sábado, 12 de septiembre de 2015

El Ángel de la Muerte (26).

[En capítulos anteriores: El Ángel de la Muerte (25)].

El día había sido agotador. Apenas se habían podido detener a hablar de sus planes. Recibían órdenes constantes por el Wassap incorporado en la nubecilla densa de desplazamiento, y la mayoría eran urgentes: que si llevad cicatrizante celestial de efecto rápido a tal sanador; que si anunciad a la hija del panadero que se ha quedado embarazada y no fue porque la drogaron en la taberna; id a avisar a los cuidadores de langostas que ya pueden enviar una nueva plaga; que si convocad a los que manejan los ventiladores para abrir las aguas de tal mar antes de las cinco de la tarde; haceros pasar por invitados en cierta boda y dad el cambiazo de agua por sidra… Para que luego digan que llevar mensajes es fácil. No era sorprendente que muchos de los Ángeles a Secas tuvieran un pasado terrestre como carteros, vigilantes de diligencia, secretarios, espías o teleoperadores. Pero de muerte, nada. Incluso Leuche se empezaba a aburrir, y eso le traía malas ideas a la cabeza…
—Oye, Tot, ¿tú estás seguro de que no podemos hacer nada con estas flechas de punta embadurnada de esta sustancia negruzca?
Tot negaba con la cabeza una y otra vez.
—Entiendo tu fascinación por lo venenos, pero no te hagas ilusiones. Desde el astral no podemos matar a nadie. Y de todas formas, esa no es nuestra misión como Ángeles de la Muerte, ya deberías saberlo.
La decepción en la cara de Leuche era evidente.
—Sí, si lo sé… Pero ya he vuelto a perder la motivación que tenía cuando nos transfirieron al Departamento de Avatares y Apariciones Virginales. Ya ni siquiera me hace gracia tu uniforme…
—Eso es porque no la tiene.
Tot se hallaba recostado en el suelo de la pequeña cabaña de cabrero que aún ocupaba Leuche por las noches. Tenía sus manos colocadas en la nuca y una pierna cruzada sobre la otra. En contra de su costumbre había venido a visitar a Leuche después de la cena. Leuche sabía que algo rondaba en la cabeza de Tot, pero también sabía que no le diría qué hasta que él lo decidiera así.
—Oye, Tot… ¿tú también tienes ganas de volver a ser un Ángel de la Muerte?
Tot se incorporó súbitamente y un relámpago brotó de sus ojos antes de contestar a su compañero.
—¿Ves? ¡Eso es lo que molesta de ti!
Leuche había dado un respingo, sorprendido por la reacción de Tot y preguntándose qué había dicho o hecho mal.
—¿El qué? ¿El qué?
—¡Yo nunca he dejado de ser un Ángel de la Muerte! ¡O lo eres o no lo eres! ¡O lo sientes o no lo sientes! ¡Pero no puedes andarte con medias tintas! La Muerte es algo serio, muy serio. Si aún dudas de si eres un Ángel de la Muerte, tal vez deberías dedicarte a otra cosa…
Leuche frunció el ceño. Las palabras de Tot le hicieron reflexionar. ¿Qué quería hacer él en la vida? En la de verdad, claro…
—Yo… no he dicho que dude, Tot. Quizá no me expresé bien. Echo de menos trabajar como Ángel de la Muerte. Esto no está mal, es entretenido… pero me siento como si estuviéramos engañando constantemente al personal, los tratamos como niños. En cambio, cuando mueren… es como transformar la oscuridad en luz. Es presentarles las cosas tal y como son, no como lo que han creído durante todas sus vidas. Es ayudarles a recuperar lo que son de verdad, lo que siempre fueron y habían olvidado. Es mucho más satisfactorio que traer bebés al mundo… Tú también lo has hecho y sabes la diferencia, ¿no estás de acuerdo?


