sábado, 9 de noviembre de 2013

El Ángel de la Muerte (4).

“Que no me preocupe, que no me preocupe…”

¿Cómo no iba a preocuparse? Aquello iba a ser una locura. Después de la reunión, se sentía aún más inquieto, y decidió ir a los Archivos… aunque no sabía muy bien para qué. Todos los puestos estaban ocupados, así que tuvo que esperar hasta la tarde para reservar sus dos horas… la espera se le hizo eterna y el nudo en su estómago (o lo que fuera que tenía ahora en lugar de estómago) fue creciendo según el tiempo pasaba.

No quería recordar… ya había pasado por eso más veces de las que jamás hubiese deseado, por algo había llegado hasta donde había llegado, y ahora podía dedicarse a otras cosas antes de decidir si volvía o no a encarnar. Había aspectos de la vida humana que echaba de menos, no lo podía negar: sentir la brisa en su rostro, contemplar la lluvia caer desde la ventana, escuchar la risa de sus hijos, degustar un buen pastel de chocolate, nadar en el agua del mar (a pesar de haber muerto ahogado en varias ocasiones), la música clásica, la versiones rockeras de música clásica… Sí, en su tiempo libre se reunía con sus amigos y evocaban continuamente los viejos tiempos, y las creaciones que conseguían desplegar frente a ellos se aproximaban mucho a la realidad terrestre, pero no era lo mismo. La densidad de la naturaleza humana era la ideal para experimentar la vida en la Tierra. Lógico. Para eso habían sido creados los mundos… o eso le habían dicho. Sin embargo, si fuera por él, dejaba solo los placeres de la carne y eliminaba los sufrimientos y las penurias que siempre iban aparejados a una estancia terrenal, por breve que fuera… Sí, la Tierra era una escuela y se iba para aprender y todos esos rollos, lo que tú quieras, pero ¿no podían cambiar las reglas, aunque solo fuera por una vez?

La imagen de su guía espiritual apareció en su mente, y fuera por su culpa o no, la sonrisa desapareció de su rostro y un súbito flash se dibujó en su memoria: el fogonazo de una carabina, las botas hundiéndose en el barro y en la sangre de sus enemigos, sus hombres rematando a los caídos en el suelo, el fuego, la muerte, la destrucción... por muy atrás que hubiesen quedado, nunca desaparecían del todo. No hacía falta ir a los Registros para poder oler de nuevo la pólvora en el ambiente. Por suerte, eso no pasaba en todas las vidas. Pero había dicho “Una y no más” y luego se encontró que las guerras seguían sucediéndose una tras otra. Había visto cómo las esperanzas de paz se desvanecían de centuria en centuria,  y cómo las revoluciones se repetían una y otra vez, y no importaba cuántos dejaran sus vidas en ellas, al final los nietos tenían que levantarse en armas de nuevo para no ser pisoteados. Hasta que un día comprendió que el mundo no iba a cambiar. Eran ellos los que cambiaban. Pero el mundo siempre seguiría siendo lo que era: el lugar donde las almas aprendían a ser humanos… y a ser más humanos.

Se sentía tremendamente cansado. Exhausto, más bien. El peso de tantas vidas vividas se hacía con frecuencia casi insoportable. Se sentía tan cansado que pidió a su guía que le acompañara en esta visita a los Registros. Lo había hecho solo en muchas ocasiones, pero esta vez las fuerzas parecían haberle abandonado. Algunos acontecimientos aún estaban demasiado recientes (decían que el tiempo no existía en el más allá… una leche, no existía. Existía, pero era todo en uno, sin orden ni concierto... las vidas no podían ir una detrás de otra, no, y si no aprendías a controlar el flujo de información, era como un bloque de cemento de trescientas toneladas cayéndote en la cabeza y hundiéndote hasta el cuello en el pavimento). Y en los Registros no solo ibas a ver escenas… esas escenas siempre iban acompañadas de terribles sensaciones tan reales como la vida misma. Sospechaba que por eso tenían correas en los asientos, para que no huyeras corriendo.


No, lo de las correas era invención suya. Pero era así como te sentías porque la primera vez que te conducían ahí después de muerto no te podías apenas mover de lo petrificado que te quedabas… por lo que veías y experimentabas otra vez, y por el miedo que te producía saber que después de eso tenías que visitar al Consejo. Para eso estaban los guías… para vigilarte. Bueno, lo mismo que él hacía ahora con los recién fallecidos, sonrió para sus adentros. Una vez libre de la confusión era todo más fácil... a veces.
Su guía ya estaba tardando. Pero al fin apareció y juntos se dirigieron a las salas de proyección.
―Así que crees que te vigilo, ¿no? ―dijo.
―Oye, ¿quién te manda leer mis pensamientos cuando yo no te doy permiso?
―Ya me diste permiso, ¿no te acuerdas?
―Bueno, pues ahora te lo deniego.
―¿No querías mi ayuda?
―No, ya no la quiero… ―enseguida se arrepintió de sus palabras. Y añadió, en un tono más sumiso y cada vez más y más bajo: ―Bueno, sí, la quiero… No me gusta…
―¿Pedir ayuda? ¿Y crees que no lo sé? ¿Después de tantos años trabajando contigo? ¿Crees que no sé lo testarudo, individualista, orgulloso y… perspicaz que eres?
―Perspicaz es bueno, ¿no?
―Depende.
―¿Depende?
―Vamos a ver, Tot, no querías que viniese para una de nuestras interminables discusiones sobre lo que es bueno y lo que es malo, ¿no?

Tot hizo un sonido intraducible de resignación y no dijo nada. Miró de soslayo a su guía según se desplazaban. No podía ocultar nada al maldito… bueno, en realidad no podía ocultar nada a nadie en el mundo espiritual, era una de las cosillas que tenía estar en el mundo espiritual… Sintió enrojecer cuando su guía le traspasó con la mirada y leyó en la profundidad de su alma… de manera literal. Lo hacía constantemente, y aún no se acababa de acostumbrar... No le gustaba hablar de sentimientos. No, señor. Aún no sabía cómo diablos expresar sus sentimientos, mucho menos cuando se trataba de algo que le producía miedo y le avergonzaba. A pesar de ello, agradecía la compañía de su guía. Sabía que él también lo había pasado mal siendo ignorado durante tanto tiempo. En silencio le condujo hasta su puesto de trabajo y le explicó la situación sin palabras. Solo sentimientos. Así le resultaba más fácil, y le daba la impresión de que su guía le comprendía mejor. Tantos años en la Tierra (milenios)… y sabía que un día tendría que volver porque había muchas cosas que aún le quedaban por aprender.

