Historias inacabadas

Me temo que éstas van a ser la mayoría, así que espero que no os importe... ¿no os ha pasado nunca encontrar que le faltaba la última página a un libro que estabais devorando? Pues es más o menos la misma sensación...

 

El agujero negro.

Aquella gigantesca estructura que flotaba en medio del vacío no era para nada como me la había imaginado. La luz brillante, de un blanco inmaculado, parecía brotar de sus mismas paredes y hacía daño a la vista. Para ser un lugar de muerte y olvido, tenía una extraña apariencia de paz y esperanza, como muchos de mis pacientes me habían relatado que ocurría al llegar al límite de la vida física.

Según avanzaba por el estrecho pasillo suspendido en el aire como por arte de magia, escoltado por los dos robots vigilantes, tuve la sensación de que me guiaban a la tumba. Pero sin duda era efecto de todas las historias que había oído sobre el lugar en los últimos días. Por fortuna no había estado solo… pero lo que me habían contado había hecho mella en mi ánimo poco a poco y la leve preocupación del principio se había ido tornando en un incipiente miedo que amenazaba con paralizarme. Pero no lo permitiría… no permitiría que esas oscuras historias, sin duda falsas, minaran mi fuerza. Debía tomármelo como lo único que era: una pequeña piedra en el camino, un pequeño inconveniente que pronto sería solucionado, en cuanto se demostrara mi inocencia.

Ni siquiera sabía de qué había sido acusado. Así que iba a tener suerte porque solo me internarían por unos días en el nivel 1, hasta que fuese celebrado el juicio. Confiaba en la justicia. Ya no era lo que había sido en siglos anteriores: lenta, inexacta, injusta… inútil. Ahora contábamos con el mejor sistema en toda la galaxia, los errores no eran posibles y los delincuentes que eran condenados a cadena perpetua ya no volvían a salir. La sociedad no los necesitaba para nada, así que nadie los volvía a ver… Los demás eran reinsertados, y decían que permanecer en Internamiento solo el tiempo que duraba una condena menor era suficiente para no querer delinquir de nuevo.


A pesar de la frialdad tras los ojos no humanos de mis vigilantes, sabía que no tenía nada que temer. El funcionario, también robotizado, de la garita de control, leyó el código encriptado de las pesadas esposas que inmovilizaban mis muñecas y activó los resortes necesarios para que mi celda quedara justo al otro lado del último pasillo que habría de atravesar. Vi cada una de aquellas minúsculas unidades, todas idénticas, moverse en perfecta armonía y sin ningún sonido, como si un gigantesco puzzle tridimensional se deshiciera ante mis ojos, hasta que el hexágono ocupó el espacio que debía ocupar y una puerta se deslizó dejando una abertura por la que podía vislumbrar la que iba a ser mi vivienda por un tiempo. Esta vez la anchura del pasillo solo era suficiente para el paso de única persona. 

Miré interrogante al funcionario. Al mismo tiempo noté el leve empujón de uno de los guardianes en dirección a la pasarela. La luz roja de las esposas solo se apagó después de que la puerta se cerrara detrás de mí. Se separaron automáticamente y quedaron adheridas a la puerta en forma de cerrojo, como medida extra de seguridad. 

Ahora entendía por qué a las celdas las llamaban Unidades de Aislamiento. No había nada allí. Solo un cilindro de paredes lisas y blancas, con un tubo semitransparente en el centro y una abertura en el fondo donde poder tumbarme. Nadie con quien relacionarme. Ningún contacto con el exterior. Mi única compañía eran mis pensamientos.

Bien. Por fin estaría solo. 

El agujero negro (2).


El Ángel de la Muerte.

Las ramas crujían por el peso de los tres bandidos que habían ahorcado en Hauntedville justo después de la salida del sol. ¿Por qué siempre colgaban a la gente al amanecer? Odiaba madrugar... y además era cruel. Siempre había pensado que era mejor hacerlo por la noche después de que el pobre condenado hubiese disfrutado de su último día, que dejarle esperando en la oscuridad solo para ser testigo de cómo el sol volvía a iluminar una magnífica mañana que para ellos iba a ser la más aciaga de sus vidas. El frío, el miedo y la oscuridad de las horas previas les hacían llegar más desorientados. A veces incluso no llegaban... y tenía que presentarse antes en el lugar. No ocurría con frecuencia, pero jamás había conseguido acostumbrase a las sorpresas.
¿Sería una cuestión práctica? Sin duda, ajusticiar a alguien en secreto, en el silencio de la noche, no tenía el mismo efecto que hacerlo frente a una multitud enloquecida sedienta de sangre, gritando "Asesino" y después preguntando al que estaba al lado "¿Y éste que ha hecho?" "Qué más da, seguro que lo ha merecido". La normativa vigente exigía que se personaran en el lugar dos horas antes de la hora señalada, no fuera que surgiera un imprevisto... y por eso a veces era testigo de este tipo de frívolas conversaciones que le repugnaban y le divertían al mismo tiempo... sobre todo cuando al día siguiente revisaba los archivos y confirmaba que el individuo en cuestión tenía un 95 % de probabilidades de acabar apuñalado en una reyerta callejera. Por algo sería...
Al observar los cadáveres balanceándose en el vacío a unos dos metros por encima de él, no se divertía. Su trabajo era interesante, entretenido, incluso enriquecedor en ocasiones, pero rara vez era divertido. Y menos cuando era una muerte múltiple. Eso complicaba mucho las cosas. Por eso solo podían manejar dos al mismo tiempo... pero el maldito de su compañero se había puesto enfermo esa misma mañana y al final Tot había aceptado hacerlo solo. Hacía solo un año desde que había obtenido el título que certificaba que ya tenía la experiencia necesaria como para poder enfrentarse a este tipo de situaciones, aunque solo había tenido que hacerlo dos o tres veces antes... y nunca tres almas al mismo tiempo. La multitud ya se había retirado. El espectáculo había terminado... y ahora solo quedaba él contemplando las carcasas vacías de lo que habían sido seres humanos.



