jueves, 27 de noviembre de 2014

El Ángel de la Muerte (18).

[En capítulos anteriores... El Ángel de la Muerte (17).]

―¿Tú estás seguro que vamos a llegar a tiempo para la sesión introductoria en el Departamento de Avatares y Apariciones Virginales?
Leuche estaba sentado junto a sus compañeros en el borde de una carretera, justo en el centro de los dos. A su izquierda estaba Tot, con un aspecto bastante desmejorado y cara de mal humor. A su derecha, Skel permanecía inmóvil con su brazo levantado y su pulgar levantado. Le habían obligado a adoptar esa posición, no les quedaba otra que hacer autostop si querían llegar a su destino. Después de atravesar más de quinientos túneles interdimensionales (no en vano decían que las dimensiones eran infinitas) y perderse al menos cinco veces, se hallaban terriblemente cansados y el ánimo no era el mismo que el que tenían cuando habían partido del mundo espiritual.
Tot no parecía tener muchas ganas de hablar. Se encogió de hombros sin apartar la mirada del asfalto. No parecía importarle mucho ahora la aventura.
―Mmm... Deberíamos haber robado el Volkswagen del garaje ―dijo Leuche, con las manos apoyadas en su barbilla y el sombrero de copa calado sobre los ojos―. En mi vida hice un viaje tan emocionante como el del otro día... en ninguna de mis vidas, quise decir.
Una pequeña lucecita brilló en los ojos de Tot.
―Es que es un coche alemán. Esos son los mejores. Lástima que solo podamos utilizarlo en los viajes oficiales.
La lucecita se volvió a apagar.
―¿Tienen coches alemanes en el Departamento de Avatares y Apariciones Virginales, Tot?
―No ―respondió Tot con un profundo suspiro que casi pareció un sollozo.
―¿Qué tienen entonces?
―De todo. Por algo su presupuesto es cuatro veces mayor que el nuestro.
―¿Podrías especificar?
―Bolas de fuego, ruedas de fuego, cruces de fuego, estrellas móviles, todo tipo de vehículos voladores de varios colores, xendras, huevos materializadores, intercomunicadores celestiales...
―¿Xendras?
―Esferas de luz.
―Parece divertido, ¿no? ―dijo Leuche con cierto matiz de ilusión en su voz.
―Lo parece. Pero no lo es.
La ilusión desapareció. Leuche tuvo miedo de seguir preguntando. Intuía que a Tot estaba a punto de acabársele la paciencia. El cambio de actividad que les había asignado Gehirn había afectado enormemente a Tot, y no sabía por qué. De acuerdo en que a él tampoco le gustaba demasiado todo lo que tuviera que ver con la religión, pero aún así sentía curiosidad por ver cómo se lo montaban en el Departamento de Avatares y Apariciones Virginales.
―Tot. ¿Por qué te gusta ser tanto un Ángel de la Muerte?
Los tres alzaron sus cabezas al oír que un vehículo se aproximaba, pero las volvieron a bajar cuando vieron que pasaba de largo. Además el conductor se había abierto el cráneo contra el parabrisas y ni siquiera se había dado cuenta todavía, a pesar de que había masa encefálica pegada en el cristal. Era raro que un Ángel de la Muerte no se hubiera personado ya en el lugar. Debían estar muy cerca de los planos terrenales.
―Tot...
―Ya te oí... Estaba pensando. No es fácil de explicar a un... a un... ―iba a decir principiante, pero el achicharrado llevaba 1674 muertes violentas, 1432 asesinatos, 546 muertes por enfermedad y 230 suicidios. De esas 1674 muertes violentas, 346 habían sido por reyertas, 452 en el campo de batalla, 156 ahorcamientos, 302 víctima indefensa, 138 en accidentes, y alguna que otra en la hoguera... Y además en las escasas salidas que habían hecho había demostrado tener madera de Ángel de la Muerte. Llamarle principiante no le parecía justo.
―¿Principiante? ―acabó la frase Leuche.
―Dejémoslo en inexperto. La muerte es la única verdad de la vida. Los seres humanos la temen. La temen tanto que son capaces de inventarse miles de historias para hacerse creer a sí mismos que no existe. No se atreven a mirarla a la cara, huyen de ella porque creen que la muerte es sinónimo de destrucción, de final, de separación. Viven toda la vida con esa ilusión, pensando que un esqueleto con una capucha y una guadaña les espera en esa encrucijada, para acabar con todo lo que han sido, lo que han hecho, para llevarse a las almas que tanto han amado en esa vida. ¿Crees que nuestro emblema nació por casualidad? En la Tierra todo gira alrededor de la muerte. Se piensa que la vida es una lucha constante contra la muerte, cuando la muerte no es más que una compañera, una aliada, es la que acaba con el sufrimiento por un breve instante, la que te permite respirar para poder volver a vivir. La muerte existe, pero solo es cambio. La gente tiene miedo del cambio, porque como ignoran  la muerte, piensan que la vida es lo único que tienen.
Solo el sonido de los grillos astrales rompió el instante trascendental al que las palabras de Tot les habían transportado. Cuando se ponía en plan filosófico no había quien le ganara...