De ese modo, sin palabras, Tot le contó en qué iba a consistir su próxima misión, y le confesó que estaba muy preocupado… no solo preocupado, estaba aterrorizado, no solo por cómo iba a desempeñar su trabajo, sino cómo iba a enfrentarse a tantos recuerdos y a tantas sensaciones que presenciar una batalla como ésa le iba a producir en su alma. En la sesión preparatoria les habían aconsejado hacer una aproximación paulatina a esos estímulos, para minimizar el impacto psicológico que sobrevendría después, y por eso había decidido revivir uno de sus finales más tristes y sangrientos. Aunque hubiesen visto y vivido lo indecible, y aunque las emociones sin duda se manejaban de otra forma una vez liberados de sus cuerpos materiales, era como sumergirse de nuevo en un mar embravecido donde las emociones de los que sí estaban vivos iban a mezclarse con ellos. La energía que se creaba en un campo de batalla tenía tal fuerza que era imposible escapar a la marea. Los iba a arrastrar a todos igual que haría un tsunami en una isla. Cuando morías en un campo de batalla, eras consciente de tu miedo y tu dolor, luchabas por tu vida y junto a ti caían docenas de soldados que ni siquiera conocías. Cuando acudías a un campo de batalla como Ángel de la Muerte, no solo eras consciente del dolor de un ser humano, sino del dolor de todas esas almas perdidas que ahora se habían convertido en tus hermanos, fueran del lado que fueran. Eras mucho más consciente de la insignificancia de las vidas humanas, pero también comprendías mucho mejor el enorme apego que esas pobres almas sentían por sus cuerpos físicos y el sufrimiento que suponía dejar la Tierra en esas circunstancias… Los Ángeles lo sabían por experiencia, o no estarían donde estaban.

Ayudar a morir no era nada fácil a veces. Tot tenía buenas razones para estar preocupado. Pero era el trabajo que había elegido… el trabajo para el que se había preparado.

(continuará...)

viernes, 8 de noviembre de 2013

El Ángel de la Muerte (3).

Unos nudillos golpearon el cristal esmerilado de la puerta de su despacho y súbitamente Tot se incorporó, abrió el cajón y barrió con su antebrazo todos los soldaditos grises y verdes que estaban estratégicamente situados en su mesa, incluyendo los dos tanques y el Messerschmitt listo para despegar del hangar imaginario. Recorrió el campo de batalla con su mirada para comprobar que no había quedado ninguno escondido, cerró el cajón, cogió una libreta y un lápiz y los situó frente a él. Luego, aparentando aburrimiento, dijo:
―¿Sí? Adelante…
La puerta se abrió y apareció su compañero Skel, aún más taciturno que de costumbre. Se dejó caer en la silla libre que había al otro lado de la mesa.
―Jo, tío, no sabes la que se nos avecina.
Tot le observó largamente, sin creerle del todo. Skel era siempre muy pesimista. Alargó lentamente su mano hasta tocar el emblema del Ángel en el uniforme de su compañero. Se estaba despegando por una esquina y Tot la apretó ligeramente para ponerla bien. No lucir un uniforme impecable era considerado una falta leve. Eso era indigno de un Ángel de la Muerte. Skel miró qué estaba haciendo.
―Ah, sí… Pasa a veces. Sobre todo cuando estoy… bajo de ánimos.
―¿Bajo de ánimos? ¿O acojonado? - Tot era un especialista en detectar cómo se sentía la gente.
Skel entrecerró sus ojos.
―No pretendía engañarte… Puede que sean las dos cosas.
―¿Y eso?
―Tío, tú nunca has estado en una de estas operaciones…
Eso le puso en alerta. ¿Operación? Eso no sonaba a sus misiones rutinarias… sonaba a un marrón en toda regla.
―Cuéntame más, estoy impaciente.
Skel trató de crear suspense con un silencio algo más prolongado de lo normal y una expresión tenebrosa en su rostro. Bajó la voz.
―Se rumorea que Kette nos va a enviar a una batalla en el siglo XIX.
Tot frunció el ceño, pensativo.
―¿Hay suficientes Ángeles para eso?
―Ha convocado a brigadas de otros sectores… pero hay mucho trabajo últimamente. Se espera que el ratio esté próximo a 10:1.


Por primera vez en la conversación Tot se quedó impresionado de verdad.
―¿Diez a uno? ¡Eso es una locura! ¿Y en una batalla? ¿Donde los brazos y las piernas vuelan constantemente, los cañonazos desintegran los cuerpos, hay balazos a diestro y siniestro, degollamientos y horca para los prisioneros de guerra?
―Pensé que no habías estado en ninguna batalla…
―No, muerto no… quiero decir, estuve vivo y acabé muerto… pero nunca estuve como Ángel… ¡si ya lo sabías!
―Pues eso. Diez a uno…
―No puede ser… ¿no se habló de ir a la huelga? Estos recortes en el personal están llegando a un extremo que no es normal… Además, piensan enviar a un montón de novatos por lo que veo, ¿no?
―No hay más remedio. Dicen que hace años era aún peor y nadie se quejaba…
Tot sacudió la cabeza.
―Así es imposible dar un servicio de calidad.
―El problema es que nadie quiere hacer nuestro trabajo…
―Bueno… ¿y cuándo va a ser esto de la batalla?
Skel buscó con la mirada en la mesa de Tot y cogió el calendario. Al hacerlo, algo cayó al suelo y se agachó para cogerlo. Luego extendió una mano hacia Tot y le dio un soldadito gris que empuñaba un fusil MP40, sonriendo levemente. Tot ignoró su sonrisa y Skel no dijo nada. Estudió el calendario y contó con los dedos los días que faltaban.
―El viernes.
―¿El viernes? Joder… ¿no podía ser un lunes para no amargarnos el fin de semana?
Skel negó con la cabeza.
―Ya sabes que estas cosas ocurren cuando tienen que ocurrir.
―¿Y por qué en el siglo XIX? ¿Es imaginación mía o va a ser especialmente sangrienta?
―Sospecho que quieren meternos caña… Quizá se aproxime algo peor, y quieren que estemos preparados.
―¿Pero en el siglo XIX? Ni que no lo hubiésemos visto ya…
―No es lo mismo hacerlo desde el otro lado.
Tot suspiró. La mala leche comenzaba a arderle en las entrañas. Y además… no estaba seguro de estar preparado para algo así. Lo máximo de lo que se había ocupado era de tres almas al mismo tiempo. Y la mayoría de las veces había sido con un compañero. ¿Diez almas? ¿Todas sufriendo muertes traumáticas? ¿Confusas, perplejas, llenas de odio y pavor? Pensó que iba a echarse a temblar y que sus huesos iban a castañetear como hacían los de Skel en ocasiones… Se reían mucho de él, y frente a él… él ya lo tenía asumido y no le importaba porque les hacía reír. Skel era un gran tipo. Y en esto tenía más experiencia. Esperaba que estuviese cerca el día de la batalla. Lo iba a necesitar como apoyo psicológico.
Como Tot se había quedado pensativo, Skel decidió dejarle solo.
―No te preocupes, Tot. Va a haber una sesión preparatoria… creo que mañana.
Tot asintió en silencio. Vio a Skel dirigirse a la puerta, pero antes de cerrar, añadió:
―Sabes que todo el mundo está al tanto de que juegas con tus ejércitos de plástico, ¿no?
El soldadito era tan pequeño que ni siquiera alcanzó a golpear contra la puerta… pero sí pudo sorprender la sonrisa burlona en la cara de su compañero. Y él que creía que los tenía engañados a todos… 

