viernes, 1 de marzo de 2013

Sobre pasiones y heridas del alma.

Llevo unos días pensando mucho sobre las emociones. Estoy leyéndome un libro de un psicoterapeuta estadounidense llamado Roger Woolger (por desgracia recientemente fallecido), en el que hace mucho hincapié sobre la necesidad de pasar por una catarsis emocional con el fin de revivir cualquier trauma pasado y liberarnos de ese modo de cualquier lastre que esa vivencia nos haya dejado en nuestro inconsciente.

Por otra parte, no hago más que leer aquí y allá “consejos” espirituales sobre cómo sanar el alma, sobre cómo debes perdonarte a ti mismo por las malas acciones que hayas cometido o perdonar a alguien que un día decidió clavarte un puñal por la espalda, y cómo por arte de magia estas buenas intenciones y pensamientos te hacen ser de lo más feliz del mundo y todo se soluciona de la noche a la mañana. Y si no, es porque quieres seguir sufriendo. Porque no eres capaz de dejar de culpabilizar a los demás de tu propia desgracia.

Como escritora (no sé si por ser mujer también), doy mucha importancia a las emociones. No podría escribir una historia sin meterme de lleno en cada uno de los personajes, en su psicología, en sus turbios pensamientos y en la fuerza de sus sentimientos que en mi imaginación siempre van ligados al agua y son como un torrente que nace en las montañas y desciende arrasando todo a su paso. Incluso de mí misma siempre digo que estoy siempre ardiendo en mi interior, a pesar de que personas que me conocen bien dicen que soy como un témpano de hielo. La cuestión es que lo expreses o no, las emociones siempre están ahí, porque somos humanos, porque hemos venido aquí para vivir como humanos y saber lo que se siente… y me desconcierto cuando leo que para crecer espiritualmente tienes que perdonar y olvidar, dejar atrás las emociones negativas, “sanar” el alma (como si tener esas emociones significara estar enfermo), y ser feliz. Como si fuera tan fácil.

 Pues bien, amigos, no lo es. No es nada fácil luchar contra ciertas emociones e integrarlas en tu ser. No es suficiente con unas palmaditas en la espalda y unas palabras vacías para animarte, especialmente cuando has sufrido un trauma de verdad y la herida que te ha producido en el alma no deja de sangrar. Esas heridas a veces no cierran en toda una vida… y permanecen en el alma durante mucho más tiempo de lo que podemos medir en la Tierra. Reconozco que tal vez lo mío va un poco más allá, tal vez rayo la locura, desde siempre he sentido la necesidad de vivir la vida intensamente, y cuando no había nada revolucionándose en mi interior, era como si estuviera dormida y como si estuviera perdiendo el tiempo. Y creo firmemente que la mejor forma de que esas heridas sanen es sintiéndolas: sentir cómo palpitan, sentir cómo sangran, lentamente; sentir cómo se van alimentando de tu carne y horadando tu interior… Hasta que ya no queda nada que puedan utilizar para seguir creciendo. Al final queda una bonita cicatriz… pero todos estamos orgullosos de nuestras cicatrices. Representan ese sufrimiento que tuvimos que superar. Representan lo que fuimos alguna vez, lo que nos transformó y nos hizo como somos ahora.

No creo que sea bueno perdonar y olvidar. No si eso implica reprimir nuestras emociones. Debemos saber manejarlas, dejar que vivan con nosotros un tiempo, sacarles provecho y aprender de ellas. Cuando estemos listos simplemente desaparecerán, se transformarán con nosotros. 

Acabaremos perdonando. Pero creo que nadie debería olvidar. El olvido solo conduce a cometer los mismos errores una y otra vez. Si todos fuéramos capaz de recordar lo que nos hicieron y lo que hicimos nosotros, el mundo sería un lugar muy distinto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...