miércoles, 31 de julio de 2013

El agujero negro (2).

Estaba solo.

O, al menos, eso había creído al principio. No pasó mucho tiempo antes de que comenzara a sentirme vigilado. Me di la vuelta, pero allí no había nadie. Busqué algún aparato electrónico que indicara la presencia de alguna cámara, pero hacía años que los hacían tan pequeños que ya eran imposibles de detectar a simple vista. Sabía que me vigilaban de todas formas. Las Unidades de Internamiento estaban diseñadas para ello, para que nadie hiciera lo que no debía. Y como ya no había humanos vigilantes, las normas se cumplían siempre. Estrictamente.

La sensación era tan intensa que grité “¿Hola?”. El silencio era total. Bueno, casi. Si prestabas mucha atención podías percibir un lejano zumbido, posiblemente debido a la electricidad que hacía posible el perfecto funcionamiento de la estructura tridimensional que asemejaba un panel de abejas y la iluminación blanquecina que parecía venir de todos los lugares al mismo tiempo: del techo, de las paredes, del aire que respiraba… aire totalmente neutro, sin ningún olor.

Cuando llevaba exactamente seis horas y cincuenta minutos en aquel pequeño cubículo, escuché un ruido de engranajes, como de paneles deslizándose, y en la columna central se abrió una abertura rectangular de unos veinte centímetros de ancho. Unas letras rojizas aparecieron en la parte superior de la columna, justo encima de la abertura. El mensaje estaba escrito en el idioma común, y su significado era: 

“Su comida”
“Gracias”

Al aproximarme y asomarme a la abertura, vi que había un recipiente blanco de plástico parecido a una barquilla con dos comprimidos gelatinosos en su interior, uno de color rosado y otro de color verde oscuro. Alargué mi mano para cogerlos, pero el panel se cerró súbitamente y tuve que retirarla antes de que aprisionara mis dedos. Lancé una exclamación y vi aparecer un nuevo mensaje en la columna. Según las leía las palabras se desvanecían y aparecían las siguientes.

“Por ser su primer día de internamiento le permitiremos tomar su ración, pero esta advertencia no volverá a aparecer. 
La puntualidad es imprescindible en esta unidad. 
Tiene exactamente dos minutos para coger e ingerir su alimento. 
Si no lo hace así, no habrá más ración hasta el próximo turno. 
Si se niega a alimentarse, se le administrará a la fuerza, ya que el suicidio no está permitido en esta unidad. Buen día”.

Con el ceño fruncido, vi cómo se volvió a abrir el panel y me apresuré a coger los comprimidos e introducirlos en mi boca. Se disolvieron al instante. Y casi al instante me sentí con más fuerza y mejor ánimo. Pregunté en voz alta si podían darme más instrucciones, si podían adelantarme cuáles iban a ser mis actividades allí (pues era seguro que tenían que asignarme alguna tarea). Pero el único cambio que se produjo en las siguientes horas fue la disminución gradual de la luz, que pasó de un blanco inmaculado a un gris niebla, el cual se fue haciendo cada vez más y más oscuro hasta que me encontré rodeado de una oscuridad impenetrable.



Si no hubiese llevado ya tiempo acostado en la cama-tubería, me habría tendido que arrastrar por el suelo para encontrarla.

Agradecí estar lo suficientemente cansado como para no darme cuenta de que era lo mismo tener los ojos abiertos que cerrados.

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