sábado, 27 de agosto de 2016

El Ángel de la Muerte (33).

[En capítulos anteriores: El Ángel de la Muerte (32)].

¡Pop! ¡Pop!
Los dos guías espirituales aparecieron como de la nada en cuanto los dos Ángeles de la Muerte se situaron frente a la pantalla doble 3D. Los dos últimos se indignaron tanto que estuvieron a punto de enviarles a la m...
—¡Ey! ¡Esto no vale! O sea, somos nosotros los que nos tragamos la cola interminable y ahora aparecéis aquí cuando ya está todo hecho, ¿no? —protestó Leuche.
Tot sonrió ante la inesperada vehemencia de su compañero. Sin duda había sido un buen maestro para él.
Los guías espirituales se miraron entre sí y sacudieron la cabeza. Menos mal que tenían paciencia para tratar con jóvenes inmaduros.
—Vuestra es la elección ­—respondió Han­—. Si así lo deseáis, nos vamos por donde venimos y ya os las arreglaréis con vuestra planificación.
—Así salen las cosas luego en la Tierra —apostilló Harry.
—Hasta las pelotas me tenéis con eso de que “vuestra es la elección”. Así todo es culpa nuestra, ¿no?
—Es que lo es —insistió Han—. Otra cosa es que queráis aceptarlo.
—“Otra cosa es que queráis aceptarlo” —repitió Leuche con voz burlona—. Hasta las pelotas...
—Os recuerdo que el tiempo para utilizar el Futuroscope es limitado... y ya se os ha pasado un buen rato con tanta cháchara —avisó Harry.
—¡Ajá! ¿Y eso de quién es culpa?
Harry y Han se volvieron a mirar entre sí, encogiéndose de hombros y dándolo por imposible. Cuando Leuche fue a protestar una vez más, el pellizco de Tot en la pierna le hizo dar un chillido. Por una vez cogió la indirecta.
Una vez tranquilos, comenzó la proyección.
—Dejaremos los detalles individuales para la próxima sesión —explicó Han—. Hoy solo vamos a ver fragmentos de los hechos que podríais vivir juntos para que podáis decidir si os podéis enfrentar a ello o no. ¿Listos?
Tot y Leuche asintieron.
Al principio la cosa no empezó mal. Eran escenas de infancia, siempre vistas en primera persona, por lo que no podían saber si se trataba de la próxima encarnación de Tot o de Leuche, ni podían ver su cuerpo físico salvo excepciones (aunque se lo podían imaginar). El planeta no tenía muy buen aspecto, eso era cierto, pero ya se habían venido acostumbrando a ello en sus últimas vidas. Los primeros años de juventud parecían bastante tranquilos y mundanos, incluyendo un poco de diversión. Pero en cuestión de minutos la excitación que sentían, como unos niños que van al cine por primera vez a ver La guerra de las galaxias, dio paso a un terror paralizante. Una gran explosión parecía dejar el mundo en una situación preapocalíptica, y todos los jóvenes en edad militar eran reclutados para luchar por su país. La única diferencia con una guerra clásica era que las fronteras ya no eran tan terrestres, los soldados eran trasladados a las bases secretas que había en varios planetas y la mayoría de las batallas se libraban en el espacio. No mucho más allá de Marte, porque aún no habían llegado tan lejos con sus naves espaciales. Sin embargo, aquello no parecía ni mucho menos tan divertido como volar en el Halcón Milenario de Han Solo. Quizá no había tanta sangre ni tantos higadillos como en las guerras que ellos habían vivido, pero podías ser desintegrado en un milisegundo y encima nadie te oiría gritar. Tot se preguntó si algún día le enviarían allí a recoger almas perdidas flotando entre Marte y el cinturón de asteroides.


Cuando la proyección acabó, los guías contestaron algunas de sus preguntas —solo aquellas que podían contestar— y luego los dejaron quince minutos a solas para que pudieran sopesarlo con cuidado. Algunas de las escenas los habían dejado bastante afectados. La destrucción parecía inmensa. Los daños al planeta, irreparables. Todo el progreso que habían vivido en sus últimas encarnaciones parecía perdido en un abrir y cerrar de ojos. Ni siquiera los refugios espaciales parecían seguros. Nada de lo que habían experimentado en sus vidas anteriores era comparable a lo que se les avecinaba... si es que firmaban el nuevo contrato de reencarnación. Algo era seguro: sus nuevas vidas iban a ser un verdadero desafío para sus cuerpos y sus mentes. ¡No se lo podían perder! ¿O sí?
A Tot aún le preocupaba algo.
—Oye, una pregunta... ¿Tú pusiste en el cuestionario que vas a ser mujer?
—Espera... ­—Leuche intentó recordar, pero tuvo que hacer otra vez las cuentas con sus dedos­—: hombre-mujer-hombre-mujer-mujer-hombre-mujer... No, me toca hombre esta vez. Es que si elijo mujer se me a desequilibrar el asunto.
Tot se extrañó por su respuesta.
—Bueh, ¿cómo se te va a desequilibrar, si yo he sido hombre el 95% de las veces y aquí me ves, más feliz que unas castañuelas...?
—Ya, pero es que yo necesito cambiar, si no me aburro.
—¿Y has pensado a qué te quieres dedicar en esta vida?
—Piloto de caza espacial —una sonrisa soñadora apareció en su rostro—. O mecánico de naves intergalácticas. Así no me obligarán a luchar si yo no quiero... aunque por lo que hemos visto, quizá no tenga más remedio.  
—¿En qué bando vas a estar?
—En el de los perdedores, por supuesto. Siempre es más interesante.
—Y que lo digas...
Tot guardó silencio de nuevo. Pensaba qué preferiría ser esta vez, teniendo en cuenta que Leuche iba a ser hombre. Le era difícil imaginarse a Leuche siendo mujer, pero quizá así sería algo menos insoportable. ¿Y qué preferiría Leuche? En el fondo no importaba, porque el peligro de que hubiera sexo entre ellos estaría ahí de todas formas... Buajjj, mejor ni pensarlo, o acabaría quedándose en el plano espiritual. Mejor pensar en los desintegradores de partículas, siempre llevaría uno a manos por si fuera necesario defenderse de su amig... de su compañero. Su subordinado, seguramente. ¿Y si hacía un alarde de valentía y marcaba la casilla de “Me es indiferente”? Así lo dejaba en manos del Destino... es decir, de los cabrones que acabarían eligiendo por él.
Leuche interrumpió sus pensamientos.
—Entonces... Tot... en serio... ¿no te vendrías conmigo?
Tot hizo como que prestaba atención a algo que había quedado estático en la pantalla del Futuroscope. Toda esa sangre... todos esos cadáveres chamuscados. Esos instrumentos médicos de última generación, los cañones láser, los teletransportadores... Toda esa adrenalina corriendo otra vez por sus venas. Empezaba a sentirse algo mareado, casi como cuando tenía cuerpo y se había cogido una cogorza en alguna celebración.
­—Bueno, tal vez me lo piense. Pero no eches las campanas al vuelo todavía, ¿eh? No sea que tengas que irte tú solo...

(continuará...)

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