para arriba. El pánico le hizo mover sus brazos más rápidos, pero cada vez estaba más cansado y no conseguía nada. Y encima Skel no ponía nada de su parte, había cerrado los ojos y parecía ser presa de un sopor que ni los anestésicos más potentes eran capaces de inducir.
―¡Skel! ¡Lucha! ¡No te rindas ahora! ¡Skeeeel!
Tot comenzó a sollozar porque a Skel ya solo se le veían las orejas, pero cuando ya le daba por perdido Skel pareció despertar de un profundo sueño y comenzó a flotar como un muñeco hinchable en el mar. Tot se tranquilizó y acabó sentado en la tierra contemplando a su amigo como si fuera una aparición. Se rascó la cabeza preguntándose dónde estaba el truco.
―¿Cómo lo has hecho? ―preguntó.
―¿Cómo lo he hecho? ¿Hacer el qué? ¡Ah! ¿Te refieres a salir? No sé, oí una voz que decía “No te hundas”, y me dije “Vale, no me voy a hundir... de momento”. Es que pensé en mi novio Rudy y en cuánto espera mi señal... no quiero defraudarle esta vez. Además cuando me deprimo siempre me empiezo a hundir...

A Tot le dieron ganas de sacudirle, pero se contuvo.
―Yo en ningún momento dije “No te hundas”, sino “No te rindas” ―puntualizó con los ojos entrecerrados―. ¿Estás seguro que esto no ha sido una trampa del Cancerbero?
Skel le miró desconcertado. Pensó durante unos interminables segundos en los que a Tot le pareció escuchar un tic-tac en el interior del cerebro de su amigo.
―No. Quiero decir... ¡no! Da igual lo que tú dijeras, lo que importa es lo que yo creí que habías dicho... eso creo.
Tot suspiró y trató de centrarse en lo que tenían entre manos. El escondite en el que se encontraban había demostrado ser un refugio seguro y ni siquiera los perros mutantes parecían ser capaces de seguirles hasta ahí, pero de todas formas solo era cuestión de tiempo y burlar la vigilancia del Cancerbero era el punto más delicado del plan. Con aire despistado se introdujo el duodeno y la parte visible del íleon en el abdomen y según cosía y silbaba con destreza insuperable ―las dos cosas se le daban de muerte― frunció el ceño y trató de pensar cómo seguir adelante.
―A ver, acércame el plano, y no desesperes. Sujétamelo para que lo pueda ver mientras acabo de cerrar mi herida. Vamos a hacerlo por mis pelotas. No tenemos mucho tiempo, y es muy importante que seamos rápidos y que tengamos muy claro los puntos clave del plan. Ya has estado antes en el astral, eres un veterano, y sabes que cada vez que bajamos aquí nos la jugamos...
―Sobre todo cuando es sin permiso ―añadió tímidamente Skel.
―Sí... sobre todo cuando es sin permiso. Pero si fueran más comprensivos con las licencias y excedencias no tendríamos que escaparnos como monos de un laboratorio... Explícame una vez más cuál es tu idea.
Skel recuperó su compostura al ver la seguridad y el coraje que Tot demostraba en situaciones desesperadas (por algo había sido soldado en más de un vida), y juntó el valor necesario para hacer lo que le pedían.
―A Rudy no le gustaba celebrar su cumpleaños, decía que se ponía triste al recordar que era un año más viejo... Detestaba las fiestas de cumpleaños sorpresa, las tarjetas de felicitación, incluso los dulces. Así que decidí felicitarle antes de que llegara la fecha exacta de su cumpleaños... pero cambiaba de día cada año para que no se lo esperara.
Tot carraspeó. Rudy se estaba poniendo demasiado melancólico para su gusto.
―Ve al grano. ¿Qué tenemos que hacer?
―Un bizcocho de chocolate.
―¿Un bizcocho de chocolate? ­―A Tot le llegó a la memoria un mazacote duro y negruzco debajo de una montaña de nata montada y lacasitos de colores que había usado para disimular el estropicio causado en una de sus vidas. La cocina nunca había sido lo suyo... ni siquiera siendo mujer... ni concursante en un programa de televisión. Por un instante se sintió tentado de volver a casa. Aquello se ponía cada vez más feo... no lo iban a conseguir. De pronto reparó en la sonrisa de Skel. Le había leído el pensamiento...
―Con el olor será suficiente. Cuando llegue a casa lo olerá y seguro que se acordará de mí.
Tot dejó escapar un suspiro de alivio. Usó su mano libre para marcar con una cruz el recibidor de la casa.
―Y además le dibujaré un corazón en el espejo del baño cuando se duche. Eso lo solía hacer mucho cuando estaba vivo... viva quiero decir, en este caso. Luego encenderé la minicadena y haré que empiece a sonar “Unchained melody”... era una de sus canciones preferidas. Y pétalos de rosa comenzarán a materializarse en el aire y caerán sobre su cama cuando esté a punto de dormirse. El número de pétalos de rosa será el número de años que cumplirá en tres días, que serán... cincuenta y cuatro si no recuerdo mal.
A estas alturas a Tot le estaban entrando arcadas. Lo único que le parecía bien era el número de pétalos de rosa, pero en fin... un amigo es un amigo. Marcó con sendas cruces el cuarto de baño y el dormitorio.
―Después apagaré las luces y haré que se enciendan las de ambientación romántica... Creo que aún guarda mi camisón rojo sexy en algún cajón: lo sacaremos y lo pondremos en medio de la cama. Y entonces podemos meter otro olor: el de Chanel número 5 que me solía regalar él a mí. Luego...
―¡Basta! ¡Esto parece un poltergeist para matarle de un infarto en vez de dejarle un pequeño mensaje! Además... ¿tú sabes la cantidad de energía que hace falta para hacer todo eso? ¿Te has vuelto loco o qué? Y con el Cancerbero pisándonos los talones que estará... Nada, te dejo que elijas un par de fenómenos, algo rapidito y nos esfumamos. Nada de chorraditas innecesarias, ¿está claro?
Skel estaba un poco decepcionado... pero ya se lo esperaba. No le había quedado otra que intentarlo...
―¿Puedo aparecerme? Eso sí, ¿no?
―En serio, ¿quieres matar a Rudy del susto?
―¡No! Quiero que sepa que soy yo y que estoy bien...
―Pues tú sabrás. Si sabes cómo hacerlo, tú aparécete y yo me encargo de los efectos especiales.
―¡Hecho!
―Bien, en cuanto consigamos despistar al Cancerbero, tú eres el que conoce el camino, así que tú corres y yo te sigo, ¿de acuerdo?
―De acuerdo.

