martes, 18 de febrero de 2014

El Ángel de la Muerte (13).

Tot le pasó el martillo de brujas para que lo guardara en la caja de herramientas y Leuche lo observó un momento maravillado de lo que era capaz de hacer.
―Se parece al martillo de Thor ―dijo con una voz llena de admiración―. Me enseñarás a utilizarlo, ¿verdad?
―De verdad, eres como un niño, Leuche. ¡No lo manosees más, eso no es un juguete! Y no somos superhéroes que vamos por ahí salvando vidas de... de... bueno, salvando vidas.
―¿Eso crees?
Por un milisegundo Leuche pensó que su compañero iba a sonreír... pero no lo hizo. Aún así, juraría que el brillo en sus ojos había sido de orgullo.
―Bueno, vale... pero ¿me enseñarás?
―Ya veremos.
Tot ya se alejaba hacia la portezuela del acompañante, mientras Leuche se aseguraba de que la caja de herramientas quedaba bien sujeta y el cuerpo etérico del suicida no se había movido de donde lo habían dejado. Luego se metió en el coche, arrancó y metió la primera marcha. Tot programó el GPS para que no le fuera difícil encontrar el camino a casa a través de los siete planos del astral y los innumerables subplanos.
Al principio no hablaron mucho. Las voces de las almas atormentadas, la atmósfera lóbrega de las alcantarillas y sobre todo el estado de ánimo que aún envolvía al muerto y que invadía todo el interior del automóvil, pesaban sobre sus corazones. Los suicidios nunca eran fáciles... y eso que este no había sido de los peores. Tenían ganas de salir de allí y olvidar el mal trago. Al cabo de un rato Leuche decidió decir algo para alejar las malas sensaciones.
―Oye, Tot, si fueras a reencarnar, ¿qué te gustaría ser esta vez? ―al decir esto encendió la radio y movió el dial hasta encontrar una canción de rock... necesitaba relajarse. Y entonces comenzó a agitar la cabeza rítmicamente. "The trooper" de los Iron Maiden era como una inyección de adrenalina en las venas...
Tot le miró con el ceño fruncido y volvió a mover el dial a la posición donde estaba antes. Una preciosa composición a piano de Chopin comenzó a sonar. En ningún momento desvió la atención de los posibles bucles espacio-temporales en los que podían quedar atrapados en el astral. No se acababa de fiar de la forma de conducción de Leuche.
―Pues... no sé. He sido ya tantas cosas... ―su voz sonó algo cansada.
―Bueno, pero seguro que podrías encontrar algo...
―No sé... me da un poco de pereza empezar otra vez desde el principio: elegir la vida que voy a llevar, seleccionar a mis padres, volver a nacer, estar allá abajo sin saber de qué va la historia...
―Pero es divertido, ¿no?
―¡Cuidado!


Leuche tuvo que dar un volantazo para evitar una masa gigante de elemental del pensamiento con la que estuvieron a punto de chocar. En cuanto se recuperó del susto, Leuche aprovechó que Tot aún no había recuperado el color y cambió una vez más la emisora. Sonrió al reconocer la melodía de “Highway to Hell” de ACDC. Era una de sus canciones favoritas... aunque no tanto como “Burning down” de Arena. Ésta todavía le producía escalofríos... a pesar de que lo lógico hubiese sido lo contrario. Un momento. ¿Qué era lo contrario a un escalofrío? ¿Un escalocaliente? ¿Tal vez llamas de fuego lamiendo tu piel? Se sacudió el pensamiento y recordó la pregunta que le había hecho a su compañero.
―¿No es divertido?
Tot se encogió de hombros.
―Psé... Supongo que sí, a veces...
―Bueno, ¿y qué serías? Así, sin pensar mucho.
―Me dedicaría a buscar una ciudad perdida en la selva.
―¿De veras? ―Leuche sonrió. Nunca se habría imaginado a Tot a lo Indiana Jones intentando ahuyentar a un grupo de serpientes con un látigo―. ¿La selva del Amazonas? Creo recordar que no quedaba mucho de ella en una de mis últimas vidas...
―El siglo XXI fue una ruina para todos.
Un gruñido les llegó desde los asientos traseros... o quizá del maletero. Tal vez el muerto se estaba despertando por fin.
―Mira a ver qué le ocurre a ese. Espera que te sujeto el volante ―le ordenó Tot. Y cuando Leuche se estiró hacia atrás para ver qué pasaba, Tot aprovechó para cambiar con la otra mano a Chopin.
―No, está bien ―contestó Leuche―. Debió ser el bache de energía negativa condensada.
Recuperó su posición y notó que algo había cambiado, pero no cayó en la cuenta de qué era.
―Así que explorador... ―dijo―. Yo una vez viví en la selva, pero me arrancaron el corazón y me arrojaron a un pozo negro que parecía no tener fondo, aunque estaba hasta arriba de huesos...
De pronto reparó en el piano que sonaba y adelantó la mano para...
―¡¡Ay!!
A pesar de tener una mano inmaterial el golpe sonó como un auténtico cachetazo en la mejilla.
―A ver, que te quede bien clara una cosa ―anunció Tot, todo serio―. Mientras yo sea el veterano aquí, yo elijo la música que escuchamos.
―De eso nada, el que conduce es el que elige la música.
―¿Cómo que de eso nada? ¡Elige el jefe!
―Como aparezca el verdadero jefe, le contaré lo de tus soldaditos en horas de trabajo.
―¿Qué le contarás qué?
En los minutos que siguieron pareció que en lugar de en un Volkswagen iban en la vaina de Anakin Skywalker, asediados por rivales a ambos costados que les hacían perder estabilidad y girar en todas direcciones. Los gruñidos (ahora más bien quejidos) que procedían del maletero aumentaron en intensidad pero ninguno de los dos pudo oírlos, estaban demasiado ocupados tratando de zafarse el uno del otro... Menos mal que estaban en el astral y no era posible morir en un accidente de tráfico.  

(continuará...)

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