La leve sonrisa que había aparecido en el rostro de Tot desapareció cuando Leuche se volvió a mirarle.
—Err… sí, puede ser —carraspeó.
—¿Tú también lo echas de menos?
—Yo echo de menos mi Volkswagen. Y llevar un uniforme decente, con una insignia a la altura del servicio que ofrecemos.
—¿Y qué vamos a hacer para que nos devuelvan nuestros puestos? —la voz de Leuche sonaba algo triste y desesperada ahora.
—Tranquilo, estoy en ello —contestó Tot. Un brillo de esperanza iluminó los ojos de Leuche. Confiaba en que su compañero daría con la clave—. Si te callas de una vez y me dejas pensar seguro que encontraré la forma de demostrar a Gehirn que los Ángeles de la Muerte nacemos, no nos hacemos. Ya puedes disfrazarnos de tiernos angelitos que jamás podrás impedir que cumplamos con nuestra misión.
—¿Y cuál es nuestra misión?
—¿Te lo tengo que volver a repetir?
—Pues…
—Cállate, que estoy pensando.
Leuche se puso a jugar a Gothic 2 con la Playstation mientras Tot pensaba. Así por lo menos podía elegir flechas envenenadas con las que equipar a su avatar. El arco élfico que había encontrado después de saquear a un orco muerto no estaba mal, pero tendría que llevarlo a una carpintería para que lo arreglaran, y si podía pedirle a su maestro que le ayudara a perfeccionar la técnica, así ganaría puntos de daño en su próximo combate…
—¡Ya está, lo tengo!
—¿De veras? —dijo Leuche mientras mantenía una conversación virtual con una enana con pinta de pícara. Miró de soslayo a Tot, que ahora estaba aún tumbado en el suelo, pero boca abajo, y parecía estar estudiando unos cálculos que había garabateado a lápiz en un papel. Le vio ajustarse sobre el puente de la nariz unas gafitas redondas a lo Harry Potter y después levantó su mirada hacia él con aire interesante.
—Sí. Vamos a iniciar una huelga a la japonesa.
Leuche tuvo que pausar el juego para poder pensar con claridad. ¿A la japonesa? ¿Había oído bien?
—Esto… Tot, creo que tu idea es impracticable —dijo, con el tono más serio que pudo conseguir—. Sabes, yo ya tengo una lista interminable de tareas para mañana: sacar las cabras al monte, ordeñarlas, meter la leche en pellejos, ponerla a cuajar… y luego encima tengo que transformarme en angelito y salir contigo a cumplir con las obligaciones del puesto que nos ha sido asignado. O sea, ¿realmente estás hablando de trabajar más? —el tono de incredulidad y desgana no pasó desapercibido a Tot.
—Pero, ¿no me acabas de decir que echabas de menos ser un Ángel de la Muerte?
—Sí, pero una cosa es tener una ilusión en la vida y otra dejarte explotar también en el mundo espiritual, que demasiado tuve ya en la Tierra como para seguir haciendo el panoli… Además, ¿no crees que si vamos a la huelga nos vamos a buscar más problemas con Gehirn?
Tot no supo qué decir, y dio unos golpecitos nerviosos con el lápiz en el cuaderno. La falta de disciplina de Leuche hacía que le hirviera la sangre en las venas, pero no podía negar que tenía parte de razón. A él no le costaba tanto sacrificarse por un bien mayor, pero era cierto que el tema de las horas extra era un cachondeo en el Departamento… sobre todo cuando se suponía que estaban suspendidos de empleo como Ángeles de la Muerte y lo suyo ni siquiera iba a entrar dentro de la definición de “horas extra”. Lo valoró unos minutos y acabó por ceder. Pero solo un poco.
—Bueno, ya veremos… hoy te dejo que sigas jugando, pero mañana prepárate porque va a ser un día movido. Yo que tú me desayunaba tres tazas de cacao puro —y no dio opción de responder a Leuche. Tot prácticamente se esfumó en el aire mientras Leuche se quedaba paralizado.
Sacudió las pieles que iba a utilizar para taparse mientras dormía y suspiró con resignación, temiendo que al final se arrepentiría de no aceptar un contrato indefinido como Ángel a Secas. Después de todo, los ricitos pelirrojos no le quedaban tan mal. ¡Y además tenía un arco!

(continuará...)

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