domingo, 24 de agosto de 2014

El Ángel de la Muerte (15).

[En capítulos anteriores... El Ángel de la Muerte (14)].

Tot depositó suavemente su Luger en la mesilla de noche y se tumbó en la cama con sus manos entrelazadas en la nuca. Sus ojos se reflejaban como dos pequeños círculos de luz en el techo que se encendían y se apagaban al tiempo que sus párpados se abrían y se cerraban.... hasta que se cansó y los dejó abiertos. Era solo una costumbre pero al no tener cuerpo físico los ojos ya no le escocían si no parpadeaba. Tampoco necesitaba cerrarlos para concentrarse en su pensamiento. Por culpa de ese cretino de Leuche a la mañana siguiente tendrían que dedicarse a algo que no le gustaba lo más mínimo... y además tendrían que obedecer las órdenes de otros. Y aún no podía entender por qué, pero en el Departamento de Avatares y Apariciones Virginales todos se creían unos iluminados en posesión de la verdad, las normas eran aún más estrictas que para los Ángeles de la Muerte, y era imposible ser un tipo original con ideas propias. Allí no valía haber sido un filósofo o un poeta, allí contaba más la experiencia terrenal como sacerdotisa del Antiguo Egipcio, brujo en una tribu de la Amazonia, haber sido considerado un dios como Viracocha o haber sido algún cura de alguna clase, o incluso papa... ni siquiera monje servía. Debía de ser porque prácticamente todos los espíritus en algún momento habían sido monjes, y por ello eso no daba puntos extra en el curriculum vitae. La vida en el Tíbet no había estado mal, pero claro, eso no te enseñaba apenas nada sobre cómo manipular a la gente y hacerles creer en pamplinas para que hicieran lo que se suponía que tenían que hacer. No podía creer que todavía existiera ese departamento. Habían estado a punto de eliminarlo a causa de los últimos recortes presupuestarios, pero los del Consejo dijeron que era necesario en algunos planetas primitivos, y al final acabaron recortando solo en esferas lumínicas, construcción de puertas interdimensionales y en... ah, sí, en Ángeles Anunciadores. Muchos habían tenido que ser recolocados. ¿Necesario? Bueh... ¿qué esnifarían los Ancianos del Consejo cuando se reunían en ese cónclave secreto?

La luz se hizo más fuerte en la habitación cuando involuntariamente abrió aún más los ojos... De pronto había recordado que por lo general los que trabajaban en el Departamento de Avatares y Apariciones Virginales salían en misiones que podían durar años terrestres, fueras a encarnar o no. Para encarnarte como avatar tenías que ser un alma muy, muy, muy experimentada, así que eso le salvaba de ese trabajo, pero aún así, todos los auxiliares tenían que hacer guardias y tenían que estar preparados para la intervención en cualquier momento... ¿y si les enviaban a la Tierra y tenían que quedarse allí durante cien o doscientos años? Maldición... eso le dejaba sin tiempo. Había prometido a Skel una incursión al astral, tenía que ser antes del cumpleaños del que había sido su novio en esa vida, y el tiempo se pasaría si no lo hacían ya. Al segundo siguiente se había incorporado, había adquirido la apariencia de un soldado vestido de camuflaje incluyendo la cara tiznada de negro, y se dispuso a abrir la puerta de su habitación sin acordarse de que podía atravesarla sin más. Le solía pasar cuando estaba excitado.