Suspiró. En cuanto los procesos fisiológicos propios de la vida cesaran por completo, empezaría la función. La muerte podía ser muy impactante. Pero aún más impactante era la no-muerte. Y no, no tenía nada que ver con vampiros. Esperar morir y descubrir que la vida sigue producía verdaderos traumas psicológicos y algunos incluso necesitaban un tratamiento especial en las cámaras de reprogramación. O... esperar que al morir vas al cielo y encontrarte que todo sigue igual descolocaba tanto a algunos que caían en una desesperación incomprensible que a veces incluso requería de electroshock. Él lo había visto... más de una vez.
Los bandidos eran distintos... hablando en general, claro. Los que no tenían miedo a la vida no solían tener miedo a la muerte. Muchos bandidos vivían con la muerte en los talones, tenían perfectamente asimilado que cualquier día sería el último... y muchos reían y reían al verse en el otro lado, libres por fin de la ceguera tan frecuente en el mundo real... libres de todos aquellos que les habían perseguido o habían deseado su muerte, o libres de sus propios remordimientos, de su necesidad de huida, de sus errores... Pronto descubrirían que no todo iba a ser así de fácil, y que el fin solo era un nuevo principio, lleno de las mismas dificultades, de los mismos desafíos... y con las mismas probabilidades de volver a acabar igual. Pero eso era más adelante. De momento su labor era acompañarles en esos momentos de confusión, tranquilizarlos y guiarlos hacia lo que sería una nueva etapa en sus vidas...
Uno de ellos despertó al fin. La forma mental del cigarrillo que Tot había encendido se desvaneció en el aire y esperó su reacción. Como había esperado, fue buena.
―Eh, amigo. ¿Te conozco?
―No. Soy nuevo en el pueblo.
―¿Dónde se ha ido todo el mundo?
―Todo ha acabado.
―¿Que ha acabado? ¿Cómo...? ¿No me han...?
Sin ni siquiera haberse dado cuenta se había situado frente a él y le miraba con sus ojos oscuros y hundidos. Al comprender cuál había sido su movimiento involuntario el ex-bandido fue a girar su cabeza, demasiado pronto para lo que indicaba el protocolo.
―¡Eh! ―le llamó Tot. Cuando sus ojos se encontraron de nuevo, negó con la cabeza―. No mires. No es necesario. Ya lo sabes... estás muerto.
Pero el bandido se dio la vuelta... Siempre era lo mismo. Hasta que no lo veían no se lo creían... al menos las primeras ciento cincuenta veces o así. Cuando volvió a mirarle su expresión ahora era totalmente distinta... de sorpresa y desconcierto. No se lo tomó mal... a otros les costaba mucho más entrar en razón.
―¿Y ahora qué?
Tot sonrió.
―Pues en condiciones normales te diría que nos fuéramos, pero tenemos que esperar a tus compinches. Anda que la liasteis buena...
―¿Cómo sabes tú eso?
―Soy nuevo pero no soy tonto... Se veía venir desde hacer por lo menos un año. ¿A quién se le ocurre confesarle el marrón al empleado de la banca?
―Hank dijo que era de confianza...
―¿De confianza? ¡Pero si estaba liado con la hija del sheriff! ¿Es que no lo sabíais?
El bandido... o ex-bandido, frunció el ceño y cerró la boca. No iba a decir nada que pudiera perjudicarle... aunque, pensándolo bien, ya nadie podía perjudicarle más.
―Ahora, en serio... ¿quién eres tú?
Tot volvió a sonreír. Otro de los bandidos estaba despertando y parecía que aquel trabajo iba a ser fácil. Era lo bueno de las muertes múltiples. Que si uno estaba tranquilo y no se volvía loco, se convertía en un aliado y transmitía tranquilidad a los demás.

2 comentarios:

  1. De momento me he quedado por "El ángel de la Muerte (4)", y tengo una pregunta un poco pedante: ¿El nombre de Tot se lo has puesto pensando en el dios egipcio o en que en alemán significa "muerto"? ¿O en ambos? No sé... es que creo que el nombre le va como anillo al dedo...

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