La noticia le había amargado el día. No… intuía que la batalla no le iba a gustar. Ya lo había vivido antes… en una época antigua y oscura, casi olvidada, cuando estaba encarnado en un cuerpo físico… además de verse rodeado de la muerte más cruel, le iba a traer recuerdos, amargos recuerdos…

(continuará…)

jueves, 7 de noviembre de 2013

Buscando el silencio.

Ojalá pudiese escuchar más el silencio. Ojalá tuviese la oportunidad de orbitar alrededor de la Tierra como comentaba hace unos días y pudiese escuchar ese silencio antinatural al que se refieren los astronautas. A veces siento como si lo echase de menos, como si recordara con nostalgia un futuro que aún no he vivido, igual que recuerdo un pasado que parece olvidado sin estarlo.

¿Por qué hay gente que se duerme escuchando la radio? ¿Por qué hay gente que se echa la siesta con el televisor encendido? ¿Por qué lo primero que hace mi pareja cuando entra en casa es poner las noticias para amargarnos la comida con catástrofes, homicidios, pobreza, y, lo más importante, el tiempo meteorológico?

Luego escucho cada día más que muchas personas padecen de ansiedad, y encima se sorprenden… No nos damos cuenta de que vivimos saturados de información y de aparentes problemas que ni siquiera nos conciernen. Nos alteramos si la conexión a internet va más lenta de lo que debería o nos pasamos los minutos pendientes del último wassap, no sea que nos perdamos algo que en realidad no tiene la más mínima importancia.

Y mientras, la vida se nos va, empeñados en vivir al minuto, pero sin detenernos ni un segundo a saborear los alimentos que tenemos delante (porque estamos leyendo los titulares del último tiroteo acaecido en Estados Unidos), o sin acariciar las páginas del libro que estamos leyendo (porque ahora los guardamos en un trasto electrónico con botones), o sin sentir la tinta del bolígrafo fluir por el papel (porque creemos que las teclas son más rápidas), tampoco nos detenemos a contemplar la puesta de sol… y ni siquiera nos damos cuenta de que nuestro hijo nos necesita… porque parece feliz jugando a Assassin’s Creed.

¿Será que la gente tiene miedo del silencio, igual que antes teníamos miedo a la oscuridad, antes de que inventáramos la luz eléctrica? ¿Será que si todas las voces parloteantes, la música sin ritmo ni armonía algunos, los ruidos de los bombardeos en ciudades distantes y extrañas, callan de pronto, descubriremos que no tenemos nada que decir? ¿O que lo que tenemos que decirnos a nosotros mismos no nos va a gustar y preferimos ignorarlo? ¿Tiene la gente miedo de escuchar a su corazón?


Yo no puedo vivir sin el silencio. Siento que la vida me lo ha robado. Quise estar callada y pensaron que me pasaba algo malo. Y ahora que hablo, siento que no me escuchan. Solía hablar mucho conmigo misma, pero he perdido el hábito y ahora me cuesta comprenderme. Los de fuera quieren respuestas, y las quieren ya, y por alguna extraña razón esperan que yo se las daré, cuando lo único que tienen que hacer es cerrar todas las puertas y buscar la soledad. La soledad, la oscuridad y el silencio. Sentarte con tu alma y conversar de tú a tú con ella, preguntarle qué es lo que te ha ocultado todos estos años, por qué te engañó y por qué te ha conducido hasta aquí.

Tenemos miedo porque creemos tenerlo todo bajo control, cuando ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos. Nos cuesta enfrentarnos a la verdad porque queremos creer que somos perfectos y hemos alcanzado el éxito, cuando en el fondo sabemos que seguimos siendo unos niños asustados de la oscuridad y del monstruo que habita en el armario.

Las voces, los sonidos, las imágenes, las frases hechas, los estímulos sensoriales continuos, desvían nuestra atención, y nosotros nos dejamos distraer. Pero poco a poco la tensión va en aumento, porque nos olvidamos de que no vinimos aquí para dejar el tiempo pasar, sino para extraer todo el jugo a la vida, y nuestra alma, amordazada y vilipendiada, quiere ser escuchada. Vivir plenamente significa ser conscientes de quiénes somos, de por qué hemos vuelto, de lo afortunados que somos por poder sentir otra vez los rayos del sol calentando nuestra piel, por poder saciar nuestra sed con el zumo de una naranja, o por poder abrir los ojos una mañana más.

Y también por poder escuchar el silencio… ser capaces de observar cómo transcurren los minutos y sentir cómo late nuestro corazón (herido o no), de recordar esa sonrisa que tu amigo ha hecho aparecer en tus labios sin ni siquiera saberlo y ser conscientes de que eso es lo único que vale en la vida.

