viernes, 29 de noviembre de 2013

El Ángel de la Muerte (7).

―¡Llego tarde! ¡Abran paso!
El pasillo parecía abarrotado de funcionarios y cuando tenías prisa siempre pasaba igual, todo el mundo se interponía entre tú y tu destino. Era su primer día de trabajo y no quería llegar tarde. El joven esquivó a una mujer que iba leyendo unos papeles, al de la máquina del café, al que repartía los utensilios de oficina, y a uno que llevaba su misma dirección pero a paso de caracol. Los adelantó a todos, torció a la izquierda, luego a la derecha, y por fin, allí estaba: la puerta donde ponía “Ángel de la Muerte nº 3176-80”. Pero al intentar abrirla se llevó una decepción: estaba cerrada. Cogió un poco de aire y luego miró su reloj: pasaban cinco minutos de la hora establecida. Suspiró aliviado. Por un lado eso significaba que no era el único que llevaba tarde. Por otro… ¿dónde se habría metido su futuro compañero?
Oyó unos pies arrastrando por el pasillo y un silbido que poco a poco se fue acercando, hasta que vio aparecer por el recodo al joven que acababa de adelantar. Se situó justo enfrente de la puerta y le vio hurgar en el bolsillo con una mano, y mientras abría la cerradura de la oficina le miró de reojo.
―Buenos días ―dijo.
―Buenos días ―respondió.
El joven entró dejando la puerta abierta tras de sí, dejando al otro joven sin saber qué hacer.
―¿Vas a entrar o no?
El joven musitó algo y finalmente se decidió, y permaneció de pie en el medio de la habitación mientras Tot se acomodaba en su silla detrás del escritorio.
―¿Cómo te llamas?
―Leuche.
―Bien, Leuche, antes de nada, deja que te diga un par de cosas: primero, el tiempo no existe en esta dimensión. Así que es imposible llegar tarde. ¿Ves? ―Tot señaló el reloj de pared que había a la izquierda de la puerta. La aguja larga señalaba en punto―. Y segundo: pensé que ya te habrías dado cuenta de que no hace falta que esquives a la gente, puedes atravesarlos sin más… Es una sensación un poco rara, pero te acostumbras…
Leuche sonrió levemente. Lo sabía. Pero es que hacía tan poco desde su última encarnación que aún andaba un poco desorientado. Y casi sin darle tiempo a pestañear le habían dicho que se presentara en el departamento de los Ángeles de la Muerte. Eso eran palabras mayores.
Tot no le dio tiempo a contestar.
―Ah, y una tercera cosa: ¿qué haces aquí?
―Me han enviado aquí… para probar y si me gusta unirme a los Ángeles de la Muerte. Pensé que habrían avisado…
―Qué va… esto es un caos… Pero no te quedes ahí, siéntate. Parece que ésta va a ser tu casa de momento…
Leuche se acomodó en el asiento y dejó en una esquina de la mesa los papeles que traía consigo, pues aún no había tenido tiempo de guardarlos en su vivienda. Echó un rápido vistazo al cuchitril en el que se encontraban… le pareció increíble que en ese pequeño despacho hasta cinco Ángeles de la Muerte tuvieran que trabajar juntos.
―¿Te gusta? ―le preguntó Tot.