Tot cortó con unas tijeras quirúrgicas el último trozo de sutura, se recolocó el hombro, se metió el dedo en el ojo para volverlo a su sitio, se retocó la pintura de guerra y se puso un nuevo casco... Ja. El astral. Sonrió con orgullo. A él le iban a decir cuándo podía y cuándo no podía atravesar el astral. Ya era hora de fundar un nuevo departamento: el Departamento de Turismo Ilegal al Astral. Visita a tus familiares vivos por un módico precio... y que les den a esos sabios barbudos “No-podéis-intervenir-en-los-planes-de-otros”.
Justo cuando iba a salir del escondite un gruñido de un cruce de un cuarto de American Stafforshire, un cuarto de Dobermann, un cuarto de Rottweiler y otro cuarto de algo indefinido le erizó los vellos de la nuca y le paralizó todo su cuerpo etéreo... o lo que fuera que tenía ahora. El aspecto del animal era imponente... y las gotas de saliva que pendían de sus colmillos indicaban que debía de estar hambriento. Si es que la tecnología alemana no fallaba nunca... por eso los nuevos perros mutantes eran distintos a los anteriores.
Un punto de la herida que acababa de coser se le saltó... pero por supuesto que no fue por miedo. Fue por puro TERROR.

(continuará...)

jueves, 6 de noviembre de 2014

Echo de menos la filosofía.

Nunca pensé que fuera a decir esto. Pero sí, la echo mucho de menos... bueno, quizá no la “Filosofía” como asignatura en el colegio, pero sí filosofar. O sea, sentarme en una calurosa noche de verano en la terraza con quien quiera que me esté acompañando, y ponerme a hablar de la vida, de la muerte, del mundo, del futuro, del pasado, de las estrellas, el universo, los extraterrestres, de cosas que dan miedo como los políticos, en fin... pues eso. Filosofar. Sin ningún propósito claro. Y después, poder irme a la cama con una sonrisa de satisfacción en mi rostro. Seguro que no llegamos a ningún sitio, pero da igual, lo importante es que pasamos un buen rato fantaseando, charlando, soñando.

Una conversación a la luz de la luna o alrededor de una hoguera no es tan mágica como una clase de Filosofía, pero aún así también las echo de menos. Desde la Segunda Guerra Mundial hablar no ha sido precisamente lo mío, en casa o fuera de ella siempre he preferido escuchar, pero claro, de vez en cuando el profesor se interesaba en comprobar si estaba siguiendo la lección o pensando en cómo iba a sacar a mis dos protagonistas de la muerte que se les avecinaba en forma de robot malencarado con más fuerza que Terminator, así que me preguntaba y yo tenía que responder algo. Si aquel día había desayunado bien, normalmente se quedaba alucinado, porque es verdad que para mi edad ya tenía una buena capacidad de raciocinio, había leído lo equivalente a lo que lee un erudito catedrático en toda su vida (vale, estoy exagerando un poco) y además mis neuronas no nadaban en el alcohol del botellón del viernes como las de algunos de mis compañeros. Y eso que la vez a la que me estoy refiriendo no debí contestar con mucha gana, porque el profesor no me caía nada bien. Aunque luego se lo perdoné un poco cuando me puso en 10 en el examen sobre Santo Tomás de Aquino. El caso es que no me caía bien pero no era nada personal, era solo que llevaba traje y corbata y sus chistes no hacían ninguna gracia... y además no filosofaba tanto como el profesor que teníamos antes. Al principio de curso el profesor tenía más pinta de profesor: iba con pantalones de pana, camisa por fuera, pelo desgreñado y cara de sueño. Daba impresión de no cobrar mucho, pero al menos no seguía el libro al dedillo y había días que los dedicábamos solo a debatir. Creo que eso era porque entonces no dábamos “Historia de la Filosofía”, que era cuatrocientas treinta y dos veces más aburrido, sino “Ética y Filosofía”, o “Filosofía y Ética”... o lo que fuera. Y entonces sí que disfrutaba escuchando al profesor, porque me hacía pensar y luego seguía yo con la conversación en mi diario, y a veces hasta disfrutaba escuchando a mis compañeros, que de repente parecían pensar en algo más que en chicas, en guerras de bolas de papel y en coger a alguien para hacer de Supermán por la ventana de la clase de al lado cuando surgía la ocasión. Qué tiempos aquellos...