¿Existe el silencio? Incluso en medio de la noche siempre puedes oír una ráfaga de viento o el tic tac de un reloj. En la profundidad de una cueva, en compañía de otras personas, nadie aguanta callado más de cinco minutos, no sea que oigamos algo que no queremos escuchar. Sin embargo, yo muero por volver a escucharlo. Muero por detectar en el silencio las voces de aquellos que fui y que aún necesitan gritar, y de todos aquellos que me acompañaron y aún necesitan reprocharme lo que hice o dejé de hacer. Muero por contactar con los ecos que quedaron en el aire de otros tiempos, otros lugares… y por escuchar aquellas voces que la violencia detuvo en sus gargantas para siempre.

Tal vez la eternidad me esté llamando a mí también, y no me entero de su llamada porque este griterío incesante me impide acudir a ella.

En cualquier caso, estoy perdida.

Razones para admisión.

Creo que es interesante añadir a mi última entrada esta imagen sobre las razones para internar a alguien en un manicomio de la época. ¿Quedaría alguien fuera? Y en la época actual... ¿será que los locos andamos sueltos y los cuerdos están encerrados?


miércoles, 6 de noviembre de 2013

Bedlam Fayre.

Últimamente me siento como si estuviera atrapada en esta canción de Arena: "Bedlam Fayre". Esta canción pertenece a un álbum llamado "Pepper's Ghost", cuyas letras giran a un tema que por desgracia está muy presente en mi vida: la locura. No por la locura propia, que supongo algo se me ha contagiado, sino por la locura de los que me rodean.

Aparte de estar dedicado a la locura en todas sus formas, este álbum está ambientado en la época victoriana y la atmósfera que estos maestros consiguieron impregnar en él me atrae, me fascina, y me estremece al mismo tiempo. En algún sitio leí que el nombre de esa canción está basado en un lugar que existió de verdad y que hoy se llama The Imperial War Museum, y está en Londres. Era un hospital psiquiátrico conocido popularmente como "Bedlam" (manicomio). Pero es escuchando la música y leyendo las letras cuando la canción de pronto cobra vida y me es muy fácil imaginarme en la típica calle londinense sucia, oscura y maloliente, rodeada de todo tipo de personajes con vestidos de la época: algunos andrajosos, otros elegantes y con sombrero de copa, prostitutas con la cara pintarrajeada, sinvergüenzas, charlatanes, rateros y todo tipo de vividores tratando de engañarte. Esta gente invade todos los rincones de la ciudad, y no puedo dar un paso sin tener que cambiarme de acera, esquivarlos o zafarme de sus manos agarrándose a las mangas de mi abrigo. Me hacen tropezar, me hacen caminar más rápido para huir de ellos, y si me descuido quizá me atrapen y me arrastren con ellos a los lugares más oscuros de la realidad, de los que jamás podré volver a salir, donde me acompañarán por siempre los seres más viles y abyectos de la creación, y yo misma me convertiré en uno de ellos.

Bethlehem Mental Hospital in London in 1896.

No escuchan, no les importa nada de lo que yo diga, jamás me ayudarán a traer algo de cordura a un mundo decadente destinado a la muerte y a la desaparición, al olvido más absoluto y merecido por la raza humana. No importa, déjalos reírse, mofarse y mirarte de soslayo según pasas. No hay nada que puedas hacer para cambiarlos.

No lo ocultaré. A veces es difícil deshacerme del desprecio que siento por mis congéneres. Se requiere un gran ejercicio de humildad y compasión para mezclarme con ellos y tratar de traer algo de luz a la oscuridad en la que parecen regocijarse. No en vano en el pasado me asesinaron, me prejuzgaron, me condenaron, me colgaron, me humillaron, me hirieron física y psíquicamente, me obligaron a arrastrarme. Pero no puedo negar que en algún momento yo pude hacer lo mismo con ellos. No en vano la materia con la que estamos hechos es la misma y la locura mora permanentemente en algún recoveco de nuestro cerebro. Es como el desván de una mansión victoriana. Puede estar lleno de telarañas, pero nunca sabes cuándo alguien va a abrir la trampilla y van a salir los fantasmas.

Bethlehem Royal Hospital, London, 1860. Photograph: Science & Society Picture Library/Getty Images

Ellos piensan que estoy loca. Yo pienso que los locos son ellos. Quizá el tiempo lo dirá. Hasta entonces, me andaré con ojo, porque cualquier día a mí también me encierran.


BEDLAM FAYRE

Crawling through the poison pool
Hiding eyes with bleeding hands
Every step another fool
Kings and Queens of sand

Over there an angry god
Violent brow and negligence
Making waves that can't be stopped
Unafraid of consequence

Chosen faith's a lottery
Heaven sent down forgeries
Miracles and travesties
Irreligion sows that seed

Staring through the Judas Hole
See what I can see?
Every covenant of souls
Drum roll payments paid to me...

Bethlehem to Bedlam Fayre - No one helps, no one cares!
Let the people mock and stare - See them run around, around, around

This place - So far gone
Darker than hell - A stagnant field of dreams
That face - Speaks to me
So much to say - But nothing’s what it seems

You're only human - Just mortal to me
You're only human – Just an earthbound disease!

Those eyes – Madness reigns
Acid tears – A constant stream of pain
That life – wasted here
Nothing left – No mourners, no name

You're only human - Just mortal to me
You're only human – Just an earthbound disease!

Bethlehem to Bedlam Fayre - No one helps, no one cares!
Let the people mock and stare - See them run around, around, around
Bethlehem to Bedlam Fayre - No one helps, no one cares!
Let the people mock and stare - See them run around, around, around
Bethlehem to Bedlam Fayre - No one helps, no one cares!
Let the people mock and stare - See them run around, around, around     


lunes, 4 de noviembre de 2013

El Ángel de la Muerte (2).

