jueves, 15 de febrero de 2018

El Ángel de la Muerte (Animal).

¡Noticias! El Ángel de la Muerte regresa con una nueva aventura. Esta es más difícil todavía, si cabe. Un auténtico reto para una escritora como yo. Un proyecto con el mismo formato que el anterior y que se propone ser igual de divertido y educativo. No tengo ni idea de dónde voy a acabar, pero sí sé qué quiero contar y cómo hacerlo. Si todo sale bien, habrá nuevo libro. ¿Vienes conmigo?

Decían que en el más allá los espíritus apenas sentían emociones, que aquello no era nada comparado a tener un cuerpo físico. Esto último sí que era duro: el miedo, la angustia, la soledad, la tristeza, el odio, las ganas de cagarte en todo… Una leche. Siendo un espíritu sentías todas esas cosas igualmente. Había unas pocas diferencias con estar encarnado, eso sí que era cierto. Esas diferencias eran inconvenientes. Quizá, en el fondo, era lo que llevaba a todos los espíritus a reencarnar. Primero, que todo el mundo sabía cómo te sentías con solo mirarte, el disimulo era imposible. Esto, con personas de confianza, es llevadero. Que te pase con un guía espiritual o con uno de esos sabiondos del Consejo, es una jodienda, para qué nos vamos a engañar. Y segundo, que por mucho que quieras, cuando te sientes tan mal que solo tienes ganas de ponerte hasta arriba de algo, discutir con alguien en el Facebook o partirle la cara físicamente… ¡no puedes hacerlo! Bien sabe Dios lo frustrante que es. Quizá precisamente por eso le dio por llamarse Yahvé y se puso a quemar ciudades por un tiempo.
Leuche llevaba eones sospechando que eso era mentira. El mundo terrenal está tan sobrevalorado como el mundo espiritual. En los dos puedes estar igual de a gustito, depende de cómo te lo montes. Y en los dos puedes sentirte apático, vacío, incomprendido o solo. No, cuando mueres nadie alcanza el Nirvana. Cuando naces… bueno, al principio es bastante desagradable con todas esas luces y todos esos enfermeros manoseándote, pero pasado un rato, si tienes suerte, ya puedes dedicarte a comer, dormir y defecar como un campeón durante uno o dos años. Algunos, más. Con total tranquilidad.
Leuche se sentía intranquilo. Llevaba un largo tiempo de vacaciones. Su principal ocupación en su último periodo entre vidas había sido ir de biblioteca en biblioteca, porque le gustaba investigar sobre los universos y las formas de vida en otros planetas, sobre la materia y la antimateria, la gravedad, los agujeros negros… Había pedido una excedencia en el Departamento de los Ángeles de la Muerte y se la habían concedido. Y ahora que se le estaba acabando… empezaba a sentir el impulso de reencarnar. Sí, otra vez. Estaba hasta los co… cansado, digamos, de la rutina y, sobre todo, la burocracia, que suponía volver al plano físico. Se había propuesto, en vano, esperar al menos doscientos años (según el cómputo terrestre) para volver a hacerlo. Pero, como le solía ocurrir en estas ocasiones, estaba alarmado por lo caótica que se estaba volviendo la vida en la Tierra. Bueno, tal vez “caótica” no era el término más exacto. Más bien la situación era apocalíptica. Los seres humanos estaban cavando su propia tumba… que no es que fuera la primera tumba que se cavaban a sí mismos, pero a Leuche le dolía especialmente porque la Tierra había sido su hogar durante los últimos 2500 años, al menos.
Sentado en un magnífico prado de hierba mullida estudiaba su iPad de última generación, revisando las últimas estadísticas que habían publicado los del Departamento de Cuentas Terrestres. No le salían las cuentas.
—¡Che! ¡Así que os hallás acá! Pensé que aún estabas allende los mares…
—Tot, tu última encarnación en Argentina te ha dejado un poco tocado. ¿Cuándo volverás a hablar normal?
—¿Cuando vos dejés de ser tan boludo?
—Yo voy a seguir siendo como me dé la real gana.
—Pues andá a cagar.
—…


Tot no había venido hasta aquí solo para que Leuche le ignorara, así que se esforzó por utilizar un lenguaje que ambos entendieran. A veces le costaba y acababa usando varios a la vez.
—Oye, Leuche, ¿qué estás haciendo? Yo acabo de recoger una pobre niñita de un incendio provocado por la mala combustión de una estufa. ¿No tienes ganas de volver a laburar?
Leuche suspiró. No muchas, la verdad. No llegó a decírselo verbalmente (o sea, por telepatía) a Tot, pero como en el mundo espiritual no puedes ocultar tus emociones, a no ser que te esfuerces bastante, no hizo falta decírselo. De hecho, se las transmitió, directamente. De pronto Tot se sentía melancólico.
—¿Ves todos aquellos animales allí, Tot?
—Sí, los veo.
—Fíjate bien y verás cómo están constantemente yendo y viniendo. Sus vidas apenas duran… un minuto, dos…
—Según el tiempo local.
—Sí, claro. Eso puede equivaler a… ¿cuánto? ¿Un mes en la Tierra? ¿Dos?
—Bueno, sí, por ahí —disimuló Tot, mientras echaba un rápido vistazo a su reloj atómico interdimensional.
—Y no solo es la duración. Sus almas cada vez vuelven más alteradas, con desequilibrios energéticos profundos y desgarros irreparables. ¿No crees que deberíamos hacer algo por ellas?
Tot se quedó pensativo, contemplando en la distancia el conjunto de almas de todos los tamaños, colores y densidades que se agrupaban en el prado.
—Creo que se ha quedado libre una vacante en el Departamento de Sanación Álmica. ¿Quieres que te recomiende para el puesto? Aunque pensaba que lo tuyo era la muerte…
—¡Y sigue siendo la muerte! —exclamó Leuche, con un relámpago en sus ojos.
Tot miró a su amigo confuso.
—¿Entonces?
—Entonces… me refiero a que debería hacer algo por ellos… desde el otro lado.
Silencio.
Más silencio.
Tot parpadeaba, perplejo.
Leuche miró el prado y los pobres animales apareciendo y desapareciendo constantemente. A veces podía ver lo que ellos veían. Sentir lo que ellos sentían.
Tot hizo como que se interesaba por el iPad. Luego miró al horizonte. Carraspeó.
—¿Desde el otro lado? ¿Quieres decir… con un cuerpo?
—Sí, tal vez… Desde aquí ya sabes que no podemos cambiar nada.
—Pero…
—Vale. Sí. Con cuerpo y todo.
Tot suspiró profundamente. Luego se echó a llorar.
 
(continuará...)

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