―Vale. Pero creo que no has respondido a mi pregunta ―dijo Leuche.
―Ser Ángel de la Muerte significa que has trabajado tanto con la muerte que incluso cuando estás vivo eres consciente de que la transición entre un mundo y otro es un momento casi sagrado.
―Pero todos los seres humanos mueren, Tot. ¿Qué habría de especial en eso? ­―preguntó Skel, que seguía la conversación con su brazo en alto y su pulgar levantado.
―Que todos lo hagan no significa que todos lo hagan bien, ni que lo hagan sabiendo lo que están haciendo, ni que lo hagan sin miedo. Morir es como respirar. Lo vas a hacer porque es natural. Pero si respiras de manera controlada y consciente, llega más oxígeno a tus células, y por tanto más energía. Cuando mueres de forma consciente ya no necesitas a ningún Ángel de la Muerte que venga a enseñarte el camino. Porque has aprendido que la muerte solo es cambio y no tienes miedo. Ya no esperas a ver qué pasa. Utilizas tu mente para hacerlo. 
Las palabras de Tot les hicieron pensar. Vaya si les hicieron pensar.
―¿Tú has conseguido eso... estando vivo? ―preguntó Leuche.
―No ­―reconoció Tot, algo incómodo―. Yo también soy... inexperto. No tanto como tú, pero lo soy, quiero decir que no soy un Ángel de la Muerte Emérito, o no sería un currito del montón en el Departamento... bueno, en nuestro antiguo Departamento. Pero no soy solo yo: casi nadie llega a ese momento. La ayuda que prestamos a los muertos en la transición es mucho más valiosa que cualquier ayuda que les podamos prestar en vida, y para poder hacerlo tenemos que comprender la muerte como nadie más, tenemos que experimentarla de todas las formas posibles, estudiarla desde todos los ángulos. Pero eso nadie nos lo reconoce. Ni siquiera en nuestro hogar. Porque ahí ya sabemos que la muerte no existe, así que se piensan que nuestro trabajo es fácil. Solo nosotros sabemos que no lo es. Este trabajo es duro, por eso somos pocos, porque por lo general nadie quiere saber nada de la muerte y todos acaban siendo Sanadores de Almas, o aburridos guías espirituales, o Ángeles Anunciadores, o cualquier estupidez que no te lleve trescientas mil vidas con muertes horribles y otras tantas de asesino, médico o embalsamador. Pero eso nos hace ser únicos, e imprescindibles. ¡No quiero dejar de ser Ángel de la Muerte!
―Si estás tan seguro, ¿no crees que deberíamos decírselo a Gehirn? Quizá podamos convencerla para...
―A Gehirn no hay nadie que pueda convencerla. Más vale que nuestros próximos informes lleven la aprobación de nuestros supervisores mientras estemos en el Departamento de Manipuladores Engañamasas y Abductores de Inocentes.
Los ojos de Leuche se habían abierto como platos.
―¿Tú estás seguro de que nunca has trabajado ahí?
―Sí. Hablo solo por lo que me han contado...
―¡Hey, tíos! ¡Por fin!
Un camión de basura astral paró justo delante de ellos dejando huellas de frenada en la calzada.
―Voy en busca de elementales negativos, sombras varias, carcasas astrales y monstruos del pensamiento. Si queréis os dejo a las puertas del plano terrenal ―les dijo el señor que iba sentado en el asiento del conductor.
Los tres se levantaron encantados del bordillo y se sacudieron el polvo del trasero. Por fin... ya solo les quedaba llegar y montar el espectáculo fantasmagórico. Bueno, y luego volver.

(continuará...)

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