―¡No! ¡No! ¡Corre, corre! ¡Ahí, dale! ¡No, así no…!
Tot levantó ligeramente la mirada al ver a la enfermera pasar gritando “¡El paciente de la 320! ¡Corred! ¡El desfibrilador! ¡Traed el desfibrilador!”
Luego suspiró tratando de no perder la concentración en el juego.
―¡No, hombre, no! ¿Qué haces? Si ya la tenías…
Siempre se hacía un lío entre el botón A y el botón B. En los momentos clave nunca se acordaba que el A era para los pases cortos y el B para chutar a puerta. Al final siempre se equivocaba.
―¡¡Mierda!!
Tot extendió los dedos y la consola se esfumó en el aire. Era el equivalente a tirarla por la ventana. Cuando miró a su derecha el corazón le dio un vuelco… o lo que sea que tuviera en lugar de corazón. Una anciana de aspecto dulce y gris le estaba mirando. Se llevó la mano al pecho, un poco en broma.
―Por favor, que no estoy para estos sustos…
La anciana sonrió.
―¿Así que viene a llevárselo?
―¿Cómo? ―Tot trató de hacerse el despistado. Esa información era confidencial… o debía serlo. Pero solo para los vivos.
―Jovencito, no se haga el listillo conmigo. Soy más vieja que usted y merezco un respeto. Además… le he reconocido por el dibujito del bolsillo…
―¿El dibujito? ¡Oh…!
Tot se miró el dibujo estampado en el bolsillo izquierdo de la camiseta que llevaba como uniforme. Era el único distintivo que le identificaba como Ángel de la Muerte. Hubo un tiempo que no llevaban uniforme, pero eso inducía a confusión en muchas ocasiones. Cuando él llegó el Comité llevaba unas semanas discutiendo qué hacían respecto a ese asunto. Todos estaban de acuerdo que lo de la capa negra con capucha y la guadaña daba demasiado miedo y ya estaba pasado de moda, necesitaban una nueva imagen más acorde con los tiempos en los que vivían… Pero el Ángel Negro con Alas tampoco había sido una elección muy acertada, les delataba enseguida y la idea era pasar desapercibidos, no que les reconocieran a la primera… Eso sí, la pegatina sobre el coche de la empresa era molona a más no poder. Le hacía sentir orgulloso de su trabajo. 
Miró de arriba abajo a la anciana como pensando “Así que es más perspicaz de lo que parece…” y cuando leyó su verdadera edad en la profundidad de sus ojos comentó:
―Yo soy más viejo, así que mucho cuidado con lo que dice… Que si aún sigue por aquí con ese aspecto de viejecita desvalida es que su madurez es la misma que la que tiene un niño de seis años… o de tres.
―¡Psé! Como comprenderá no me voy a molestar a estas alturas con las impertinencias de un jovencito… ¿Viene a por él o no?
Tot suspiró. La señora era dura de roer.
―Sí, vengo a por él ―miró el reloj de su muñeca―. Pero todavía quedan unos 13 minutos ―los médicos seguían intentando la resucitación cardiopulmonar.
―¿No viene a por nadie más?
Negó con la cabeza. No, hoy le había tocado un trabajillo fácil. Pero eso no se lo iba a decir a la señora. Ni siquiera era su sector. Problemas de personal otra vez.
―Por cierto, ¿qué está haciendo aquí? ―según formulaba la pregunta él mismo comprendió sin que hiciera falta escuchar la respuesta. No hizo falta ni que la señora hablara. Percibió la oleada de tristeza que teñía sus mejillas de gris y sus ojos llorosos. Ella intentó ocultar sus sentimientos, e incluso giró la cabeza para el lado contrario como avergonzada, y Tot no quiso decir nada por un momento. Sabía que no debía juzgar, pero aún le costaba entenderlo. Cuando a él le tocaba alguno de estos casos le costaba mucho autocontrolarse para no enojarse y llevárselos a rastras…

―¿Cuánto tiempo más tendré que esperar? ―la voz de la mujer le llegó casi como un susurro―. ¡Ya han pasado años! ¿Es que no me echa de menos tanto como yo le echo de menos a él? ¿Es que sus riñones no le fallan como me fallaron a mí? ¿Por qué Dios me llamó tan pronto a su lado y le dejó a él solo?


Tot deseó dar una calada a un cigarrillo. Éste no era su trabajo. Su trabajo era explicarles lo que estaba pasando y acompañarlos en el tránsito… nada más. Él no tenía paciencia para aconsejarles sobre lo que debían hacer, ni los conocía lo suficiente como para tratar de convencerlos… eso era trabajo de los guías, que por algo habían estudiado para ello durante cientos de años. Además se obcecaban tanto que era inútil decirles que tenían que asumir que su antigua vida había acabado y que un mundo maravilloso les esperaba un poco más allá… vale, era una pequeña mentirijilla, una táctica que venía en el manual y que aún no había sido corregida ni eliminada, no hacía mal a nadie, más bien todo lo contrario... Siempre era mejor continuar que quedarse en el mundo intermedio donde nada era lo que parecía… era como quedarse encerrado en un montacargas, parado entre dos pisos. Ni subes ni bajas, no disfrutas de los placeres de la carne pero tampoco puedes participar en las orgías espirituales que celebran más arriba… De pronto sintió el deseo de volver. Las estancias prolongadas en los planos cercanos a la Tierra le hacían sentir sucio y pensaba que era hora de un baño de luz relajante.
Pero para eso primero debía acabar con su tarea del día…
―Mire, señora… ¿cuál es su nombre?
―Adela.
―Mire, señora Adela ―trató de transmitir algo de cariño o al menos comprensión en su voz, pero probablemente no lo logró―. Su marido volverá cuando le apetezca. No cuando usted quiera. ¿Es que ya no se acuerda de cuando estaba viva? ¿Acaso deseaba estar muerta? No, porque pensaba que la vida en la Tierra era lo único que existía, y a pesar de estar ya algo vieja y cansada, se resistía a dejarlo todo atrás. Haría bien en dar el siguiente paso y olvidarse de una vez de todo esto. ¿Qué hace aquí en el hospital todos los días… aparte de asustar a las enfermeras y jugar con el niño de la planta 2?
―¡Esperarle! ¿Qué otra cosa voy a hacer?
―Usted podrá venir cuando quiera, no tiene por qué estar aquí hasta que sea la hora de su marido… Se ha dado cuenta de que la muerte no es el final, pero aún no sabe que esto no es todo, que a usted también la esperan y si no vuelve pronto tendrán que cambiar los planes…
―¿Qué planes? Yo le prometí que le esperaría y eso haré, no quiero que muera solo.
―¡Nadie muere solo! ¿O por qué cree que me pagan?
―¿Le pagan? ¿Y usted me dice que viene del mundo espiritual?
―No me pagan en dinero, me pagan de otra forma… pero de algo tengo que vivir, ¿no? ¿O se piensa que todo nos cae del cielo?
―¡No! ¡Porque Dios me abandonó! ¡O no me habría dejado aquí esperando indefinidamente en lugar de haber permitido que partiéramos juntos!
Tot la observó lloriquear y sonarse la nariz al tiempo que su aura se volvía aún más grisácea. A esto exactamente se refería. No soportaba este tipo de situaciones. Ojalá existiera el sueño eterno de la muerte para estas personas que se negaban a aceptar la realidad… Volvió a mirar el reloj con cierto nerviosismo. ¿Qué estaban haciendo ahí dentro?
―¿No puede interceder por mí y pedirle a Dios que…?
―¡No! ¿Qué tipo de Ángel se cree que soy? ―se puso bruscamente en pie y se sacudió las cenizas que parecían haberle caído sobre los hombros―. Las cosas no funcionan así, ¿no se lo explicaron en su momento? Cada uno tiene su tiempo y cada uno lo usará como quiera… ¡Salga de aquí! ¡No está en el lugar que le corresponde!
La señora Adela bajó la cabeza y no respondió. Tot temió haber herido sus sentimientos… pero no podía decirle otra cosa.
―Lo siento, pero no puedo… No puedo… ―y se alejó arrastrando sus pies en zapatillas grises, con un rosario entre sus dedos y musitando unas palabras ininteligibles. Tot la observó alejarse. Le daba pena, pero había almas que no tenían arreglo.
De pronto descubrió al difunto. Estaba de pie algo desconcertado, bajo el umbral de la puerta de su habitación. Una enfermera que sacudía la cabeza con tristeza lo traspasó mientras él miraba atentamente la pared y trataba de tocarla sin conseguirlo. Cuando le descubrió mirándole dio un paso atrás y abrió sus ojos desmesuradamente.
―¿Tú sí puedes verme?

