jueves, 22 de octubre de 2015

Reflexiones de Haldor (2).

[En capítulos anteriores: Reflexiones de Haldor].

El prisionero alzó la mirada hacia la silueta borrosa que había aparecido cerca de de la entrada. No le había oído llegar, lo que era complicado dado el infernal ruido que hacían los cerrojos oxidados cada vez que abrían la puerta. Probablemente había estado dormitando... aunque en las últimas largas y oscuras horas le hubiese sido imposible conciliar el sueño. Se incorporó con dificultad y gran dolor, apoyando su espalda contra la pared. El grillete de la muñeca izquierda se clavaba en las llagas, y la argolla del cuello le presionaba la garganta, además de pesar como mil demonios. Al moverse, las cadenas fueron arrastradas y el sonido retumbó en toda la celda. En la penumbra, solo alcanzaba a distinguir que la figura llevaba una capucha gris, y parecía observarle en silencio. Se preguntó quién podría ser. Hacía mucho tiempo que se había quedado solo.
—¿Vas a pasar? ¿O tienes miedo de mí?
La figura se aproximó y descubrió su cabeza. La poca luz nocturna que entraba por el ventanuco le iluminó por un instante la cara. Su piel pálida contrastaba con largo pelo moreno. El joven era delgado y tenía los dedos largos y frágiles como los de una muchacha, pero en sus ojos había una determinación que raramente había encontrado en miembros de su clan.
—Quiero comprender —dijo.
El prisionero le observó largamente desde su posición en el suelo. Su afirmación le pareció tan extraña como irrealizable. ¿Acaso tenía él algo que explicar? Su prudencia le hizo callar y esperar. Al ver que no decía nada, el extraño se le acercó un poco más y trató de escudriñar su rostro, hasta el punto de hacerle sentir incómodo. El prisionero hizo un movimiento brusco para evitar que se acercara más y se escondió de la luz.
—¿Qué quieres de mí?
El extraño se había detenido frente a él, a menos de un paso de distancia. De manera completamente silenciosa se agachó y se puso a su altura. Parecía un monje apiadándose de él. Piedad no era lo que más había necesitado. Pero eso ya no importaba.
—Mi nombre es Haldor —dijo el extraño—. Sé... sé que este es un mal momento para vos, y no quiero hurgar en vuestras heridas. Pero me gustaría haceros unas preguntas. No tardaré en irme. He oído vuestra historia... Hay cosas que no entiendo. ¿Por qué os entregasteis? Si sois inocente, ¿por qué rendiros tan fácilmente, cuando ya estabais en plena huida? ¿Por qué no seguisteis luchando?
—¿Insinúas que me rendí? ¿Eso crees? ¿No se rinde alguien cuando hay algo que quiere conservar? Tus tierras, tu familia, tu vida... —el prisionero sacudió la cabeza—. A mí ya no me queda nada de eso.
En la mente de Haldor aparecieron dos tumbas cubiertas de tierra, una al lado de la otra, una más pequeña que la otra. Cuchillos en la nieve, una mujer llorando, el cuerpo de un niño muy pequeño cayendo inerte al suelo, con un profundo corte en el cuello. Era difícil aislarse del dolor.
—Aún conserváis la vida.
—Por poco tiempo.


