miércoles, 7 de mayo de 2014

Locked out: Hoy hice lo más loco de mi vida.

Hoy traigo un poco de humor al blog, que últimamente estaba demasiado seria y abatida por problemas personales y diversas comidas de coco.

Me pasó esta tarde esto que voy a contar y lo escribí en inglés para un foro en el que participo... me quedó tan gracioso que he decidido escribir la versión en español. No me hago responsable del resultado, yo lo advierto...

Por cierto, “locked out” es la expresión inglesa para decir que te has quedado fuera de casa sin llaves y no puedes entrar. Sí... por lo general prefiero el español para expresarme, sobre todo para mi trabajo literario, pero hay palabras que son mucho más específicas en inglés. Empiezo...

“Dos días atrás mi madre me dijo por teléfono que tenía que regar una planta concreta del porche del chalet en el que vivimos. De pronto me acordé y pensé que era hora de hacerlo, no fuera que la dichosa planta fuera a morirse por mi culpa (siendo vegetariana eso me traería un gran remordimiento de conciencia). Así que, justo después de meter mi estupendo bizcocho de naranja y chocolate en el horno, cogí la regadera, la llené de agua, y me dispuse a salir al porche. Tenemos dos puertas: la gorda blindada y la de fuera que es de color blanco con cristales cuadrados que normalmente no cerramos con llave. Al salir, mi gata se vino detrás de mí y quería escabullirse fuera, así que la dejé porque en esa zona no hay peligro, hay un largo pasillo hasta la puerta metálica de entrada, y de todas formas no se va muy lejos porque es una miedica. Regué la planta y después me fui al jardín trasero a regar más plantas. Como todavía me quedaba algo de agua, decidí vaciarla en la misma planta del porche, y ya de paso darle a un toque a la gata para que se metiera en casa. Noté que hacía algo de viento y podía haber corriente, así que cerré la puerta blanca. O eso creí. Por alguna extraña razón (nunca la he visto así), mi gata estaba paralizada en la mitad del pasillo, asustada por los ladridos del perro del vecino. Así que acabé de regar la planta y me dispuse a ir a por ella. Justo en ese momento oí un ruido a mi espalda y al volverme vi que la puerta se había abierto (sí, sucede a veces, pero yo pensé que la había cerrado con la fuerza suficiente). Sin tiempo ni para pestañear, la otra puerta (la gorda) hizo “¡BUM!” y se cerró también.


En ese momento, palidecí... o al menos sentí toda la sangre de mi cuerpo irse a los pies... o más lejos. Durante unos eternos minutos estuve pensando en qué hacer a continuación. Tal vez pueda abrir la puerta del garaje... mala suerte, el mando del garaje que tengo en el coche (aparcado en la calle) es el antiguo, y de todas formas no tengo las llaves del coche. Intenté hacerlo manualmente de todos modos, pensando que por alguna especie de milagro podría abrirla, pero lamentablemente no se me concedió la fuerza de Ironman. Miré en mis bolsillos, “¿Seguro que no has cogido las llaves (como he hecho otras veces)?” Mala suerte... Quizá pueda hacer un viaje astral, atravesar la pared y abrir la puerta del otro lado... ah, no, que desde el astral no puedo tocar las cosas, o al menos no aún, con toda la energía que hay que reunir para hacer eso (vale, esto no lo pensé en su momento, es el producto de mi imaginación según escribo esto).

Así que... casi enjugándome las lágrimas y aceptando tal infortunio, tuve que recurrir a la única alternativa que me quedaba: pedir ayuda a mi vecina. Sí, esa vecina que todos tenemos y simplemente odiamos sin una razón especial, más que por tener a alguien a quien ni siquiera conocemos para criticar... ahora va a tener ella una razón para reírse de mí durante años, ¡maldita sea! Una rubia de bote cuya edad ronda los 60... largos, (aunque las arrugas en su cara bien podrían ser la prueba de que es mucho más vieja) se asoma a la ventana, preguntándose quién llama al interfono, mientras su perro sigue ladrando. Le digo por gestos que baje porque tengo un problema. Temo que mi nerviosa gata se escape, esta vez a la calle, pero por fortuna continúa paralizada, así que cierro la puerta metálica de entrada también, después de contarle mi problema a la vecina y decirle que tal vez pueda encontrar la forma de saltar desde el jardín.  