―Hola, Ramón ―dijo Tot, con voz monótona y sin ningún entusiasmo―. Bienvenido al más allá… aunque de momento solo has dado el primer paso. Nos queda aún un largo camino…  

(continuará...)

miércoles, 23 de octubre de 2013

Profundo aburrimiento terrestre.

Recientemente he visto al conocido escritor Javier Sierra contando en un conocido programa de televisión cómo el no tan conocido astronauta Michael Collins, al regresar a la Tierra después de pasar un tiempo orbitándola, declaró que estaba afectado por un "profundo aburrimiento terrestre". Las palabras exactas, según he podido investigar, son "earthly ennui".

Como gran aficionada a la ciencia-ficción, y como persona que desde antes de cumplir los trece años ya se estaba imaginando cómo podía ser la vida en el espacio, siempre me fascina escuchar a los astronautas. Pienso que son los grandes exploradores de nuestro tiempo, y los exploradores en general me producen una gran admiración, por sus deseos de traspasar los límites de lo desconocido, por su deseo de querer siempre saber más, y por ser capaces en muchas ocasiones de dar su vida por el avance de la Humanidad. Además siento que es muy probable que en un futuro no muy lejano yo misma vuelva a pisar la Tierra en un tiempo donde los viajes espaciales serán algo común. Estoy segura de que habrá colonias en la Luna y en Marte, más que nada porque dentro de poco van a ser los únicos lugares que nos queden para vivir. Y entonces espero de verdad que los seres humanos recuerden con cariño a todos estos pioneros, tanto los reconocidos oficialmente como los que aún permanecen en un vergonzoso silencio, olvidados por sus propios compatriotas. Porque gracias a ellos nuestros nietos y bisnietos podrán seguir perpetuando nuestra especie más allá de los confines de nuestro planeta (aunque, si lo pensamos bien, tal vez no sea tan buena idea que nuestra especie se siga perpetuando...).


Pero la razón por la que escribo esto es porque esa frase de Michael Collins me impactó a mí también. Me di cuenta de que yo también sufro un "profundo aburrimiento terrestre"... crónico e incurable. Y lo peor de todo es que me pasa desde siempre, no es de ahora ni mucho menos. Por lo visto, esto de sentirse "raro", "distinto", como no perteneciente a este planeta, es un sentimiento bastante común en los círculos en los que me he movido en los últimos años. Así que me pregunto si esto tendrá algo que ver con esa "consciencia cósmica" que parece que se les despierta a muchos astronautas cuando ven por primera vez la Tierra desde el espacio. El problema es que quizá lo mío se deba a que me paso la mitad del tiempo en las nubes. No necesito estar a bordo de una nave, rodeada de un silencio casi sobrenatural, en medio del vacío del espacio, para abstraerme. Mi capacidad de abstracción es tal que puedo estar cenando con mi pareja mientras vemos las noticias y no enterarme de nada en esa media hora excepto de los pensamientos que transcurren por mi cabeza. Necesito abstraerme para no volverme loca por lo que tengo que ver u oír a mi alrededor. Es casi una necesidad fisiológica.

Cuando era pequeñita recuerdo que tenía varias opciones para lo que quería ser de mayor: maestra, veterinaria o astronauta. Está claro que elegí mal. Ser veterinaria no ha resultado ser buena opción, porque tengo la impresión de vivir trescientos años por delante de mis colegas. Pero tal vez eso no es cuestión del planeta en el que vivo, sino de país solamente. Ser astronauta tampoco habría sido buena opción. Me habría tenido que ir a vivir a otro país y encima como mucho habría llegado a la Luna... ya me paso media vida en la Luna (¿o era en la inopia?), así que total... demasiado esfuerzo para llegar al mismo sitio. En todo caso, es mejor esperar a que los viajes espaciales sean más seguros. Al final la única opción buena es la de maestra. No quería ser maestra (entre otras cosas porque no me gustan los niños), pero parece que la vida me está conduciendo por ese camino... después de todo la mayoría de las personas con las que hablo parecen niños y no adultos. En todo caso, el profundo aburrimiento terrestre no deja de seguirme allá adonde voy... la parte buena es que me ha inspirado, y me sigue inspirando, a escribir mis historias de ciencia-ficción.

No en vano uno de mis personajes femeninos siempre comenta: "Dicen que el espacio es solitario. Dicen que el espacio es frío. Yo nunca he tenido esa impresión, nunca me he sentido sola cuando estoy conmigo misma. Lo cierto es que es mucho peor sentir esa soledad y frialdad cuando estás rodeada de gente".    

Os dejo una estupenda canción de la Electric Light Orchestra que me recuerda a lo que vengo hablando en esta entrada.