―Bueno… la verdad es que casi esperaba ver el techo lleno de lápices como la oficina de Fox Mulder, es casi tan oscura, por ahí se dice que sois tipos raros y que también deberíais estar en el sótano, como él, pero tampoco puedo decir que me haya decepcionado…
―¿Fox Mulder?
―¡Oh…! Tal vez no lo conozcas… era una serie de televisión de los años noventa… del siglo XX.
―Sí, sí lo conozco… ―murmuró Tot, entrecerrando los ojos. Este chico comentaba eso porque aún no conocía su ejército de soldaditos de plástico… tal vez algún día le dejaría jugar con ellos… si llegaba a merecérselo, claro―. ¿Es éste tu currículum? ―señaló con la cabeza los papeles que había dejado Leuche en la esquina de la mesa.
―Sí.
―Mmm…
―Pero no puedes verlo, es privado…
―Mmm… ―de pronto miró a la puerta, fingiendo sorpresa. Engañado, Leuche giró su cabeza hacia la puerta, esperando ver aparecer a alguien, momento que Tot aprovechó para echar un rápido vistazo sin que apenas se diera cuenta. Sí. Apenas…
―¡Hey! ¡Se supone que es privado!
Tot sonrió maliciosamente. Antes de que pudiera leer más, Leuche los envolvió mentalmente con un escudo de energía azul y los hizo desaparecer de la vista.
―Así que… 1674 muertes violentas, 1432 asesinatos, 546 muertes por enfermedad, 230 suicidios. No está mal… De esas 1674 muertes violentas, 346 han sido por reyertas, 452 en el campo de batalla, 156 ahorcamientos, 302 víctima indefensa, 138 en accidentes, y alguna que otra en la hoguera…
Al oír la palabra hoguera Leuche se estremeció. La última muerte aún estaba muy reciente y no podía pensar mucho en ello o volvía a notar el fuego en su piel… Un momento, ahora lo recordaba… ¡era él! Tot era el que había ido a recogerle después de muerto... Casi sin darse cuenta su cuerpo adoptó la forma que había tenido en su última vida… la camisa llena de jirones y de sudor se volvía a pegar a su pecho y sentía el agua chorrear por sus dedos en su último intento de borrar las manchas de sangre que le delataban… Cuando Tot le vio dio un salto en la silla y se llevó la mano al pecho.
―¡Por Lucifer! ¡No me des estos sustos!
En una décima de segundo Leuche adoptó su apariencia habitual, aquella con la que se sentía más cómodo, aunque algunos lo consideraban un poco anticuado: la apariencia de un ser humano alto, algo desgarbado, de unos treinta años, con el pelo rizado y castaño cayéndole sobre sus hombros. Le gustaban las botas altas y la levita, y a veces incluso llevaba sombrero.
―Eso está mejor… ―y de pronto la luz se hizo en su mente―. ¿Así que tú eras…? ¡Oh! ―hizo un gesto de consternación―. Lo siento, las historias se me olvidan de un día para otro, pero eso sí, tu final fue apoteósico. Y para mí un auténtico placer… creo que no he visto nunca nada igual…
Y mientras Tot quedaba pensativo, reviviendo en su mente cómo el cuerpo de la última vida de su futuro compañero era consumido por el fuego, Leuche pudo percibir en la profundidad del alma del Tot una extraña sensación de familiaridad.
―Creo que nos conocemos de antes… ―dijo, con voz algo lejana.
―Sí, bueno… eso es algo común por aquí ―respondió Tot, restándole importancia al asunto. Además, él no le recordaba de nada…―. Deberíamos hablar de tu uniforme. Está claro que así no puedes venir a trabajar. Por cierto, dijiste que estás de prueba, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo te han dado?
―¿No decías que aquí el tiempo no existe?
―Sí, bueno... es para tener una idea... Costumbres humanas, ya sabes, es difícil deshacerse de ellas...
―Un par de meses. ¿Y cuál es el uniforme? ¿El de la pared?
Leuche se refería al del póster que había detrás de la silla de Tot. El clásico de la capa, la capucha y la guadaña. Tot rió.
―No, ese no… por fortuna. Yo no llegué a verlo, pero me han contado que antes era bastante cómico cuando se presentaban todos los Ángeles a primera hora para que les asignaran sus tareas y hacían cola frente a la oficina del Gerente. Eso por no mencionar lo incómodo que era llevar las guadañas a todas partes. Porque no nos pueden hacer daño, sino más de uno llevaría un brazo postizo… No, ahora llevamos éste ―Tot hizo el cambio mentalmente y en un abrir y cerrar de ojos apareció con los pantalones grises y la camiseta negra con el bolsillo bordado―. Es aburrido. Pero más práctico. ¿Y podría preguntar por qué quieres ser Ángel de la Muerte?


Leuche frunció el ceño, mientras echaba otro vistazo a la austera oficina, tan vacía de colorido y fantasía. Utilitaria. Completamente utilitaria. No parecía muy convencido de querer quedarse.
―Pues la verdad es que me enviaron aquí… y no sé muy bien por qué. ¿A ti también te enviaron?
Tot sonrió.
―No exactamente…
“Yo me lo gané”, pensó para sí mismo. ¡Ups! ¡Se olvidó de la telepatía! Por suerte Leuche parecía demasiado ensimismado como para haberlo escuchado. Sin embargo él sí que oyó fuerte y claro a su entrometido guía diciendo “No seas tan orgulloso…”
“Sal de mi cabeza. Ahora”.

Ya no escuchó nada más. 

(continuará...)

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