Esto es posible porque tenemos un jardín trasero comunal, y más puertas metálicas en la parte de atrás. Alrededor de mi jardín trasero hay una valla metálica que mis padres limpiaron de enredaderas hace tiempo. Mientras mi vecina va a por una escalera de mano contemplo el enrejado de alambre y pienso “Bueno, he visto a Scully escalar vallas similares, no veo por qué yo no podría hacer lo mismo, zapatillas de estar por casa incluidas...” Analizando la situación, decido que la mejor parte para intentarlo es por la puerta metálica verde, porque por la parte de dentro tiene como unas cornisas donde puedo apoyar el pie. Mi vecina pone la escalera justo al lado de la puerta, yo subo al punto más alto y vuelvo a mirar hacia arriba: “Dios, sigue estando demasiado alto”.


―¿Qué, cómo lo ves? ―pregunta mi vecina. Como otros aventureros que se hayan quedado encerrados dentro o fuera de casa saben, en esos momentos toda tu vida pasa por delante de tus ojos. “¿Qué otra opción me queda?”, pienso. La perspectiva de llamar a un cerrajero que sonreirá y mirará con lascivia mis piernas (llevo puesto unos pantalones cortos, calcetines y zapatillas, y ya está resultando bastante difícil esconder mi vergüenza ante la rubia) es realmente aterradora... los bomberos viniendo porque mi estúpido bizcocho empieza a arder es aún más aterrador (ahora que pienso con calma sobre esto, mi padre me dijo que el nuevo horno se apagaba automáticamente cuando pasaba el tiempo programado, así que quizá era poco probable que eso pasara... pero claro, ponte a pensar con frialdad cuando sabes que tienes papeletas para que las cosas vayan aún peor)... y mi gata siendo engullida por el perro de mi vecina... ¡eso nunca me lo podría perdonar!

Me decidí en unos dos segundos. Temiendo que me iba a matar o que al menos me rompería una pierna, obligué a mi pierna derecha a levantarse y la coloqué sobre la valla, ante la perpleja mirada de mi vecina. Después conseguí elevar el resto de mi cuerpo y me coloqué a horcajadas sobre la valla. La peor parte estaba hecha. Entonces comencé a bajar mi pie lentamente hasta alcanzar la primera cornisa. Mi zapatilla derecha se cayó antes de que llegara a posar el pie... y temí resbalarme con mi calcetín sobre el metal. Finalmente conseguí apoyar los dos pies.

―Chica valiente ―dijo mi vecina. Nunca me podría haber imaginado que estaba en tan buena forma como para hacer eso. Pero reconozco que le eché un par de... vale, diré de ovarios pero en realidad tengo en la cabeza los atributos masculinos. Temblando, le di las gracias a mi vecina y bajé totalmente. Tuve la grandísima suerte de que había dejado una ventana abierta en el jardín, si no sí que me habría quedado fuera de verdad. Corrí a la puerta de entrada, encontré a la gata, comprobé que el bizcocho estaba perfectamente y subiendo que daba gusto, y di un fuerte suspiro de alivio...

Ahora el aspecto de mi pierna izquierda parece indicar que mi gata y yo tuvimos la peor pelea de nuestras vidas... y no tengo ni idea de cómo me hice esos otros arañazos en algún que otro lugar innombrable de mi piel... y ahora sé por qué los guerreros no sienten las heridas cuando están en combate, y sé cómo pude hacer ciertas locuras en otros tiempos... ¡La h***!   

La verdad es que si pienso que esto es lo más loco que he hecho en mi vida, me dan ganas de llorar..."

1 comentario:

  1. No me digas que todas tus aventuras son exclusivamente literarias. Yo no soy ni la sombra del señor Allum, pero quizás algún día en LetraHeridos os cuente como en abril del 2008 Obregon King, el rey de los indios lacandones (que por aquel entonces contaba 102 años y no se dejaba ver en público sin llevar puesta una careta de Sherk ¡sic!), tuvo que acabar prestándole a mi pareja una de sus muletas, tras una incursión por la selva chiapaneca.

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