ABOVE THE CLOUDS

I came along to see your face
but the only thing I got from you
was telling me it’s fantasy
that you would always be with me
I can tell you that it’s true
I’m waiting here
but it’s alright it’s alright to me
you better believe me now

I guess it’s like a mountain side
you gotta climb it to the top
floating in a sea of dreams
the only thing you can see
is the view above the clouds
I’m waiting here
but it’s alright still it’s alright to me
you better believe me now

lunes, 7 de octubre de 2013

El Ángel de la Muerte.

Las ramas crujían por el peso de los tres bandidos que habían ahorcado en Hauntedville justo después de la salida del sol. ¿Por qué siempre colgaban a la gente al amanecer? Odiaba madrugar... y además era cruel. Siempre había pensado que era mejor hacerlo por la noche después de que el pobre condenado hubiese disfrutado de su último día, que dejarle esperando en la oscuridad solo para ser testigo de cómo el sol volvía a iluminar una magnífica mañana que para ellos iba a ser la más aciaga de sus vidas. El frío, el miedo y la oscuridad de las horas previas les hacían llegar más desorientados. A veces incluso no llegaban... y tenía que presentarse antes en el lugar. No ocurría con frecuencia, pero jamás había conseguido acostumbrase a las sorpresas.

¿Sería una cuestión práctica? Sin duda, ajusticiar a alguien en secreto, en el silencio de la noche, no tenía el mismo efecto que hacerlo frente a una multitud enloquecida sedienta de sangre, gritando "Asesino" y después preguntando al que estaba al lado "¿Y éste que ha hecho?" "Qué más da, seguro que lo ha merecido". La normativa vigente exigía que se personaran en el lugar dos horas antes de la hora señalada, no fuera que surgiera un imprevisto... y por eso a veces era testigo de este tipo de frívolas conversaciones que le repugnaban y le divertían al mismo tiempo... sobre todo cuando al día siguiente revisaba los archivos y confirmaba que el individuo en cuestión tenía un 95 % de probabilidades de acabar apuñalado en una reyerta callejera. Por algo sería...

Al observar los cadáveres balanceándose en el vacío a unos dos metros por encima de él, no se divertía. Su trabajo era interesante, entretenido, incluso enriquecedor en ocasiones, pero rara vez era divertido. Y menos cuando era una muerte múltiple. Eso complicaba mucho las cosas. Por eso solo podían manejar dos al mismo tiempo... pero el maldito de su compañero se había puesto enfermo esa misma mañana y al final Tot había aceptado hacerlo solo. Hacía solo un año desde que había obtenido el título que certificaba que ya tenía la experiencia necesaria como para poder enfrentarse a este tipo de situaciones, aunque solo había tenido que hacerlo dos o tres veces antes... y nunca tres almas al mismo tiempo. La multitud ya se había retirado. El espectáculo había terminado... y ahora solo quedaba él contemplando las carcasas vacías de lo que habían sido seres humanos.



Suspiró. En cuanto los procesos fisiológicos propios de la vida cesaran por completo, empezaría la función. La muerte podía ser muy impactante. Pero aún más impactante era la no-muerte. Y no, no tenía nada que ver con vampiros. Esperar morir y descubrir que la vida sigue producía verdaderos traumas psicológicos y algunos incluso necesitaban un tratamiento especial en las cámaras de reprogramación. O... esperar que al morir vas al cielo y encontrarte que todo sigue igual descolocaba tanto a algunos que caían en una desesperación incomprensible que a veces incluso requería de electroshock. Él lo había visto... más de una vez.

Los bandidos eran distintos... hablando en general, claro. Los que no tenían miedo a la vida no solían tener miedo a la muerte. Muchos bandidos vivían con la muerte en los talones, tenían perfectamente asimilado que cualquier día sería el último... y muchos reían y reían al verse en el otro lado, libres por fin de la ceguera tan frecuente en el mundo real... libres de todos aquellos que les habían perseguido o habían deseado su muerte, o libres de sus propios remordimientos, de su necesidad de huida, de sus errores... Pronto descubrirían que no todo iba a ser así de fácil, y que el fin solo era un nuevo principio, lleno de las mismas dificultades, de los mismos desafíos... y con las mismas probabilidades de volver a acabar igual. Pero eso era más adelante. De momento su labor era acompañarles en esos momentos de confusión, tranquilizarlos y guiarlos hacia lo que sería una nueva etapa en sus vidas...

Uno de ellos despertó al fin. La forma mental del cigarrillo que Tot había encendido se desvaneció en el aire y esperó su reacción. Como había esperado, fue buena.
―Eh, amigo. ¿Te conozco?
―No. Soy nuevo en el pueblo.
―¿Dónde se ha ido todo el mundo?
―Todo ha acabado.
―¿Que ha acabado? ¿Cómo...? ¿No me han...?
Sin ni siquiera haberse dado cuenta se había situado frente a él y le miraba con sus ojos oscuros y hundidos. Al comprender cuál había sido su movimiento involuntario el ex-bandido fue a girar su cabeza, demasiado pronto para lo que indicaba el protocolo.
―¡Eh! ―le llamó Tot. Cuando sus ojos se encontraron de nuevo, negó con la cabeza―. No mires. No es necesario. Ya lo sabes... estás muerto.
Pero el bandido se dio la vuelta... Siempre era lo mismo. Hasta que no lo veían no se lo creían... al menos las primeras ciento cincuenta veces o así. Cuando volvió a mirarle su expresión ahora era totalmente distinta... de sorpresa y desconcierto. No se lo tomó mal... a otros les costaba mucho más entrar en razón.
―¿Y ahora qué?
Tot sonrió.
―Pues en condiciones normales te diría que nos fuéramos, pero tenemos que esperar a tus compinches. Anda que la liasteis buena...
―¿Cómo sabes tú eso?
―Soy nuevo pero no soy tonto... Se veía venir desde hacer por lo menos un año. ¿A quién se le ocurre confesarle el marrón al empleado de la banca?
―Hank dijo que era de confianza...
―¿De confianza? ¡Pero si estaba liado con la hija del sheriff! ¿Es que no lo sabíais?
El bandido... o ex-bandido, frunció el ceño y cerró la boca. No iba a decir nada que pudiera perjudicarle... aunque, pensándolo bien, ya nadie podía perjudicarle más.
―Ahora, en serio... ¿quién eres tú?
Tot volvió a sonreír. Otro de los bandidos estaba despertando y parecía que aquel trabajo iba a ser fácil. Era lo bueno de las muertes múltiples. Que si uno estaba tranquilo y no se volvía loco, se convertía en un aliado y transmitía tranquilidad a los demás.
(continuará...)

sábado, 21 de septiembre de 2013

Un sueño.

