jueves, 6 de noviembre de 2014

Echo de menos la filosofía.

Nunca pensé que fuera a decir esto. Pero sí, la echo mucho de menos... bueno, quizá no la “Filosofía” como asignatura en el colegio, pero sí filosofar. O sea, sentarme en una calurosa noche de verano en la terraza con quien quiera que me esté acompañando, y ponerme a hablar de la vida, de la muerte, del mundo, del futuro, del pasado, de las estrellas, el universo, los extraterrestres, de cosas que dan miedo como los políticos, en fin... pues eso. Filosofar. Sin ningún propósito claro. Y después, poder irme a la cama con una sonrisa de satisfacción en mi rostro. Seguro que no llegamos a ningún sitio, pero da igual, lo importante es que pasamos un buen rato fantaseando, charlando, soñando.

Una conversación a la luz de la luna o alrededor de una hoguera no es tan mágica como una clase de Filosofía, pero aún así también las echo de menos. Desde la Segunda Guerra Mundial hablar no ha sido precisamente lo mío, en casa o fuera de ella siempre he preferido escuchar, pero claro, de vez en cuando el profesor se interesaba en comprobar si estaba siguiendo la lección o pensando en cómo iba a sacar a mis dos protagonistas de la muerte que se les avecinaba en forma de robot malencarado con más fuerza que Terminator, así que me preguntaba y yo tenía que responder algo. Si aquel día había desayunado bien, normalmente se quedaba alucinado, porque es verdad que para mi edad ya tenía una buena capacidad de raciocinio, había leído lo equivalente a lo que lee un erudito catedrático en toda su vida (vale, estoy exagerando un poco) y además mis neuronas no nadaban en el alcohol del botellón del viernes como las de algunos de mis compañeros. Y eso que la vez a la que me estoy refiriendo no debí contestar con mucha gana, porque el profesor no me caía nada bien. Aunque luego se lo perdoné un poco cuando me puso en 10 en el examen sobre Santo Tomás de Aquino. El caso es que no me caía bien pero no era nada personal, era solo que llevaba traje y corbata y sus chistes no hacían ninguna gracia... y además no filosofaba tanto como el profesor que teníamos antes. Al principio de curso el profesor tenía más pinta de profesor: iba con pantalones de pana, camisa por fuera, pelo desgreñado y cara de sueño. Daba impresión de no cobrar mucho, pero al menos no seguía el libro al dedillo y había días que los dedicábamos solo a debatir. Creo que eso era porque entonces no dábamos “Historia de la Filosofía”, que era cuatrocientas treinta y dos veces más aburrido, sino “Ética y Filosofía”, o “Filosofía y Ética”... o lo que fuera. Y entonces sí que disfrutaba escuchando al profesor, porque me hacía pensar y luego seguía yo con la conversación en mi diario, y a veces hasta disfrutaba escuchando a mis compañeros, que de repente parecían pensar en algo más que en chicas, en guerras de bolas de papel y en coger a alguien para hacer de Supermán por la ventana de la clase de al lado cuando surgía la ocasión. Qué tiempos aquellos...

El problema es que eso se acabó. Se acabó hace largos, largos años... Recuerdo como en una nebulosa que por aquel entonces aún quedaba algún programa de debate en la televisión que también me gustaba ver, sobre todo si estaba mi padre o alguno de mis hermanos y ellos también se ponían a hablar. Pero luego llegó Moros y Cristianos y eso fue el principio del fin. Ya nada volvió a ser lo que era. Y ahora cuando intento debatir con alguien, en lugar de gente que quiere pensar o razonar conmigo a ver si llegamos a descubrir el misterio del universo, solo me encuentro con gente que recurre fácilmente al insulto y que me llama cerrada de mente en cuanto formulo una serie de preguntas que rondan por mi cabeza y que no me saben contestar. Me llaman incluso pedante... supongo porque creen que así me voy a molestar. Parece que no saben la diferencia que hay entre debatir y discutir. Vale, no voy a ser pesimista, todos no, pero más o menos el 98% de la gente es así, sobre todo si estás en una red social o tal individuo proviene de una red social, que es como un submundo donde las reglas de la educación fueron abolidas y todo el mundo quiere imponerse sobre el otro y todos creen que tienen razón. No sé... ¿existirá un virus mucho más contagioso que el Ébola que hasta ahora nos ha pasado desapercibido que afecta al cerebro de estas personas? Porque si no, no lo entiendo...