El prisionero tenía razón. Aún no se había celebrado el juicio, pero todos sabían cuál iba a ser su final. No habían dejado de advertírselo, pero él siempre había preferido seguir su propio camino.
—Tuvisteis la oportunidad de huir...
—Me encontraron antes de que pudiera hacerlo. No quise seguir matando.
Sus ojos se dirigieron inconscientemente a su mano derecha, y sus dedos se crisparon, como si aún empuñara aquella espada que le había llevado a la mazmorra donde se hallaba ahora. La suciedad se mezclaba con la sangre que aún permanecía adherida a su piel. Jamás había sido su intención matar a inocentes, pero se habían interpuesto, habían intentado detenerle. Su sangre también había sido derramada.... y no había sido la primera vez. Haldor supo que era sincero. Sin embargo, eso no contaría para los que le iban a juzgar. Aquel hombre llevaba años condenado, y él lo había sabido tan bien como los demás. A través de la apariencia férrea del prisionero, podía sentir la rabia acumulada, y el miedo por lo que se le avecinaba. La imagen de unos pies balanceándose ocupó su mente un segundo. Haldor era capaz de sentir el dolor que aquel hombre se negaba a mostrar. Era algo que le habían enseñado desde niño. El nudo en su garganta hizo que le costara pronunciar las palabras.
—Sigo sin comprender por qué lo hicisteis... ¿Venganza?
Temió que el prisionero se negara a hablar más. Se mantenía cabizbajo y sus ásperos rizos cubrían su frente. La oscuridad no le permitía ver expresión alguna en su rostro, aunque lo más probable es que permaneciera impasible. Solo su respiración profunda y agitada le hacía intuir que estaba recordando, y no eran recuerdos agradables.
—Él pudo haberlo evitado, pero no lo hizo —murmuró—. Él estuvo allí observando mientras violaban a mi mujer, él estuvo allí cuando quise cazar en “sus tierras” y me castigaron por ello. Él pudo haber detenido tanta crueldad, pero jamás alzó una palabra para parar a sus hombres. No fue venganza, sino un intento fallido de justicia... ¿Y qué clase de hombre sería yo si ni siquiera fuera capaz de proteger a los míos? ¿Habría vivido mejor quedándome cruzado de brazos mientras hacían daño a mi familia y nos robaban nuestra comida?
Solo al hacer la última pregunta el prisionero dejó traslucir la furia que aún había en su corazón. Por un momento Haldor pudo ver un brillo de desesperación en sus ojos. Al mismo tiempo sabía que había perdido la fuerza para seguir luchando. Volvía a tener la sensación de que se había rendido. De algún modo el prisionero supo lo que estaba pensando.
—Deja de mirarme así. No lo vas a comprender jamás, a no ser que un día lo vivas por ti mismo... Un hombre puede elegir la muerte porque ya no tiene nada por lo que vivir, cuando está cansado de que nadie escuche, cuando día tras día es testigo de cómo los suyos prefieren ser pisoteados y vivir miserablemente antes que reaccionar y luchar por lo que es nuestro. Nadie tiene que resignarse a vivir con miedo. Un hombre debe elegir el camino que cree es justo, aunque se equivoque. Un hombre debe ser consecuente con sus actos.  
En ese momento el prisionero clavó su mirada en Haldor y por unos instantes ambos la sostuvieron. Haldor se esforzaba por extraer el verdadero significado a lo que acababa de escuchar. La fuerza de las palabras de aquel condenado le había llegado al alma. Aún le costaba comprenderlo, eso era cierto. Había elegido la muerte. En algún momento había decidido no resistirse más a lo que todos esperaban de él: que dejase de causar problemas. Quizá la multitud se alegraría al verle colgado junto a otros asesinos en el patio del castillo. La multitud parecía ciega. Pero no sabían que estaban cegados por el miedo.
La última oleada de energía que sintió Haldor recorrer su cuerpo fue precisamente de miedo. El prisionero también lo sentía, aunque no lo pareciese... aunque habría de sentir más, en cuanto anunciaran la sentencia. Eso hizo que su respeto por él creciera. Vio fuego en su mente, muchachos corriendo, hombres saqueando aldeas, un niño tratando de defender a su madre, sin conseguirlo. Al levantarse se tambaleó ligeramente. “El miedo a la muerte no es nada cuando has vivido toda tu vida con miedo”. Le había parecido escuchar algo en su cabeza, pero el prisionero no había dicho nada más. Había vuelto a apoyar su espalda contra la pared, y sus ojos estaban ahora cerrados.
—No os olvidaré —dijo Haldor.
El prisionero hizo un leve movimiento de cabeza. Parecía haber una pequeña sonrisa en sus labios, a pesar de la tristeza en sus ojos.
—Sí que lo harás.

2 comentarios:

  1. Diálogo entre Haldor y Roderic... en el interior de la mazmorra o en el interior del alma...
    Yo también quiero comprender.

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    Respuestas
    1. Te diría algo, pero yo ahora mismo estoy bajo una capucha viendo la lluvia caer... ;-)

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