Leuche depositó suavemente la cerveza Lager en la mesilla de noche y se tumbó en la cama con sus manos entrelazadas en la nuca. Mmm... cómo echaba de menos saborear una buena rubia en una Taverne de antaño. Sus ojos se reflejaban como dos pequeños círculos de luz en el techo que se encendían y se apagaban al tiempo que sus párpados se abrían y se cerraban... abrió el izquierdo y cerró el derecho, cerró el izquierdo y abrió el derecho, así un buen rato hasta que se cansó y los dejó cerrados... para qué malgastar energía. Entonces reparó en que sus pensamientos le estaban asaltando. El Departamento de Avatares y Apariciones Virginales... Sonaba aburrido de cojones. ¿Cuál sería el uniforme en ese departamento? ¿Una túnica naranja como las de los Hare Krisna? ¿Un hábito de monja? ¿Un traje negro con alzacuellos? Tal vez habría sido más divertido que ser un Ángel de la Muerte, solo que sus vidas religiosas le habían marcado profundamente y ahora no quería saber nada de avatares ni de ponerse alas en la espalda para engañar a los pobres humanos... Aún recordaba el fuego de las hogueras y a las damas de hierro, y las Cruzadas, y las persecuciones de hombres buenos. Solo en el Tíbet había conocido la paz... hasta que llegaron los chinos, claro.
Mmm... el Tíbet. A veces cuando había mirado los pies de Tot (¿qué estaría haciendo mirando los pies de Tot?... Ni idea, pero lo hacía a veces... bueno, con frecuencia) había creído ver por un segundo unas pobres sandalias, el borde de una túnica roja y un cuenco colgando de su cintura... pero no lograba ver nada más. Estaba seguro de que le había conocido en alguna parte, pero ¿dónde? Sabía que podía acudir a los archivos, pero las colas que se formaban allí siempre podían con su paciencia... Alguien le había dicho que últimamente hasta tenías que coger un numerito: D245. Y era mejor que te llevaras un libro electrónico para pasar el tiempo... que ahí sí que se hacía eterno, a pesar de no existir.

La luz se hizo más fuerte en la habitación cuando involuntariamente abrió aún más los ojos... De pronto había recordado en qué vida había coincidido con Tot. Estaba seguro... bueno, casi, pero tenía que decírselo de todas formas, seguro que él también se acordaría... Al segundo siguiente se había incorporado, había adquirido su apariencia habitual de caballero victoriano con levita y bastón y se dispuso a traspasar la puerta de su habitación, pero justo en ese momento se dio cuenta de que se le olvidaba el sombrero de copa, así que se detuvo, lo hizo aparecer en su cabeza, aplastó con él sus rizos castaños y desordenados y se teletransportó hasta el dormitorio de Tot.
Apenas sintieron cómo se atravesaban mutuamente... salvo por cierto picor generalizado y un viento desagradable en sus oídos inmateriales que les trajo una sensación parecida a cuando eres niño y tu hermano quiere darte un beso. “Quita, carapedo”. “Anda, orejas de soplillo, pues tú te lo pierdes”. “Piérdete tú, caraplátano”. “A ver si eres más original inventándote palabrotas”. “Que te pires”.
Lo malo es que eso no lo podían pensar en el mundo espiritual, porque ahí no puedes ocultar tus pensamientos. Eso sí, se dieron la vuelta y ambos parecieron alegrarse del encuentro. Bueno, a decir verdad, Tot no.
―¡Oh! Así que sales a estas horas de la madrugada ―preguntó Leuche, intrigado―. ¿Vas a ver a tu guía espiritual?
Tot frunció el ceño. Juraría que Leuche sabía que su guía espiritual había dormido en la estacada más de una vez.
―Y este aparataje soldadesco... ¿a qué se debe?
Tot le miró con trazas de ira en su rostro. No le había dado tiempo a cambiar de indumentaria. Ni siquiera la pintura negra de la cara... vamos, que le habían pillado in fraganti. Nada que no pudiera arreglarse.
―He quedado para una representación. No creo que te interese...
―¿Una representación teatral? ¡No sabía que teníamos grupo de teatro!
―No lo tenemos... es otra clase de representación. Es en la calle.
―Oh. ¿Y no puedo ir?
―No. Te tienen que invitar... y tú no estás invitado.
Leuche pareció decepcionado.
―Ya. Bueno... otro día será.
―Sí... otro día será.
Pero Leuche no se movía... y Tot no quería ser grosero.
―Oye, Tot... ¿puedo preguntarte una cosa? No tienes prisa, ¿no?
―Ya me has preguntado una, auf Wiedersehen!  
Y con un “plop” desapareció en el aire como si hubiera activado una bomba de humo.
Leuche entrecerró los ojos y cuando dejó de toser dio un profundo suspiro. Una lástima que Tot quisiera dejarle atrás. Sabía cuáles eran sus planes, la conexión mental entre ellos era mayor de lo que Tot podría llegar nunca a sospechar... Tot era muy listo, pero las últimas noticias no habían llegado aún a sus oídos: una nueva dotación de perros mutantes le había sido entregada al Cancerbero, y solo él en todo el mundo espiritual y parte del astral sabía qué había que hacer para evitar que se te tiraran a la yugular... en caso de que los habituales sobornos no funcionaran, claro está.

(continuará...)

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