El problema es que eso se acabó. Se acabó hace largos, largos años... Recuerdo como en una nebulosa que por aquel entonces aún quedaba algún programa de debate en la televisión que también me gustaba ver, sobre todo si estaba mi padre o alguno de mis hermanos y ellos también se ponían a hablar. Pero luego llegó Moros y Cristianos y eso fue el principio del fin. Ya nada volvió a ser lo que era. Y ahora cuando intento debatir con alguien, en lugar de gente que quiere pensar o razonar conmigo a ver si llegamos a descubrir el misterio del universo, solo me encuentro con gente que recurre fácilmente al insulto y que me llama cerrada de mente en cuanto formulo una serie de preguntas que rondan por mi cabeza y que no me saben contestar. Me llaman incluso pedante... supongo porque creen que así me voy a molestar. Parece que no saben la diferencia que hay entre debatir y discutir. Vale, no voy a ser pesimista, todos no, pero más o menos el 98% de la gente es así, sobre todo si estás en una red social o tal individuo proviene de una red social, que es como un submundo donde las reglas de la educación fueron abolidas y todo el mundo quiere imponerse sobre el otro y todos creen que tienen razón. No sé... ¿existirá un virus mucho más contagioso que el Ébola que hasta ahora nos ha pasado desapercibido que afecta al cerebro de estas personas? Porque si no, no lo entiendo...


Yo aún tengo la imagen en mi mente de unas escalinatas de mármol frente a un templo, donde se reúne una docena de oyentes frente a alguien cuyas palabras merecen ser escuchadas, quizá porque es un hombre que ha viajado mucho y trae noticias de tierras lejanas con costumbres extrañas, quizá porque cuenta viejos cuentos de antiguos dioses que bajaron de los cielos, o porque está intentando explicarte cómo entiende él que está organizado el universo. Es fácil imaginártelo de noche encerrado en sus aposentos, dejándose los ojos junto a la luz de una vela, estudiando polvorientos pergaminos llenos de una escritura que solo él es capaz de descifrar. Mientras él no puede dormir pensando en los misterios de la naturaleza, yo he de ocuparme en hacer mi colada y preparar la harina de maíz que luego utilizaré para amasar una torta con la que acompañar los garbanzos y los dátiles, así que considero un auténtico regalo que luego, cuando voy al mercado, me lo encuentre en esas escalinatas compartiendo algo de su saber, por pequeño que sea. “Pobre hombre”, pensarán algunos. Es raro, está delgado porque prefiere leer antes que comer y morirá sin haber llegado a ninguna conclusión, pero a mí, aunque solo haya sido por unos minutos, me habrá hecho soñar y sobre todo reflexionar sobre la vida, que al fin y al cabo, es lo único que todos tenemos. Y solo los ciegos pensarán que su trabajo no mereció la pena, porque solo los ciegos piensan que la muerte acaba con la vida.

Tengo la impresión de que la filosofía está muerta, de que ya no existen filósofos. Solo existe religión o ciencia (o lo que es lo mismo, la religión de los científicos). Ahora se considera que pensar es malo. O aceptas lo que hay, o es que eres un antisistema, un rebelde, o incluso un populista. Di que no estás de acuerdo con lo que afirma la mayoría, y te arriesgas a que acaben contigo de una manera u otra. Colgándote o descuartizándote no, porque eso ahora está mal visto, pero sí que te pueden despedazar dialécticamente en cualquier lugar público, ya sea real o virtual. Las masas siguen siendo las masas, y aunque la apariencia cambie y nos creamos muy desarrollados porque ahora tenemos ordenadores y hemos empezado el tercer milenio de una era que tampoco sé por qué empezó cuando dicen (sustancialmente no veo mucha diferencia con milenios anteriores), lo cierto es que seguimos siendo los mismos. Una de mis eternas preguntas es por qué la palabra “civilizado” se considera positiva. ¿Hay por ahí fuera algún filósofo que me la responda?
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