Cuando desperté la luz violeta del amanecer comenzaba a teñir la estancia y me dio la impresión de que aún continuaba perdida en el sueño. Me costó reconocer a Ian, que se sentó sobre los cobertores y me miró como si aún no estuviera seguro de si estaba dormida o despierta. Le veía borroso, aunque el brillo en sus ojos transmitía la misma calidez de siempre.
―Estaba soñando ―le dije.
―¿De veras? ¿Y qué soñabas?
―Vivía en un lugar distinto... oscuro. No te podía encontrar, aunque te podía sentir. Sabía que existías, pero no nos habíamos conocido... o no recordaba haberlo hecho.
―Entonces... ¿cómo sabías que existía?
―No lo sé... Era confuso. Igual que el mundo en el que estaba.
―¿Qué mundo era?
―No recuerdo su nombre, pero sé que desde el espacio se veía azul. Como un pequeño punto azul...
―¿La Tierra?
―¿La Tierra? ¿Por qué la Tierra? Yo nunca he vivido allí...
―Pero estuviste muy cerca varias veces, conmigo.
―Estuvimos en la Luna, no en la Tierra... no, nunca quise visitar la Tierra... además, no era yo. Era... distinta.
―Ahora sí que tu sueño se está haciendo raro. ¿Y qué hacías en ese mundo?



―No estoy segura. Intentar desentrañar la niebla. Tratar de ver a través de la bruma del espacio y el tiempo... y enseñar a los demás cómo hacerlo. Y esperar a que un día conseguiría atravesar esa niebla y encontrar algo que había perdido... o mejor dicho, a alguien... a ti.
―¿Cómo puedes perder a alguien si no lo conocías de antes? ¿Cómo puedes echar de menos algo que nunca has tenido?
―No lo sé... pero así era como me sentía en el sueño. Era una búsqueda constante... angustiosa. Me dejaba exhausta. Pero era algo que debía hacer. La separación era necesaria.
Había dicho mis últimas palabras sin pensar. Y no tenían ningún sentido.
Nuestro robot doméstico me acercó el desayuno. Las persianas se acabaron de levantar automáticamente y tuve que cerrar los ojos para que no me molestara la luz. Aún no había mucho tráfico aéreo, pero parecía avecinarse una tormenta eléctrica.
―¿Acabaste encontrándolo? ―dijo Ian mientras jugueteaba con el panel de las noticias. No supe a qué se refería.
―¿El qué?
―Eso que buscabas en tu sueño.
Me quedé pensativa.
―Creo que sí. Pero puede ser que nunca lo perdiese. Era todo una ilusión.
―¿Entonces yo también soy una ilusión? ―preguntó, sonriendo.
―Tú eres lo más real que he tenido nunca.
―Me alegro. Porque no me gustaría descubrir que no he existido nunca. Ni tampoco que esto es solo uno de mis sueños y tú también eres una ilusión.
  

martes, 17 de septiembre de 2013

Un alma perdida.

No sé que hacer con mi vida. Llevo años pensándolo y cada vez que tengo oportunidad lo grito a todos los vientos, por si de pronto me viene la inspiración y encuentro la solución a mis problemas. Pero eso no llega a ocurrir nunca.

Todo parecía que iba a salir perfecto, todo parecía perfectamente planificado: hice lo que querían que hiciese. Es decir, fui buena, estudié, elegí una carrera, empecé a trabajar, quise ser una persona "normal", tener un coche, una vivienda... no, hijos no, aunque estuvieron a punto de convencerme también. En algún momento me di cuenta de que aquello no funcionaba y que me habían engañado. Quería independizarme a los 25 años y me fui de casa con 33. Pensaba vivir de mi trabajo y resulta que tengo que estar en casa porque si no tengo que elegir entre ser explotada o vivir entre cartones. Para no aburrirme seguí formándome y menos mal que me dieron una beca, porque si no ahora tendría tres mil euros menos además de tener las mismas oportunidades de encontrar trabajo, o sea, ninguna, porque la investigación en mi país está ahora mismo más tiesa que un cadáver en rigor mortis. Y aún así he de considerarme afortunada porque no me han desahuciado y no paso hambre.

Ni siquiera saber que me he visto en situaciones peores en el pasado remoto sirve para algo. Bueno, sí, sirve para no suicidarme otra vez o no caer en la misma desesperación que me llevó al suicidio, o para saber que no merece la pena morir por luchar por tus derechos... el mundo no cambia aunque alguien se queme a lo bonzo o se tire de un balcón por no poder mantener a su familia. El mundo no parece querer cambiar aunque haya algunos que aún crean en que nuestra vibración está elevándose o que nuestra consciencia está cambiando. No hay reacción sin acción. No son suficientes las buenas intenciones ni los buenos deseos, ni rezar al mismo Dios que nunca ha intervenido en los asuntos humanos, aunque le cambiemos el nombre también a él y ahora le llamemos "la Fuente" o "la Inteligencia del Universo".

Los asuntos humanos son responsabilidad de los humanos. Y mientras unos humanos seamos esclavos de otros humanos, poca esperanza nos queda.



Solo espero que todo esto tenga un sentido. Que esté tan perdida que en realidad no me dé cuenta de que sí estoy haciendo algo, aunque no sea lo que otros habían planificado para mí. Tal vez, solo tal vez, nada de esto sea casual y esté justo donde quería estar. Solo que me han hecho creer durante toda mi vida que lo importante era tener casa, coche, trabajo y familia. Porque así no tenemos tiempo para pensar, ni para escribir, ni para introducir ideas nuevas en aquellos que están dormidos o aún son fieles a creencias antiguas y falsas que es tiempo de derribar. Aún así, a veces es como tirar piedrecitas contra una muralla de diez metros de alto por tres metros de ancho por varios cientos de kilómetros de longitud. Algo así como la muralla china. Creo que voy a tener trabajo para varias vidas si las cosas continúan así...

Bueno... tal vez no esté tan perdida como pensaba. Pero la aparente ausencia de un objetivo claro y que me aporte un beneficio económico me hace sentir un tanto... incómoda. Tal vez deba aplicarme el cuento y cambiar la percepción de mi realidad.
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