Yo aún tengo la imagen en mi mente de unas escalinatas de mármol frente a un templo, donde se reúne una docena de oyentes frente a alguien cuyas palabras merecen ser escuchadas, quizá porque es un hombre que ha viajado mucho y trae noticias de tierras lejanas con costumbres extrañas, quizá porque cuenta viejos cuentos de antiguos dioses que bajaron de los cielos, o porque está intentando explicarte cómo entiende él que está organizado el universo. Es fácil imaginártelo de noche encerrado en sus aposentos, dejándose los ojos junto a la luz de una vela, estudiando polvorientos pergaminos llenos de una escritura que solo él es capaz de descifrar. Mientras él no puede dormir pensando en los misterios de la naturaleza, yo he de ocuparme en hacer mi colada y preparar la harina de maíz que luego utilizaré para amasar una torta con la que acompañar los garbanzos y los dátiles, así que considero un auténtico regalo que luego, cuando voy al mercado, me lo encuentre en esas escalinatas compartiendo algo de su saber, por pequeño que sea. “Pobre hombre”, pensarán algunos. Es raro, está delgado porque prefiere leer antes que comer y morirá sin haber llegado a ninguna conclusión, pero a mí, aunque solo haya sido por unos minutos, me habrá hecho soñar y sobre todo reflexionar sobre la vida, que al fin y al cabo, es lo único que todos tenemos. Y solo los ciegos pensarán que su trabajo no mereció la pena, porque solo los ciegos piensan que la muerte acaba con la vida.

Tengo la impresión de que la filosofía está muerta, de que ya no existen filósofos. Solo existe religión o ciencia (o lo que es lo mismo, la religión de los científicos). Ahora se considera que pensar es malo. O aceptas lo que hay, o es que eres un antisistema, un rebelde, o incluso un populista. Di que no estás de acuerdo con lo que afirma la mayoría, y te arriesgas a que acaben contigo de una manera u otra. Colgándote o descuartizándote no, porque eso ahora está mal visto, pero sí que te pueden despedazar dialécticamente en cualquier lugar público, ya sea real o virtual. Las masas siguen siendo las masas, y aunque la apariencia cambie y nos creamos muy desarrollados porque ahora tenemos ordenadores y hemos empezado el tercer milenio de una era que tampoco sé por qué empezó cuando dicen (sustancialmente no veo mucha diferencia con milenios anteriores), lo cierto es que seguimos siendo los mismos. Una de mis eternas preguntas es por qué la palabra “civilizado” se considera positiva. ¿Hay por ahí fuera algún filósofo que me la responda?

3 comentarios:

  1. ¿Alguien me reclamaba? :) :)

    Creo que la palabra civilizado sólo tiene connotaciones positivas si la tomamos como en esa maravillosa canción de Roberto Carlos que decía : "yo quisiera ser tan civilizado como los animales"

    ¡Qué razón tienes, Eowyn! La filosofía parece condenada a su ocaso, perdida entre las brumas de los dogmas eclesiásticos y de las nuevas supersticiones racionalistas. La capacidad de pensar, efectivamente, no está de moda, no mola, casi me atrevería a decir que a mucha gente hasta le parece ofensiva.

    Yo tenía un verdadero inepto de profesor de filosofía, que lo único realmente sobresaliente en él era su enorme nariz gongoresca; pero en la clase de al lado disfrutaban de otro profesor excelente. Había sido un misionero jesuita en diversos lugares de América Latina y África, donde acabó perdiendo la fe, y se había reconvertido en un filósofo ateo. Sus clases las daba siempre en el salón de actos, donde había suficiente espacio para trazar un círculo con todas nuestras mesas, incluida la suya, idéntica a la de los alumnos. Sus clases no tenían un guión y acabábamos hablando de cualquier cosa. Él sabía que estaba haciendo novillos con otro profesor para asistir a sus clases, pero no parecía importarle, es más, creo que le gustaba. Incluso esos seres, esos descendientes de los inspiradores de Darwin, que sólo parecían tener la cabeza como una especie de extraño molde para sus diferentes estilismos cabelludos, parecían, si no disfrutar, al menos no aburrirse del todo en sus clases. Todos los institutos necesitarían ahora más que nunca un Chancleto (así le llamaban por andar verano e invierno en chanclas)

    En resumidas cuentas, siempre que desees mantener una charla filosófica aquí me tienes, aunque sea online; siempre y cuando, claro, no me hayas incluido en ese fatídico 98% :)

    Un abrazo!

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  2. Gracias por el artículo, Eowyn, me ha gustado mucho.

    Un abrazo.

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  3. Estoy completamente de acuerdo contigo, hecho de menos el conversar con alguien de cosas realmente interesantes, espirituales y filosóficas, por desgracia ya no puedo hacerlo con nadie, ni siquiera con mi pareja y es triste, vivimos en un mundo cada vez más superficial y más deshumanizado, perder lo que nos hace personas, como el hablar tomando un café o en la calle, cara a cara nos hará convertirnos en zombies robots de un sistema capitalista letal que nos hará ser como decía el gran escritor Ernesto Sabato, un hombre o mujer engranaje, pieza recambiable de una maquinaria terriblemente esclavizadora y que nos someterá hasta reducir lo poco que nos queda de "humanos". Gracias por pensar así, estás en sintonía con la verdadera "humanidad", de la que creo formar parte y si no me equivoco, tú también, por supuesto, somos la "resistencia".

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